Que la cultura española fue un polo de atracción de Rusia desde al menos los tiempos de Catalina ‘la Grande’ en el siglo XVIII es una cuestión sobradamente conocida, al menos en el ámbito de la investigación, aunque quizá no haya alcanzado la divulgación que merece. Ese interés referido por lo español comienza a acentuarse hacia la década de 1830, pues adquiere identidad propia con los que a la postre fueron considerados fundadores de la cultura nacional rusa. Pushkin en la literatura, con una poderosa influencia certificada en su poema Los gitanos, que incluso tamiza la ópera Carmen de Bizet; y Glinka en la música, espejo indubitado para el grupo de los cinco: Cuí, Balákirev, Músorgski, Rimski-Kórsakov y Borodín
Por José Manuel Gil de Gálvez
Presidente de Fundación Hispania Música y líder de Concerto Málaga
En estos tristes y trágicos momentos en los que vivimos la invasión de Ucrania, debemos recordar que la cultura y la obra de arte deben permanecer y ser reconocidos siempre por encima de acontecimientos concretos.Es por ello por lo que traigo a estas páginas estos pasajes de fraternidad entre pueblos que, como no podía ser de otra manera, tienen a la cultura, al arte y, concretamente, a la música, como denominador común. Puentes que no habremos de dinamitar para reencontrarnos en el futuro, porque, como siempre ocurre, ese día llegará.
Y es desde ese respeto por nuestra historia y cultura por lo que rememoramos en este artículo al célebre compositor de Ruslán y Liudmila, padre de la música rusa, Mijaíl Glinka, ‘el Pushkin de la música’, como también se le conoce, pues se convierte por derecho propio en pionero e impulsor al llevar nuestra música desde lo popular a lo académico, mostrándonos el camino a seguir para convertirla en música culta de raíz docta occidental.
Antes de la llegada de Glinka a España, en 1845, es apropiado recordar que ya tuvimos la visita de Liszt, que dio lugar a su pieza Rapsodia española, empleando entre sus temas la jota aragonesa que tanto ilustró posteriormente al sevillano Gerónimo Giménez. También hemos de tener en cuenta la visita previa de Chopin a Mallorca y su fugaz paso por Barcelona en 1838. Más interesante aún, si a influencias compositivas nos referimos, fue la visita de Gottschalk, que en 1851 estrenó en España sus variaciones sobre ‘el Jaleo de Jerez’, tituladas como Recuerdos de Andalucía, repercutiendo posteriormente en la zarzuela y empleada décadas después por Gerónimo Giménez en el ‘Intermedio’ de La boda de Luis Alonso, autor que seguía siendo muy conocido en toda Europa aún a fines de siglo XIX. Este polo de atracción artístico-musical que fue nuestra cultura para aquellos viajeros nos lo ilustra en su tiempo Alejandro Dumas: ‘quien no ha entrado en el Teatro del Circo y no ha visto bailar el Jaleo de Jerez a la Guy-Stéphan no imagina lo que es el baile’.
Esta inspiración y exotismo atrayente para aquellos intelectuales y artistas viajeros, se sostenía sobre todo en el folclore musical y en la riqueza de nuestro enorme cancionero popular, destacando sobremanera lo que se conocía como ‘Jota aragonesa’, ‘Fandango andaluz’ y el ya mencionado ‘Jaleo de Jerez’. Sostenido todo ello por lo que se ha venido a llamar Escuela Bolera. Fueron precisamente estos compositores que llegaron de fuera los que mostraron inicialmente el interés por lo nuestro, configurándose como el preludio de lo que vino después y que se extendió durante un siglo, desde Ocón y Pedrell hasta los más grandes, como fueron Albéniz, Granados, Turina y Falla.
Centrándonos en Glinka, su gusto por lo español ya arranca antes de su viaje a España, en la década de los 30, cuando comienza a estudiar la lengua castellana y compone varias piezas de inspiración hispana, entre las que destacan Ya estoy aquí Inesilla, sobre un poema de Pushkin, o el bolero Oh, mi doncella maravillosa.Tras pasar por un proceso de divorcio traumático, decide abandonar Rusia y venir a España. De camino, pasa un tiempo en París, donde aprovecha para relacionarse con Berlioz, también gran amante de nuestro país, que lo ilustra aún más en su futuro viaje. De ello diría el propio Glinka en sus primeros meses en España: ‘Gracias al viaje y mi estancia en este país bendito voy olvidando todas mis inquietudes pasadas (…) España es un país tan interesante (…), en el aspecto musical también hay muchas curiosidades, pero no es fácil desentrañar las canciones populares, y más difícil todavía captar el carácter nacional de la música española, esto alimenta mi inquieta imaginación y cuanto más difícil se me presenta una meta, más tenaz y persistente soy hasta lograrla’.
Glinka llegó a España en el año 1845. Pasó por Pamplona y estuvo un tiempo en Valladolid, hizo excursiones a Segovia, La Granja, Aranjuez, El Escorial, Toledo, Santander, Murcia y Córdoba. Aunque debemos apuntar que pasó la mayor parte de su tiempo en Madrid, en una estancia en el entorno de la Puerta del Sol, donde solía vivir, pues le encantaba. También fueron amplias sus estancias en el Carmen de San Miguel, situada en la ladera de la Alhambra dentro del Barrio del Realejo de Granada, y en una casa de la calle trianera de la Rabeta en Sevilla. Era el interés de Glinka integrarse con el pueblo y conocer de cerca el folclore nacional, por eso organizaba grandes veladas en su casa, donde se rodeaba de cantaores y guitarristas. Es en este ambiente, con un Glinka que cuenta con 41 años, donde conoce a la joven cantaora andaluza Dolores García, con la que mantuvo una relación: ‘una guapa andaluza de 20 años de estatura mediana y buen cuerpo pie pequeño y una voz dulce’, tal y como él la describió.
