¿Hacia dónde va la enseñanza musical en España? Durante los últimos diez meses hemos ido analizando muchos de los aspectos que influyen en ella de manera directa y hemos mostrado el sentir general de las personas más directamente implicadas: el profesorado y el alumnado. De esta serie de artículos podemos extraer una imagen bastante cercana a la realidad actual de los conservatorios y escuelas de música, pero durante los últimos meses han tenido lugar un par de acontecimientos que pueden condicionar su futuro.ç
Por Juan Mari Ruiz
El primero de estos acontecimientos ha sido la elaboración por parte del Ministerio del proyecto de la tan esperada Ley de Enseñanzas Artísticas. El otro es el procedimiento de estabilización de las plantillas de la Administración, en el que se han visto implicados la mayoría de los conservatorios españoles y centenares de profesionales.
El proyecto de Ley de Enseñanzas Artísticas
Aún es muy pronto para aventurar cuál será el resultado final del mencionado proyecto de ley, máxime cuando su tramitación parlamentaria se ha visto interrumpida por la disolución de las Cortes y la convocatoria de elecciones generales. Pero no cabe duda de que representa la oportunidad de disponer por fin de una reglamentación que se adecúe al funcionamiento real de las escuelas de música y los conservatorios. El hecho de que por fin se haya presentado la ocasión es un motivo más que evidente para permanecer especialmente vigilantes y contribuir entre todos a que esta ley recoja, de una forma específica y adaptada a las enseñanzas musicales, todas sus necesidades.
Podemos recordar el artículo del mes de noviembre en el que se preguntaba al profesorado de los distintos niveles educativos cuál era su opinión acerca de la normativa por la que se rige su centro y por la aplicación que se hace de la misma. Aunque con ciertas variaciones entre los grados Elemental, Profesional y Superior, pudimos comprobar que en todos ellos la opinión es mayoritariamente negativa, y la mayoría de los comentarios al respecto se referían a que la actual normativa, pensada para la Educación Secundaria, no es la más adecuada para los centros de enseñanza musical.
En este sentido, el preámbulo del proyecto de ley pone de manifiesto lo particulares que son nuestras enseñanzas que, no debemos olvidar, representan una proporción mínima del total del sistema educativo. Incluso, en su fase de anteproyecto se afirmaba que ‘la atención que merecen estas enseñanzas no deriva de su peso en el sistema educativo, sino de su cualidad, de su condición especial […]’. Esa particularidad está bien recogida, por ejemplo, en lo que respecta a la valoración de la labor investigadora y creativa de los profesores, que incluso se favorece con la concesión de permisos y licencias para poder realizar estas actividades tan importantes para un músico que debe transmitir sus conocimientos y su experiencia a la siguiente generación. Pero, lamentablemente, solo referida al profesorado de los conservatorios superiores.
No cabe duda de que el progreso artístico o investigador dentro del campo de la especialidad de cada uno se verá muy fortalecido mediante este favorecimiento de las actividades creativas, pero el factor que olvida el proyecto de ley es que esa necesidad no se limita al profesorado de aquellos centros, sino que abarca al de todos los niveles educativos musicales. Pero, por desgracia, de las cincuenta páginas que tiene el texto, treinta y siete están dedicadas a los conservatorios superiores, solo una y media a los profesionales y las escuelas de música quedan expresamente excluidas de este marco legal.
No deberíamos olvidar que los conservatorios profesionales representan a un gran número de centros —casi trescientos—, estudiantes y docentes de la comunidad educativa musical y que las escuelas de música y conservatorios elementales son la base de toda la pirámide. Por este motivo, lo que en la exposición de motivos del proyecto de ley parece un claro reconocimiento de lo que significa la enseñanza musical, y de cuáles son sus necesidades específicas, puede quedarse corto si se deja fuera a niveles educativos que no sean el Superior.
A primera vista, puede parecer adecuada una organización horizontal que relacione cada una de las etapas de la educación musical con su equivalente de la enseñanza general, desde Primaria y Secundaria hasta la universidad, pero esta perspectiva no debería colisionar con una visión más vertical que abarcase todos esos niveles dentro la especialidad de la enseñanza musical. En el proceso educativo del alumnado tienen más en común entre sí una escuela de música, un conservatorio profesional y uno superior que cada uno de ellos con sus respectivos equivalentes fuera del ámbito musical.
La falta de adecuación de la normativa a la realidad de nuestros centros era uno de los temas que más descontento causaba entre quienes participaron en la encuesta que realizamos en abril de 2022. Una buena ley de Enseñanzas Artísticas —cuando llegue a aprobarse—, que las abarque por entero en todas sus etapas, puede ser la solución si se sabe aprovechar la oportunidad y se consigue que sea realmente la adecuada. De lo contrario, puede quedarse en una oportunidad perdida, y la siguiente ocasión probablemente tardará décadas en presentarse.
