Por Miguel Zanetti
Orígenes
Se puede decir que el hecho de hallar a dos pianistas tocando juntos en un mismo teclado es un fenómeno que aparece a mediados del siglo XVIII, tomando su auge durante todo el siglo XIX y extendiéndose hasta el XX. Viene a coincidir en cierto modo con la aparición de dos pianistas ante dos instrumentos de tecla diferentes (podrían ser dos clavecines, dos órganos, o la mezcla de ambos), que es lo que llamamos «Dúo de Pianos». Recordemos, por ejemplo, los «Conciertos para dos instrumentos de tecla» del padre Antonio Soler.
Repertorio
El repertorio para piano a cuatro manos es mucho más extenso de lo que se suele creer; digo esto nada más comenzar, pues todavía se tiene la idea de que el tocar a cuatro manos es un poco cosa de niños principiantes. Ha sido la respuesta que me han dado en varias ocasiones representantes de conciertos y presidentes de sociedades musicales.
Las primeras obras que recuerdo de la combinación de dos instrumentistas sobre un solo teclado son las «Sonatas» de los hijos de Bach, las de Félix Máximo López (1742-1821), y la Sonata Kv. 19 de W. A. Mozart. El famoso cuadro debido al pintor Della Croce, en el que se ve a los dos hermanos Mozart sentados ante un solo instrumento de tecla, bien vigilados por su padre, puede ser muestra de ello. De aquella época podríamos citar las dos obras de Haydn, una muy curiosa sonata de Haessler, para piano a tres manos, la popular colección de Anton Diabelli y la gran producción del propio Mozart. Siguiendo con el binomio Alemania/Austria, encontramos la no gran producción de Beethoven, contrastando con la enorme de un Franz Schubert, creo que la mayor de la historia (se pueden contar más de sesenta obras entre grandes y pequeñas), y con la particularidad de que la primera que se cita en el catálogo de Otto Erich Deutsch es precisamente una «Fantasía para piano a cuatro manos», de aproximadamente 18 minutos, y entre las cuales hallamos obras tan importantes en su producción total como la famosa «Fantasía en Fa menor. Op. 120, D. 920»; la sonata llamada «Gran Dúo en Do mayor, Op. 140, D. 812», en la que algunos han visto su perdida «Sinfonía en Do mayor» y que incluso llegó a ser orquestada años más tarde por el compositor y violinista Joseph Joachim; y el bellísimo «Rondó en La mayor, Op. 107, D. 947», última obra de su producción para cuatro manos. Va a ser precisamente en este siglo XIX cuando el piano a cuatro manos se desarrolle enormemente con las obras de Schumann, Mendelssohn, Brahms (sus «Danzas Húngaras» están originalmente para esta formación), Czerny, Fuchs, Jensen, Busoni y un larguísimo etcétera, que se prolonga en nuestro siglo con la «Sonata» de Paul Hindemith, entre otras obras.
En otros países de Europa del Este encontramos las importantes sonatas del checo Hummel y la gran producción de su compatriota Antonin Dvorak. Las famosas «Danzas Eslavas» también están ideadas para este tipo de dúo, además de una serie de colecciones («Bagatelas», «De los bosques bohemios», «Leyendas»), sin que encontremos ninguna obra de forma sonata en su producción.
En Francia también encontramos obras del clasicismo (Pleyel), pero sobre todo es al final de Romanticismo e Impresionismo donde se halla un gran repertorio (Bizet, Fauré, Debussy, Ravel, Milhaud, Chabrier, hasta llegar a las composiciones de Erik Satie -entre otras, sus conocidas «Piezas en forma de Pera»- o la «Sonata» de Poulenc, entre otras muchas. Es en Debussy donde encontramos un primer tiempo de sinfonía, de juventud, sin orquestar, sólo en la versión de cuatro manos, que nos puede hacer pensar en lo dicho poco más arriba sobre el «Gran Dúo» de Schubert.
Inglaterra es un poco más parca en esta producción: hay una serie de sonatas del músico viajero Charles Burney (hay quien dice que al componer para dúo de piano a cuatro manos se inspiró en el citado cuadro de Della Croce) y alguna de Vaughan Williams, de Rodney Bennet y del irlandés Field.
En Italia sí se encuentra mayor cantidad de repertorio; la buena colección de «Sonatas» de Muzio Clementi, la desconocida y enorme producción del operista Gaetano Donizetti, y ya más entre los compositores del siglo XX: las de Cilea, Respighi, Casella, Mortari, Malipiero, etc.
En los países nórdicos hallamos las obras de Sinding y sobre todo las series de danzas de Grieg, del nacido danés Kuhlau, de los suecos Järnefelt y Söderström, y de los finlandeses Lithander y Merikanto.
También el repertorio ruso es muy importante en este aspecto. Entre otras hay que citar una «Sonata incompleta» de Modest Moussorgsky, las obras de Rimsky-Korsakov, Glinka (la mayoría en transcripciones de sus propias obras orquestales), Balakirev, Arensky, y ya en tiempos más actuales Gliere y Rachmaninov. En Hungría tenemos varias obras originales de Franz Liszt y de nuestro contemporáneo Ligeti, siendo extraño que no exista ninguna de Béla Bartók.
Respecto a España voy a extenderme un poco más de lo debido, en principio porque es curioso notar que ni en Albéniz, ni en Falla, Mompou o Rodolfo Halffter encontramos ninguna obra original. Se sabe que Joaquín Turina compuso una en su juventud, de la que sólo se han conservado la primera y última páginas, lo que hace imposible su reconstrucción.
