Por José Prieto Marugán
Este artículo fue publicado originalmente en el número 257 de la revista Melómano.
El 19 de noviembre de 1819 abría sus puertas con el nombre de Real Museo de Pinturas y de Escultura el actual Museo Nacional del Prado. Al cumplir sus primeros 200 años de vida, el Museo se ha convertido en una de las primeras pinacotecas del mundo, pasando de aquellas 311 pinturas iniciales a las casi 8000 de más de 5000 artistas que conserva y custodia en la actualidad.
Cerca de tres millones de personas lo visitan cada año y tienen ocasión de contemplar grandes lienzos de Velázquez, Goya, Murillo, Rubens, el Bosco, el Greco, etc. Cuadros que presentan la imagen ‘congelada’ de hechos, situaciones o personajes históricos. Pero el Prado también tiene vida.
La zarzuela no podía olvidarse del Prado y, en 1950, le dedicó dos obras espectaculares en las que los personajes de sus cuadros toman vida y deambulan por el edificio y por el Madrid de la época, mientras la pinacoteca está cerrada al público.
Ambas fueron escritas por Guillermo y Rafael Fernández-Shaw, puestas en música por el compositor Manuel Parada, y estrenadas el 22 de abril en el Teatro Lope de Vega y el 30 de diciembre en el Teatro Madrid, respectivamente. Las dos se desarrollan ‘en la realidad del Madrid de 1950 y en la fantasía del Museo del Prado de todas las épocas’. Sus títulos: A todo color y Colorín colorao… este cuento se ha acabao.
A todo color
A lo largo de una veintena de cuadros, conocidos personajes de varios lienzos muestran la ‘vida’ interior del Museo. La reina María Luisa de Parma denuncia el robo de unos pendientes de brillantes que don Hombono (el caballero de la mano en el pecho) se ofrece a investigar. La maja vestida de Goya se cita con dos hombres en la Pradera de San Isidro. Cuatro reinas (María Luisa de Parma, Margarita de Austria, Isabel de Borbón y María Amalia de Sajonia) juegan discretamente al tute y los borrachos de Velázquez cantan al vino. Don Hombono invita a María Francisca (la maja de Goya) a cenar en Villa Atenas (famoso restaurante en la Cuesta de las Perdices). Más tarde, don Hombono se descubre como responsable de la desaparición de los pendientes, en el momento en que dos vigilantes del Museo aparecen y… caen desmayados ante lo que ven.
Para dar vida a estos personajes se reunió un reparto importante encabezado por Maruja Díaz (como la maja de Goya), Matilde Muñoz Sampedro (María Luisa de Parma), Elsa Arjona (Margarita de Austria), Carmen Ocano (Isabel de Borbón), Matilde Guarnerio (María Amalia de Sajonia) y Lolita Campoamor (Mariana de Austria). A ellas se unieron las bailarinas Marianela de Montijo y Huguette Nox, que interpretó además a Diana cazadora. Los personajes masculinos estuvieron a cargo de Antonio Riquelme (don Hombono), Enrique de Landa (Felipe IV), Félix Casas, hijo (Velázquez) y Antonio Estévez (Goya). La coreografía fue obra de Karen Taft y Marianela de Montijo; de los figurines se encargó Antonio Burgos; y de la dirección escénica Torcuato Luca de Tena.
Más de una veintena de números musicales conforman esta producción de carácter ligero, uniendo modelos clásicos como el chotis de don Hombono (‘Soy un barbián’), el pasacalles de las copistas (‘Al salir al mediodía’) o el garrotín de Diana y Arnoldo (‘¡Dame, dame la garrota!’), con ritmos urbanos como el foxtrot de Diana (‘¡Quiero! Lo que más quiero’) o la samba de María Francisca (‘¡No, no, no!’). Además podemos destacar el terceto de los Grecos (‘Don Homobono, Don Rodrigo, Don Vicente’), la canción de la Maja (‘¡Ay! ¡Amores! ¡Ay! de mis amores’) y el coro de borrachos (‘El vino me quita las penas’).
