La enseñanza de un instrumento musical es una actividad eminentemente práctica que precisa que el profesorado —además de tener una buena formación pedagógica de carácter práctico que le ayude a hacer frente al día a día en el aula desde el primer momento— se mantenga en activo y que los centros favorezcan esa actividad artística como una forma de mejorar el nivel de la enseñanza que ofrecen y la consideración profesional de su equipo docente. Pero, lamentablemente, la estructura de las enseñanzas musicales no siempre favorece la realización de este doble perfil de la persona encargada de formar a la siguiente generación de instrumentistas.
Por Juan Mari Ruiz
La actividad artística de los profesores de instrumento
Puede pensarse en el profesorado de los conservatorios o escuelas de música como en las personas encargadas de enseñar a sus alumnos una serie de conocimientos establecidos. Pero si su labor realmente se limitara a esto se produciría una progresiva merma de la calidad educativa, puesto que en cualquier proceso de transmisión se produce inevitablemente una cierta pérdida de información. En cambio, si estas personas tienen la oportunidad de poner en práctica sus conocimientos y de adquirir nuevas experiencias por sí mismas será más probable que puedan aportar sus propias ideas y hacer evolucionar todo el sistema.
Una de las particularidades que definen la labor docente del profesorado de instrumento y que lo diferencia del resto es que está directamente relacionada con una actividad práctica que precisa mantenerse actualizada. Enseñar a tocar un instrumento no solo necesita poseer un buen bagaje de recursos pedagógicos y de planificación de la enseñanza, sino también disponer de un conocimiento directo y lo más reciente y actualizado posible de todo aquello que implica el hecho de tocar. Las actuaciones en público constituyen la demostración del resultado final del trabajo que se está realizando. Puede tratarse de conciertos profesionales, con una agrupación amateur o en el propio centro, puesto que las oportunidades que se presentan de subir a un escenario dependen de muchas circunstancias, pero todas estas actuaciones contribuyen a mantener claro el objetivo de ese trabajo y permiten que el docente siga siendo una referencia para su alumnado.
También se considera a menudo que la labor del profesor se limita a dar clase a sus alumnos y a participar en las reuniones y en la coordinación pedagógica del centro. Pero siendo esto imprescindible no tiene por qué limitarse a ello, y probablemente no será la mejor manera de que los estudiantes saquen el mayor partido de los conocimientos de sus profesores y de sus enseñanzas, ni de que los centros aprovechen todas las aptitudes de su personal.
En algunas convocatorias de otros países puede observarse que tras los consabidos requisitos de titulación suele haber un apartado en el que se describe el perfil de profesor que se busca para el puesto —en el que se requieren características como ser un artista confirmado, tener experiencia pedagógica, conocer en profundidad el repertorio o tener gusto por el trabajo en equipo— y otro, aún más interesante, en el que se define el trabajo a desempeñar. En este se enumeran aspectos como enseñar el instrumento en todos los niveles que imparte el centro, tutelar y evaluar a los alumnos en sus actividades, participar en la reflexión pedagógica o colaborar en la temporada artística del centro.
La mayoría de los apartados anteriores pueden sonar algo convencionales y son los que cabría esperar en una convocatoria de este tipo en cualquier lugar, pero quizá haya pasado desapercibido al lector el último de ellos —colaborar en la temporada artística del centro— y puede que sea uno de los más importantes. Este punto tiene dos implicaciones muy interesantes: por un lado, indica que ese centro, además de ofrecer sus servicios pedagógicos, organiza una temporada artística, pero además señala que los profesores que trabajan en él están obligados a participar en esa temporada como parte integrante de su jornada de trabajo.
El organizar una temporada artística o cultural propia —que puede incluir una orquesta, conciertos de cámara, presentaciones, conferencias, exposiciones y muchas otras actividades— convierte al centro en un polo de actividad para su localidad, en el que los profesores pueden mostrar su saber hacer. Además, al obligar —ya no solo animar— al profesorado a participar en la temporada se asegura que su nivel técnico y artístico se mantiene a lo largo del tiempo, a la vez que se le ofrece la oportunidad de adquirir una experiencia sobre el escenario que a su vez podrá transmitir de primera mano a sus estudiantes. De esta forma el proceso de aprendizaje se ve enriquecido y actualizado.
El futuro laboral en la música
La mayoría de las personas que se dedican profesionalmente a la música desarrolla su labor en el campo la enseñanza en conservatorios o escuelas de música. Es un hecho que muy pocos de los que empiezan a estudiar un instrumento llegarán a conseguir una plaza en una orquesta profesional —y son aún menos los que llegarán a ser solistas—, y tampoco son numerosos los que consiguen dedicarse a los nuevos oficios relacionados con la música, pero muchos han sabido encontrar una profesión igual de gratificante en el ámbito de la docencia, pese a que en muchos casos esta no era su aspiración inicial.
