El pasado 19 de agosto se cumplieron 100 años de la muerte de Felipe Pedrell, una de las figuras más destacadas del panorama musical español tardo romántico. A lo largo de su vida Pedrell buscó recuperar y reivindicar la música patria (popular y culta) desde el género lírico, también desde su incipiente actividad docente, musicológica y etnomusicológica
Por Daniel Guinea Recuero
La vida de Felipe Pedrell (1841-1922) es la de una figura capital a la hora de caracterizar y condicionar la creación y discusión en torno a la música en las décadas de la restauración borbónica. Quizá es Pedrell conocido ante todo por su defensa, muchas veces en prensa, de una particular ideología sobre la necesidad de la ópera en español (deudora de su experiencia en el exterior en Roma o París y del conocimiento del wagnerianismo) y por un nacionalismo musical de larga influencia hasta la actualidad. Sus disputas, debates y correspondencia con otras personalidades marcaron su clima intelectual mientras que su docencia a figuras como Granados, Albéniz o Falla logró que sus ideas perduraran en el tiempo.
La influencia de Pedrell debía ser amplia pues su actividad intelectual, que abarcaba su labor como conferenciante, historiador, critico, bibliófilo, investigador y editor, llegó a todos los confines de la discusión pública y privada sobre la música en el momento.
Fue Pedrell, sin embargo, mucho más que un simple esteta. Su producción literaria no era sino la plasmación de un ideal compositivo que con perseverancia llevó a la práctica. Pueden descubrirse en el catálogo de Pedrell casi 400 obras que abarcan de 1856 a 1906 en las que se aprecia una marcada evolución estética que se correspondió con la evolución de su pensamiento referido al arte sonoro. Puede descubrirse también un potencial polifacético, pues el maestro de Tortosa compuso desde marchas y arreglos para banda a grandes piezas para orquesta en los géneros del Lied, zarzuela y ópera (destacando Els Pirineus o La Celestina) con músicas que combinaban lo romántico, lo sacro, pero también lo popular.
El interés de Pedrell por la música nacional se manifestó no solo en la defensa de una ópera nacional sino en la recuperación de materiales populares de la esfera aragonesa y catalana y que incorporó en todo tipo de composiciones.
Etapa en Tortosa (1856-1873)
Nacido el 19 de febrero de 1841, Felipe Pedrell mostró un interés precoz en torno a la música que le llevó a integrarse temprano en la vida artística de su catedral local. En tan sacro espacio, y de la mano del maestro Nin, Pedrell aprendió los fundamentos básicos del arte musical y tuvo un contacto importante con la música religiosa.
La relación con su maestro fue también importante dado que fue quien, junto a su madre, le contagió el interés por las melodías y músicas populares, algo que marcaría al maestro Pedrell de por vida. Pedrell recopiló durante su juventud cantos y nanas de su madre, también romances o músicas del paso de encaperuzados en el pueblo e incluso entre 1860 y 1865 recorrió las tierras de la desembocadura del Ebro recogiendo materiales (cantos de vigilantes, tonadillas, cantos de mendigos). Todas estas músicas las incluiría en sus composiciones posteriores.
En Tortosa, Pedrell también tuvo contacto con la música lírica de corte italiano gracias a la cercanía con Barcelona (a donde viajaba acompañando a la banda de Tortosa) y a las interpretaciones que realizó al piano en el Casino Tortosino, donde se escucharon composiciones de Bellini o Donizetti además de Chopin (autor por el cual se sintió muy influenciado en pequeñas piezas de piano como sus Nocturnos).
Esta actividad musical tuvo un poderoso influjo en Pedrell, quien a corta edad ya había iniciado actividad compositiva a través de los Lied y sobre todo su primera obra operística titulada L’ultimo abenzerraggio (1869).En esta ópera ya incluía cantos y músicas populares (boleros, romances moriscos) que convergían con su italianismo y sorprendente pintoresquismo y números como ballets. A lo largo de su vida, Pedrell modificaría en multitud de ocasiones la obra, demostrando su habilidad para adaptarse a los distintos lenguajes del momento. Aunque de gusto italianizante, Pedrell también mostró interés en la renovación wagneriana del drama lírico en algunos de sus escritos tempranos como La música del porvenir (1868).
Etapa en Barcelona (1873)
La mudanza a Barcelona en 1873 supuso la llegada de Pedrell a la ciudad que sería su hogar durante gran parte del resto de su vida. Este movimiento encuentra su justificación en el progreso que Pedrell había experimentado como intelectual y compositor. Para entonces muchas de sus obras y textos, tanto acerca de la historia de la música como teoría musical, eran publicados en la ciudad condal.
