La ópera que presentamos a nuestros lectores es uno de esos títulos de ‘record’: se trata de una de las primeras óperas de la historia, de las que inauguraron el género allá por el año 1600, de las primeras también en tomar el tema mitológico de Orfeo como base, la primera cuyo autor retrata en su prólogo sus intenciones estéticas y la más temprana ópera cuya partitura se conserva en su integridad. La primera ópera conservada, aunque sólo su texto, es Dafne, estrenada en 1598. Le sigue Eurídice¸ en 1600, ambas con música de Peri y versos de Ruccini, y Orfeo, de 1607, con música de Monteverdi y texto de Striggio.
Por Roberto Montes
Recitar cantando
Para entender una obra de este tipo, una ópera que no es tal, pues no sigue los cánones que actualmente entendemos como pertenecientes a este género, hay que adentrarse en los orígenes del estilo representativo que Peri y sus colegas de la Camerata Bardi pusieron en marcha a finales del siglo XVI en Florencia. Así, desde el siglo XV venían representándose en Italia piezas dramáticas de origen medieval en las que era costumbre intercalar bailes y pantomimas, elementos que fueron adquiriendo importancia cada vez mayor. La música y el drama se comenzaron a presentar en comedias populares de máscaras, las cuales eran también disfrutadas por la aristocracia como también en dramas intelectuales, reservados para la audiencia educada. Dichas comedias intelectuales eran acompañadas por ciertas músicas incidentales, las cuales eran conocidas como madrigales, los cuales se interpretaban entre los actos del drama.
El empleo del canto en estas representaciones no era dramático, pues la música consistía en canciones o madrigales, casi siempre con acompañamiento instrumental. Ya en el siglo XVI, bajo la influencia del renacimiento empiezan a representarse comedias latinas y pastorales, entre las que destaca el drama pastoril Sacrificio, del poeta Agostino Beccari, con música de Alfonso della Viola, obra representada en Ferrara en 1554 y en la que hallamos el primer ejemplo conocido de canto monódico en estilo recitativo y con acompañamiento instrumental. La transformación definitiva de esta ‘pastoral in música‘ en el nuevo género de la ‘ópera in música‘, que con el tiempo vino a llamarse simplemente ópera, se realizará en el seno dela Camerata florentina de los Bardi.
Esta fue una academia aristocrática integrada por pintores, literatos, músicos y poetas que se reunían en Florencia, en la casa del conde Giovanni Bardi. Entre los principales componentes de aquel distinguido cenáculo figuraban Giulio Caccini y Jacobo Peri, compositores a la vez que cantantes, Emilio del Cavalieri, Vincenzo Galilei, a la sazón padre del astrónomo Galigeo Galilei, y el poeta Ottavio Rinuccini. ‘Ha sido opinión de muchos que los antiguos Griegos y Romanos cantasen sobre escena las tragedias enteras, pero con una noble manera de recitar, además de renovada, pero, al menos que yo sepa, hasta ahora no ha sido tentada por nadie’, comenta Rinuccini en el prefacio del libreto de L’Euridice publicado en Florencia en 1600. Su empeño fue el de revivir la antigua tragedia griega, o lo que entendían por tal, según los estudios de la música helénica que algunos de ellos habían realizado. Como fruto de aquellas preocupaciones y tras una serie de ensayos se logró crear finalmente el nuevo estilo dramático llamado representativo, cuyo principio básico era el recitado musical, es decir, el recitar cantando, pero con el acomodo revolucionario de la monodia acompañado que los madrigalistas ya habían experimentado. Renegando de la polifonía, de sus incomprensibles excesos y de su falta de expresión, se buscó una vuelta al pasado intentando volver de forma directa a la antigua civilización clásica a través del canto a voz sola, considerado más cierto y más cercano al hombre y a sus pasiones, por ser más natural frente al abigarramiento confuso de varios textos y/o voces de la música polifónica coral.