A fin de saber más acerca de la relación que los profesores tienen con su instrumento y poder ofrecer una perspectiva basada en datos objetivos más allá de la experiencia personal de quien esto escribe, en octubre de 2018 se realizó una encuesta en la que participaron casi quinientas personas, todas ellas profesores de instrumento en activo de todos los niveles, desde escuelas de música hasta conservatorios superiores. Un estudio más detallado de los datos recogidos puede consultarse en el libro La técnica instrumental aplicada a la pedagogía (Barcelona. Redbook, 2019).
Del análisis de las respuestas y de los comentarios de los encuestados se extrae una imagen global muy interesante que muestra la percepción que la sociedad tiene de los intérpretes y de los docentes, en qué medida los profesores se mantienen activos instrumentalmente y cuántas oportunidades se les presentan de desarrollar su actividad artística, tanto en su centro de trabajo como fuera de él. Otro aspecto interesante que la encuesta permitió observar es en qué medida se sienten los profesores bien formados musical y pedagógicamente, tanto en la actualidad tras años de experiencia como en sus inicios en la enseñanza, y cómo el hecho de enseñar les ha hecho mejorar como profesores y evolucionar como intérpretes. Como veremos más adelante, los datos invitan a una reflexión acerca del contenido de la formación que reciben en los conservatorios las personas que muy probablemente tendrán su futuro profesional en la docencia.
La formación de los docentes
Al preguntar cuál de las actividades principales del instrumentista pensaban los encuestados que goza de un mayor reconocimiento social —aunque puede haber otras, para este trabajo se tomaron en cuenta solamente la interpretación y la docencia por ser las más habituales—, un 75 % opinaba que era la interpretación, algo que parecía de esperar.
Teniendo en cuenta que la gran mayoría de quienes estudian en el conservatorio lo hacen en la especialidad de Interpretación, al preguntarles sobre cuál había sido el objetivo que se habían marcado durante su etapa de estudiante cabría esperar que hubiera sido el de ser intérpretes, pero algo más de la mitad de los encuestados declara que la docencia era su propósito desde un principio. Este dato resulta llamativo y está probablemente motivado por el hecho de que es en ella donde se encuentran las mayores posibilidades laborales, pero de ser así cabe preguntarse por qué no se decidieron por la especialidad de Pedagogía en la misma proporción.
Esta realidad muestra que es necesaria una formación específica en el campo de la enseñanza aún dentro de las especialidades instrumentales para que estas personas puedan desenvolverse con soltura en lo que con más probabilidad será su futuro trabajo. Pero esta preparación no debe limitarse a una serie de conocimientos teóricos o a recargar los planes de estudio en este sentido, sino que tiene que ser eminentemente práctica y orientada a preparar a esos estudiantes para los retos reales que se le presentarán en el día a día en el aula. Como veremos a continuación, este no parece ser el caso.
La siguiente pregunta de la encuesta pedía una valoración de 1 a 5 sobre la formación instrumental y pedagógica que recibieron los participantes durante sus estudios. En las respectivas gráficas se observa claramente una gran desigualdad entre ambas, pero lo más importante es el contraste que esos datos ofrecen si se comparan con los obtenidos al preguntar a continuación sobre la percepción que tienen los encuestados acerca de su preparación instrumental y pedagógica en el momento actual, que ofrecen una gráfica prácticamente idéntica en los dos campos.
Valoración del grado de formación en el momento de empezar a dar clase
Valoración del grado actual de formación
Como cabía esperar, todo indica que la experiencia en el trabajo es un importante factor de mejora, pero al mismo tiempo se observa que, si bien ayuda en cierta medida a progresar en cuanto al dominio del instrumento, lo hace sobremanera en el caso de la enseñanza, hasta alcanzar un nivel similar en los dos ámbitos. Esto revela un carencia de base en la formación práctica de los futuros docentes, que se verán obligados a completar más adelante mediante su propia experiencia.
Es curioso observar que si se analizan los datos según los diferentes grupos de edad se constata que cuanto más jóvenes son los profesores, declaran haber recibido una mejor formación instrumental que lo que relatan sus colegas de más edad, pero al mismo tiempo una peor formación en Pedagogía. No parece clara la causa de esta percepción, que si bien puede ser reflejo de una situación real también podría ser debida a una mayor consciencia entre el profesorado más joven de cuáles son sus puntos fuertes y sus carencias.
Los profesores y su instrumento
Otro de los aspectos importantes que la encuesta pretendía investigar era la relación que los profesores tienen con su instrumento. La práctica totalidad manifestaba utilizarlo en clase para ilustrar sus ejemplos —un 76,29 % dice hacerlo siempre y un 20,26 % al menos en ocasiones—, pero también se quería averiguar si además de enseñar actúan con frecuencia en público y si sus propios centros les ofrecen las suficientes oportunidades de hacerlo.
¿Los profesores actúan en público regularmente?
