Por Tomás Marco
El año pasado, por estas fechas, la Orquesta Sinfónica RTVE realizaba el estreno de las Sinfonía núm. 2 de Agustín González Acilu con motivo del ochenta cumpleaños del compositor. La obra fue juzgada ampliamente como una composición excelente e incluso obtuvo un señalado éxito de público, algo que no es obvio en todos los estrenos. Hasta aquí, todo es normal. González Acilu es un compositor de primera categoría, poseedor incluso del Premio Nacional de Música, y su figura está muy bien valorada. Pero la obra que se estrenaba no era en absoluto reciente sino que su composición se remontaba a 1994 de manera que había tenido que esperar para su estreno nada menos que quince años. Y eso no sólo no es normal sino que es muy preocupante.
El que un compositor de primera línea tenga que esperar quince años para estrenar una obra que, además de ser buena, no es enormemente larga, ni lleva costosos solistas, ni coro ni instrumentos fuera de la plantilla de una sinfónica normal, lo único que indica es que la política de estrenos musicales en este país es cuando menos caótica y caprichosa. Desde luego, no garantiza, como se puede ver, que una obra importante no corra riesgos de quedar postergada por años o incluso definitivamente. Y eso que no puede decirse que ahora el estreno no se practique en España aunque lo que sea cuestionable sean sus criterios. Incluso la fiebre, en principio loable, por facilitar el acceso al estreno de los jóvenes compositores ha hecho que empiece a postergarse a otros de una cierta edad que, salvo si son de extraordinaria categoría o tienen suficientes apoyos, hay una tendencia a olvidar.
De cualquier manera, el problema de los estrenos a lo que alude principalmente es a para qué se hacen. Esa es una pregunta que debemos hacernos ante sus secuelas inesperadas ya que parece que lo de estrenar es una penosa obligación que orquestas, directores y solistas se quitan de en medio de la manera más cómoda posible y con una intención, digna de mejor causa, de practicar el ‘si te he visto no me acuerdo’. El problema así acaba no siendo el estrenar sino qué consecuencias tiene estrenar.
Cualquier compositor español sabe perfectamente que si estrenar no es fácil, una segunda o tercera audición es todavía más difícil y que más allá de esa cifra se entra ya en el terreno de la utopía o de la ciencia ficción. La obras se estrenan y se olvidan .Y aunque ese sea probablemente el destino de buena parte de la producción de cualquier época, no quiere decir que deba afectar a toda. La razón es muy sencilla: eso atañe al Patrimonio sonoro de todos. Hemos recibido del pasado una herencia que debemos cultivar, pero si no la aumentamos razonablemente, en el futuro nos encontraremos con graves lagunas patrimoniales que cada vez se irán haciendo más insalvables frente a otros países. Hay que ir formando un nuevo sector de patrimonio y para hacerlo la fórmula no es otra que el hecho de que las obras circulen y que de entre ellas algunas permanezcan.
El enunciado anterior, que parece fácil, no se practica casi nada. Estamos ya saturados de estrenos de buenas obras que no circulan. La Asociación Española de Orquestas Sinfónicas (AEOS) puso en marcha un concurso cuyos ganadores pasarían a ser tocados por todos sus miembros. Se ha hecho, pero los frutos hasta ahora han sido limitados tal vez porque a lo mejor la fórmula del concurso no es la ideal y los fallos han sido irregulares y en ciertos casos discutibles. También porque es probable que compositores de verdad notorios no se presenten a concursos. Y porque la mayoría de los miembros de la asociación se lo tomen más que todo como una carga incordiante. La propia AEOS tendría un buen papel simplemente con que en sus reuniones periódicas se recomendaran unos a otros los estrenos que han funcionado y fueran capaces de asumirlos.
Pero lo penoso es que no podamos liberarnos de que el estreno suponga únicamente una obligación nada placentera. Hay orquestas que estrenan obras que ellas mismas han encargado, que funcionan bien y que ahí se quedan. La propia orquesta es incapaz de volverlas programar, de llevarlas en gira, de grabarlas, de asumirlas como patrimonio propio ya que ellas mismas las encargaron. Hace unos años, en el ámbito de los festivales de música contemporánea la histeria del estreno era absoluta. Si habías estrenado una obra en Palermo, pongo por caso, ya no podía tocarse, al no ser estreno, en el de Estocolmo pese a que probablemente ni uno sólo de los oyentes la hubiera conocido en el otro lado. Eso se ha dulcificado últimamente y, en todo caso, no debería afectar a las orquestas en sus temporadas oficiales donde las exigencias son muy otras que las de los festivales especializados.
Para cerrar, podríamos poner ejemplos de instituciones musicales punteras, o que así se consideran en el país. Por un lado tenemos al Teatro Real, que ya sé que no es ejemplo de casi nada. No es que se haya despepitado estrenando cosas pero algunos estrenos ha hecho. Eso sí, han sido incapaces de reponer ni uno solo. Ni siquiera el de Albéniz en su Centenario. El otro podría ser la Orquesta Nacional que a lo largo de su trayectoria ha encargado y estrenado no pocas obras. ¿Cuántas de ellas ha grabado? Ni una. ¿Cuántas ha repuesto? Ninguna. ¿Cuántas ha llevado de gira más allá de alguna extensión puntual? Ninguna. Y las demás instituciones respiran al mismo tenor así que si no hay de verdad un auténtico problema con los estrenos y la creación del repertorio que me den otros datos que desconozca. Mientras las cosas sean aproximadamente como las describo, tenemos un problema con los estrenos y ello está produciendo un grave problema con el repertorio del futuro.