Animado por el éxito de las Cinco canciones negras, primer encuentro con la voz humana, Xavier Montsalvatge decide escribir una ópera.
Basada en el cuento homónimo recopilado por Charles Perrault, El gato con botas nace con el propósito de ser una comedia destinada a un público adulto. Solo el paso del tiempo se encargaría de desvirtuar este propósito.
Por Alejandro Santini Dupeyrón
El gato y su contexto
Resulta cuando menos curioso que El gato con botas, primera de las tres óperas compuestas por Xavier Montsalvatge, y en la que se propuso , sus lla en la que se propuso ersonajes frente a las candilejas, abstactamente lparafrasear el estilo operístico propio del siglo XVIII, con sus recitativos y arias, episodios de ballet, final feliz y obligado desfile de personajes frente a las candilejas, fuera la única ópera de la que el compositor se sintiera menos satisfecho en un primer momento. Curioso, porque tanto la segunda —Una voce in off, ópera romántica en un acto y tres escenas para dos personajes y medio (el medio es, podrá suponerse, la propia voz), escrita en 1960 y estrenada en el Gran Teatre del Liceu dos años más tarde— como la tercera —Babel 46 (su predilecta), ópera en cuatro episodios y dos actos, también con libreto de Montsalvatge (al italiano añadiría aquí catalán, castellano, inglés, francés, portugués; plegarias en hebreo y frases en alemán para ser dichas por un loro), estrenada en 1996, transcurridos treinta años casi desde su composición— son óperas que se representan hoy de manera excepcional, mientras que El gato, en parte sin duda por su temática de cuento y por adaptarse fácil al público más joven, continúa subiendo a escena todos los años en algún lugar del mundo, Broadway incluido.
Montsalvatge necesitaría tiempo y perspectiva para asimilar el valor de esta obra de juventud escrita con maestría en un impecable neoclasicismo que fusionaba, de manera personalísima, influencias tan heterogéneas como las provenientes de la estética dieciochesca, el nacionalismo cultista de Manuel de Falla, el folclore de gusto mediterráneo y el lenguaje de Maurice Ravel, compositor por el que el gerundense sintió debilidad toda su vida y cuya fantasía lírica L’heure espagnole impregna la orquestación de El gato.
Ya en 1945, con motivo de las celebradas Cinco canciones negras, ‘seguramente la obra más universal del autor y de los años 50 españoles’ (Tomás Marco, en referencia a la versión orquestal de 1949), Montsalvatge había tenido ocasión de trabajar con el escritor y periodista, también catalán, Néstor Luján, autor de ‘Punto de habanera’, segunda de las canciones del ciclo. Luján sería el encargado de hacer la ingeniosa adaptación, rítmica y rimada, de Le Maître Chat ou le Chat botté (para nosotros, El gato con botas, sin más) que, junto con laCenicienta, Pulgarcito, Caperucita roja, etcétera, formaban parte de la recopilación de Los cuentos de mi madre la oca (Les contes de ma mère l’Oye), dados a la imprenta por Charles Perrault en 1697.
La opera-ballet El gato con botas, u ópera de magia en un acto y cinco escenas, compuesta en 1946, se estrenaría en el Liceu el 10 de enero de 1948.
Cuéntanos, Mamá Oca
El argumento es de sobra conocido. Antes de morir, un molinero reúne a sus tres hijos y reparte sus bienes: el molino, un asno y un gato. El hijo menor lamenta que le haya tocado el Gato, porque sus hermanos, se dice, podrán asociarse y ganarse la vida honradamente. En lugar de proponer asociarse con ellos y conducirse de igual manera, decide comerse al Gato y con la piel hacerse un manguito. El Gato, que entiende y habla de corrido, en lugar de poner leguas de por medio, opta por la insensatez (así parecerá al principio) de consolar a su potencial asesino, mostrándole que la herencia recibida no es tan insignificante como parece. A tal efecto le demanda un sombrero, un saco y un par de botas. Sin inmutarse ante aquella extravagancia (menos aún de que el Gato hable), el hijo del Molinero accede a la demanda. El Gato se calza las botas, se echa el saco al hombro y sale a cazar a conejos. Apenas atrapa al primero, lo mata sin compasión. Se cala el sombrero y se encamina al ver al Rey. ‘Majestad, aquí os traigo un presente de… —inventa rápido un título ridículo— del marqués de Carabás’. ‘¿Caraqué?’. ‘Carabás’.
Hombre de natural ingenuo y gustos sencillos, el Rey se sintió halagado. ‘Decid al marqués —dijo con sencillez, considerando de lo más normal conversar con un gato— que hoy mismo la reina, mi hija y yo, daremos buena cuenta de este conejo. Y que no olvidaré su nombre’.
