Por José Luis García del Busto
En su idioma original, el italiano scherzo significa juego, broma o diversión. Naturalmente, no deduciremos de ello que todos los scherzos son páginas rientes, pero sí es norma que el scherzo, cuando lo hay, constituya el movimiento menos denso o grave de la composición en la que se inserta. En este artículo hablaremos del scherzo como movimiento de sonata o de sinfonía clásico-románticas o más bien románticas y posrománticas.
El término scherzo aparece en la historia de la música con anterioridad a estos períodos que acabamos de mencionar. Así, por ejemplo, en el siglo XVII se compusieron colecciones de scherzos vocales (corales) tan importantes como son los Scherzi musicali de Claudio Monteverdi.
Más aún, podemos encontrar colecciones de scherzi sacri cuyo título, tomado literalmente (bromas sagradas) encierra gruesa contradicción. En estos casos, el término scherzo denota más bien fantasía, forma libre.
En la música moderna no es del todo raro encontrar el término scherzo utilizado como género y, en consecuencia, aplicado a composiciones íntegras, no a una parte o movimiento: así, El aprendiz de brujo de Paul Dukas es un scherzo sinfónico y muchos otros autores han compuesto scherzos individualizados, como Bax, Bartók, Stravinski, etc., hasta llegar a nuestra música más reciente (Scherzo sinfónico de Seco de Arpe, 1994). Estos scherzos pueden acogerse a la forma del scherzo de sonata o no, pero, de cualquier manera, no son el objeto de nuestra atención hoy y aquí.
El scherzo sonatístico responde al mismo esquema formal que el minueto. Sería, pues, un esquema del tipo A-B-A, tripartito (o ternario) y simétrico (o cíclico), en el que tanto la sección primera o principal (A) como la segunda o central (B) proponen sucesivamente dos temas y se abrochan con la recurrencia al primero de ellos, esto es, su ‘microforma’ respondería al esquema a-b-a. Como se ve, cada parte reproduce la estructura del todo. La sección principal (A) es el scherzo propiamente dicho o sección de scherzo, mientras que la sección central contrastante (B) se denomina trío o sección de trío.
Así pues, minueto y scherzo ¿se confunden? No. El continente puede confundirse, pero no así el contenido. Se diferencian muy claramente en el carácter. El minueto es una danza salonesca, galante, de compás y aire muy determinados, fijos, reconocibles. Cuando Haydn propone scherzos en lugar de minuettos en algunos de sus sonatas, cuartetos y sinfonías, no está variando la forma ni la funcionalidad contextual de ese movimiento, sino simplemente indicando que no se trata del convencional paso de danza en el galante compás de 3/4. Sin embargo, como sucede con tantos otros conceptos de la música ‘moderna’, el scherzo adquiere su definitiva, renovada y vigorosa personalidad en la música de Beethoven. Si el genial compositor no solo aceptó de buen grado sino que necesitaba la función ‘relajante’, la distensión que el minueto suponía en el contexto sonatístico, situado entre dos movimientos —generalmente el segundo y el cuarto— de alta densidad expresiva o dramática, pronto sintió que el tufillo salonesco, el aire danzable, las reminiscencias galantes chocaban con la línea expresiva de su música. De este modo, mantuvo la funcionalidad y la forma, pero cambió el carácter de este trozo de música sustituyendo la suave cadencia del minueto por un flujo energético, dinámico, que con frecuencia renuncia al compás de 3/4 y que, en todo caso, pulveriza cualquier referencia a danza de la vieja suite o del cercano salón.
Para Beethoven, el paso del minueto al scherzo es un paso en orden a la práctica de música con mayor sentido trascendente, humanista, dramático o, dicho desde la perspectiva contraria, un paso en su camino de alejarse de la concepción de la música como divertimento palaciego o burgués. A propósito de esto, resulta apasionante observar la evolución de estos ‘terceros movimientos’ en la obra de Beethoven, el paso de los minuetos de su primera época a los scherzos de la segunda; la evolución de estos hacia culminaciones de expresión dramática como la que constituye, por ejemplo, el formidable scherzo de la Novena sinfonía (por cierto, situado aquí como segundo movimiento, no tercero); el recurso al minueto en obras de madurez que quieren ser un deliberado recuerdo, irónico o nostálgico, del pasado (así el tempo di menuetto de la Octava sinfonía).
A partir de Beethoven, el scherzo se impone en las obras acogidas a la forma sonata y su carácter, su funcionalidad y su forma externa no suelen faltar en ninguna obra de estas características durante todo el siglo XIX y mientras se mantiene el apego a la forma sonata en el XX. Las variantes, que, por supuesto, las hay, suelen referirse al carácter, más que al esquema formal o a la funcionalidad en el seno de la macroforma sonatística. Así, son célebres —muy justamente célebres— los scherzos mendelssohnianos, páginas que, merced a una orquestación sutilísima, ingrávida, inmaterial, y a la vivacidad de sus temas, suponen deliciosos ejemplos de la música que los franceses llaman féerique (encantatoria, como de cuento de hadas), carácter al que coyunturalmente se apunta Berlioz en el scherzo de su Romeo y Julieta.
Otros scherzos optan por situarse en la vecindad de lo coreográfico: el de la Quinta sinfonía de Chaikovski, por ejemplo, es un vals que podría parecer extraído de cualquiera de sus ballets; el de la Sinfonía del Nuevo Mundo posee inequívocos caracteres de danza, etc. Hasta cabría hablar de un modelo caracteriológico de scherzo vienés, definido por Schubert en su gran Sinfonía en Do mayor y explotado al final del Romanticismo por Mahler y, sobre todo, por Bruckner: se caracterizaría por su proximidad al espíritu de la danza popular, campesina, sobre todo en los tríos que, invariablemente, evocan el Ländler, especie de vals rústico de la campiña germano-austriaca.
Sería necesaria luego una referencia a la progresiva expansión, a la dilatación que el formato del scherzo ha sufrido a lo largo de esta edad de oro de la sonata (de la sonata pianística, del cuarteto de cuerda y de la sinfonía, fundamentalmente). Desde la prístina concisión del scherzo de cualquiera de los cuartetos opus 33 de Haydn o el de la Sonata núm. 10 en Sol mayor de Beethoven o el de la Sinfonía núm. 6, D. 589 de Schubert, hasta los vastos frisos sinfónicos que son los mencionados scherzos de Bruckner hay un gran camino, con interesante paso intermedio en Schumann, que fue quien ‘patentó’ el scherzo con dos tríos.