Como se ve, más de la mitad declara tocar habitualmente y por encima de un 90 % hacerlo al menos en ocasiones. Esto nos da una imagen de profesorado con iniciativa y ganas de mostrarse en público, aunque quizá debamos tener en cuenta que el mismo hecho de participar en la encuesta ya implica un cierto grado de interés, por lo que podemos considerar que los datos obtenidos son más bien el reflejo de la opinión de ese perfil de profesorado proactivo que el de la media. Pero pensando en el tipo de profesorado ideal, probablemente sería ese perfil el que se debería promover.
Para comprobar si los propios centros facilitan esas actuaciones se les pidió que puntuaran del 1 al 5 las ocasiones que les ofrecían, y también en qué medida desearían disponer de más oportunidades.
¿Ofrecen los centros de trabajo oportunidades de actuar en público a sus profesores?
¿Desearían los profesores disponer de más oportunidades de tocar?
En este caso se puede observar una clara desproporción entre los deseos de tocar del profesorado —que más de un 75 % puntúa con un 4 o un 5— y las ocasiones de hacerlo que les ofrecen sus centros de trabajo —que solo un 44 % puntúa con la misma calificación—. Esto parece indicar claramente que muchos profesores se ven obligados a buscar la forma de subirse a un escenario como una actividad independiente y ajena a su conservatorio, a pesar de que esta experiencia es una parte fundamental del bagaje de conocimientos que deben transmitir a sus alumnos y que contribuye mucho más a la formación continua del profesorado que cualquier curso teórico.
Todos los centros de cualquier nivel educativo deberían contribuir a esta formación práctica, pero no se trata de una apuesta que deban hacer únicamente la administración o los equipos directivos. Varios encuestados manifestaron la dificultad que tienen en su centro para encontrar colegas con los que preparar un concierto, pese a las facilidades prestadas por el mismo. Quizá sea necesario un esfuerzo de concienciación para motivar al profesorado para que actúe con regularidad y experimente los beneficios que le reporta tanto como intérprete como en su labor docente.
¿En qué ayuda la dualidad intérprete-docente?
Al pedir a los encuestados que valoraran en qué medida consideran que tocar en público les ayuda en su labor como profesores de instrumento dos tercios lo puntuaron con el máximo, llegando a un 89,2 % si añadimos los que lo hicieron con un 4. En sentido recíproco, cabe destacar que más de un 73 % puntuaron con un 5 o un 4 lo que les ayuda en su labor interpretativa el hecho de tener alumnos a los que enseñar. Como vemos, la interpretación y la docencia no son sino las dos caras de una misma moneda.
Es en las preguntas abiertas de la encuesta donde los participantes pudieron describir en qué aspectos consideraban que esa doble actividad les reportaba beneficios. Como cabía esperar, muchas de las observaciones se referían al contacto con la escena, puesto que es ahí donde cobra sentido todo lo aprendido en clase y durante los años de estudio. Es en ese momento cuando la música adquiere su forma real como medio de comunicación de emociones, se trasciende el trabajo técnico y se trata a la música como algo vivo y no puramente mecánico. Además, la práctica regular ayuda a conocerse a uno mismo, las propias reacciones y los cambios anímicos que provoca el escenario, y proporciona las pautas para poder controlarlas y redirigirlas. Todo este conocimiento redunda en una mejora de la autoestima del docente y le proporciona recursos para ayudar a sus estudiantes.
Otro de los aspectos destacados por los encuestados se refiere a las necesidades del estudio del repertorio que se va a interpretar, que requiere planificar el trabajo y encontrar soluciones a los problemas que se puedan ir encontrando. La disciplina de estudio racional para sí mismo ayuda al profesor a empatizar con sus alumnos y a comprender las sensaciones por las que estos pasan cuando se enfrentan a un examen o a una audición. Estas experiencias escénicas compartidas aumentan la credibilidad del profesor como figura de referencia para sus alumnos. Como bien expresó uno de los encuestados: hablar es fácil, tocar te pone en tu sitio.
En sentido contrario, el disponer de alumnos —cada uno con sus propias características y necesidades— permite desarrollar una capacidad de diagnóstico que el instrumentista puede utilizar en su estudio personal, puesto que puede experimentar situaciones que él mismo no ha vivido en su época de estudiante, y a las que no habría tenido que hacer frente si solamente se dedicara a la interpretación. Recordemos en este punto las carencias que gran parte de los encuestados manifestaron sentir en cuanto a su preparación pedagógica inicial, que provocó que tuvieran que ir aprendiendo de su propia experiencia y solventando paso a paso y sin apenas conocimientos previos los nuevos problemas que sus alumnos iban presentando. Con un estudio detallado en la etapa de formación acerca de todo lo que afecta al hecho de tocar habrían podido disponer desde el inicio de una base desde la que hacer frente a las necesidades de los futuros alumnos.
Todas las estrategias de estudio que el profesor/intérprete utilice con sus alumnos pueden ser usadas para sí mismo —y viceversa—, y toda la experiencia escénica que pueda tener enriquecerá su bagaje de herramientas pedagógicas y de conocimientos que les podrá transmitir. Es una de las grandes virtudes de esta dualidad.
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