Por Miguel Quirós Parejo
El presente artículo, dedicado al oboe y su enseñanza, pretende ofrecer una mayor divulgación y reconocimiento a uno de los instrumentos musicales de extraordinaria belleza y expresividad de la música orquestal. El nombre de este instrumento tiene su origen en el francés «haut bois», cuya traducción literal es madera alta. Pertenece al grupo de instrumentos de viento, construido en madera, de tubo cónico y con lengüeta de caña doble.
Para hablar del aprendizaje del oboe debemos conocer algo de su evolución histórica. El origen y los antecedentes familiares de este instrumento se remontan a la más lejana antigüedad y aunque sería muy interesante realizar un estudio exhaustivo acerca de su larga historia, al menos consideramos conveniente mencionar aquí algunos datos y acontecimientos referidos al instrumento.
Desde las primeras construcciones de oboes primitivos hasta nuestros días, la expansión y desarrollo de su perfeccionamiento, conseguido en cada uno de los instrumentos que integran esta familia, ha sido asombroso y espléndido para la música.
Durante su larga trayectoria, hay que distinguir dos corrientes fundamentales que siguieron caminos diferentes, como son: el oboe oriental, extendido por los continentes africano y asiático y el oboe occidental, centrado en Europa, donde se popularizó a partir de la segunda mitad del siglo XVI. No obstante, aún en esta época, los oboes que se utilizaban hasta entonces eran de sonoridad demasiado penetrante e inadaptados a su nuevo uso con la sonoridad de las cuerdas y la flauta dulce. Esto ocurre hasta la llegada de Lully a la corte de Luis XIV de Francia, donde presentó por primera vez el oboe propiamente dicho, hacia 1660. Lully hizo creer en la necesidad de construir un instrumento de sonoridad más agradable, de tesitura más amplia, de mejor afinación y de gran belleza en la construcción y ornamentación del torneado de la madera.
La invención de este instrumento, con las características que acabamos de describir, se le atribuye a Jean Hotteterre, ayudado, según parece, por Michel Philidor (ambos pertenecientes a diferentes familias de músicos compositores, intérpretes y constructores de instrumentos musicales). Posteriormente han sido muchos los constructores e investigadores músicos que han introducido mejoras importantes en el desarrollo de la técnica mecánica y acústica del oboe. Podríamos citar a Frederick Triébert como uno de los más destacados por las aportaciones y modificaciones que introdujo al instrumento. A todos ellos debemos la construcción del oboe moderno europeo. Ya a finales del siglo XVII quedó establecido en la orquesta con su aspecto actual, extendiéndose rápidamente por toda Europa y permaneciendo igual, en esencia, hasta la Sinfonía Heroica de Beethoven; durante todo ese período fue, a excepción del violín, el instrumento solista más admirado, consolidándose plenamente durante el periodo clásico. No obstante, aunque el perfeccionamiento técnico de la construcción ha permitido ampliar considerablemente su agilidad, todavía hoy no se ha llegado a su total perfeccionamiento técnico, ya que aún presenta algunas dificultades, en la técnica mecánica, que los compositores tienen que tener en cuenta a la hora de escribir determinados pasajes para este instrumento.
La familia del oboe
La familia del oboe tiene grandes afinidades con las tesituras de la voz humana. Se compone del oboe ordinario (soprano), el oboe de amor (mezzo-soprano) y el corno inglés (contralto). Han desaparecido otros muchos como el oboe pastoril, el tenor, el bajo y el contrabajo, llamado también bombarda (antepasado directo de la familia de los fagotes). Hay que destacar la gran variedad de instrumentos de esta familia que han existido según los países y las distintas culturas, de cuyo proceso de selección ha resultado la desaparición de gran número de ellos.
La enseñanza del oboe
El aprendizaje del oboe requiere de una serie de consideraciones que hay que tener en cuenta. Una buena iniciación del estudio, bajo el control de un buen maestro, le va a suponer al alumno el mejor medio de progreso, evitando así adquirir vicios en la técnica, embocadura y estilo que más tarde sean difíciles de corregir. La edad que se considera más propicia para la iniciación es a los 7 u 8 años, antes no es conveniente, aunque sí puede recibir instrucción musical en el lenguaje de la música.
