Este año 2021 se conmemora el bicentenario del fallecimiento del compositor y organista Félix Máximo López, uno de los más importantes exponentes de la música para tecla de la segunda mitad del siglo XVIII y primeras décadas del XIX en España, que desarrolló su carrera profesional durante más de 45 años como organista de la Capilla Real al servicio de los reyes Carlos III, Carlos IV, José I y Fernando VII. Con motivo de esta efeméride, el pianista Mario Prisuelos ha grabado un disco monográfico del compositor que lleva por título ‘De sonatas y fandangos‘ (Cezanne Producciones, 2021).
Por Judith Ortega
Un músico en el Museo del Prado
En una de las salas dedicadas a la pintura del siglo XIX en el Museo del Prado destaca un extraordinario retrato del músico Félix Máximo López, realizado en 1820 por Vicente López Portaña.
La imagen del compositor está así indisolublemente unida a esta magnífica obra que encargaron sus hijos al pintor de la cámara del rey Fernando VII, es decir, el más importante de la época. En el cuadro, López nos mira con la gravedad de un hombre experimentado vestido con el lujoso uniforme de músico de la Capilla Real, apoyado en un piano de mesa y con una partitura de su autoría titulada Los locos, una de sus creaciones más peculiares. De este modo, se representa a un músico ya envejecido pero con una imagen poderosa que transmite autoridad, sabiduría, y que refleja también las diversas facetas musicales que desplegó a lo largo de una extensa y productiva trayectoria. Cuántas cosas nos cuenta este excepcional cuadro de la mano de uno de los mejores retratistas de su tiempo, en el que consta en el frontispicio del piano la inscripción: ‘A don Félix Máximo López, primer organista de la Real Capilla de Su Majestad Católica y en loor de su elevado mérito y noble profesión, el amor filial’.
Cuando se pintó el cuadro, solo un año antes de morir, López tenía 78 años y a sus espaldas sesenta años de carrera musical, de ellos más de cuarenta y cinco como organista en la Real Capilla. Además de compositor y organista, fue profesor y teórico y se movió en ambientes muy diversos, la Capilla Real, el teatro y también desplegó una interesante actividad en el ámbito doméstico, poco conocido, pero de lo que tenemos noticias suficientes para afirmar que era una práctica habitual entre los músicos.
El magnífico retrato de Vicente López llamó la atención de Francisco Asenjo Barbieri a finales del XIX, y según él mismo cuenta adquirió a varios libreros buena parte de sus obras que después legó a la Biblioteca Nacional, donde se encuentra hoy en día la mayor parte de la música de López. Al mismo tiempo, Barbieri fue quien trazó los principales hechos de su biografía y un listado de obras que se ha ido completando, aunque no contamos por el momento con un catálogo completo y sistemático de toda su producción.
La vida de Félix Máximo López transita en una época convulsa y de grandes cambios, la Ilustración, la invasión francesa, el desarrollo del pianoforte, la música de cámara y el esplendor de la tonadilla escénica.
Toda una vida al servicio de la corte
López nació en Madrid el 18 de noviembre de 1742, la misma ciudad en la que falleció el 9 de abril de 1821. No se conocen datos de su formación, si bien esta se produciría en el ámbito religioso, pues su profesión pronto fue la de organista. Sus primeras obras conocidas son tres tonadillas compuestas en 1761 para la compañía de María Hidalgo, titular del Coliseo del Príncipe, conservadas en los ricos fondos procedentes de los teatros públicos madrileños de la Biblioteca Histórica Municipal de Madrid.
Pronto inició López la búsqueda de un empleo fijo, que en aquellos momentos ofrecían las capillas de los más principales centros religiosos como catedrales, reales monasterios y la máxima aspiración de los músicos, la Capilla Real de Palacio. En 1765 ya era organista en las Descalzas Reales, año en que opositó a sendas plazas de organista en Toledo y en la Capilla Real, donde volvió a intentarlo en 1768, y finalmente en 1775, cuando consiguió por fin la plaza de cuarto organista, en competición con dos grandes de la época: Juan de Sessé y José Teixidor. Presentarse a oposiciones era parte fundamental de la carrera de los músicos que querían alcanzar los mejores puestos, y eran concursos muy competitivos que generaban una gran expectación ya que los ejercicios se hacían con público en la misma Real Capilla.
Una vez obtenida la plaza, los ascensos se producían por antigüedad. López ascendió en el escalafón y alcanzó el codiciado cargo de primer organista en 1805 tras ser nombrado José Lidón maestro de la Real Capilla. La intensa actividad de esta institución requería que hubiera cuatro organistas, que tenían funciones muy bien definidas.