La voz sola permitía un estilo que conciliase la voz cantada, que es, para expresarlo con palabras de Jacopo Peri, ‘suspendida y lenta’, con a la voz hablada, ‘segura y veloz’. Se rechazaron por tanto las razones de la música defendidas por la polifonía, aventajando, poco a poco, las razones del texto y de sus consecuencias expresivas, un texto ahora más cuidadamente exaltado por una única línea melódica. Obviamente nadie imaginó haber recreado el estilo griego, pero simplemente eso bastó para alejarse de la usual praxis musical de aquella época. Se añadieron inéditos elementos de ejecución, ya típicos del nuevo modo de cantar, impaciente, inquieto pero noble y elegante al mismo tiempo: varios tipos de ornamentación que íntimamente se ligaba a la concepción retórica del ejecutor y por tanto vector de indefinibles actitudes expresivas.
El pionero fue Vincenzo Galilei, quien puso en música un pasaje de la Divina Comedia, concretamente el episodio del conde Ugolino, que él mismo cantó acompañándose con la viola. Con el propósito de acercarse más al espíritu de la antigua música griega, Jacobo Peri (1561-1633) compuso un drama en música titulado Dafne, sobre libreto de Rinuccini, obra que fue representada en el palacio de Corsi en 1594. En esta ópera, la que se reconoce como la primera de la historia pero cuya música se ha perdido, introdujo Peri por vez primera en un drama representable el recién descubierto recitativo dramático. ‘Esta nueva manera de canto se debía imitar con el canto a quien habla (y sin duda no se habló nunca cantando), estimé que los antiguos Griegos y Romanos… usarían una armonía, que más allá de aquella del hablar ordinario, proviniese tanto de la melodía del canto que tomase forma de cosa intermedia, y consideré que aquel tipo de voz, que por los antiguos al cantar fue asignada, la cual ellos denominaban diastemática (casi contenida y suspendida), pudiese en parte acelerarse y tomar temperada carrera entre los movimientos del canto suspendidos y lentos, y aquella del hablar lanzada y veloz. Y teniendo en cuenta qué modos y qué acentos en la dulzura, la alegría y cosas similares nos sirven, hice mover el bajo al tiempo de aquellos, ahora más ahora menos, según los afectos’, afirma Jacopo Peri en las advertencias a los lectores de Eurídice.
Texto de Rinuccini y música de Peri
Jacopo Peri nació probablemente en Roma 20 de agosto de 1561 y falleció en Florencia el 12 de agosto de 1633. Era apodado ‘lo Zazzerino’ (el melenudo) por su cabello rubio, y fue uno de los mejores vocalistas de la Camerana Bardi, de hecho, en el estreno de su Eurídice cantó el papel protagonista de Orfeo. Viajó a Florencia siendo niño, donde estudió con Cristofano Malvezzi, y fue a trabajar en varias iglesias de ahí, tanto como organista como cantante. En 1588 comenzó a trabajar en la Corte de los Médicis, primero como tenor, en 1591 como organista y sopranista bajo el gran duque Fernando I de Médicis y luego bajo Cosme II de Médicis como «director principal de música y de los músicos». Sus primeras obras fueron trabajos de música incidental para el teatro y madrigales.
En 1601, tras su paso por la Camerana Bardi, Peri partió de Florencia para establecerse en Ferrara, probando mejor fortuna en otros proyectos. En 1608 escribió los recitativos para la producción en Mantua de Arianna, con texto de Rinuccini y arias de Claudio Monteverdi. Produjo varias óperas más, Tetide de Cini y Adone de Cicognini, que nunca se representaron. También escribió otras obras para varios entretenimientos cortesanos. Si bien a su muerte su estilo operístico fue considerado anticuado, cuando se le compara con los jóvenes compositores reformistas de entonces como Monteverdi la influencia de Peri en ellos es indiscutible.
Por su parte, Ottavio Rinuccini (1562-1621), poeta y libretista, escribió no sólo los libretos de Dafne y Eurídice, sino que también proporcionó el texto de varias obras de Monteverdi como Il Ballo delle Ingrate y Arianna, ambas de 1608, y los madrigales Zefiro torna e Il lamento della Ninfa, también de Monteverdi.
