Por Tomás Marco
Una de las desgracias principales que soporta la creación musical española de todas las épocas es la ignorancia casi absoluta que los propios intérpretes españoles, y por tanto el mismo público español, tienen de nuestros repertorios que se circunscriben a unas pocas partituras muy manidas. De esta manera no es de extrañar que tampoco en el extranjero sea nuestra música suficientemente conocida y valorada. Por eso es muy importante que aparezcan a veces publicaciones que nos señalen que ese patrimonio sí existe y que sí es importante y que si no se conoce es o por ignorancia o por mala fe, cosas que se deben corregir.
Acaba de aparecer un grueso libro sobre nuestro patrimonio cuartetístico que demuestra hasta qué punto es real e importante. Eso sí, aparece con el título inglés de The string quartet in Spain y en la editorial Peter Lang que tiene su sede en Berna, aunque también las posee en Bruselas, Frankfurt, Nueva York, Oxford, Varsovia y Viena, lo que sin duda es muy bueno para la difusión de sus libros. Pero, como el volumen es una enorme obra colectiva, hay artículos en inglés pero también en español, francés, alemán e italiano. La iniciativa pertenece a dos beneméritos musicólogos que han trabajado duro para conseguir este logro, Christiane Heines, autora también de uno de los trabajos insertos en el libro, y Juan Miguel González Martínez, con articulistas muy variados.
El cuarteto de cuerda, tan esencial en la historia musical desde su aparición, tiene su primera esencia entroncada en el siglo XVIII y, como es sabido, acaba alcanzando su forma clásica con la obra de Haydn. Pero España, por unvez, no fue atrasada en este tema porque aquí vivió y trabajó uno de los mayores músicos dieciochescos, el italiano Luigi Boccherini, al que se puede considerar español, al menos en igual medida en que consideramos que el Greco es un pintor español. Cierto que Boccherini se dedicó mucho al quinteto, aspecto en el que es un poco más conocido, pero su importancia para el cuarteto es vital y a ella en relación con Haydn dedica en el libro Miguel Ángel Marín un excelente trabajo. Resulta verdaderamente estupefaciente que en España se ignoren sus cuartetos, cosa que también ocurren con sus sinfonías que es tema para otra ocasión.
Boccherini no fue el único músico italiano que trabajó en España, y en el tema del cuarteto y el trío haríamos bien en recordar a Gaetano Brunetti, otro autor eludido de los repertorios. Pero el cuarteto español dieciochesco tuvo también compositores bien españoles. Hasta ahora solo eran modestamente conocidos los seis de Manuel Canales que publicó y estudió Julio Gómez, alguno de los cuales se toca eventualmente alguna vez. Ahora se conocen más de este autor pero tambiénde José Reinoso, José Teixidor, Pedro Santamant, Manuel Ibeas o Enrique Ataide, e incluso de algún portugués activo aquí como Joao Almeida Motta. Desgraciadamente se han perdido —ojalá alguno reaparezca alguna vez— los que sabemos que compusieron gentes como Tomas de Iriarte o Juan Oliver.
El arranque del XIX nos muestra la más conocida faceta de nuestro cuarteto histórico como son los tres magníficos cuartetos de Juan Crisóstomo Arriaga que quizá deban el ser más conocidos no solo a su calidad sino a que los compuso en París. De hecho son más interpretados pero no creemos que los aficionados los conozcan mucho porque son poco frecuentados por nuestras agrupaciones y hasta no hace mucho sus grabaciones eran de cuartetos extranjeros. Aún así, para la mayoría de la gente sería lo único mencionable del cuarteto español en el XIX. Cierto que esa centuria sigue siendo la cenicienta en conocimiento e investigación de nuestra música salvo en el teatro musical. Pero la vida no se acababa con la zarzuela y los denodados y fracasados intentos de ópera española. También hubo cuartetos, y además buenos. Junto con el libro que da pie a este artículo se ha publicado un disco a cargo del Cuarteto Leonor en el que se da vida a cuatro excelentes cuartetos españoles decimonónicos de Rafael Pérez, Salvador Giner, Federico Olmeda y Emilio Serrano.
No fueron los únicos. En Madrid fue muy activa una Sociedad de Cuartetos, y en otros lugares de España también se cultivaron. Se conoció el gran repertorio europeo, el mismo Sarasate fue el introductor de la música de cámara de Brahms entre nosotros, y se compusieron excelentes cuartetos.Los mismos conocidos zarzuelistas compusieron cuartetos y se conserva uno (incompleto) de Manuel Fernández Caballero y obras notables de Tomás Bretón y Ruperto Chapí. De estos dos autores, tan reputados en el campo teatral pero que también habría que revelar como sinfonistas, se conservan hasta cuatro cuartetos de cada uno, algunos bien notables. Hay más cuartetos españoles en esa época, pero con que pudiéramos considerar de repertorio porque se tocaran normalmente algunos de los hasta ahora mencionados, nuestra historia musical sería mucho mejor y se le empezaría a hacer cierta justicia.
Con el siglo XX y la notable recuperación de la música española tenemos una floración de cuartetos merecedora de gran atención. Así los dos de José María Usandizaga, los de Joaquín Turina, el de María Rodrigo, el Cuarteto Plateresco de Julio Gómez, los dos de Jesús Guridi, verdaderamente magníficos y lagran figura cuartetística española de esta Generación de Maestros que es Conrado del Campo, autor de hasta quince obras de esta categoría de las que apenas se escuchan alguna vez los cuartetos titulado Caprichos Románticos y Carlos III, esperando aún una integral discográfica.
En la Generación del 27 el interés por el cuarteto continúa y tenemos obras magistrales. Así el cuarteto de Ernesto Halffter, tan poco conocido, los de su hermano Rodolfo, Julián Bautista, Salvador de Bacarisse, Fernando Remacha, Gaspar Cassadó, y tantos otros que sigue tras la Guerra Civil con numerosas obras de relieve entre las que muchas podrían ser de repertorio, especialmente alguna tan especial como el Cuarteto Indiano de Xavier Montsalvatge, además de obras de Jesús García Leoz, Francisco Escudero, Eduardo Toldrá, José Moreno Gans y varios más.
Particular atención al cuarteto dedica la vanguardia posterior ya que en la Generación del 51 abundan y son excelentes. Ramón Barce compuso nada menos que once, reciente y afortunadamente llevados al disco. Cristóbal Halffter ha estrenado hasta nueve que circulan sobre todo con cuartetos extranjeros como el de Leipzig, Luis de Pablo numerosas piezas para la formación, también Josep María Mestres-Quadreny o Joan Guinjoan, y autores inmediatos siguen la línea y, si se me permite la cita, yo mismo puedo señalar seis. Si seguimos con autores más jóvenes veremos que no hay prácticamente ninguno sin cuartetos y que la mayoría son buenos.
No hemos dado más que una muestra de lo que realmente hay y urgiría que se creara ya un cierto repertorio de nuestros cuartetos desde el XVIII a día de hoy. Una obra como el libro que comentamos es una buena fuente para ello, especialmente para el extranjero, aunque debería la cosa partir desde aquí, pues es a nuestros cuartetos, a nuestras instituciones de concierto y a nuestros organizadores a quienes corresponde la tarea. De esa manera el público podría llegar a conocer e incluso, desde el conocimiento, a exigir. Desde luego falta para ello. Pero habrá que ponerse alguna vez.
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