Es incuestionable la relevancia de Teresa Berganza tanto para España como para la historia reciente de la música. Tras su fallecimiento el pasado mayo, rememoramos un encuentro furtivo que tuvimos con esta grandiosa mujer durante la entrega de uno de los tantos premios que obtuvo en su vida. Desde siempre, Teresa ha sido guía de quienes escriben esta sección, porque ella, sin saberlo, ha condicionado la forma en que vemos la música. El respeto, la disciplina, el aprendizaje constante y la humildad son parte de esas prácticas que no solo profesaba, sino que llevaba a rajatabla en su vida. Por ello, hemos decidido que este Mulierum no lo escribiremos nosotras, sino que seremos simples transmisoras de las palabras que Teresa Berganza nos ha dejado en sus entrevistas y presentaciones públicas. Este es nuestro pequeño homenaje a una de las cantantes más importantes del siglo XX.
Por Fabiana Sans Arcílagos & Lucía Martín-Maestro Verbo
Nacida en Madrid, Teresa Berganza realizó estudios de piano, órgano, armonía, composición y canto, arte que definió como ‘un árbol frondoso plantado en las orillas del río de la vida’. Se inició en la música gracias a su padre, quien la orientó en sus primeras lecciones de solfeo y piano, además de inculcarle el amor por la música, afecto que no solo vio en sus progenitores, sino que fue una de sus guías porque ‘si no existe amor, no existe nada, ni en la pintura, ni en la música, nada’. Teresa relataba que su padre le enseñaba ‘con el piano cerrado, porque decía que tenía muy buen oído y me agarraba a los acordes’.
Una de las primeras obras que aprendió a tocar fue la Sonata en Do mayor de Mozart: ‘yo la tocaba muy despacito con un solo dedo [de la mano derecha] y, cuando mi padre se iba a trabajar la estudiaba sola, para que cuando viniese, se diera cuenta de que me la había estudiado y que me la sabía bien. Así que el día que la pude tocar con las dos manos, me pareció una maravilla’.
Con el propósito de realizar estudios reglados de música, Berganza ingresó en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, recinto en el que conoció a su gran maestra, Lola Rodríguez de Aragón. Ella, según relataba, ‘descubrió que a mi voz le iba muy bien Rossini, y yo le iba muy bien a la música de Rossini, y entonces me puse a estudiarlo. Lo primero que me dijo es ‘te vas a aprender el dueto de El barbero de Sevilla el “Dunque io son”, porque cuando cantes este dueto, cantarás todo’. Mi maestra me tuvo casi un año con este dueto y con los ejercicios que hacía para enseñarme a cantar que, por cierto, la técnica que me dio fue la de Manuel García’.
De estas enseñanzas obtenidas, Teresa relataba: ‘cuando empecé, mi maestra me dijo ‘vamos a hacer Monteverdi y Bach, porque Monteverdi te da la palabra y Bach, la música». Recordaba, además, que fue su ‘única maestra hasta su muerte […] Ella decía [Lola] que el canto tenía que ser natural como el habla, que la posición para entrar en escena es la sonrisa de la Mona Lisa […] Esa es mi lucha para hacer sonreír a los jóvenes’.
‘Los cantantes somos unos privilegiados porque podemos interpretar sobre un texto, sobre una palabra, cosa que no pueden hacer ni un violonchelista ni un pianista. Pero si de repente tienes que decir ‘me muero’ pues es más fácil tener el ‘me muero’ y acentuarlo en la palabra […] Somos privilegiados. Por eso lucho muchísimo cuando no entiendo lo que dicen los cantantes, porque el texto es lo importante. Si no, los grandes no hubieran cogido un texto para ponerle música, habrían dicho ‘lalalá, lalalá’ o ‘aaaah’, pero hay un texto, hay una historia’.
Aunque en ocasiones Berganza colaboró con algunos coros y en breves proyectos musicales, su debut oficial se llevó a cabo en el Ateneo de Madrid el 16 de febrero de 1957. Tras este concierto se fue a Italia, y según contaba, ‘antes de pasar los Pirineos […] debuté en Italia haciendo una película de L’italiana in Algeri […] canté en Nápoles La Cenerentola, en Milán L’italiana in Algeri, Dido y Eneas en Torino y en Roma hice otra ópera. Todo eso lo hice antes justo que Aix’. A pesar de esto, se conoce como su debut escénico oficial la presentación que realizó en el Festival de Aix-en-Provence en la que interpretó el rol de Dorabella en Così fan tutte.
A partir de este momento, Berganza se convierte en una artista de primer nivel, compartiendo escenario con directores y cantantes como Maria Callas —de quien recordaba que le dijo ‘no tengo nada que decirte, porque si hay que aprender algo en este momento, tengo que aprender yo de cómo cantas tú’—, Jon Vickers, Alfredo Kraus, Boris Christoff, Claudio Abbado o Herbert von Karajan, quien la ‘castigó’ sin cantar durante quince años en la ópera de Viena, pero quien ‘luego vino a pedirme perdón porque quería que cantara el Cherubino’.