Un año después, en 1874, Pedrell logró llevar a escena en el histórico Liceu L’ultimo abenzerraggio con una acogedora respuesta de público y crítica que facilitó estrenos posteriores en el mismo espacio como el de la ópera Quasimodo de 1875. En 1876 tuvo tiempo de componer su insigne colección de Lied orientalesen los que ideó un nuevo modelo de canción recurriendo a las armonías típicas de las tierras del Ebro que conocía.
El éxito musical que alcanzó con sus composiciones anteriores sirvió a Pedrell para asegurar una ayuda de las diputaciones provinciales de Tarragona y Girona y sufragar un viaje a Roma, no siendo su único contacto con el exterior, pues poco después marcharía a París. La actividad compositora en ambas urbes cosmopolitas respondió sin embargo a las influencias de su más temprana infancia. En Roma, Pedrell compuso varias misas y motetes que le sirvieron para ganar el concurso de la Sociedad Amigos del País de Valencia. Tras un paso intermedio por Italia y Tortosa, Pedrell recaló en París, ciudad en la que ideó El cant de la muntanya (1879), obra sinfónica cuyo movimiento ‘Festa‘ contaba con la inspiración de la música folclórica y festiva de la comarca de Tortosa y que fue interpretada en las fiestas de Montpellier.
Los años posteriores se caracterizaron por una radicalización en su nacionalismo a la hora de componer Lied o música de piano y por un acercamiento más intenso a la música sacra desde 1882, siguiendo el objetivo de tratar de recuperar la música religiosa española, labor que en 1886 se amplió al recuperar biográfica y documentalmente a los grandes músicos españoles de los siglos XV a XVIII (Cabezón, Guerrero, Tomás Luis de Victoria) y que culminó en la publicación de la revisa Ilustración Musical Hispanoamericana.
Los últimos años (1890-1891) de su primera etapa en Barcelona estuvieron marcados por su relación epistolar con Barbieri (conversando acerca de la zarzuela y ópera nacional siendo la primera de origen español posible fundamento de la segunda) y por la composición de su magna trilogía operística Els Pirineus sobre el poema lírico de Víctor Balaguer, obra que marcó un viraje en el estilo de Pedrell. Esta composición se presentó fragmentariamente por los escenarios internacionales de Italia y Francia, pero tuvo problemas para ser interpretada íntegramente en territorio nacional. Esta situación se debió a su actividad cada vez más polémica como ideólogo y crítico musical en el Diario de Barcelona.
Etapa en Madrid (1894-1904)
Las dificultades a la hora de estrenar Els Pirineus tuvieron como consecuencia que Pedrell trasladara su residencia a Madrid. Daba así inicio una época intensa, de grandes vivencias, pero también de amargura para el tortosino. Esta etapa de Pedrell en Madrid estuvo marcada por las intensas interacciones que tuvo con las grandes personalidades de la capital española.
Por un lado, gran parte de su éxito y prosperidad en la capital se debió a su relación personal con Gabriel Rodríguez, quien ante la ausencia de Barbieri (muerto en el mismo 1894) ejerció de protector del maestro de Tortosa y le facilitó acceder a una plaza de catedrático en el conservatorio, en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y, además, un espacio en el Ateneo para que Pedrell diera conferencias. Habló Pedrell en estos espacios de polifonistas, vihuelistas u organistas y profundizó en su recuperación de los músicos españoles y las músicas sacras nacionales.
No se trató esta de una relación unidireccional, pues Pedrell igualmente tuvo una gran influencia en Gabriel Rodríguez y fue una figura capital para que este autor pudiera publicar su Colección de melodías para canto y piano. Esta obra casaba con las ideas que tenía Pedrell acerca del necesario devenir del Lied español (muy relevante para la música de salón de la sociedad burguesa del momento).
Por otro lado, las mayores frustraciones de Pedrell como compositor fueron consecuencia de su turbulenta relación con Tomás Bretón y Balaguer (con quien tuvo una intensa disputa en torno a los derechos de autor de sus poemas). Se suele esgrimir que ambos se alinearon para dificultar e impedir que Pedrell pudiera estrenar en el Teatro Real Els Pirineus (que solo en 1902 serían interpretados en el Liceu).
Els Pirineus es una trilogía operística que resumía el pensamiento musical de Pedrell en la época y que fue sintetizado en el polémico texto Por nuestra música. En este opúsculo, Pedrell defendía una nueva forma de comprender la ópera, la acción dramática y los temas musicales. Cabe destacar que en el texto se justificaba el uso en la ópera de la música histórica por razones estéticas, reivindicando en un gesto nacionalista la posible inspiración de corrientes artísticas como la de los trovadores y música religiosa desde la Antigüedad a la polifonía renacentista y barroca. En Els Pirineus, además,Pedrell incorporó las orientalizaciones y la música de su local Tortosa (en concreto, una canción bressol o nana de su madre).
