Pionera feminista, sufragista, escritora y, por supuesto, compositora, nuestra protagonista de este mes tuvo una vida de película, salvo porque ninguna de sus vivencias pertenece a la ficción. Su excelencia y pasión la llevaron a relacionarse con la flor y nata de la cultura de su tiempo, llegando a establecer una estrecha relación con otras ‘fenómenas’ de la talla de Virginia Woolf, aunque también la llevaron a pasar una temporada en prisión fruto de su encarnecida lucha por los derechos de las mujeres. Su impronta fue tal que hace apenas dos años una obra suya ganó un Grammy como mejor solo vocal en la categoría de música clásica. ¿De quién estamos hablando?
Por Fabiana Sans Arcílagos y Lucía Martín-Maestro Verbo
Ethel Smyth nació el 22 de abril de 1858 en Sidcup, Kent (Inglaterra). A pesar de que inició sus estudios musicales a temprana edad, su padre, el general John Hall Smyth, se oponía a la idea de que pudiese dedicarse profesionalmente a la música. Pero esto no supuso un freno para Ethel, ya que años después ingreso en el Conservatorio de Leipzig para estudiar composición.
En el invierno de 1877, Ethel se convierte oficialmente en alumna del centro bajo la tutela de tres importantes docentes: Salomon Jadassohn como maestro de teoría y contrapunto, Louis Maas como maestro de piano y Carl Reinecke como profesor de composición, al que la joven describía como ‘uno de los compositores que produce música por yardas, sin esfuerzo ni inspiración…’. Ethel permaneció muy poco tiempo en esta institución, ya que su ‘reputación mendelssohniana’ y la indiferencia de sus compañeros no la motivaron en su desarrollo musical.
Smyth decide retirarse del Conservatorio, y en la primavera de 1878 halla al que sería su maestro definitivo, Heinrich von Herzogenberg, a quien describe como ‘un músico erudito’. Por su parte, el compositor opinaba que la joven ‘era una muy buena alumna para el contrapunto; solo tenía un defecto: siempre pensaba que tenía razón’, según transcribe Kathleen Dale. Gracias a él y a la tozudez de ella, las composiciones de Ethel empezaron a ser reconocidas en los círculos musicales más importantes de la época, llegando a relacionarse con Brahms, Grieg y Clara Wieck.
Sabemos que no es fácil adentrarse en estos círculos, pero si eres mujer y compositora, la dificultad aumenta. La misma Ethel lo relata en sus memorias Impressions that Remained, en las que, lejos de lamentarse, detalla: ‘una vez le mostré una gran obra coral a Levi, el gran director de Wagner, un hombre de mente abierta y que no teme mirar la verdad a la cara. Después de escucharla, me dijo: “¡Nunca hubiera creído que eso lo hubiera escrito una mujer!”. Le contesté: “No, y, además, dentro de una semana no lo creerás”. Me miró un momento y dijo lentamente: “Creo que tienes razón”. Los prejuicios se impondrían a la evidencia de sus sentidos y de su intelecto; al final, seguramente pensaría que había un error en alguna parte. Es esta clase de prejuicios los que dificultan a las mujeres incluso más que los obstáculos materiales’.
De los primeros años destacan sus obras para piano, cuarteto y quinteto de cuerda y su colección de canciones para voz y piano, entre la que sobresale ‘Schön Rohtraut‘, que forma parte de Lieder und Balladen opus 3, un conjunto de canciones que le abrieron camino no solo en los salones privados, sino que fueron su carta de referencia para abrirse las puertas a presentaciones públicas.
Ethel nos lega en sus memorias una serie de acontecimientos narrados en primera persona que son un placer para cualquier investigador o curioso que se quiera acercar un poco más a ella. Pero más allá de todos los aspectos familiares y personales que relata, las relaciones profesionales que fue creando y el reconocimiento que poco a poco recibían sus obras la llevaron a lo que para ella sería ‘la primera interpretación pública de una obra mía para orquesta, y de hecho de cualquier obra en Inglaterra’.