En efecto, el primer fruto de la relación entre tres colegas de la Camerana como Corsi, Rinuccini y Peri fue la representación de Dafne. El libreto de Rinuccini deriva del mito griego de la naturaleza que habla de la bella ninfa Dafne, tal como lo relata Ovidio en las Metamorfosis. El mundo mágico e idílico de los dioses y los semidioses conjurado por Ovidio siguió atrayendo a libretistas y compositores durante la temprana historia de la ópera. La música de Dafne, gran parte de la cual se ha perdido, la compuso Jacopo Peri con unos pocos añadidos del conde Corsi. Los fragmentos supervivientes permiten hacerse una idea de cómo debía sonar, con su ‘stile espressivo’ y su ‘stile rappresentativo’ declamatorio que venimos comentado.
A dicha obra le siguió Eurídice, también con texto de Rinuccini y música de Peri. Este nuevo drama musical fue expresamente compuesto con ocasión de las bodas de Enrique IV con María de Medicis y representado como ‘Tragedia en homenaje al ideal antiguo’ en el Palacio Pitti de Florencia el 6 de octubre de 1600. La asociación de la ópera con festividades y manifestaciones de poder y grandeza se perpetuó en los teatros de los príncipes menores y en los teatros de ópera subvencionados. Originalmente, la función festiva se derivó de los ‘intermedi’, los interludios grandiosos y escénicamente espectaculares insertados en los entreactos de las comedias que se representaban para celebrar los acontecimientos domésticos importantes, coronaciones, nacimientos, bodas en las vidas de los príncipes italianos del siglo XVI.
A vueltas con el mito de Orfeo
Eurídice es la primera de las muchas óperas basadas en el mito de Orfeo, el cantor y tañedor de lira tracio. Eurídice, la esposa de Orfeo, muere a causa de la mordedura de una serpiente, por lo que Orfeo desciende al Hades para rogar por la vida de Eurídice. Allí, su canto expresivo mueve a compasión a los seres demoníacos y se le permite regresar al mundo con Eurídice.
Caccini, rival de Peri, publicó ese mismo año otra Eurídice sobre el mismo libreto de Rinuccini. En ambas obras la música, a menudo expresiva, es de un estilo bastante convencional y artificioso. En todo caso, la crítica más moderna reconoce el mérito, que hasta hace poco se negaba a Peri, de que su Eurídice puede considerarse una auténtica precursora de la revolucíón de Monteverdi.
Además del empleo incesante del recitativo, destacan especialmente las arias, cuya melodía es muy espontánea, y los coros, muy expresivos en su intento de comentar la acción dramática a la manera del coro de la antigua tragedia griega. Si bien la parte confiada a los instrumentos queda reducida a una rudimentaria función de sostén, la orquesta conserva cierta vida independiente, que debió de ser más rica de lo que aparece ahora por el amplio margen de improvisación que se dejaba entonces a los ejecutantes.
Poco después, el ejemplo dado por la Camerata Bardi encontró rápidamente numerosos imitadores. En el mismo año de 1600 fue estrenada en Roma en febrero la Representación del Alma y del Cuerpo con música de Emilio del Cavalieri, el que podría denominarse como el primer oratorio de la historia de la música, en el que el recitativo dramático tiene más vida y desempeña un importante papel. No fue, sin embargo, en Florencia ni en Roma, sino en la ciudad de Mantua donde el nuevo género alcanzó, gracias a Monteverdi, un grado de perfección artística verdaderamente notable con su Orfeo de 1607.
No sin harta curiosidad, encontramos a Orfeo una y otra vez a lo largo del tiempo en la historia de la ópera, incluyendo ejemplos cruciales como los de Monteverdi y Gluck. No es vana coincidencia que Apolo, dios del sol y de la música, y Orfeo aparezcan como personajes en las primeras óperas, un tema frecuente acerca del poder enigmático de la propia música.