El ambiente de la corte en el que López trabajó cuarenta y seis años era extraordinariamente rico. Por una parte, tuvo lugar un importante desarrollo de la música de cámara promovido sobre todo por Carlos IV desde su etapa como príncipe de Asturias y que tiene a Gaetano Brunetti como figura principal, director y compositor de la Real Cámara, al que se suman Manuel Espinosa, Francisco Brunetti, Juan Oliver, Gaspar Barli, Pedro Anselmo Marchal y muchos otros. Por su parte, la Real Capilla mantiene una vida musical extraordinaria, en la que López comparte su dedicación con grandes músicos como Francesco Corselli, José Lidón, Juan Sessé, Miguel Rabaza o José Teixidor. Una comunidad de músicos que desplegaron una ingente actividad en la época, con grandes inquietudes profesionales que los llevaron a muy distintos espacios, además de la capilla, el teatro, la música de cámara y la música doméstica.
Un legado único: la música para tecla (órgano, clave, piano)
Como ha estudiado Cristina Bordas, en la segunda mitad del siglo XVIII y primeros años del siglo XIX el Madrid cortesano por el que transitaba Félix Máximo López se hizo eco de las innovaciones sobre instrumentos de tecla que se estaban produciendo en Europa, en particular en Londres y París. Los modernos pianos de mesa y de cola dieron impulso a la fabricación local y a la creación de instrumentos con características propias tanto en Madrid como en otros ámbitos regionales.
La música para tecla de López está destinada para una variedad amplia de instrumentos de tecla, no siempre expresamente indicados en las fuentes. Asimismo, también López creó música para instrumentos mecánicos, como relojes, a los que eran muy aficionados los reyes.
En el caso concreto de la música para órgano llama la atención lo poco que se conserva actualmente. Esto se debe a los organistas no tenían la obligación de dejar sus obras en el archivo, e incluso que muchas de ellas no las escribían, era música improvisada. En el caso de López se conservan más de quinientas de obras, hecho puede explicarse por estar destinadas a la formación de sus hijos, especialmente Ambrosio, que siguió sus pasos como organista, además otros discípulos, lo que posiblemente llevó a Félix Máximo a escribir buena parte de su música. Lo que no cabe duda es que López es el organista y compositor que de modo sistemático pasó al papel la música que interpretaba en las ceremonias religiosas, por lo que su corpus es el más importante para el estudio de este repertorio organístico. Otros compositores también escribieron parte de la música para órgano, como fue el caso de Lidón, aunque con mucha menos música conservada.
La amplia producción de López, que suma más de 500 obras para órgano, se explica por el destacado papel que este instrumento tenía en las ceremonias litúrgicas, como ha estudiado Luis López Morillo, especialista en el ceremonial religioso. En ellas su participación es continua, sirviendo no solo como soporte a la música vocal sino también para secuenciar, de acuerdo con las estrictas normas impuestas por el ceremonial romano desde principios del siglo XVII, el desarrollo de estas celebraciones.
Respecto a la música para tecla del siglo XVIII, la sonata ha sido el género por excelencia, el que ha despertado mayor interés, sobre todo por la excepcional producción de Scarlatti y Soler que suponen dos puntos de referencia en este tipo de corpus. Pero en la creación de música para tecla, los compositores cultivaron una enorme variedad de formas, muchas destinadas a la liturgia; además de la sonata, componían versos, glosas, pasos, fugas, periodos, himnos, elevaciones, caprichos, tocatas o intentos. Estas obras son muy variadas no solo en su estructura y forma, también lo son en cuanto al estilo y de todas ellas encontramos en el catálogo de López, si bien de esas casi 500 obras unas 350 son versos, agrupados en juegos de todos los tonos, como era habitual por necesidades de la liturgia, y que corresponderían a las funciones que como organista ocupó en la Real Capilla.
El estilo de las obras de López, y de sus contemporáneos como Lidón, combina elementos de la tradición a los que une múltiples novedades, entre ellas la incorporación de elementos del Clasicismo, del folclore y de la música operística. Los arreglos de obras sinfónicas a formatos de cámara o de tecla era una práctica habitual de las últimas décadas del XVIII, y supone un canal fundamental en la difusión de la música en esta época, que se interpretaba, arreglaba y publicaba en muy diversas versiones, algunas reducidas, otras arregladas para formatos diversos o con instrumentos opcionales. Una de las aportaciones más interesantes sobre la música para tecla de López, que debemos a Alma Espinosa, es que algunas de sus obras para tecla están basadas en sinfonías de Haydn. Esta adaptación al teclado de música sinfónica constituye un rasgo muy significativo de la influencia de Haydn en la música española así como del proceso de recepción de su obra. En este proceso, López introduce en sus sonatas cambios en la armonía y en la forma a través de variados procedimientos que prueban su calidad como compositor.
