No es un reto habitual para un concertino de orquesta sinfónica: dar la vuelta al mundo en un año, en furgoneta, y en familia. Pero, como os lo voy a contar con todo detalle, entenderéis perfectamente por qué lo he hecho.
Por Yorrick Troman
Dejad que me presente. Me llamo Yorrick y soy violinista. Estoy afincado en España desde 2010. Fui concertino de la Orquesta Ciudad de Granada hasta 2015 y desde entonces ejerzo ese papel en la Orquesta Sinfónica de Navarra. También seré el concertino de la Franz Schubert Filharmonia esta temporada, y una vez al año soy concertino de la Orquesta Imposible de Alondra de la Parra. Soy un apasionado de la música, como la gran mayoría de mis compañeros de gremio.
El mundo… ¿os acordáis de ese globo terráqueo que teníamos en el escritorio, que había en cada clase de geografía, que alumbraba de azul, verde y beige tu cuarto si lo dejabas encendido por la noche? Cuántas vueltas le he dado intentando hacerlo girar como si fuera una pelota de baloncesto en el dedo de Michael Jordan… Cuántos sueños empezaban por ‘iré allí’, ‘cruzaré tal desierto’, ‘subiré tal montaña’… Cuánta envidia me generaba la literatura de marineros veleros (Joshua Slocum, Bernard Moitessier, Le Toumelin), que cruzaban los océanos solamente con la energía del viento…
Pasaron los años. No era un estudiante modelo, para nada. Quizá el sistema educativo francés no era tan soñador para mi gusto, pero, tras el bachillerato, el diploma del conservatorio superior, un año de Erasmus en Oslo (Noruega) y dos años tocando la guitarra en un grupo, descubrí el mundo sinfónico. Me costó entenderlo, pero aproveché para convertirlo en un reto: buscar, aprender, entender y, al final, hacerlo mío. Conocí a músicos increíbles que me ayudaron durante los años de aprendizaje, me apoyaron, me defendieron de los que no. Así pasa la vida: creces, aprendes, transmites para los que van a seguir mas allá cuando ya no estés.
La vida…
La vida misma te va contando lo que debes hacer y lo que no, lo que es importante y lo que no. Lo que no es tan obvio es escuchar a tu corazón, a tu cuerpo. Podemos pasar horas frente a un televisor o a un móvil antes de que algo pase en nuestra cabeza para decir ‘stop!’, ¿esto es lo que quieres para tu vida?’.
Muchas veces damos por hecho el tiempo que tenemos. ¿Cuántos millones de circunstancias son necesarias para que podamos gozar de un solo segundo de vida, para luego gastarla en informaciones que ni queremos conocer, como las ofertas de préstamo rápido en un clic para comprar más cosas fútiles o la contratación de un seguro de vida que intenta darte tranquilidad si te pasa algo?
No, no pienso que podamos comprar ni controlar a la muerte. Necesitamos tener más angustia por vivir, tener más amor hacia la muerte, por marcar el fin de cada uno de nosotros sin excepción y, así, obligarnos a celebrar cada segundo de la vida. La muerte es motivación por vivir, y vivir tiene que ser tan grande como los sueños.
Los sueños…
La belleza de los sueños es que van más allá de lo que tenemos en nuestro día a día. Una proyección de nosotros mismos en un futuro creado por nuestra fantasía, y al ser fantasía, solo tiene limite nuestra imaginación. A un niño, si le haces la pregunta ‘¿cuál es tu sueño para tu futuro?’, es probable que conteste ‘ser rico, ser policía, futbolista o veterinaria’. Pero este mismo niño unos años más tarde cuando sea adolescente contestará con lo que habrá añadido a su conocimiento, y así vamos toda la vida. Queremos, amamos, deseamos lo que conocemos. Somos así, está escrito en nuestros genes, amamos a nuestros círculos, porque lo conocido nos permite proyectar con total seguridad. Se llama familiaridad.
Y yo pienso: si amamos lo que conocemos, ¿por qué limitamos nuestro conocimiento?, ¿no somos capaces de amar más?, ¿habrá un límite?Siempre he sentido la música como un canal de amor a través de algo físico, las vibraciones. Nosotros, los seres humanos, amoldamos los sonidos y los lanzamos a estos canales que nos unen unos a otros, el tiempo de una canción, una rapsodia o una sinfonía. La música sola no tendría tanto efecto: quien tiene el mérito es el amor que tenemos dentro y capta las emociones, dentro del músico y de su público.
Al hilo de esta reflexión, desde hace varios años me preocupaba que el estilo musical que amo, la llamada ‘música clásica’, que no llegase tanto al corazón de la gente como lo pueden hacer otros géneros musicales, con gran diferencia. Mirando los números de reproducción en Spotify, clasificados por género, la música clásica está por detrás de la música infantil, con 1 % del mercado. ¿Es esta misma la música que hemos estudiado tantos años, que requiere tanto conocimiento, para llegar solo a un 1 % de lo que desea escuchar nuestra gente?
En lugar de criticar otros géneros musicales por ser musicalmente sencillos y así atraer a más público, empecé a desarrollar un punto de vista de autocrítica de mi mundo musical. Para empezar, pensé, tengo que ampliar mi círculo de conocimiento. Salir de la zona de confort es necesario para conocerte a ti mismo y, por extensión, aún más siendo artista. ¿Quién puede presumir de que su arte es realmente arte sin haber sido aprobado por diferentes círculos de los que ya conoce? Hay que vivir, entender a los demás, para abrir estos canales que van a dejar pasar las emociones de la música. Sin esto, siempre habrá barreras sociales, culturales, económicas etc. La frontera entre el entretenimiento y el arte es muy fina y poco definida. Es un hecho, el consumo de música existe para divertimos, y para empaparnos de arte. Lo bonito es cuando sea dan los dos a la vez.
Con mi violín y mi furgoneta he ido a buscar cómo abrir estos canales, durante un año, a través del mundo entero: Europa, Oriente Medio, India, Sudeste asiático, EE. UU., Centro América y África. En cada lugar, mi esposa y yo hemos tocado el violín, hemos conversado sobre música, sobre la vida… Al final, hemos cruzado treinta países, tocado 104 veces y hemos calculado que hemos llegado a unos 9.000 niños alrededor del mundo.
Pronto regresaré a mi trabajo, rico de la experiencia de este viaje iniciático, deseando compartir lo que he aprendido, y aportar mi grano de arena a nuestra magnifica actividad, la de ser músico.
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