Descubrimos el poder que tienen las sociedades musicales, los coros y las bandas de música para generar un cambio en el tejido cultural de nuestro país. ¿Qué valores florecen en un entorno donde la música es la protagonista? ¿Es capaz la música de cambiarte la vida?
Por Miguel Galdón
Era otoño y ese domingo estaba marcado en el calendario como un día especial para aquel niño de 12 años. Llevaba más de la mitad de su corta vida preparándose para ese momento. Nada podía fastidiarlo. Ni siquiera una operación en uno de sus pies que amenazó con hacerle vivir aquella experiencia apoyado en muletas.
Era la primera vez que vestía ese uniforme, pero no sería la última, ya que le iba a acompañar durante muchos años. Quizá durante toda su vida.
El sol levantino presenciaba la jornada y la música comenzaba a sonar a lo lejos. Los nervios se ponían a flor de piel. Cada vez estaban más y más cerca.
Los vecinos comenzaban a asomarse a los balcones y los fieles que acompañaban a la banda empezaron a aplaudir con las últimas notas del pasodoble. Había llegado el momento.
Uno de los músicos salió de la formación y se acercó al joven que esperaba en la puerta de casa con su trombón y perfectamente uniformado. Con un gesto cariñoso le invitó a sumarse al grupo y la banda, ahora con un integrante más, volvió a sonar siguiendo su camino para dar la bienvenida al resto de jóvenes que aquel día se unirían a la comunidad musical del municipio.
La música está en todas partes. La importancia que le damos al tejido musical de nuestra sociedad es un firme reflejo del impacto que tiene la música en nuestras vidas.
En Europa hay 37 millones de personas que cantan de forma regular en un coro, lo que equivale al 4,5 % de la población total del continente. En países con una amplia tradición musical estos porcentajes se elevan considerablemente hasta el 11 % de Austria, 10,7 % de Países Bajos o 6,3 % de Alemania. En el caso de España, nos situamos en el penúltimo lugar con un 2,4 %, únicamente por encima de Polonia, con un 2,3 % (European Choral Association).
Es posible que el número de personas que cantan en un coro no sea el dato más significativo sobre el valor que se da a la música en un país, pero resulta alarmante, más si cabe cuando España es el país europeo con más conservatorios oficiales (332 entre Enseñanzas Profesionales y Grado en Enseñanzas Artísticas Superiores de Música), a mucha distancia de otros como Francia (36), Alemania (24) o Reino Unido (11).
España es una potencia en cuanto a músicos profesionales, de eso no cabe duda. Podemos encontrar músicos españoles en cualquiera de las mejores orquestas del planeta, en los centros de estudios más reputados o como solistas por todo el mundo. Sin embargo, y a la vista de los datos, nos queda una asignatura pendiente. Una de las más importantes. Asentar la cultura musical desde la base.
Hacer música implica conectar con otras personas, entenderse, trabajar conjuntamente, divertirse, escuchar… Escuchar a los demás para adaptar mi interpretación y ajustarla a las necesidades del grupo. Dejar de lado el individualismo para que a través de los sonidos que emitimos todos consigamos conectar y emocionar a las personas que nos escuchan desde fuera. Y también a nosotros mismos. Cuando uno hace música, también se emociona.
Para llegar a emocionar haciendo sonar un tubo de metal o frotando una cuerda hay que estudiar mucho. Y hay que valorar y potenciar el inmenso trabajo que se hace desde las escuelas de música, las bandas y coros, las agrupaciones de música popular y cualquier otro colectivo musical.
En España hay en la actualidad más de 310.000 personas estudiando música (Anuario de Estadísticas Culturales 2023, Ministerio de Cultura y Deporte) y es que la práctica musical ofrece un sinfín de beneficios. No nos detendremos a detallarlos, pero sí me gustaría destacar dos: a través de la música se aprende a trabajar en equipo, ya que siempre dependemos del otro para expresarnos conjuntamente; y la música nos enseña la importancia de la constancia, ya que sin una práctica regular no conseguimos los resultados que deseamos.
El objetivo de tener un tejido musical sólido no debe ser ampliar el número de músicos profesionales, sino conseguir que un mayor porcentaje de la sociedad tenga en la música una herramienta para disfrutar, para relacionarse con otros y para ser más feliz.
En algunas regiones de nuestro país se ha potenciado históricamente la creación de coros o bandas de música y, en efecto, la vida cultural de esas zonas se ha visto claramente influenciada por esas decisiones.
Así, en toda la franja norte española se ve una mayor concentración de coros muy superior a la media destacando comunidades como País Vasco (15,44 coros por cada 100.000 habitantes), Comunidad Foral de Navarra (14,91) o Cantabria (13,67). Por otra parte, las bandas de música se concentran en la Comunitat Valenciana (10,51 bandas de música por cada 100.000 habitantes), varios puntos por encima de Castilla-La Mancha (6,43), que ocupa el segundo lugar.
Gracias a esa cultura musical que se vive en las calles, muchas personas han aprendido a amar la música, a compartirla y, quién sabe, algunos incluso habrán terminado por hacerla su modo de vida. Como aquel joven trombonista que, debo confesar, era yo.
No puedo evitar que me caiga una lágrima de emoción al recordar aquel momento y ver, con la distancia del tiempo, lo que ha supuesto para mí criarme en una comunidad donde la música era un pilar fundamental.
La música está en todas partes. Búscala, disfrútala y compártela.
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