La música clásica enfrenta desafíos sin precedentes en un contexto marcado por cambios tecnológicos, sociales y culturales. Entre la democratización del acceso y la percepción de elitismo, se redefine el papel del músico y las instituciones educativas, buscando nuevos caminos para su relevancia.
Por Dr. Òscar Colomina i Bosch
Decano de la Escuela Superior de Música Reina Sofía
La profunda revolución que se está produciendo en el contexto social, laboral, tecnológico y cultural de hoy en día está planteando grandísimos retos para todo el tejido musical y en particular para el mundo de ‘la clásica’.
Por un lado, se ha producido una casi universal democratización del acceso a la música a través de las nuevas tecnologías digitales, multiplicando exponencialmente sus oyentes y contribuyendo al muy notable desarrollo del estándar de los intérpretes y agrupaciones.
Por otro, como apunta Miguel Ángel Marín en su reciente artículo sobre los concert studies (‘¿Qué son los concert studies? El concierto de música clásica hoy como objeto de estudio’, Revista de Musicología, vol. 47, núm. 1, 2024), la música clásicaestá siendo sido desplazada hacia la periferia de la actividad cultural contemporánea, lo que dificulta la formación de nuevas generaciones de melómanos y resulta en el envejecimiento y descenso del número de oyentes que eligen escuchar música clásica en directo. Diversos autores apuntan como posibles razones la excesiva dependencia por parte de la clásica de ciertas estéticas y formatos, junto con una percepción de elitismo alrededor del propio entorno del concierto.
Hace varias décadas que estamos asistiendo al progresivo desmantelamiento de las estructuras culturales y de protección social creadas tras la segunda guerra mundial, en particular la extensa red de orquestas asociadas a la radio que están viendo su supervivencia cuestionada. Los estudios realizados por Esther Bishop (‘Studying Music … and Then What?‘, Classical Concert Studies. A Companion to Contemporary Research and Performance, Martin Tröndle (ed.), Routledge, 2020) muestran una progresiva precarización del mercado laboral musical también en entornos como Alemania, y apuntan tres tendencias: el incremento de los estudiantes de música, la mayor competitividad internacional, y el menor número de orquestas (durante las últimas tres décadas han desaparecido 38). Esto ha quintuplicado el porcentaje de estudiantes de música alemanes que acaban siendo freelance.
Contribuyendo decisivamente a esta gran redefinición de nuestro espacio social y cultural, las nuevas tecnologías presentan grandes oportunidades: nos ofrecen la emergencia de nuevas retóricas y nuevos lenguajes y formatos de expresión, una distribución y portabilidad casi total del hecho artístico, un goteo constante de nuevos tipos de outputs.
El gran reto es reconciliar estos importantes desafíos con la función simbólica original de la expresión artística; esa expresión arcaica de interrogación individual al hecho de estar vivo, que es la raíz profunda desde donde fluye el hecho artístico. La historia de la humanidad ha ido elaborando esa función, desarrollando sus retóricas, sus sintaxis, sus rituales, su uso de los espacios y de los materiales; y lo ha elaborado hasta llevarlo a una grandísima hipersofisticación del lenguaje artístico. Las nuevas tecnologías están acelerando aún más el proceso de hiperelaboración, aumentando la distancia entre superficie expresiva y función simbólica, y potencialmente convirtiendo en cada vez más lejana y menos inteligible la relación entre las últimas superficies y su raíz arcaica.
Las instituciones educativas musicales tenemos la responsabilidad de ofrecer a nuestro alumnado una formación cada vez más amplia, que incluya las habilidades y herramientas necesarias para darles viabilidad profesional en un contexto incierto, cambiante e inestable; que les proporcione resiliencia y adaptabilidad. Precisamente debido a esa inestabilidad, no debemos caer en la solución fácil de formar al alumnado para un contexto concreto, instrumentalizando nuestros programas al servicio del mercado. Como ya vio claramente Walter Benjamin en las primeras décadas del siglo XX, esa instrumentalización de la educación no aporta soluciones verdaderas, ni para la viabilidad laboral, ni para la realización personal del alumnado.
La tarea primordial del músico es la de crear (¡también los ‘intérpretes’!) y comunicar, pero el acto de creación-comunicación gana un aliento más amplio, un propósito y una dirección más claros, al tiempo que adquiere muchas más capas de significado si el músico es también un lector crítico de la realidad, si ha identificado y explorado activamente las cuestiones de su tiempo. Uno ha de tener algo que decir, y las habilidades necesarias para decirlo, lo que requiere una formación musical holística, con excelentes habilidades técnicas y un profundo autoconocimiento para poder elevar la expresión, y la calidad y profundidad del hecho artístico.
A través de la sensibilización y exposición al mayor número de opciones, de técnicas, de posibilidades, en la Escuela Reina Sofía buscamos que sean los alumnos los que, alejándose de la instrumentalización de fórmulas comunes, elijan cómo negociar su posición en el contexto de forma libre y consciente respecto de quienes verdaderamente son; cómo articular su relación con su entorno una vez identificadas las narrativas que hacemos nuestras de forma inconsciente: la familiar, la del profesorado, la institucional, la de nuestro contexto social, geográfico y generacional. Esto es fundamental para romper estructuras estancas y abrir posibilidades laborales que aporten flexibilidad y empleabilidad más allá de las soluciones tradicionales, de los nichos (cambiantes) tecnológicos, y a la vez que respondan a las necesidades interiores de los jóvenes artistas.
Es clave para la sostenibilidad del tejido cultural y musical que estemos cada vez más interconectados para poder enriquecer mutuamente nuestras propuestas, aumentar el impacto y compartir conocimientos.
Elías Canetti nos recuerda la complejidad y la importancia de nuestra misión: ‘Cuanto más mecánica sea la configuración de la vida, más imprescindible tendrá que ser la música. Llegará un tiempo en el que solo a través de ella podremos escabullirnos de las estrechas mallas de las funciones; y conservarla como una reserva de libertad poderosa y no influida deberá considerarse como la tarea más importante de la vida espiritual futura’.
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