También podemos encontrar en sus obras destellos maravillosos de la música popular de la época, que López demuestra conocer bien. El ejemplo es una de sus obras más conocidas, el Fandango con variaciones. En esta preciosa pieza, como destaca Águeda Pedrero en las notas al disco de Mario Prisuelos (Ibs Classical, 2021), destacan los rasgos típicos de este baile, especialmente el contraste entre los ritmos ternarios de 3/4 y los binarios en 6/8. Escrito en Re menor, una tonalidad muy habitual de los fandangos, muestra las típicas secuencias del bajo en torno al tetracordo de la cadencia frigia o andaluza. La construcción en variaciones de la obra favorece una planificación in crescendo, con un aumento de la tensión dramática mediante la incorporación de figuraciones cada vez más rápidas y complejas. Como ya hiciera Scarlatti en sus sonatas, López imita en el clave los rasgueados de la guitarra y los ritmos de la seguidilla.
De su importante faceta de maestro, López dejó algunas obras teóricas, como las Reglas generales o Escuela de acompañar al órgano o clave, cuyo estudio es fundamental para conocer la teoría musical y la práctica interpretativa de la época, entre las cuales debe destacarse la improvisación, una práctica histórica que se está recuperando y que podremos disfrutar en el concierto del día 11 de noviembre a manos del organista salmantino Jorge Martín García en el órgano de la Capilla del Palacio Real de Madrid, donde tantos años trabajó tocando este mismo órgano el propio López.
El mundo creativo y familiar de Félix Máximo López: música doméstica
El universo creativo de López suma a estas facetas tradicionales la de poeta, concretamente, la de ‘poeta estrafalario’, como se autodenomina en el manuscrito recuperado por Barbieri Obras poéticas, líricas y cómicas que su autor D. Félix Máximo López, organista de la Real Capilla, compuso desde el año de 1784 y recopiladas por Rafael Martínez de Ariza Mesía en 1785, y también en la Biblioteca Nacional.
En esta recopilación de obras poéticas, con tono jocoso, satírico y burlón, hay distintos tipos de piezas como sainetes, tonadillas, décimas o romances, destinadas a reuniones celebradas con amigos y familiares del entorno del compositor, en las que López se acompañaba con la guitarra. De hecho en algunas aparecen menciones directas al propio López, a su esposa Melchora, y a sus hijos Miguel y Ambrosio, como protagonistas o intérpretes de las obras.
Esta faceta, que podríamos denominar un poco ‘gamberra’ de López, sería en la que se enmarca la obra de Los locos con la que fue pintado en el solemne retrato antes descrito. El manuscrito musical de El disparate o la obra de Los locos, custodiado en la Biblioteca Nacional, está lleno de anotaciones y tachones, como se puede ver en la imagen y es el encuentro de varios locos en una trama desternillante.
La saga de los López continúa
El legado que Félix Máximo López dejó va más allá de su importante catálogo de obras y tratados teóricos, ya que sus hijos fueron también figuras muy destacadas de la música del siglo XIX. Ambrosio (1769-1835), fue organista de la Real Capilla. Formado por su padre, y destinatario de una buena parte de su producción para órgano, fue su ayudante desde que Félix Máximo ocupara en 1801 la plaza de segundo organista, ya que uno de los titulares desempañaba su puesto en la Real Cámara y necesitaban refuerzos. Otro de sus hijos, Miguel López Remacha (1772-1827), se formó en el Real Colegio de niños Cantores y fue tenor en la Real Capilla y compositor. Escribió algunos tratados teóricos para la enseñanza del solfeo y del canto de gran importancia en la época, titulad La Melopea, que se vendió por suscripción en 1815.
Gracias a la celebración del bicentenario, este año 2021 hemos escuchado más que nunca la excelente música de López, obras para órgano y clave y también algunas tonadillas. La música histórica, gracias a la labor de recuperación de investigadores e intérpretes, enriquece nuestro patrimonio y nos permite disfrutar de magníficas páginas musicales después de siglos de silencio.
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