Por Tomás Marco
Uno de los aspectos más difíciles en la carrera de un compositor es la manera de iniciarse en los caminos de la profesión cuando aún se es un principiante. Supongo que eso ocurre en cualquier profesión pero hay que convenir en que la de compositor es muy especial, tanto que es más fácil tenerla por una ‘actividad’ que por una verdadera profesión, lo cual no deja de ser penoso para el compositor, para la música y para la cultura misma. Pero, sea como sea, los nuevos compositores tienen una imperiosa necesidad de darse a conocer y necesitan vías para hacerlo. Se me dirá que lo mismo ocurre con los intérpretes, y eso es cierto, pero en todo caso los canales abiertos son un poquito mejores aunque en nuestro país sean ampliamente perfectibles.
Por lo general, salvo que se dedique exclusivamente a la música electrónica pura, un compositor necesita de los intérpretes. Una vía que siempre se señala es la de mostrar sus nuevas obras a los intérpretes e interesarlos para que las toquen. De hecho, una simbiosis entre jóvenes intérpretes y jóvenes compositores sería muy útil para ambos pero desgraciadamente la mayoría de los conservatorios no cuentan con la posibilidad de que los jóvenes intérpretes frecuenten la obra de sus coetáneos compositores, incluso hacen lo posible porque así no ocurra. Paradójicamente hay más casos en los que un joven compositor es interpretado por un artista con carrera que un intérprete y un compositor se lancen mutuamente. Quizá una buena solución sería la de vincular los concursos de jóvenes intérpretes con concursos u otros medios de promocionar compositores nuevos. Algún intento ha habido pero es un camino que todavía está inexplorado entre nosotros.
Si el nuevo autor no tiene un acceso fácil a intérpretes individuales consagrados, mucho menos claro lo tiene en el terreno de los conjuntos de cámara y, por supuesto, en el de la prácticamente inalcanzable orquesta. Para intentar paliarlo, la aportación más frecuente ha sido la del concurso. No hay que despreciar este método, que ciertamente no es perfecto ni lo más deseable pero que en ocasiones se ha revelado eficaz, aunque sí conviene reflexionar un poco sobre él. Para empezar, y aunque los concursos lleven aparejados premios, no hay que confundir concurso y premio. Por ejemplo, un macropremio como el que otorga la Fundación BBVA no es en realidad un concurso y se suele dar a alguien acreditado y en general por el conjunto de su obra. Es el caso del Grawemeyer de Estados Unidos, el Siemens de Alemania y algún otro similar. Así que una cosa es un Premio y otra es un concurso.
En España hay actualmente bastantes concursos de composición y en ocasiones han servido para alentar carreras nuevas, pero muchos de ellos tienen alguna rémora formal que convendría limar. Para empezar, existen no pocos concursos, aunque afortunadamente es una especialidad en baja, que no aseguran la interpretación de la obra sino que se limitan a la atribución de un premio en metálico. Ciertamente eso es muy frustrante en el caso especialmente de los jóvenes porque, aunque a nadie le venga mal ese dinero, lo que de verdad interesa a un autor es la difusión de su obra. Recibir un galardón y guardar la obra en una carpeta es realmente poco estimulante.
Hay concursos que por su importancia o dotación alta cumplen una misión diferente a la que pretenden porque realmente aspiran a sacar grandes nombres atraídos por el dinero o la importancia del galardón sin caer en la cuenta de que hay una época para concursar y que, por lo general, los compositores conocidos no se presentan a concursos. En estos casos, la frustración suele ser más bien para los patrocinadores del concurso cuyas expectativas tampoco se cubren.
Pienso que el concurso puede ser un buen método para hacer aflorar talentos nuevos pero que debería estar muy delimitado en cuanto a las características de aquellos a quienes se dirige. La limitación de edad me parece un dato importante para que no sean distorsionados. Y algo también fundamental, que se practica escasamente, es no fiarlo todo a la visión de una partitura donde, en ocasiones, el virtuosismo de la grafía pueda engañar. Los más útiles son aquellos concursos en los que se seleccionan una serie de obras que luego se tocan y en función de ese concierto se otorgan los premios. Uno de los mejores en ese aspecto es el Premio SGAE para Jóvenes Compositores que en su ejecutoria ha ido sacando numerosos nombres de compositores hoy ya bien conocidos, algunos incluso sin necesidad de haber ganado un primer premio, que es algo que puede ser contingente.
Pero quien desee obras de compositores ya más granados, y tampoco hay que excluir a los nuevos, tiene un método más eficaz que el concurso, que es el encargo directo. Encargar una composición a un autor es el mejor medio para saber razonablemente qué se puede esperar de la nueva obra puesto que la trayectoria de quien la va a hacer es conocida. Hay diversas instituciones que realizan encargos pero este es el medio que resulta ideal para orquestas, festivales y teatros líricos.
Actualmente la Asociación Española de Orquestas Sinfónicas (AEOS) desarrolla como colectivo dos interesantes iniciativas, una por la vía del concurso y otra por la del encargo. El primero es el concurso que convoca la entidad que representa a las orquestas y que tiene, aparte de su dotación económica, el gran aliciente para el ganador de que su obra circule por todas las orquestas de la asociación. Sin embargo, el inconveniente que se ha encontrado es el que ya hemos señalado para los concursos abiertos sin límite: el tipo de compositor que se presenta y la seguridad de que, aunque se puedan sacar obras muy honorables, ese no es el mejor camino para provocar obras maestras.
Pero la AEOS, en colaboración con la Fundación Autor, tiene otra iniciativa muy útil que es la de los encargos directos. Las orquestas que lo desean proponen a un compositor concreto para hacerlo y, mientras la Fundación Autor encarga y dota económicamente el encargo, la orquesta concreta se compromete a su estreno que es también grabado y aparece en un disco testimonial. Esta sí es una labor muy eficaz que permite no sólo obtener obras de compositores bien conocidos cuya calidad está en principio asegurada sino que se puede aplicar también, y de hecho así se practica, a compositores nuevos que pueden ser mejor conocidos desde el entorno de la propia orquesta. En verdad, la iniciativa ha sido útil, más desde luego que el concurso, y desde luego si se pudiera arbitrar algún sistema para que las obras de encargo pudieran circular más entre las orquestas, se habría llegado a un sistema casi cercano a lo ideal en esta materia.
Está bien claro que el encargo no tiene por qué limitarse a la música orquestal y hay mucha institución que podría ayudar mucho a la creación musical con encargos puntuales que pueden ser también para música de cámara, teatro lírico o hasta instrumentos a solo. Ahí podrían tener mucho que decir instituciones públicas no sólo del Estado sino de las comunidades autónomas y corporaciones locales pero también otras privadas que van desde la banca a la industria o el comercio. En fin, todas las instituciones de todo tipo que habitualmente no tienen dificultades en apoyar la plástica o la literatura pero que en cuestión de música la creación se les suele atragantar.
Todo lo que conlleva la búsqueda de nuevos talentos compositivos, su aflore y su difusión no es una cuestión menor ya que, en contra de lo que muchos parecen creer, la música no cristaliza en un momento histórico sino que es dinámica y viva. Se trata ni más ni menos que de posibilitar el futuro patrimonio artístico. Y eso convendremos en que no es una cuestión menor.