Por Tomás Marco
Para evitar cualquier malentendido, debo aclarar que la ciencia de la Estadística me merece todos los respetos y es una especialidad que ha mostrado de manera apabullante su utilidad en infinidad de campos, en especial con los grandes números. Quede bien claro pues que, cualquier cosa peyorativa que aquí se pueda decir, no va en contra de la estadística, sino del uso abusivo o erróneo de la misma. Está claro que si un millón de personas consume medio millón de pollos, estadísticamente cada uno toca a medio pollo, y probablemente en líneas generales eso se cumple; pero si son dos personas y una se come el pollo entero, la otra ayuna, lo contemplemos como lo queramos ver.
Todo esto viene a propósito de la presentación que, entre el fin de una temporada y el comienzo de la siguiente, realizan las orquestas y otros organismos de lo que ofrecerán en el inmediato futuro, ya que no deja de ser sintomático que ahora sea frecuente que se acuda a la estadística para subrayar porcentajes de presencia de unas cosas u otras, lo que empieza a tocar a los ámbitos de la música española o actual. Algo vamos ganando, porque antes no se recurría a ningún subterfugio y ahora son cosas que se sospecha necesitan algo de maquillaje, pero se suele hacer recurriendo al viejo chiste neoyorquino de la empanada de perdiz.
Esa anécdota cuenta el caso de dos comerciantes que vendían empanada de perdiz pero uno de ellos no podía competir con los precios de su contrincante. Como no tenían mala relación, le preguntó confidencialmente cómo se las arreglaba para vender a ese precio y el otro le confesó que en realidad mezclaba la perdiz con algo de carne de caballo. ‘¿En qué proporción?’, preguntó el primero; y el vecino, absolutamente convencido de su verdad estadística le contestó: ‘a partes iguales, una perdiz, un caballo, una perdiz, un caballo…’.
Las proclamas de atención que muchos dicen que tiene el repertorio español en sus programaciones se parecen mucho a esto. No podría decirse que programar La oración del torero frente a la Octava sinfonía de Bruckner conceda una cuota del cincuenta por ciento al repertorio español. Ojo, no estoy hablando de calidades, de importancia, ni de nada de eso, simplemente de envergadura y de empleo del material que es más importante en la música y su programación: el tiempo.
El resultado es que hoy día se suele presumir de atender el repertorio español -o cualquier otro que esté más o menos desatendido- en base a estadísticas que se parecen mucho a las del comerciante del chiste. La prueba está en que, en realidad, seguimos sin tener en la práctica un repertorio español, a excepción de un par de obras repetidas, y que la mayoría de las obras supuestamente ‘conocidas’ lo son mucho más de referencia libresca que de escucharse en vivo. Se dice que no hay, por ejemplo, sinfonías españolas, pero las que hay no se tocan. La de Arriaga, en cualquier otro país, sería patrimonio vivo del mismo; escudriñen en las programaciones cuántas veces aparece en las orquestas. Así que no hablaremos de las de Marqués, Bretón u otras más cercanas, y excluyo a los compositores vivos, que sufren otras estadísticas, para que no haya malentendidos. ¿Cuántos aficionados conocen bien o han tenido ocasión de escuchar la Sinfonía Aitana de Oscar Esplá o cualquiera de las de Roberto Gerhard?
No es cuestión de buscar culpabilidades, pues entre todos la mataron y ella sola se murió. Hay quien observa que muchas orquestas españolas tienen directores musicales extranjeros que, por lo general, no solo desconocen el repertorio español, sino que no sospechan que lo haya. Eso puede ser un indicio, pero tampoco los directores españoles, y ahora hay muchos bastante jóvenes y buenos, se ocupan demasiado del tema. Además, las nuevas generaciones de gerentes españoles tampoco tienen mucho conocimiento de eso, suelen ser empedernidos discófilos, y en sus propuestas de marketing no ven que eso sea rentable, ya que el concepto de rentabilidad cultural ya no se maneja.
No echemos más culpa de la que tienen a las orquestas y teatros líricos españoles, puesto que el mismo proceso ocurre en la música de cámara. Ahora que tenemos algunas agrupaciones camerísticas de categoría podríamos preguntar dónde están los cuartetos de Canales, que nuestro público sigue desconociendo, incluso los de Arriaga, y no digamos los de Bretón o los de Guridi. El que una institución, por lo demás modélica, como la Fundación Juan March, anuncie que va a programar el ciclo completo de cuartetos de Conrado del Campo indica cómo se desconocen y están fuera del repertorio.
Algunas personas hablan de la necesidad de poner cuotas en las programaciones públicas —de una manera u otra casi todas lo son—, pero no creo que sea la solución; no me imagino a los franceses o a los alemanes pidiendo una cuota de presencia de su música, se da por descontado que eso es así y que, además, primero es lo de ellos y luego ya vendrá lo demás.
Posiblemente la solución sea mucho más compleja y a lo mejor hasta utópica: pasa por empezar por una mejor y mayor presencia de la música, y de la española, claro, en los programas educativos. Ya sé que los vientos soplan contrarios a esto, pero no hay que perder la esperanza de que alguna vez el panorama político sea menos cutre. La educación de los ciudadanos es la única garantía de continuidad de la música, pero también la educación de los músicos, que pasaría porque las obras españolas, y no solo las de siempre, se estudiaran durante la formación. Y tampoco estaría de más que el público se implicara más en la demanda de lo suyo, pero no es fácil pedir a alguien que solicite lo que no conoce, por eso lo de la educación musical general me parece tan importante.
Parece que todo está perdido si hay que partir de estas premisas, y no veo otras, pero quizá no lo esté tanto, porque si nos apabullan a estadísticas es porque empieza a haber una pequeña conciencia de que las cosas no van bien y de que hay ya quien lo dice. A lo mejor se consigue quitar alguna proporción de caballo a las empanadas de perdiz del futuro.
Ser optimista sobre el futuro sirve lo mismo que ser pesimista, es una simple especulación, pero quizá con optimismo se pase menos mal y se esté más dispuesto a trabajar. De todas formas, no estaría de más recordar que hace poco más de una treintena de años, el panorama de instituciones musicales españolas era bien raquítico y tradicionalmente siempre lo había sido, realmente el esfuerzo de estos años ha sido titánico. Bien es cierto que con los recortes y las austeridades de la tan nombrada crisis todo se ha quedado en vilo, y muchas cosas han estado a punto de desaparecer. Pero, al menos hasta ahora, no lo han hecho y, como según nos cuentan, lo peor ya ha pasado, posiblemente en un futuro más o menos lejano, o no, se podrá crecer.
Entre tanto, con crisis o sin ella, con austeridades o con dispendios —que aún queda alguno— lo que se hace necesario es comenzar una campaña de conocimiento y sensibilidad hacia la música española de todos los tiempos, y no solo porque sea nuestra, que también, sino porque además es valiosa. Naturalmente, para los que no la conocen, esto puede parecer una afirmación en el vacío, pero para poder decir tal cosa primero tendrían que hacer el esfuerzo de conocerla. No digo yo que la música española tenga que despertar los mismos entusiasmos y seguimiento que la selección de fútbol, por más que eso no sería pernicioso, pero, en fin, se merece un conocimiento y un cariño que actualmente no tiene. Hay que apreciar lo propio, de lo contrario, las empanadas de perdiz acabarán llevando solo caballo.