El pasado jueves, 25 de noviembre, fallecía en Madrid Encarnación López de Arenosa, catedrática emérita del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid.
Unos días antes, el 4 de noviembre, dicha institución le hacía un homenaje del que dimos cuenta en la versión digital de esta revista. Ese texto también ha sido incluido en el número de diciembre en papel, que ya estaba viajando a los quioscos cuando llegó a nosotros la noticia y que no ha podido ser rectificado. Sirva el homenaje de Teresa Catalán que van a leer a continuación como complemento a esas palabras.
Por Teresa Catalán, compositora, Premio Nacional de Música
Su nombre es suficiente, no hay que explicar quién fue Encarnación López de Arenosa, nuestra querida Encarna. Siempre repetía: no enseñamos lo que sabemos, sino lo que somos (lo atribuía a alguien, pero ahora mismo eso no tiene tanta importancia como la que adquiría por el sentido y el sentimiento con que ella lo expresaba). Sí, porque en sus palabras, siempre había algo para descubrir, siempre provocaba una reflexión, siempre decía algo aprovechable, clarividente…
Ha sido una de las grandes pedagogas de la música en nuestra historia, una mujer innovadora, atrevida, cabal, que pasó su vida ocupada con los demás, que pretendió siempre la excelencia y que —inasequible al desaliento—, se despidió con proyectos, con reclamaciones y con ilusión para el centro al que dedicó su vida: el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid. Allá fue alumna, catedrática, y la primera directora de su historia en momentos no muy fáciles, tarea que emprendió sin dar importancia a tantos esfuerzos, sacrificios, y a tantas renuncias como las que debió hacer, mientras cedía protagonismo y gloria a los que la perseguían. Vivió una vida larga, pero siempre fue joven y lo demostraba en el hecho de que, a pesar de su gran cultura, nunca quiso dejar de ser alumna, tanto en la universidad como en las clases de su entrañable amiga Michèle Dufour, a las que asistía hasta el último momento regular y entusiásticamente.
Su discreción daba paso a una elegancia que mostraba en su imagen tanto como en su bonhomía, siempre prudente pero firme, cariñosa sin perder su capacidad crítica o su finísimo sentido del humor, cordial incluso con aquellos que nunca llegaron a reconocer suficientemente la gran aportación que ha hecho en el ámbito de la pedagogía, y capaz de responder y atender a ideas estériles para rebatirlas con soluciones y con perspectiva de futuro.
Fue una mujer pionera (¡cuánto agradecemos tener referentes!), y supo conseguir que el tiempo que vivía siempre fuera su tiempo, porque no perdió la percepción del mundo nuevo que nos ha transformado. La gran cantidad de alumnos que pasaron por sus aulas siguen todavía hoy reconociendo su especial manera de abordar el concepto del lenguaje musical y agradeciendo el respeto que les transmitía por la materia. Fue capaz también de enseñar a pensar como estrategia pedagógica, para conseguir la autonomía de criterio, imprescindible en el desarrollo de una carrera artística. En definitiva, supo hacer que su magisterio fuese una fortuna para los que lo disfrutaron.
De apariencia frágil, fue sin embargo una resistente sin perder el talante generoso, que se transparentaba en su inolvidable mirada siempre viva y revelando inteligencia.
Gracias, Encarna, gracias por ser un modelo y por todo lo que nos has regalado, tanto a los que tenemos la fortuna de haber compartido vida contigo, como a los que, sin conocerte, te seguirán desde tus libros y tus escritos, superando el reto de comprender la música sin perder ninguno de sus significados.
Gracias por tu lección de vida.
Pilar Rafael González dice
Apenada por su muerte y,. A la vez muy agradecida, por haber asistido a algunos de los cursos,que tuve la suerte de recibir en Valladolid.??