Rememorando su vida, Berganza nos hace partícipes de sus reflexiones sobre la voz: ‘cantar es algo que no se puede ni explicar, porque el instrumento son dos cuerdas vocales’, pero ‘mi voz es la parte más importante de mi vida, lo que más quiero, lo que más satisfacciones me da y es también lo que más me hace sufrir, porque la más mínima cosa que pueda pasar por mi cuerpo, pasa por mi voz’. ‘El cerebro es el que da todas las órdenes al ser humano y también da las órdenes para poder cantar, pero hay que tener una técnica de base’, ‘creo que hay voces muy bonitas y muy hermosas, pero cuando no tienen técnica para mantenerla, se nota y se siente y, sobre todo, se nota a través de los años’. ‘Yo he cuidado mi instrumento hasta la obsesión, pero he amado tanto el canto y la música y me ha parecido que tenía un privilegio tan grande que no podía desperdiciar mis sonidos, por ejemplo, una noche en una cena’.
Quien escuche o lea a Berganza se percatará del enorme respeto que sentía hacia el público. Y no, no es una obviedad, sino una enorme cualidad que no todo artista tiene en cuenta: ‘creo que nunca he cantado mal porque cuando estaba mal, no cantaba. Si me encontraba mal me quedaba en casa porque me parecía una ofensa para el público’.
Teresa Berganza cuenta con una gran cantidad de reconocimientos, entre ellos se encuentran la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio, la Insignia de Caballero de la Orden Nacional de la Legión de Honor francesa, el Premio Nacional de Música y el Premio Príncipe de Asturias. Además, fue la primera mujer en ocupar una silla en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Tal como hemos apuntado en los párrafos iniciales, hemos querido recoger las principales ideas que nuestra cantante profesaba y aplicaba en su día a día. Por ello, no podemos pasar por alto su Decálogo del buen músico, en el que nos invita a vernos, mejorar cada día y sobre todo a ser humildes. Teresa nos dice que para ‘ser un buen músico hay que tener muchas cosas en juego, pero la más importante es la humildad. Tener criterio propio en una ciencia tan compleja como la música, es imprescindible, por favor, no queréis escuchar solo palabras bonitas, buscad aquellos que os miran a los ojos y os cuentan la verdad, esos son los perfectos compañeros de viaje en vuestras carreras […]. El verdadero artista ve cosas donde no las hay, siente emociones intangibles para el resto, sufre por motivos absurdos para los otros con la misma facilidad que escribe una felicidad conmovedora cinco minutos después. Todo eso entra en la definición de un buen músico y un gran artista’.
En sus alocuciones, la mezzosoprano destacaba la importancia de la zarzuela y de la música española: ‘a la zarzuela hay que darle la categoría que se merece y ponerla ahí [en lo más grande]’, ‘quiero pediros que, como yo he hecho, dediquéis atención y cariño a la música española; a veces no sabemos apreciar, en su justo valor, el esfuerzo de tantos músicos de nuestro país […]. La zarzuela española, en particular, posee verdaderas joyas que merece la pena resaltar y cultivar, yo la he cantado y grabado siempre que me ha sido posible y pienso que ha merecido la pena’. ‘Yo llevo la zarzuela siempre como llevo la música española. Creo que los españoles tenemos la obligación de llevarla, puesto que los otros, no la llevan’.
Admiradora de Victoria de los Ángeles, sincera pero sensata, con un carácter de armas tomar ‘porque si no, en esta profesión, te comen por todas partes’, y grandes sueños, Teresa nos invitaba a aprovechar cada cosa que nos de la vida; ‘hay que ilustrarse, abrir los ojos y los oídos, porque al final es eso lo que nos queda, lo que hemos sentido, las emociones’.
Con incontables conciertos y 180 discos, la vida de Teresa Berganza estuvo rodeada de éxitos y llena de felicidad por poder cantar, pero ‘antes que cantante, me honra ser música, ya que el canto se engloba en este arte’.
Trabajadora incansable, educada para ‘el trabajo, la responsabilidad y la cultura, para buscar la excelencia’, Berganza se retiró de los escenarios con 53 años de carrera. Señala que a lo largo de su vida tuvo la inteligencia de ir cambiando el repertorio según su voz se lo pedía. De esta misma manera supo cuándo decir adiós a esos roles que tantas veces la acompañaron. Para Teresa, ‘el homenaje mayor que he tenido es vivir la vida que he vivido’.
Gracias Teresa, por invitarnos a no estar conformes cuando podemos dar más, a que el miedo no es sino la responsabilidad de hacerlo cada día mejor, que cada día se aprende pero, sobre todo, gracias por regalarnos tu inmenso legado como intérprete y como persona. Gracias, eterna maestra.
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