Aparte de las citadas dos sonatas de Félix Máximo López, ha sido recuperada, editada y revisada por Félix Lavilla, una «Sonata en dos tiempos» de Joaquín Tadeo de Murgía (nacido en Irún y muerto en Málaga), obra muy en estilo del primer clasicismo, aunque, como es típico de los compositores españoles de la época, sea un poco tardía en su estilo. Hay varias sonatinas en un solo movimiento del mallorquín, alumno de Liszt y más tarde director del Conservatorio del Liceo de Barcelona, Pedro Tintorer (de las doce piezas citadas sólo hemos podido encontrar ocho). Hay dos sonatas y varias obras más del gallego Marcial del Adalid (quien intentó ser discípulo de Chopin) y sobre todo una buena producción de obras un poco al estilo de Salón de Pedro Albéniz, que aparte de ser el primer catedrático del Conservatorio madrileño, fue profesor de piano de la Reina Isabel II y de su hermana Luisa Fernanda, para quien compuso estas obras, seguramente con el fin de tocarlas él mismo con una de ellas. Es curioso cómo ha podido llegar toda esta serie de obras a encontrarse hoy en el Museo Canario de Las Palmas, muy bien custodiadas por el compositor y musicólogo Lothar Siemens. Seguramente Luisa Fernanda las llevó a Sevilla, y quizá por miedo a las guerras fueron sacadas de la península.
De Granados encontramos una obra muy de juventud titulada «En la aldea» (pensemos si será juvenil que el papel pautado está hecho a mano) y dos «Marchas militares», transcripciones del propio autor de unas obras compuestas para banda. De Ernesto Halffter sus piezas «Serenade, Valse, Marce» de 1925, cuya duración conjunta no llega a los tres minutos. Joaquín Rodrigo nos ofrece cuatro obras, entre ellas la famosa «Marcha de los subsecretarios», y otras más, de las cuales he tenido el honor de haber estrenado dos junto a mi colega Fernando Turina.
Ya en la época actual encontramos obras de Luis de Pablo («Móvil II») y de Tomás Marco («Fandangos, Fados y Tangos») y una serie de diversos compositores de nuestros días que me veo honrado en decir que han surgido a petición mía: Xavier Montsalvatge, José Luis Turina, Ángel Oliver, Claudio Prieto, Josep Soler, Gabriel Fernández Álvez, Miguel Ángel Coria, Valls-Gorina, García Abril, Colomé…
En lo que se encuentra muy poco repertorio es en obras para piano a cuatro manos y orquesta; sólo puedo citar un «Concierto» del contemporáneo de Mozart y Beethoven, Leopold Kozeluh; otro de Kim Novak, ambos checos; el del suizo Peter Mieg, la «Suite de la Tabacchiera» de Respighi y un concierto de Karl Czerny, que no he podido encontrar.
Dificultades técnicas
Varias son las dificultades que aparecen en la interpretación de este tipo de dúos. Una es la igualdad de los ataques: un pianista puede atacar unas décimas de segundo detrás de un violín, pongo por caso, sin que se cree ninguna mala sensación; pero este defecto repetido varias veces en el piano a cuatro manos produce un efecto realmente insoportable, ya que denota una enorme sensación de falta de compenetración y conjunto; otra, más de aspecto físico si se quiere, es el continuo estorbo que se interfiere entre las dos personas integrantes: el cuerpo, las manos, los cruces de éstas, el levantar a tiempo los dedos de las teclas cuando la coincidencia de ambos en ellas es muy próxima, el terminar las frases al mismo tiempo, etc., tanto que algunos opinan que es mucho más incómoda la ejecución ante un solo piano que a dos pianos, aunque aquí el problema del ajuste en el ataque sea un poco mayor.
El piano a cuatro manos como fenómeno social
Este nombre quizá en cierto modo haya sido una invención mía, y está referido a la enorme cantidad de transcripciones que se hicieron de todo tipo de obras, sobre todo en el siglo XIX; desde la «Pasión según San Mateo» de Bach y «La Creación» de Haydn, pasando por todas las sinfonías, obras de cámara, incluso conciertos de Haydn, Mozart, Beethoven, Schubert, Brahms… hasta llegar a las óperas italianas y alemanas y a las sinfonías de Mahler. En el hecho de que el propio Stravinsky transcribiera sus ballets «Petruchka» y «La consagración» para piano a cuatro manos yo veo más un arreglo para los ensayos de dichos ballets, ya que intentar transcribir tal cantidad de notas en un piano a dos manos resulta poco menos que impracticable; hoy existen muchos intérpretes, con muy clara visión, que prefieren interpretarlas en dos pianos, salvando así el citado problema del estorbo físico de las dos personas.
Pues bien, creo que este fenómeno surgió del interés por conocer la mayoría del repertorio musical, y en aquel siglo, donde no existían ni la radio, ni televisión, discos o videos, y la dificultad de desplazarse de una ciudad a otra era mucho mayor, y como en todas o casi todas las casas había un piano malo o bueno, y ante la dificultad, sobre todo en muchas obras sinfónicas, de reducirlas para un piano a dos manos (aunque algunos, como Liszt, lo hicieran y muy bien), estas circunstancias dieron origen a este sistema, con lo cual al menos musicalmente se conocían las obras, aun cuando fallase, claro está, la tímbrica, como ocurre muy claramente en las versiones que hiciera el propio Ravel de las obras «La Valse» y «L’après midi d’un faune», por poner un ejemplo.
Sé que todo este artículo está demasiado apretado, pero el querer decir lo más posible a este respecto me obliga a ello, y aún así no están todos los que son. Se necesitaría una serie de artículos para ello, o quizá llegar a formar un libro que hablase de este tipo de dúo más ampliamente, como ya los hay en otros países. Pero no es éste el momento y tengo que conformarme con comprimir todas las ideas en un ámbito más reducido del que quisiéramos. Nada más por el momento.