Hace algo más de un año dedicábamos nuestra sección a la impresionante trayectoria de quien es, sin duda, el mayor exponente del órgano en España, Montserrat Torrent i Serra. Hoy, quisiéramos echar la vista un poco más atrás, y atender a una pionera en la materia, gracias a la cual el mundo del órgano, a veces opaco, pero, sobre todo, muy masculino, comenzó a abrirse a las mujeres. Nos referimos a la organista y compositora sueca Elfrida Andrée.
Por Fabiana Sans Arcílagos & Lucía Martín-Maestro Verbo
El 19 de febrero de 1841 nace en Visby (Suecia), la organista, compositora y, a nuestros ojos, defensora de los derechos de la mujer, Elfrida Andrée. Su educación musical estuvo marcada por la ferviente pasión e interés que tenía su padre, Andreas Andrée, hacia la música. Andreas, médico y político liberal, organizaba en su hogar veladas musicales y se dedicaba a la educación en este arte de sus dos hijas, la cantante Fredrika Andrée-Stenhammar, y quien nos atañe, Elfrida Andrée. El hombre, consciente de sus limitaciones, deja en manos del organista Wilhelm Söhrling la enseñanza de sus hijas. El progreso de ambas fue mujeres fue indiscutible, destacando el de la menor de las hermanas, quien se interesó especialmente por el estudio y la ejecución del instrumento.
Considerando los grandes avances de la joven, cuando tiene solo 14 años, se traslada junto con toda su familia a Estocolmo para optar al ingreso de la clase de órgano en la Real Academia de Música de la ciudad. Lamentablemente, y a pesar de la lucha que emprendió su padre alegando la igualdad de oportunidades en este recinto, Elfrida no fue admitida, ya que no les estaba permitido a las mujeres estudiar en dicho centro. No obstante, Andrée se preparó con profesores particulares y, tras años de estudios privados, le permitieron titularse como organista, siendo la primera mujer en lograrlo en este país.
Cabe destacar que, tanto la organista como su padre, emprendieron una campaña pública, en contra del rechazo de algunos parlamentarios, especialmente del arzobispo Henrik Reuterdahl, quien se negó a dar el permiso para obtener el título de organista, alegando que este instrumento no era apto para mujeres. Al mismo tiempo, Elfrida vivía un nuevo rechazo, esta vez en la Iglesia de Santiago. Su maestro de órgano la había contratado para que le sustituyera en dicho recinto, pero, según relata la musicóloga y biógrafa de Andrée, Eva Öhrström, los sacerdotes consideraban que este puesto era solo para hombres, alegando que ‘la vista de una mujer en el taburete de órgano sería indecente y disruptiva de la devoción’. Sin embargo ,y a pesar de este sinsabor, la campaña recogió sus frutos con la reforma de ley en 1861, con la que se les permitía a las mujeres obtener la titulación en este puesto.
Motivada por este éxito, ampliaría su lucha a otros dominios, siempre a favor de la emancipación de las mujeres y su derecho a acceder a los puestos de trabajo públicos. De esta manera, Elfrida se formó y llegó a ser la primera telegrafista del país, propiciando con su empeño una feminización de ese sector.
Finalizados sus estudios de órgano, Elfrida amplía sus conocimientos y se interesa en la composición, estudiando con Ludvig Norman en la Academia Sueca de Música. Años más tarde se trasladó a Copenhague para estudiar con Niels Gade.
Durante este período emprende lo que será la carrera de su vida. En 1866 queda vacante el puesto de organista de la Catedral de Gotemburgo y Elfrida no dudó en solicitarla. En la ciudad se vivía una época de cambios importantes, en el que las mujeres empezaban a tener mayor presencia en diferentes ámbitos. Así, Andrée se trasladó a la ciudad en 1867 para realizar la audición, siendo ella la única mujer en presentarse al puesto y a la que por unanimidad le fue concedido.
Pero, tal como hemos mencionado, Elfrida no solo se dedicó a la ejecución del órgano, sino que desarrolló una gran carrera como compositora, escribiendo más de un centenar de obras, entre las que se cuentan una ópera, obras orquestales, música de cámara con distintas configuraciones, obras corales, para piano solo, para órgano, canciones solistas, dos misas y arreglos de canciones populares.