La primera idea, según recuerda Guillermo en sus Memorias, data de 1938, pero quedó aparcada hasta 1949, año en que se redactó el libro en unos cuatro o cinco meses. El anuncio de esta nueva obra, en enero de 1950, despertó el interés de los aficionados madrileños, pues corrió el rumor de que no era una revista como las demás, sino ‘otra cosa’, como muy bien advirtió ‘Agramonte’ (‘Una colosal revista eminentemente española. A todo color. Mis Karen Taft y su ‘ballet’ colaboran a su grandioso éxito en el Lope de Vega’. Informaciones, Madrid, 25-4-1950):
‘No es, ni muchísimo menos, una revista más al uso; será, sin embargo, conveniente aclarar que este espectáculo ni ha sido concebido ni está montado a base de trucos sorprendentes, ni mediante el empleo de complicada maquinaria, ni costosos aparatos escénicos capaces de sorprender por sus efectos o novedad teatral al espectador. A todo color es eso: una revista original, limpia, moderna; una revista esencialmente española, en la que artistas prestigiosos del lápiz y la aguja han prestado su entusiasta y valioso concurso’.
Después del estreno, como es habitual, los comentaristas ofrecieron sus impresiones en la prensa. A. Marqueríe no se entusiasmó demasiado (‘El estreno de anoche en el Lope de Vega. La fantasía musical de Guillermo y Rafael Fernández-Shaw y del maestro Parada, A todo color’. ABC, Madrid, 23-4-1950):
‘Manuel Posada (sic) ha escrito una de las mejores partituras de revista y de opereta que hemos escuchado desde hace mucho tiempo. A la buena inspiración de los motivos clásicos, a la tarantela o a las seguidillas de un corte melódico lleno de elegancia, ha sumado los motivos alegres de la polka, el pasacalle, el chotis, el bolero, el fox, la ‘samba’ y tanto en un caso como en otro, ha cuidado la instrumentación y buscando y encontrando el logro difícil’.
En esta obra tenía mucha importancia el ballet y así lo reconoció la prensa. El ya citado ‘Agramonte’ lo destacó como un gran cierto:
‘Las diez bailarinas de Miss Karen Taft enriquecen con sus ejecuciones maravillosas los bailables de esta revista excepcional […] Miss Karen Taft, directora a su vez de la coreografía clásica de la revista, ha completado el acierto con el alcanzado por Marianela de Montijo al montar los bailables españoles. Ambas figuras merecen el elogio y el honor de ser recordadas en este breve comentario en torno al éxito de A todo color’.
El éxito fue envidiable; los llenos se sucedían en las dos funciones diarias que se ofrecían en el Teatro Lope de Vega, en la Gran Vía madrileña. El 11 de agosto de 1950, A todo color pasó al Teatro Madrid, en la plaza del Carmen, donde se alcanzaron las 358 representaciones, para ir después a provincias. Fue el éxito teatral del año y se vio también en Zaragoza, Burgos, Palencia, Vitoria, San Sebastián, Pamplona, Bilbao, Salamanca, Santander, Valladolid, Valencia y llegó a Barcelona, al Teatro Calderón, el 24 de marzo de 1951.
La popularidad de A todo color hizo que traspasara los límites del teatro. En los primeros días de mayo de 1950, el periódico Informaciones publicó la receta de un cóctel inspirado por esta fantasía musical. Fue esta:
‘A Todo Color – Cock-Tail. Prepárese en cocktelera: Unos trocitos de hielo, unas gotas de triple seco, un cuarto de copita de ginebra, un cuarto de copita de vermut blanco seco y media copita de vermut blanco dulce. Agítese bien, sirviéndose muy frío y añadiendo una cortecita de limón exprimido’.