La estabilización de las plantillas
Otro asunto que causaba una gran inquietud entre el alumnado y el profesorado eran los sistemas de contratación del profesorado vigentes en la actualidad. Entre los primeros porque de ellos dependen los profesores que van a tener durante sus estudios —y su futura inserción en el mercado laboral—, y entre los segundos porque para poder aspirar a un puesto de trabajo han pasado o aún tienen que pasar por procedimientos que en la mayoría de los casos —nada menos que dos tercios de los encuestados— consideran poco o muy poco adecuados a la labor que van a desempeñar.
Pero, por si esto fuera poco, hemos tenido otro acontecimiento a lo largo de este último curso sobre el que no tuvimos ocasión de preguntar porque aún no se había convocado en las fechas en que se realizó la encuesta: la mayoría de las comunidades autónomas han emprendido un proceso de estabilización de las plantillas de la Administración, una vía para reducir el alto número de contratados interinos y aumentar el de funcionarios fijos en plantilla. Una vez más, se trata de un objetivo loable a primera vista, pero que puede causar no pocos problemas si el procedimiento utilizado resulta no ser el más adecuado.
Para quien no esté familiarizado con el tema, podemos recordar que este procedimiento de estabilización se ha realizado exclusivamente mediante un concurso de méritos y sin ningún tipo de prueba. Si unas líneas más arriba hemos destacado la importancia de mantener una actividad creativa o investigadora, parece evidente que esta debería tener su reflejo en este tipo de procedimientos, ya fuera a través de una prueba específica o mediante una correcta valoración de este tipo de méritos.
Lamentablemente no ha sido así, porque los méritos valorados en el procedimiento han estado siempre en relación con la experiencia profesional previa, la formación institucional, las titulaciones de cualquier tipo y el expediente académico, sin ninguna valoración de la actividad concertística, discográfica o de publicaciones. Tampoco por cursos impartidos o a los que se hubiese asistido si no estaban organizados o autorizados por la Administración, lo que en la práctica dejaba fuera muchos interesantes cursos de formación instrumental y clases magistrales, por ejemplo. Probablemente este procedimiento y ese tipo de valoraciones hayan podido ser los adecuados para la Administración General, quizá lo hayan sido para otros sectores de la enseñanza, pero no lo han sido en absoluto para la enseñanza musical.
No cabe duda de que tras el procedimiento encontramos en los primeros puestos de las listas personas muy válidas, que son grandes profesionales, pero partiendo de las premisas que acabamos de mencionar podemos pensar que en muchos casos ha sido más fruto del azar que del contenido de la convocatoria, y que los méritos por los que han obtenido el puesto no son precisamente los que mejor definen su contrastada práctica profesional y por los que son conocidos entre sus alumnos y colegas, sino los que han tenido que obtener y acreditar para la ocasión —¿cuántos cursos de cualquier tipo se han hecho a última hora para mejorar en el baremo? Sería curioso conocer el dato—. Si se ha acertado con el candidato ha sido a pesar del procedimiento, no gracias a él.
Alguien podría argumentar que participar en un proceso como este es como jugar a la lotería, pero esa afirmación no sería del todo cierta. En un juego de azar todos los apostantes tienen las mismas posibilidades de ganar, pero en un procedimiento inadecuado tendrán siempre mayor puntuación los que se ven favorecidos por el mismo frente a otras personas con un perfil más adecuado para el puesto, pero sin los requisitos que se han exigido. Por ejemplo, un concertista en activo siempre estará en desventaja con respecto a una persona que lleve años sin tocar pero que ha asistido con frecuencia a cursos variados. Pero, de entre los dos, ¿cuál sería el perfil deseable para nuestro centro?
Todo lo dicho no resta ni un ápice de mérito a las personas que han salido victoriosas del procedimiento, porque han sabido adaptarse a unas determinadas exigencias y gracias a eso han conseguido el puesto. A nadie se le puede exigir que adopte una actitud heroica y que rechace una convocatoria que le beneficia en algo tan importante como conseguir un puesto fijo de trabajo. En algunos casos se habrá tratado de personas perfectamente válidas que han tenido que hacer un esfuerzo suplementario para lograrlo —un esfuerzo probablemente inútil para su trabajo— y en otros no, pero la falta de adecuación del proceso al puesto que se va a desempeñar en ningún caso es responsabilidad suya.
Solo queda felicitar a los que han conseguido su estabilización, lamentarse por los grandes profesionales que se han perdido para la enseñanza musical pública y recordar que hay muchas personas, grandes músicos jóvenes y no tan jóvenes, con excelente formación y experiencia, que ni siquiera se han podido presentar.
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