Este mes ponemos el foco en un pasaje de la vida del ‘Beethoven de la guitarra’, como así lo llamó Fétis. Una etapa malagueña que cohesiona una apasionante biografía y que lo sitúa en la villa de Macharaviaya, municipio de la Axarquía malagueña. Eran tiempos donde aún, en el ‘pequeño Madrid’, se vivía el esplendor que le había granjeado la ilustrada y dieciochesca familia Gálvez. Un bello y curioso episodio que naturalmente me ha llamado mucho la atención.
Sor tuvo una vida viajera, lo que hace muy meritorio el trabajo realizado por los investigadores más señeros en la materia, con Jeffery a la cabeza. Su vida trascurre en ciudades españolas como Barcelona, Madrid, Málaga, Jerez de la Frontera, Córdoba o Valencia, y en pequeños municipios como Casarrubios del Monte o Macharaviaya. Además, una vez emprendido el obligado exilio por su afrancesamiento, sus viajes incrementan, llevándole a estancias en Berlín, Londres, Moscú o San Petersburgo, hasta su establecimiento en París, donde pasó sus últimos años de vida. Actualmente reposan sus restos en el bellísimo cementerio parisino de Montmartre.
Una vida altamente itinerante que le procuró, al menos, que su obra y figura gozara de difusión. Tanto es así que el célebre Fétis lo denominó como el ‘Beethoven de la guitarra’. En este plano, el catalán es fundamental para entender la evolución de nuestro instrumento nacional por antonomasia, la guitarra, eslabón vital que ocupa todo el tercio inicial del siglo XIX. Igualmente, el artista se erige como una parte importante de nuestra historia de la música y, saliéndonos del plano creativo guitarrístico, fue un sobresaliente compositor; faceta esta lamentablemente invisibilizada. Solo cabe recordar que su marcha fúnebre sonó en el funeral del zar Alejandro, que compuso el ballet Hercule et Omphale para la coronación del zar Nicolás I y su ballet Cedrillon inauguró ni más ni menos que el Teatro Bolshói de Moscú el 18 de enero de 1825.
La guerra del Rosellón nos desvela a un Sor militar que le lleva a ingresar en los tercios de miqueletes combatiendo contra los franceses. En 1796 ingresa en la Real Academia Militar de Matemáticas de Barcelona, donde conoce a Mariano Fernández de Folgueras, contacto que se antoja importante, pues era secretario de Godoy. Ya en 1800, y en palabras de Ledhuy, ‘está en Madrid como joven oficial’.
Más de una década en Málaga. Militar, truhan y músico de la Catedral
Saldoni nos recuerda que Sor ya estaba en el sur de España en 1802 como oficial del ejército, hallándose de guarnición en Málaga o los alrededores. Además, el investigador Amat apunta que el mismo Sor rubrica de puño y letra que vive en Málaga en octubre de 1803. Continuando con el magno trabajo de Saldoni, abunda en algunos detalles en estos términos: ‘Hallándose de guarnición en Málaga, o muy cerca de esta ciudad, dio el cónsul… Sr. Quipatri, un gran concierto, en que reunió todo lo más elegante y notable que encerraba Málaga, en el cual tocó Sor un solo de contrabajo con variaciones que dejó admirados y sorprendidos a cuantos le oyeron…’. Este cónsul de Estados Unidos era un riquísimo empresario, a la postre abuelo de Eugenia de Montijo. Según Canales, en estos saraos ‘se celebraban las sesiones de la malagueña Organización de Conciertos, dirigida hasta 1813 por el guitarrista Fernando Sor’. Qué dato más interesante este que lo vincula a Málaga hasta el repliegue de los franceses, permaneciendo en la ciudad de una manera más o menos estable durante más de una década.
Gracias a Jeffery sabemos del encuentro que Sor mantuvo con el médico y aficionado a la guitarra Augustus Bozzi Granville en 1805. El italiano llegó a Málaga en el mes de enero por mediación del cónsul de Austria, Carl Müller, introduciéndose en los ambientes a través de las tertulias que organizaba la propia mujer del cónsul. Bozzi pertenecía a una familia muy respetable, cantaba y tocaba la guitarra, e interpretaba con cierta habilidad ‘Yo que soy contrabandista’. El contacto con Sor no se hizo esperar, hicieron amistad, pues el español le dio incluso clases.
Pero el episodio que marcaría el resto de la vida de Sor fue la guerra de la Independencia, momento en el que pasó de luchar contra el ejército francés y componer canciones de profundo ardor patriótico a su afrancesamiento y exilio tras la salida de las tropas de Bonaparte de España, para no volver. En 1809 lo situamos en la resistencia como capitán del Regimiento de Voluntarios de Córdoba y también en Málaga como músico de la Capilla de la Catedral. En esta línea, y gracias al trabajo de Vega García-Ferrer, conocemos al detalle su relación directa con la Catedral, para quien compone el motete O salutaris, dedicado a la festividad del Corpus Christi del año 1809. En esta partitura nos recuerda que es miembro de la Capilla Musical que tenía a Luis Blasco como recientísimo maestro de Capilla, siendo el primer organista Tadeo de Murguía, con el que entabló amistad. De este tiempo también es su canción Los defensores de la patria e Impromptu dans le genre du boléro.
De 1810 a 1813 abdica del invasor y acaba prestando juramento al poder de José Bonaparte. Málaga fue de las pocas que prestaron una fuerte resistencia a la invasión y Vicente Moreno, capitán de la resistencia malagueña que no se rindió, fue ahorcado públicamente ante las súplicas de su mujer y tres hijos. Sor pasó en 1812 a ocupar el cargo de comisario principal de Jerez de la Frontera, tiempos en los que la policía josefina fue altamente represiva en las provincias del sur.