La actividad musical de Pedrell no se vio interrumpida por la polémica de Els Pirineus y para seguir adelante el compositor se aventuró en la composición de otros dos grandes dramas líricos, una musicalización de La Celestina (1902) en la que incluyó muchas más músicas (canciones y romances) populares y el poema El Comte Arnau (1904). Estas dos obras conformaron junto a Els Pirineus lo que se considera la gran trilogía de Pedrell dedicada a la patria, el amor y la fe.
Por último, para finalizar esta etapa, no puede olvidarse la relación establecida entre Pedrell y sus alumnos, siendo destacado el caso de Falla a raíz de su asistencia al Conservatorio de Madrid. El compositor gaditano entendió a Pedrell como un músico único y especial y siempre le defendió y reivindicó; Pedrell supo guiar y orientar la carrera de Falla además de influenciarle ideológicamente.
Últimos años (1905-1922)
Casi entrando en 1905 comenzó la última gran etapa vital de Pedrell, caracterizada por una mayor inestabilidad y una progresiva pérdida de notoriedad pública. Pedrell retornó durante un lustro a Barcelona por motivos de salud y dejó atrás su puesto en la Academia y en el Conservatorio, algo que no evitó que siguiera ejerciendo de docente, compositor (estrenó obras en el Palau de la Música o en el Teatro Principal de Barcelona), escritor (publicó textos como su Antología de organistas clásicos) y crítico en La Vanguardia; además se encargó del proyecto de catalogación de los fondos de la Biblioteca Musical de la Diputación Provincial de Barcelona.
Tras una etapa en la que Pedrell atravesó numerosas dificultades y se sintió maltratado, llegó la gran noticia del aclamado y bien recibido estreno de Els Pirineus en Buenos Aires en 1910 y de un homenaje realizado en Tortosa a su figura en 1911 en honor de su 70.º cumpleaños. Se trató esta de una celebración multitudinaria de 10.000 personas en la que se festejó su obra y figura en compañía de grandes personalidades del panorama musical, además de sus vecinos. Este evento fue un espejismo pasajero de felicidad, pues poco después falleció su hija, y durante los siguientes años hasta su muerte, en 1922, continuaría cayendo paulatinamente en el olvido.
Durante esta oscura etapa Pedrell se refugió en completar su Cancionero musical popular español en el que desarrolló distintas consideraciones en torno al folclore y la música popular nacional e identificó los principales tipos de músicas nacionales mediante las cuales ordenar los materiales folclóricos que a lo largo de su vida había recogido. Pedrell defendía que existían dos principales tipos de músicas populares: el canto popular en la vida doméstica y el canto popular en la vida pública.
Legado: musicología, etnomusicolgía, crítica, estética, docencia
Pedrell decidió donar todo su archivo y documentos a la Biblioteca de Cataluña. Este archivo debe reivindicarse como el de un hombre que apenas tuvo acceso a bibliotecas especializadas, mecenas o apoyos institucionales y sin embargo produjo y recopiló una notable literatura innovadora.
Si bien esta donación constituye la herencia material que el compositor de Tortosa legó al mundo, existe también una invaluable herencia cultural que Pedrell aportó a la sociedad española que debe ser reivindicada.
Como maestro, Pedrell se dedicó a la enseñanza de los grandes músicos de las generaciones posteriores y les influyó estética y estilísticamente. Entre la lista de sus alumnos puede descubrirse a Granados, Albéniz, Falla, Turina, Vives, José Subirá y Robert Gerhard.
Como musicólogo, historiador y crítico de la música, labores que usualmente combinó, Pedrell se encargó no solo de reivindicar la lírica nacional sino de recuperar a todos aquellos músicos del mundo de la llamada música antigua y que conforman una de las etapas doradas de la música ligada a España, destacando a este respecto su Diccionario técnico de la música española como compilación de sus investigaciones.
Como etnomusicólogo, Pedrell hizo una impagable labor de recuperación de materiales populares que posteriormente introdujo en sus obras en forma de melodías preexistentes como dando lugar a nuevas armonizaciones. Abrió además el camino del estudio de músicas populares urbanas, como el caso del flamenco gracias a su artículo Los cantos flamencos (Diario de Barcelona, 10 de julio de 1892).
Como compositor e intelectual preocupado por el drama lírico nacional no puede olvidarse la atención que brindó a la zarzuela como un caso particular, un género que consideraba provisional frente a la posibilidad de una ópera española. Defendía que desarrollándose desde las tonadillas podían conectarse música popular y clásica (aunque al final de su vida dejó de creer en tal posibilidad).
Felipe Pedrell fue una personalidad a través de la cual se pueden estudiar los intensos años que marcaron el devenir del tardo-romanticismo nacionalista español; es también una figura con una vida intensa, comprometida siempre con la música y con una red de amistades y relaciones musicales digna de ser estudiada.
Deja una respuesta