Captó el Gato la indirecta. Corrió al campo y en seguida estuvo de vuelta con dos perdices en el saco. ‘¿Caraqué?’. ‘Carabás’. ‘Bien. Pues decid al marqués —dijo el Rey, profundamente halagado— que hoy mismo la reina, mi hija y yo, el chambelán y quizá también algún ministro, daremos buena cuenta de ese conejo y estas dos perdices. Y que no olvidaré su nombre. Decídselo’.
No había terminado el Rey de hablar cuando el Gato corría en dirección al campo. Volvió con un jabalí en el saco. ‘¿Caraqué?’. ‘Carabás’. ‘Bien, muy bien. Pues decide al marqués…’.
El día entero estuvo el Gato, sin reposo, yendo y viniendo. ‘¿Caraqué?’. ‘Carabás’. Cazando y llenado el saco. ‘¿Caraqué?’. Disponiendo para la mesa de una Corte siempre en aumento. ‘Carabás’. Hacia la tarde se entera de que el Rey saldrá con su hija de paseo en carroza por la ribera del río. Corre de nuevo, otra vez, campo a través, medio muerto en dirección a su amo. ‘Seguid mi consejo —le advierte— y haréis fortuna. Bañaos en el río en el lugar que yo os indique. Y recordad, a partir de ahora, sois el marqués de Carabás’. Cuando la carroza del Rey pasa por donde el impostor chapoteaba, el Gato comienza a gritar con todas sus fuerzas: ‘¡Socorro! ¡Socorro! ¡Se ahoga el marqués de Carabás!’.
El Rey ordena parar la carroza y, a sus guardias, socorrer al marqués. De un salto el Gato se planta entre el Rey y la Princesa, sugiriéndole a ella que distraiga la mirada si no quiere toparse en cueros a su señor el marqués. ‘Unos ladrones, altezas
—comenzó a mentir con soltura— gente pilla y muy vil, robaron las ricas prendas del marqués aprovechando que se zambullía’. ‘¡Inaceptable!’, clamó el Rey, y al momento ordena buscar ropa adecuada para el rango del marqués, mientras le cubren con una capa.
Reanudan los caballos el trote, a rodar y alejarse la carroza cuando, bella y cándida, se deja oír la voz de la Princesa: ‘¿Puedo mirar ya?’. Bastó una mirada de sus ojos bellos para quedar prendada del marqués, quien, sin prestar oídos a la cháchara del Rey (‘Gracias, gracias, señor marqués por las perdices, gracias, gracias, y por los conejos, las codornices, y por el ciervo, el jabalí…’) interminable cháchara, por la joven Princesa ya suspiraba.
Entretanto, el diligente Gato se había adelantado en el camino y, embaucando a unos, amenazando de muerte a los más remisos, consigue que al paso de la carroza todos los labradores se descubran y proclamen con júbilo que mejor amo no tendrán aquellas tierras que el marqués de Carabás. ‘¡Ancha y fértil heredad tenéis, señor marqués! —exclama el Rey, impresionado—. Y agradecidos vasallos’. A lo que el farsante con soltura responde: ‘La tierra es rica y abundante, majestad, y lo mismo me da siete, que ocho, que nueve cosechas al año’. ‘¡Válgame el cielo! ¿Tanto?’. El Rey quedó complacido sobremanera, y vio en el marqués tan buen partido que antes de acabar el paseo toma la mano la de su hija y la pone entre las del marqués, diciendo: ‘Solo de vos, señor marqués, depende ser mi yerno’.
Cómo se las ingenia el Gato para procurarle al hijo del Molinero, además de lo ya procurado, también un palacio, se verá más adelante, junto a algunas de las ingeniosas aportaciones, giros, dados a la historia por Néstor Luján.
Obertura, Primer y Segundo Cuadro
Se alza el telón al tiempo que un trepidante staccato de cuerdas anuncia el vivo de la Obertura. Además de la sección de cuerdas completa, los instrumentos requeridos para la ópera son 3 flautas, 2 oboes, 2 clarinetes, 2 fagotes, 2 trompetas, 4 trompas, 2 trombones, tuba, arpa, piano o celesta, percusión: timbales, caja, xilófono, metalófono triángulo, platillos y gong.
