Han pasado 113 años desde la primera función de The Demon (El Demonio de Rubinstein) en España y vale la pena recordar algunos datos de este evento. La ópera, basada en la rendición del Diablo al amor, compuesta por Rubinstein, se estrenó al final de la temporada de verano en Barcelona, concretamente el 10 de octubre de 1905 en el Teatro Novedades. El montaje fue realizado por la compañía italiana de Francisco Castellano y contó en su reparto con la participación de las cantantes Adelina Agostinelli, Esposito y Garanani, y los cantantes Fernando Carpi, Arrighetti, Vecchioni y Mauceri.
Por Fabiana Sans Arcílagos
Argumento
Acto I
En un paisaje salvaje del Cáucaso, bajo una incesante tormenta, un coro de espíritus infernales invoca al Demonio y le solicita que destruya la creación de Dios. Por su parte, el coro de la naturaleza suplica que se aparte la tormenta y, poco a poco, se ve aparecer un resplandor de luz en el cielo, alabando las maravillas del creador. El Demonio se persona en la cima de un acantilado y expresa el odio que siente por ese mundo que lo rodea, lleno de humanos débiles e insignificantes; él solo desea destruir la Tierra. De repente, un ángel hace su aparición, e invita a que el Demonio se reconcilie con la obra de Dios. Ante el rechazo de este, el ángel le advierte que no debe tocar nada que sea querido por el cielo. Los dos desaparecen.
En la orilla del río Aragva, a un lado de las torres del príncipe Gudal, las jóvenes llenan sus cántaros de agua. La princesa Tamara llega corriendo y se une a sus amigas. Entonces, el Demonio vuelve a presentarse y se sorprende por la belleza de la joven doncella; mientras, la princesa, a pesar de que no puede ver a la siniestra criatura, se siente oprimida por la presencia de algo extraño. Para disipar su angustia, su criada le recuerda que el príncipe Sinodal, con quien contraerá matrimonio, está por llegar. Todas regresan al río, pero Tamara escucha la voz del Demonio, quien le promete ser ‘¡la reina del universo, mi eterna amante!’; la joven logra ver al ángel negro y este desaparece. Conmocionada, la muchacha recurre a sus amigas y a la criada, quienes, confundidas por la historia, regresan al castillo; una vez allí Tamara recuerda las palabras del Demonio.
La caravana del príncipe Sinodal, comandada por el viejo criado, se acerca a su destino. Ha caído la noche, los sirvientes y caballos están agotados; todos concluirán su camino al día siguiente. El príncipe ordena enviar un mensaje a Tamara para avisarla de que a mediodía estará con ella. Cuando el príncipe se echa a dormir, el Demonio ‘arrulla’ sus sueños, jurando que no volverá a ver a su amada. Todos descansan y con la calma de la noche, el príncipe y su corte son atacados por Tártaros. Sinodal es herido, morirá al amanecer. El joven, angustiado, reclama su caballo y desea partir para cumplir su promesa, quiere casarse con Tamara. Aparece el Demonio, quien jura que no verá a su amada. El príncipe cae muerto.
Acto II
En el castillo de Gudal, los invitados esperan a la novia. Un mensajero anuncia el retraso del príncipe Sinodal. A pesar del aviso y la algarabía, Tamara se siente desconcertada y nota la presencia del Demonio. En medio del baile y la fiesta se escuchan gritos, todos entran en confusión. Gaudal, el mensajero y algunos hombres han ido a averiguar lo que sucede. Regresan con las caras desencajadas y muestran el cuerpo del príncipe: este ha sido asesinado. Tamara, desgarrada por el dolor, reza junto a los invitados, pero continúa escuchando las promesas del Demonio. Envuelta en la desesperación, solicita la bendición de su padre y se retira al refugio de Dios. Tamara ingresa en un convento.
Acto III
Mientras todos en el convento duermen, el Demonio intenta ingresar, pero su paso es interceptado por un ángel que, en vano, evita que entre Satanás al santuario. Mientras Tamara reza en su habitación, aparece el Demonio. Este le declara su amor y le ruega ser correspondido. Tamara se resiste, reza, evita escucharlo, pero este la besa y la joven cae muerta. Aparece un ángel, salva el alma de Tamara y condena al Demonio a la soledad eterna; él se retira maldiciendo su destino.
Rubinstein compositor
Conocido principalmente por ser uno de los más grandes pianistas del siglo XIX, Antón Rubinstein (1829-1894) encabeza la lista de los genios musicales que marcaron una época de prestigio en Rusia. Fundador de la Sociedad Musical Rusa y del Conservatorio de San Petersburgo, destacó entre sus contemporáneos rusos por tener un importante alcance internacional, gracias a su gran virtuosismo en la ejecución del piano, comparado en diversas ocasiones con Liszt. A pesar de ello, Rubinstein no fue solo un gran pianista, sino un importante pedagogo, director y compositor.