Administrador de la Real Fábrica de Naipes de Macharaviaya
Este pasaje de Sor en Málaga se vuelve sorprendente por su relación con la villa de Macharaviaya, una pequeña localidad de la Axarquía malagueña. De allí procedían los Gálvez, con el ministro de Indias, el ilustrado José de Gálvez, como cabeza de familia y la figura militar sobresaliente encarnada en la figura de su sobrino Bernardo, entre otros. Historias que en tiempos de olvido ya me susurraba mi abuelo al oído cuando aún no levantaba un palmo del suelo.
En el ‘pequeño Madrid’, como se le conocía en el Siglo de las Luces, venimos celebrando una extensión de SIMCE-Semana Internacional de la Música de Cámara Española, que dirijo desde hace más de diez años en Málaga y que tiene como línea temática ‘La música en tiempos de José de Gálvez’. Fue tras un recital en la Iglesia de San Jacinto cuando mi amigo e investigador José Luis Cabrera, que hunde sus raíces allí y es gran conocedor de la historia macharatunga, bello gentilicio, me puso sobre aviso acerca de la vinculación de Sor con el pueblo.
Poniendo los pies en polvorosa, Ledhuy nos recuerda que era oficial en una pequeña empresa en Andalucía. Jeffery en su artículo Fernando Sor nei guai con l’Inquisizione spagnola (1803-1806), de 2012, da con el expediente de un proceso jurídico que lo sitúa ya en Macharaviaya. Además, Brisó de Montiano, en 2014, da fe en estos términos: ‘Recordemos que Sor ya está viviendo en Málaga a finales de 1803 y que en 1804 es el administrador de la Real Fábrica de Naipes de Macharaviaya’. Una ocupación que nos puede sorprender, pero que quizá fuese el empleo que le aportaba la tranquilidad y estabilidad necesarias para poder dedicarse de pleno a la música. La fábrica de naipes creada por los Gálvez en su pueblo era un negocio prospero de cuño real dedicado a la exportación de la baraja española a América, de hecho, este puesto de trabajo dependía directamente del gobierno.
Cabrera nos cuenta que tenía casa en Macharaviaya, donde se integró perfectamente en su día a día, trató con los Solesio, la familia del primer director de la fábrica de naipes, además de con las típicas personalidades de cualquier pueblo de entonces. Y abunda exhaustivamente en el proceso que le tocó vivir juzgado por la Santa Inquisición, que daba sus últimos coletazos. Los cargos fueron por delitos de ‘expresiones’, básicamente blasfemias, unos hechos que tuvieron lugar antes de llegar a Málaga, en un periodo donde había enfermado y del que quizá venía huyendo. La denuncia partió de Vicente Álvarez, médico de Casarrubios del Monte (Toledo), que, en 1803 tras una cena, le oyó decir ‘que Moisés y J. C. eran unos politicones y que todo era invento de frailes’. Parece ser que Sor era un joven tirado para adelante y con sus comentarios pretendía impresionar a las damas. El mismo denunciante nos indica que Sor estaba enfermo cuando blasfemaba, pero que en prueba de obediencia lo había denunciado. Parece que los improperios los soltaba después de cenar o almorzar pues bebía bastante vino, ‘y aunque no podía decir si estaba completamente embriagado, pero sí se le contemplaba acalorado y chispeado’. Que retrato más bueno del personaje.
Se suceden diversas declaraciones, como la de Agustín Esteve, el pintor de cámara del rey Carlos IV, que nos da habida cuenta de la tipología de relaciones que tenía el músico con la corte, que nos dice ‘que no tenía motivo ni dato seguro para formar mal concepto de él y que solo le pareció un joven alegre y divertido’.
En Macharaviaya declara el párroco ‘que le trató muy poco, que no le había oído decir nada que fuera directamente contra la Santa Religión, y solo le notó alguna ligereza en la Iglesia. Esto opinaban los vecinos, y formaban juicio de que era propiamente un libertino. Pero que un vecino había oído expresiones heréticas y dudas de la existencia real y corporal de Nuestro Señor J. C. en el Sacramento y de la pureza de María’.
En su defensa, el propio Sor, en el interrogatorio, dijo ser cristiano, católico, apostólico y romano; mostró conocer bien la doctrina y afirmó que su última confesión la hizo en Macharaviaya. Declara, por su parte, Pedro de Aguirre, antiguo cura del municipio, que da excelentes informes sobre Sor, considera que tiene ‘unos sentimientos muy hermosos, pues lo había visto lastimarse de las miserias del prójimo y aún socorrerle en alguna tal cual necesidad’. Lo consideraba un buen cristiano, aunque le oyó decir que había leído la obra de Voltaire y defendido a los filósofos modernos, y añade que su mejor amigo en el pueblo era don Juan García Cano, preceptor de Gramática de la villa de Macharaviaya, con quien hablaba de libros. La Santa Inquisición determinó finalmente que el reo debía abjurar de las expresiones inadecuadas. El expediente es riquísimo en datos que delatan su personalidad y, por momentos, llega a ser hasta cómico.
Para finalizar, hemos de decir que sus relaciones con la Corte son evidentes, donde aún quedaban reflejos del abolengo pretérito de los Gálvez encarnado en la figura de la dramaturga María Rosa de Gálvez Cabrera, bien aposentada en la Corte de Carlos IV y que a buen seguro disfrutó de la música de Sor.
Desde aquí recuerdo a mi buen amigo Antonio Campos, alcalde de Macharaviaya, que, en la Villa de los Ilustrados de Gálvez, la misma que vio nacer al excelso poeta Salvador Rueda, se le debiera dar un recuerdo perpetuo al genio de la música, orgullo de nuestra creación musical y santo y seña de la guitarra española, Fernando Sor.
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