En escena, el Molinero (tenor), como hemos visto, se lamenta de su suerte: ‘Mirad si soy desgraciado | teniendo tan pobre herencia: | un gato’. A modo de leitmotiv, dos rápidos glissandi ascendentes anuncian la presencia del Gato (mezzosoprano). Un bello solo de oboe, acompañado a continuación por la flauta, conduce a la frase en que el Molinero expone el macabro propósito de asar al gato, ‘y con su piel, que aún vale algo | hacerse un gorro de hidalgo’. Dando comienzo a un dueto (andante) de intenso lirismo que en la sección central cobra aires de opereta, ‘Escúchame, amo mío’, el Gato expone al Molinero, en una sola frase, la síntesis de su proyecto: ofrecerle una ‘Sortija de Princesa’. Para conseguirlo le pide (esto es novedad): ‘Unas botas, sombrero, una espada | de hueso […] Capita de raso | y hebilla de plata en las botas’. La petición da paso a un último dueto en que Gato y Molinero cantan al unísono: ‘Botas he de encontrar (Botas te he de buscar) | para andar todo el día | y la noche, como el mar’.
El Segundo Cuadro se abre con un recitativo (calmato) a piano solo, cuya sonoridad evoca la entonación del recitado propio del Clasicismo. Aún siendo esta una ópera ‘mágica’ en la que, en principio, todo es posible, Luján no se resiste a explicar con fino humor el hecho del gato parlante, de modo que hará decir al Molinero: ‘¡Qué animal más extraño! Con su voz | de mujer | y con su modo de hablar quizá sea una maga | de las que salen en los cuentos de los niños | y viven en el hogar dentro de las llamas’. La capa, que ya la tiene, se la ha robado a un joven borracho; el sombrero, del perchero en la taberna, y la espada la hizo ‘puliendo el hueso de un caballo | que murió de muermo la semana pasada’. Vistiéndose en el interior de la escena, el Gato canta la animada tonada (grazioso) ‘Estaba el señor don Gato, ¡olé, plum!’. Se muestra al Molinero, ataviado con la capa, el sobrero, y andando con orgullosa majestad. El Molinero, que se muestra escéptico sobre el éxito del animal, hace esfuerzos por contener la risa. Después de que el Gato se despida cantando ‘Estando de camino, cansadito de andar’ (allegro), aparecen tres conejos que, junto a otro que hay en escena, evolucionan al conjuro de la espada del Gato. La didascalia pone énfasis en un hecho que expresa la verdadera intención del libretista y el compositor sobre la naturaleza la ópera: Hay que tener presente no dar a este baile [el de los conejos] una interpretación demasiado infantil. Los conejos deben ser fantásticos y su indumentaria puramente simbólica. Con lo que resulta evidente que la intención inicial de Luján y Montsalvatge, hacer comedia de un cuento infantil destinada a un teatro serio y a un público adulto, fue un empeño que solo el paso del tiempo ha logrado desvirtuar.
Tercer Cuadro
Una amplia y soñadora melodía reminiscente del verismo sirve al interludio (meno mosso) que hace la transición a este cuadro. Con un cambio brusco (agitato) sube el telón y aparece en escena el Rey (barítono), sentado en el trono. La Princesa (soprano) está a su lado y en torno a ambos aparece una fantástica corte de pajes, bufones y damas. También el Rey —un bobo belicoso y medio sordo— se lamenta (maestoso) de que no haya guerra en su reino y sea firme la paz. ‘Diez mil soldados a pie y tres mil a caballo | siguen con sus espadas durmiendo, | que sus vainas roncan tristes | con turbio sueño de herrumbre’. El Gato se presenta ante el Rey en un arioso (lento) con gran ceremonia: ‘Perdonad, majestad, que un gato humilde | os venga a saludar’. En el recitativo siguiente, presenta al Rey los respetos del marqués y ofrece como presente los conejos. Este recitado nada tiene que ver con los escuchados hasta ahora, resulta interesante por el atonalismo que lo aproxima al lenguaje vanguardista del siglo XX.
Pero no solo trae conejos, el Gato; también trae un recado para la Princesa de parte del marqués. La música vuelve a adquirir diseño tonal en el delicado aria (tranquillo) en que el Gato lee ante la Corte un largo pliego dirigido a la Princesa: ‘Cuando vuestra mano llegue a estos labios míos, | vuestros dedos tan fríos serán clavel sobre nieve’. La Princesa se acerca al Gato y canta con él un bellísimo dueto: ‘En vuestros ojos se asoma un blando fuego | que os toma y habla de vuestros amores’. El Gato se inclina ante el Rey, besa la mano de la Princesa y se marcha con gran ceremonia. Acelerando poco a poco hasta el animado allegretto, una coda con el tema del aria ‘Estaba el señor don Gato, ¡olé, plum!’ sirve para que los miembros de la Corte, con reverencia, se despidan del Gato mientras cae el telón.