Esta última faceta fue una de las más destacadas, no tanto por su calidad compositiva, como por su cantidad. Compuso cerca de 154 obras entre piezas orquestales, conciertos para violín, violonchelo, piano, tríos, quintetos, cantatas, oratorios, óperas y sinfonías, pero tan solo unas pocas destacaron, como es el caso de Melodía en Fa Op. 3 núm. 1 para piano, Sinfonía núm. 2 en Do mayor Op. 42 ‘El Océano’, Don Quijote Op. 87, Ivan IV o Ivan el TerribleOp. 116, el Concierto para piano núm. 4 en Re menor Op. 70 y la ópera The Demon. Lo cierto es que su trabajo, a pesar de lo abundante, no se ha caracterizado por ser de una creatividad extraordinaria, al contrario: músicos y empresarios como Paderewski o Nadezhda von Meck llegaron a comentar que sus creaciones carecen de la concentración y paciencia necesarias para un compositor, llegando a desarrollar pasajes con grandes clichés o poco extendidos, además de ser poco originales. A pesar de ello, compositores como Chaikovski elogiaron sus obras, tildándolas de muy interesantes y bien hechas.
Pero, independientemente de las opiniones, Rubinstein nos dejó uno de los mayores legados operísticos de la tradición rusa, cimentados en modelos europeos. Su primera ópera, Dmitri DonskóioLa batalla de Kulikovo, fue escrita por el músico con tan solo 20 años. Basada en una historia patriótica y encargada por los Teatros Imperiales Rusos, se estrenó el 30 de abril de 1852 en el Teatro Bolshói en San Petersburgo y contó con cuatro representaciones. Hoy día únicamente se conserva de esta primera creación la obertura y alguna parte vocal. Posteriormente, Rubinstein escribió un trío de óperas en un acto para la duquesa Elena Pavlovna, tía del zar; de este grupo la única que ha sobrevivido ha sido Los cazadores de Siberia, con libreto de Alexander Zherebtsov. A estas le siguen las óperas Die Kinder der Heide, primera ópera compuesta para la etapa alemana; seis obras, entre ellas Feramors, donde se sumergió en el orientalismo musical. En esta etapa inventó la ‘ópera sagrada’ como alternativa anti-wagneriana.
De sus veinte óperas, The Demon es la número diez y la más representativa de su catalogo escénico. Con libreto de Pavel Alexandrovich Viskovatov, en base a un poema narrativo de Mijaíl Lérmontov, nos relata la historia de un demonio que se enamora de una mortal, a quien el demonio no logra tener porque es condenado a no tocar nada de lo que Dios ha creado.
Fue estrenada en el Teatro Mariinski de San Petersburgo el 25 de enero de 1875 bajo la batuta de Eduard Nápravnik. El Demonio fue todo un éxito que contó con más de cien representaciones. El reparto original incluía a Ivan Melnikov en el papel principal, Ossip Petrov como Gudal, Wilhelmina Raab como Tamara, Aleksandra Krutikova como el Ángel y Fiódor Komisarjevski representando al príncipe Sinodal.
Chaikovski consideró que ‘a pesar de mucho relleno, El Demonio contiene cosas encantadoras’, y se puede decir que influyó en la creación de su ópera Eugenio Oneguin. En 1881 la ópera se estrenó en el Covent Garden, bajo la dirección del propio Rubinstein, convirtiéndose así en la primera ópera rusa representada en Inglaterra.
Musicalmente, Rubinstein logró adecuar un gran melodismo a las situaciones dramáticas, siendo el tercer acto, el dúo entre Tamara y el Demonio, donde se refleja en abundancia esa característica. Los diálogos, especialmente en los roles de la joven y el ángel caído, se desarrollan a través de romances, siendo el más relevante el del tercer acto, ya que durante veinticinco minutos podemos disfrutar de un estupendo dúo de seducción creado a través de un conglomerado de romances que se desarrollan gracias a la alternancia, y no uniendo las voces; cuando cantan juntos lo hacen contraponiéndose el uno al otro; el más relevante de estos romances es el ‘Juramento del Demonio’.
Otra característica notable es la inclusión del coro en las escenas, que repite a modo de lamento el sufrimiento del príncipe o de Tamara; además tendremos los cantos fuera de escena que dialogan con personajes en escena. Durante el primer acto, se hace alusión a melodías populares e himnos patrióticos, manteniendo un sonido de carácter oriental que el compositor venía utilizando en obras anteriores. Esta sonoridad se percibe en la tercera escena, específicamente en el papel de Sinodal y unos pequeños giros de una canción georgiana en el coro de jóvenes ‘Vamos a la brillante Aragva’. Llama la atención la inclusión del ballet en el segundo acto, que mantiene la tradición del siglo pasado.