Colorín colorao… este cuento se ha acabao
El éxito de A todo color obligó a los autores a escribir a toda prisa otra fantasía similar. Veinte cuadros también, independientes, aunque unidos por un pequeño hilo conductor. Como en A todo color se reproducen pinturas del Museo y se presentan sus personajes en actividades imaginadas. Felipe IV confiesa estar enamorado de la Susana del Veronés, que se ha modenizado mucho. Don Tiburcio de Redín se queja de que el príncipe Baltasar Carlos se pasa la vida divirtiéndose con los bufones de Velázquez. El rey pretende conquistar a la Gioconda, pero será rechazado. Unos feroces mamelucos aparecen en la Puertal del Sol, pero huyen cuando surgen unas majas goyescas dispuestas a enfrentárseles. Un grupo de estudiantes actuales visita el Museo sin hacer caso de la explicaciones que reciben; solo les interesa el baile. Cuando se marchan, son los bufones quienes continúan bailando la samba. Como en A todo color algunos personajes abandonan el Museo, contraviniendo las normas: Calabacillas sale a comprar tabaco para la Mona Lisa, y don Tiburcio y Susana en busca de un pajarillo. El rey Felipe se queja de la ingratitud de Mona Lisa, que parece haberse escapado con el Bronzino. Pero este regresa diciendo que ha organizado unos juegos florales (para que se luzca el monarca). También aparece Mona Lisa confesando que el secreto de su sonrisa es el amor.
Los intérpretes principales de estas pequeñas aventuras fueron Pilar Osuna, Pepe Orjas, Marianela de Montijo, Joaquín, Manuel Requena, Manuel San Román, Enrique de Landa, Elisa Guardón, Antonio Estévez, Rafael Ragel, Fernando Sala y Félix Casas (hijo). Los figurines y decorados fueron de Emilio Burgos y Carlos Obiol y la dirección de escena de Cayetano de Luca de Tena.
Colorín colorao tiene también una veintena de números musicales que tanto desarrollan formas antiguas como la pavana de Susana (‘Si desprendidas de nuestros cuadros’) y las jácaras de Calabacillas (‘A la jácara, jacarandina’), como modernas como la samba de los muchachos visitantes y los bufones (‘¡Samba! ¡Es la samba del Brasil!’). Hemos de recordar también números muy significativos: la canción de Gioconda (‘¡Qué difícil ser profeta!’), el vals de de la alondra (‘Canta la alondra’) o la canción de la emperatriz Eugenia (‘¡Quién dijese que una granadina!’). Como en A todo color, la danza era parte muy importante del espectáculo. En esta segunda obra se registran: danza de las hilanderas, danza de la primavera, baile de damas y flores, baile del tesoro y ballet de los cervatillos.
La crítica acogió la obra con división de opiniones. ‘Rienzi’, en el diario Madrid (‘Teatro Madrid. Estreno de Colorín, colorao, este cuento se ha acabao’. Madrid, 1-1-51), escribió:
‘La experiencia e ingenio de los hermanos Fernández–Shaw ofrecen al músico un diálogo fácil y gracioso, de gran naturalidad en las situaciones, sobre el que la inspiración de Manolo Parada logra una partitura facilísima en aciertos melódicos y con una orquestación tan bien conjugada, que deja oír al cantante y permite saborear la página musical. Todos los números fueron aplaudidísimos y bisados bastantes de ellos, como la canción de Gioconda, ‘Concierto de aves’, ‘Que sí, que no’ y ‘Los abuelos de Bambi’, entre otros. La obra está montada sobre un fondo de verdadera suntuosidad y con un exacto combinado en tonos y matices, que acusan la sensibilidad artística de Cayetano Luca de Tena. La reproducción de algunos lienzos adquiere tal justeza de composición y colorido, que su realismo y belleza impresionaron al público’.