Cuarto Cuadro
El breve interludio orquestal, que desarrolla material temático del dueto del Gato y la Princesa, da paso al recitativo ‘Debierais entrar al río y nadar un poco en él’. El Molinero rehúsa, porque el agua está fría. Finalmente, cuando se sumerge, los gritos de socorro no serán fingidos, sino el resultado de la impresión al contacto con el agua fría, hecho que aprovecha en seguida el Gato para su embustero propósito: ‘¡Socorro, socorro! ¡Se ahoga mi señor!’ En la carroza, además del Rey y la Princesa, van el capellán, el chambelán y el bufón. Mientras el Rey alza la voz: ‘¿Qué demonios pasa con tanto gritar?’, el Capellán, con mímica expresividad, ruega el favor del cielo mientras el Bufón hace nerviosas piruetas. El Rey ordena a los criados acudir en socorro, y al Chambelán que se despoje de la ropa y la entregue al marqués. La Princesa, que del marqués se siente ya enamorada, en un hermoso arioso, ‘Pide a Dios que esta tarde pare el río bajo el puente’. Cuando el Molinero entra en escena lo hace vestido con las ropas del chambelán. El Gato presenta entonces al marqués, y en nombre suyo, invita al Rey y los presentes al palacio de su amo. ¿Palacio? El Molinero, tenso, sin dejar de sonreír, murmura al Gato entre dientes: ‘Ahora qué lío nos vamos a hacer…’. El Rey, adoptando un aire solemne, se coloca la trompetilla en la oreja y ordena que suene la Marcha Real. Al son marcial, el Molinero ofrece galante el brazo a la Princesa y parte la comitiva. Atrás, semidesnudo y resignado, queda solo el chambelán.
Quinto Cuadro
En el nuevo intermedio musical (moderato), de esmerado corte orquestal raveliano, se suceden solos de corno inglés, flauta y clarinete, acompañados por los glissandi evocadores del Gato. De repente la atmósfera (solemne) se tiñe de oscuridad. Pesantes acordes de metal conducen al interior del palacio encantado del Ogro cuando sube el telón. La asociación con el brutal gigante Fafner de Wagner es inevitable. Al fondo de la escena hay un trono descomunal y en el trono, sentado, permanece el Ogro mientras canta una grotesca aria da capo: ‘Cuando mi nariz es una berenjena | que he rellenado con mucho tintorro | cuando he bebido sin tasa ni ahorro…’. Acabada esta proclama alcohólica entra el Gato sigiloso, avanza hacia el Ogro y expone, cantando (più mosso), el motivo de su visita: ‘Señor, yo solo por veros vengo de muy lejos […] Dicen que en más bestias podéis convertiros […] Yo tan solo quisiera pediros, | porque no lo creo, una exhibición’. El Ogro replica furioso: ‘¡Basura! ¡Que haya de mi poder dudas!’ Pero ha picado el anzuelo. Para demostrar al incrédulo Gato su poder metamórfico se convertirá en león. El trono desaparece detrás de cortinas que se cierran. Al abrirse de nuevo, en el trono aparece instalado un león. Comienza (vigoroso) ‘La danza del León’. Profusión de percusión y metales. Con un golpe de gong las cortinas se cierran. Cuando vuelve a abrirse, reaparece el Ogro. Triunfal risotada. ‘Gatito sarnoso, ¿qué quieres más de mí?’. El Gato pregunta con astucia: ‘¿Y en loro o canario os podéis convertir?’. Cierre y apertura de cortinas. Sobre el trono, un papagayo. Comienza (calmo) ‘La danza del Papagayo’ a ritmo de vals. Nueva y colorista evocación raveliana. Las cortinas se cierran y vuelven a abrirse. En el trono está el Ogro, riendo otra vez. El Gato replica, ingenuo: ‘Que animal grande hagáis lo comprendo […] ¿Pero que lo hagáis de mosca o ratón? | La verdad, señor, casi no lo entiendo’. En un alarde de estupidez el Ogro se transforma en ratón. Luego de una breve persecución (vivo) el Gato le da muerte. Entra el Rey seguido de toda la comitiva, admirado por cuanto ve.
En otro bello dueto (adagietto) declaran su amor recíproco la Princesa y el Molinero. El Rey se suma, convirtiendo el dueto en trío. En este momento sabemos que está en la ruina y su trono hipotecado. Dirigiéndose a la Princesa, añade: ‘¡Hija, este hombre conviene a los dos!’, y accede, como no podía ser de otro modo, a concederle al Molinero la mano de la Princesa. La Corte, jubilosa, se prepara para bailar una contradanza (tempo di polonesa). Terminado el baile, los personajes desfilan saludando al Gato, que les corresponde ceremonioso a medida que salen. El Gato ha quedado solo en escena. Desperezándose, se dirige al público: ‘El cuento ha acabado y mi misión también […]’. Salta sobre el trono y se acomoda. Mientras suenan los glissandi de su motivo, comienza a dormirse, iluminado por una luz azul.
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