De su estancia en Valladolid durante sus primeros meses en España, nos dice: ‘Por las tardes en nuestra casa se reunían los vecinos y amigos y cantábamos, bailábamos y charlábamos entre los conocidos. Félix Castilla, que era hijo de un comerciante local, tocaba animadamente la guitarra, sobre todo la jota aragonesa que yo con sus variaciones retuve en mi memoria’. España fue indudablemente una gran fuente de inspiración, sus mejores piezas sinfónicas fueron las dos Oberturas Españolas, la primera un Capricho brillante sobre la jota aragonesa (1845), inspirada en las veladas de Valladolid; y la segunda, Noche de verano en Madrid (1851). De la misma forma, tomó muchos apuntes sobre melodías populares españolas, confeccionando un cancionero propio y años después compuso una pieza deliciosa denominada Las Mollares. Esta obra, una danza andaluza, nos sitúa prematuramente sin duda en lo que luego se convertirá en la ingente producción pianística de muchísimos de nuestros compositores, que acaba canonizando el arquetipo albeniciano.
Encantado con su estancia en Madrid, fue un gran aficionado al Teatro del Circo en la plaza del Rey. Entabló contacto con compositores como Iradier o Guelbenzu, profesor de piano de la Reina María Cristina y organista de la Real Capilla; y con su alumna Sofía de Vela (la figurada Marina de Arrieta) de la que diría: ‘es una contralto con perfectas dotes y música excelente’. De la capital llegó a decir que no desmerecía en nada a París, además se vio muy sorprendido por el nivel musical, alabó a la orquesta del Teatro Principal y se encandiló con la cantidad de espectáculos de teatro que había en la ciudad: ‘En Madrid vivo tranquilo y agradablemente. Pude encontrar unos cantantes y guitarristas que cantan y tocan a la perfección las canciones nacionales españolas, vienen por las tardes a casa para cantar y tocar la guitarra, yo las memorizo y anoto en un cuaderno dedicado a ello’.
Respecto de su visita a Granada, debemos significar sobremanera su contacto con el guitarrista Rodríguez Murciano, al que trata desde noviembre de 1845 hasta febrero de 1846. De él diría: ‘He encontrado un guitarrista, un hombre del pueblo con un talento maravilloso que se llama “el murciano”’. Y además nos explica lo que allí vivió: ‘Estudio con aplicación la música española, aquí se baila y canta más que en otras ciudades españolas. La melodía y baile que predomina en Granada es el fandango, comienzan las guitarras y después casi cada uno de los presentes, por turnos, canta su copla, mientras una o dos parejas bailan con castañuelas. Esta música y bailes son tan originales, que hasta ahora no he podido captar la melodía porque cada uno canta a su manera’.
Con esta estancia en la ciudad del Genil, Glinka dará un sentido inicial a lo que posteriormente se conocerá como el ‘alhambrismo’, corriente musical inspirada en el concepto de lo exótico andaluz, basado en el orientalismo que representa el Palacio Nazarí, que ya describiera la literatura romántica encarnada en los Cuentos de la Alhambra de Irving. Fueron los primeros compositores españoles en sumarse a esta corriente, Saldoni, Arrieta, Barbieri y el más importante de todos, Monasterio, con su pieza Adiós a la Alhambra de 1855.
Por otro lado, esta estancia en Granada también resalta un aspecto análogo a través del tiempo, respecto de lo que Glinka fue al guitarrista Rodríguez Murciano escuchando sus giros flamencos, pues años después Albéniz vivió lo mismo con el ‘Polinario’ y posteriormente Falla con Ángel Barrios; y todo en el mismo contexto de la Alhambra. Este hecho, sitúa a la guitarra como la fuente más fiable de trasmisión de lo popular a lo académico. Y este primer ejemplo lo podemos situar en la transcripción de la Rondeña de Granada de Rodríguez Murciano y algunas otras anotaciones musicales que Glinka regala a Balákirev en 1856 y que dieron lugar al Fandango-estudio, Serenata española y a la Obertura sobre el tema de una marcha española, un excelso ejercicio de instrumentación sobre el himno nacional.
Terminando, en noviembre de 1846, Glinka visita Sevilla donde permanece todo el invierno. De este periodo, destacamos la asistencia a varios conciertos del famoso violinista noruego Ole Bull, del que diría: ‘En primavera llegó a Sevilla el famoso violinista Ole Bull, quien tocaba realmente con energía y precisión, pero como la mayoría de los virtuosos no es fuerte en musicalidad. Permaneció en Sevilla seis semanas aproximadamente, nos hicimos hasta cierto punto amigos y me visitaba a menudo’. El virtuoso noruego le dedicó una bella ‘siciliana’ con fecha de 10 de abril de 1847.
A modo conclusivo, debemos resaltar que la visita de estos primeros grandes compositores e intérpretes a España reflejada en composiciones musicales basadas en nuestro rico acervo artístico-popular, se sitúa en el origen del postrero interés de nuestros compositores por su propio folclore. Siendo por supuesto Glinka un pionero en este asunto, ejerciendo, por un lado, una poderosa influencia en la consideración de lo español en la cultura y música rusa y, por otro, convirtiéndose en germen de la gestación de nuestra música de inspiración nacional, además de preludiar corrientes concretas como el ‘alhambrismo’, lo cual mostró, sin duda alguna, el camino a seguir a nuestros grandes compositores.
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