Smyth, que había regresado a Londres en 1890, le envía a August Manns su Serenata sinfónica en Re mayor. Este la aceptó de inmediato y la propuso para incluirla en los programas de primavera. El estreno se llevó a cabo el 26 de abril de 1890 en el Palacio de Cristal de la ciudad. Esta obra tiene varios significados para Ethel: por un lado, el familiar, en el que la propia compositora sintió una emoción inmensa, no solo por el estreno sino porque este fue aplaudido por su padre, que estuvo presente en el estreno; por otro lado, y en sus propias palabras, ‘Serenade fue interpretada admirablemente, y siendo una primera obra se podía contar más o menos con una buena acogida (…) El resultado de la producción fue que otras obras mías fueron aceptadas para su interpretación sin dificultad’. La crítica quiso debilitar la pieza, aludiendo que al ser escrita por una mujer carecía de ‘fuerza’. A finales de ese año, la compositora y el también creador Arthur Sullivan inician una buena amistad, relación que sería ‘un gran estímulo musical’.
Su siguiente gran estreno fue la presentación de su Misa en Re en la Royal Choral Society en 1893, y con esta obra, nos dice Odaline de la Martinez, compositora y estudiosa del personaje, se cierra un primer período compositivo en el que ‘se tiene un fuerte sentido de la tradición musical alemana del siglo XIX, al tiempo que mantiene la voz tan original de Smyth’.
Un nuevo período compositivo se abre para la creadora con el estreno en Weimar de su primera ópera Fantasio, comedia en dos actos con libreto de su buen amigo Henry ‘Harry’ BennetBrewster, con quien mantuvo colaboraciones hasta el fallecimiento del escritor. De ambos tenemos también The Wreckers, drama lírico en tres actos, y Der Wald, tragedia en un acto estrenada en Berlín y posteriormente en Londres, y que marcó un hito en la historia de la Metropolitan Opera de Nueva York como la primera ópera compuesta por una mujer presentada por la compañía.
Der Wald, descrita por la misma compositora, ‘es una historia corta y trágica de paradoja enmarcada en la tranquilidad de la naturaleza, representada por el bosque y sus espíritus (…) Sin ser acosados por el tiempo, cantan su propia eternidad y la brevedad de las cosas humanas. Se desvanece, el altar desaparece y comienza la obra’. Aunque para los críticos, la ópera ‘no fue muy sorprendente’, sí alabaron el trabajo compositivo de Ethel, aunque siempre resaltando ese ‘toque femenino’ que parece justificar la ‘fragilidad’ de la composición.
La Primera Guerra Mundial, el fallecimiento de Bennet y los imperantes cambios sociales, especialmente el descubrimiento que experimentó de activistas como Emmeline Pankhurst, estimularon a Ethel Smyth a unirse a la lucha por el derecho al sufragio femenino, propiciando así un nuevo rumbo vital y musical. Pero, muy a nuestro pesar, dejaremos de lado a la Ethel puramente sufragista para poder centrarnos en su proceso creativo-musical. Una nueva etapa se delimita con la presentación de sus Cuatro melodías para voz y piano en francés, sus óperas The Boatswain’s Mate, Fête Galantey Entente Cordiale y la famosa Songs of Sunrise, que contiene la célebre Marcha de las mujeres, himno representativo del movimiento sufragista. Dos obras, principalmente, comprenden el último ciclo musical de Ethel: el Concierto para violín, trompa y orquesta (1928) y la ópera La prisión, para solistas, coro y orquesta (1930).
Con una carrera musical sólida y el reconocimiento de sus iguales, Ethel Smyth se retira progresivamente de la música. Su audición se fue dañando paulatinamente, conduciendo así a la compositora a insertarse en la literatura con enormes cualidades y así mostrar al mundo su vida y su pensamiento en textos como Impressions that Remained, citado en este artículo, Streaks of Life, Inordinate Affection o What Happened Next.
En estos ensayos quedaron plasmadas sus pasiones y el impetuoso ánimo bajo el que compuso, luchó y vivió. En 1910 y 1926, Smyth es laureada por las universidad de Durham y Oxford, respectivamente, obteniendo el doctorado honoris causa. Además, en 1922 fue condecorada con la Orden del Imperio Británico. En 2021, más de setenta años después de su fallecimiento, la obra de Smyth fue premiada en los Grammy en la categoría de Mejor álbum clásico por su obra La prisión, conducida por James Blachly e interpretada por la soprano Sarah Brailey y el bajo-barítono Dashon Burton, editada por Chandos.
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