Ángel Laborda (‘Adiós al tópico. Los hermanos Fernández–Shaw y el maestro Parada conquistan su segundo y resonante éxito’. Informaciones, Madrid, 1-1-1951.) elogió sin reservas la obra. Tras dejar constancia de que Colorín colorao era una espectacular y grandiosa revista, escribió:
‘Es más, Colorín, colorao supera a aquella en situaciones, ambiente, luminosidad y alegría, en cuanto a libro se refiere, con su original y deliciosa idea, y, por tanto, la inspiración y maestría del colosal compositor Parada —¡muchas felicidades! don Manuel— fluye fácil y brillantemente hasta redondearse con números de una perfecta teatralidad, enriquecida su melodía por una orquestación sorprendente en partituras de este género’.
De los comentarios negativos, quizá el más ácido fue el de Leocadio Mejías en El Alcázar (‘Teatro. Colorín, colorao (Teatro Madrid)’. El Alcázar, Madrid, 1-1-1951), personaje al que nada le pareció bien. Comenzó su crónica con la referencia a los autores:
‘Los populares autores Guillermo y Rafael Fernández–Shaw no estuvieron tan afortunados al escribir el libreto sobre el que se teje la fantasía en dos actos, presentados el sábado en el Teatro Madrid como en el de A todo color, de la que esta es continuación o parte segunda. La verdad es que el libro resulta soso y desmadejado. La música, del maestro Parada, ajustada a los motivos del libreto, melodiosa y bonita, no tiene tampoco la gracia y agilidad de aquella, como requiere este género’.
Está claro que para este comentarista, nunca segundas partes… Lo confirma su opinión sobre el espectáculo que calificó de:
‘[…] pobre e inarmonioso; oscuros y monótonos los decorados y vulgar el vestuario. La escena, falta de luz en todo momento, y el lento ritmo de la comedia en que se suceden los diálogos hacen aún más aburrido el espectáculo’.
Menos mal que salvó de la quema el trabajo de Pilar Osuna.
A pesar de todo, Colorín colorao fue una producción de éxito. Pasó al Teatro Calderón el 29 de enero de 1951, donde continuó cosechando aplausos. El 13 de febrero se alcanzó el centenar de representaciones; dos días después se despidió la principal protagonista, Pilar Osuna, y la compañía fue disuelta en espera de nuevos contratos para presentar la obra en Barcelona.
Colorín, colorao tuvo su anécdota ajena al teatro. Los autores hacen aparecer la figura de don Tiburcio de Redín, pero el tratamiento que le dan no gustó a uno de sus descendientes, el marqués de Feria, quien dirigió, el 9 de febrero de 1951, una carta a Torcuato Luca de Tena, como empresario del Teatro Calderón, quejándose de que:
‘[…] se ridiculiza la insigne figura histórica de don Tiburcio de Redin y Cruzat, barón de Biguezal; con cuya ascendencia se honran en Navarra, la casa de los Condes de Guendulain y la mía.
Don Tiburcio de Redin y Cruzat, después de una accidentada vida en la que ocupó importantes cargos, supo cambiar las glorias mundanas, por el humilde hábito de franciscano, y en La Guaira (Venezuela) a donde fue de misionero, murió en OLOR DE SANTIDAD, pasando a la historia con el nombre del ‘Capuchino Español’. Causa verdadera pena que una vida como la suya verdaderamente ejemplar, se vea ahora rebajada y zarandeada en una frívola revista teatral. Yo estoy seguro que Vd. comprenderá mi disgusto, del cual también participan todos los navarros amantes de sus tradiciones. El mal ya está hecho, pero mucho le agradeceré, si Vd. pone los medios para remediarlo. En espera de su grata contestación, le saluda affmo. s.s.q.e.s.m.’.
Los libretistas, sorprendidos, contestaron dos días después, disculpándose por lo que solo había sido una casualidad y prometiendo cambiar el nombre al personaje. En consecuencia, don Tiburcio pasó a llamarse don Remigio del Corral.
Entre los lienzos reproducidos en la escena figuran obras de Bayeu, Boticelli, el Greco, Goya, Leonardo, Rembrandt, Rubens, Van Dyck, Vázquez Díaz, Velázquez, Veronés, Vicente López y Winterhalter, entre otros.
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