Cuando un alumno o alumna elige el estudio del oboe, no solamente tiene que gustarle el instrumento sino que además debe poseer unas aptitudes físicas normales y un mínimo de condiciones naturales, así podrá determinar más tarde lo que quiere y lo que puede hacer, con el fin de sacar buen provecho del estudio y óptimos resultados en su formación artística.
La preocupación constante del oboísta debe ser la calidad del sonido y la afinación. Las cualidades que influyen considerablemente para obtener un buen sonido, dependen, en gran medida, de una correcta posición del instrumento, una buena colocación y relajación, tanto de las manos como de la lengüeta entre los labios, una respiración bien disciplinada y evidentemente, una buena caña. Para ello, el mejor consejo que podemos recomendar a los alumnos, es el de hacer diariamente algunos ejercicios de sonidos filados y escalas con buena emisión de sonido. Esta práctica proporcionará al oboísta gran flexibilidad en los labios y en los dedos, obteniendo así una excelente sonoridad. Asimismo, recomendamos insistentemente a los alumnos que no practiquen el estudio del instrumento inmediatamente después de las comidas. Debe reanudar el estudio una vez pasada la digestión, pues el estudio del oboe produce agotamiento físico, e incluso a veces pequeños mareos al principio que hay que evitar.
Todas estas recomendaciones que se exponen, deberán emplearse en un buen programa de estudios que abarque la metodología adecuada que permita al alumno dominar la técnica y mecanismo del instrumento. La cualidad más esencial que debe tener un plan de estudios, es claridad y ésta se obtiene simplificando las dificultades, exponiéndolas muy progresivamente hasta conseguir el objetivo apetecido: que el alumno obtenga buen sonido, buena dicción y una ejecución perfecta.
Fabricación de las lengüetas o palas
La lengüeta es a los instrumentos de viento lo que el arco a los de cuerda; a ella se debe en gran parte, la brillantez de la ejecución, así como también a ella corresponde el papel de articular, con gran riqueza de medios, el melodioso lenguaje del instrumento.
Cada instrumento ha sido creado para realizar una misión específica. Al igual que las obras de arte, los instrumentos de música no deben compararse entre sí. En este sentido, no soy partidario de establecer comparaciones entre las dificultades de uno u otro instrumento. Creo que cada uno de ellos tiene sus propias exigencias y requiere gran sacrificio y horas de estudio hasta llegar a dominar su técnica y mecanismo. Sin embargo, en el caso del oboe, el estudio se hace ingrato, pesado y dificultoso, a veces desesperante por la gran inconveniencia de la lengüeta (caña). Es de la máxima importancia que cada oboísta sepa confeccionar sus propias lengüetas o, al menos, que sepa retocarlas cuando sea preciso. Como las cañas deben adaptarse a los labios, el ejecutante es el más apto para juzgar lo que mejor le conviene, ya que una lengüeta buena para uno puede ser inservible para otro. Las cualidades que debe reunir una lengüeta son: flexibilidad de afinación, seguridad en la emisión y buen timbre. Ahora bien, resulta muy difícil encontrar estas cualidades, por lo que, para satisfacer tales exigencias, el instrumentista debe saber corregir sus deficiencias. La elaboración y raspado de las lengüetas requiere mucha paciencia y horas de práctica. El alumno no debe desanimarse ante los fracasos ni dejarse llevar por una posible aversión hacia las cañas. Solamente con práctica y constancia conseguirá hacer buenas lengüetas.
Por otra parte, no menos importante, la labor del profesor es eminentemente formativa; tendrá especial incidencia en la futura formación del oboísta, impartiendo una enseñanza cualificada, racional, objetiva y eficaz. Debe transmitir al alumno todos los conocimientos y habilidades a su alcance, reciclando su formación, comunicándole algo de su estilo propio, sensiblizándolo, ofreciéndole su colaboración y orientándole hacia el buen camino de su trayectoria artística con el fin de conducirle al desarrollo de su propia personalidad. De esta forma creará escuela y gozará del merecido reconocimiento. En mi experiencia, como profesor es oír a sus propios alumnos en una buena orquesta o como solista en concierto. Igualmente si está ejerciendo la enseñanza.
Recordemos aquí el lema de Manuel de Falla: «Hay que construir para los demás, Sin vanas ni orgullosas intenciones. Sólo así el arte cumplirá su bella y noble función social».