Su faceta compositiva puede dividirse en tres periodos. El primero de ellos coincide con sus primeros años en Estocolmo, donde escribió cinco obras, de las cuales solo una fue publicada. Öhrström destaca que a pesar de que su lenguaje compositivo se acerca formalmente al de su maestro Norman y formalmente al de Beethoven, Mendelssohn y Schubert, se distingue un estilo propio en ‘el tratamiento de la melodía, ciertos efectos de timbre […] y un brío distinto’.
Su traslado a Gotemburgo en 1867 marca el inicio de la segunda etapa, donde cambiaría el contacto con la academia por el contacto con los músicos militares, generando nuevas ideas tímbricas, armónicas y estilísticas. Tan solo dos años después de instalarse en esta ciudad, compondría su primera sinfonía, cuyo lenguaje ha sido comparado con el del primer Brahms. No obstante, el estreno de esta obra no quedaría libre de polémica, y es que, en palabras de la propia compositora, ‘los músicos lo hicieron mal a propósito’, hasta tal punto que Elfrida y su hermana abandonaron la sala cuando, en el cuarto movimiento, los violines primeros iban un compás por detrás que el resto de la orquesta. Como era de esperar, las críticas fueron muy duras con ella, de tal manera que llegó a caer enferma. Tras este mal trago, y a lo largo de toda la década de los años 1870, dejaría de lado la composición sinfónica para dedicarse más a la música de cámara, canciones y pequeñas piezas para piano. En su correspondencia de la época, y llevada por la rabia de la experiencia, la artista escribió lo que llegó a ser su leitmotiv: ‘¿Cuántas veces no he sentido resentimiento cuando se ha escrito o dicho, y sinceramente, que no se puedan mencionar nombres femeninos en lo que respecta a la composición musical seria? […] ahora ese es el comienzo que deseo. Sería más fácil arrancar un pedazo de la roca que arrancarme mi idea ideal: ¡la elevación de la mujer!’.Sin embargo, habría que esperar hasta 1879 para que se decidiera a escribir su segunda sinfonía.
Su última etapa compositiva comenzaría en 1890 con su sinfonía para órgano, en la que ya había estado trabajando durante los años previos. A partir de este momento puede percibirse un estilo mucho más personal. Pertenece a este periodo también su ópera Fritiofs Saga, de marcado carácter wagneriano, con libreto basado en la epopeya de Esaias Tegnér, y escrito por Selma Lagerlöf, así como sus misas suecas, entre otros.
A estas alturas, Elfrida ya era una figura muy representativa en la escena nacional. Recibió prestigiosos reconocimientos como el premio Litteris et Artibus (1895), la beca Idun ‘Academia de Mujeres’ en 1908 y el ingreso como miembro uno de la Real Academia Sueca de la Música (1899).
Elfrida Andrée siempre luchó por la posición de la mujer en el ámbito de la música, algo que, por extraño que hoy nos pueda parecer, no compartían todas las mujeres de su época. Hay una anécdota a este respecto en relación con la compositora noruega Agathe Backer Gröndahl, quien no se atrevía a componer para orquesta y que llegó a asegurar que Elfrida ‘no era realmente de su género’.
En su carrera docente, Elfrida formó a una buena cantidad de organistas, generando una situación extraordinaria: Gotemburgo se conviritió en la única diócesis sueca con organistas femeninas al final de la década de 1880. Además de esto, Andrée fue directora de orquesta y en 1897 se hizo cargo de los conciertos populares de Arbetareinstituteten Gotemburgo, programa que tenía como objetivo crear nueva audiencia para los conciertos sinfónicos.
La muerte la sorprendió el 11 de enero de 1929 en la ciudad que la acogió durante más de cincuenta años. El estatus que logró adquirir a lo largo de su dilatada carrera no le impidió llevar por bandera hasta el último de sus días su lema y motor ‘la elevación de la mujer’ sobre todas las cosas.
Deja una respuesta