El Demonio en la cultura popular
Ya sea bajo el nombre de Satanás, Lucifer, Belial o Belcebú, pocos personajes han sido tan aterradores en la historia como el Demonio. A pesar de que esta deidad maligna es común a toda clase de culturas y creencias, no se puede negar que la fe cristiana ha sido determinante para la plasmación definitiva de sus maquiavélicas características. Así, una de las primeras manifestaciones literarias en las que encontramos referencias a este ser es, precisamente, el Antiguo Testamento, donde aparece de muy diferentes maneras: como un monstruo marino, Leviatán, en el Libro de Job; en forma de serpiente en el Génesis; o como el Ángel Caído en Isaías. Incluso toma forma de mujer bajo el nombre de Lilith, y se cobija bajo diferentes nombres como Asmodeo, el Opositor o el Calumniador. Sin embargo, es en realidad en el Nuevo Testamento donde se cuenta su más que famosa historia como Ángel Caído de Yahvé. A pesar de que en esta sección de la Biblia no podemos encontrar grandes descripciones físicas, no deja de ser señalado como el Maligno, el Ángel de Luz o el León Rugiente.
No obstante, no podemos olvidar que esta figura maligna no ha estado siempre vinculada a la fe cristiana. Durante los primeros mil años de la historia de la Iglesia, la idea de Satanás se encontró de alguna manera ‘adormecida’, dado que debía disputarse su posición como representante de la maldad con otros seres mitológicos y folklóricos. Así, su presencia pasó de alguna manera desapercibida hasta que, tal y como señala Umberto Eco en Historia de la fealdad, apareciera uno de los mayores impulsores del Demonio como personaje: el Beato de Liébana en su comentario al Apocalipsis de Juan: Apocalypsin, Libri Duodecim (776 d. C.). Otro de los hechos literarios definitivos que auparían la figura del Diablo sería el del catecismo escrito en el siglo XII por un sacerdote alemán llamado Honorio de Autún, Elucidarium, y que, por primera vez, sistematizaba todas las características del rey del mal que hasta ese momento se hallaban dispersas y difusas en diferentes escritos.
A pesar de que hay una idea más o menos extendida que vincula la creencia en el Demonio con la oscuridad de la Edad Media, lo cierto es que no es hasta la llegada de un Renacimiento incipiente cuando este personaje toma toda la fuerza. Por supuesto, la Divina Comedia de Dantesería determinante para asentar el interés en esta criatura. El nuevo interés desarrollado en este personaje no es fruto de la casualidad, sino producto de un caldo de cultivo más que propicio para ello: por un lado, geográficamente hablando, el Diablo comenzó a tener preponderancia en las zonas comprendidas por el Sacro Imperio Romano Germánico, y los ducados de Saboya y Borgoña, y esto fue debido a la preocupante aparición de sectas heréticas y a cómo fue tratado este tema por el Concilio de Basilea en una Europa que, no podemos olvidar, vivía asolada por enfermedades como la peste, que sufría de malas cosechas y de hambre, y que tenía una visión de la realidad cada vez más siniestra. Este fatídico escenario en el que se contraponían las corrientes de ideales del norte con las del sur, en suma a las diferentes creencias que se estaban desarrollando, fueron determinantes para que la figura de Satán cogiera fuerza y se presentara como el ser absoluto del mal que traería los mayores horrores del mundo y que, por supuesto, no tardaría en tomar el cuerpo de los pecadores.
Por otro lado, desde que se estableciese la figura del Demonio, su repercusión en las artes ha sido más que notable. En cuanto a la presencia del Demonio en la música, una de las representaciones más curiosas no es precisamente de esta deidad del mal como personaje, sino como concepto: si echamos la vista hacia Guido d’Arezzo podemos ver que en su Micrologus plasma la explicación del acorde ‘diabulus in música’ (el acorde de tritono) así como las razones por las que considera que no debe usarse esta combinación de sonidos. Sin embargo, a lo largo de la historia de la música han sido muchos los autores que se han interesado en este macabro personaje. Uno de los más vinculados fue Nicolo Paganini y su Capricho núm. 13 conocido como ‘La risa del Diablo’ puesto que trata de imitar una carcajada de la siniestra criatura. Otro de los más destacados violinistas de la historia ‘invocó’ a Satanás con su más que famosa obra Sonata para violín ‘El trino del Diablo’ de Giuseppe Tartini. La historia de esta sonata es más que curiosa: presuntamente, Tartini soñó que se le aparecía el Diablo y que este le pedía ser su sirviente; entonces, Tartini le dio su violín y le pidió que tocara una melodía, siendo tal la destreza del ser demoniaco que inmediatamente Tartini percibió que empezaba a perder su aliento, por lo que tuvo que despertar. Por su parte, Camille Saint-Saëns también compuso un poema sinfónico inspirado en una composición poética de Henri Cazalis que narra la danza de los esqueletos saliendo de sus tumbas. En cuando a la producción operística, cabe mencionar la de Franz Xaver Süssmayr, alumno de Mozart, que compuso una ópera titulada El nogal de Benevento,en la que la escena principal es una aquelarre de brujas invocando al Demonio. Curiosamente, Paganini eligió la melodía principal de esta escena para su célebre piezas La danza de las brujas.
Deja una respuesta