Por Roberto Terrón
Hay muchas teorías sobre el origen del contrabajo, pero parece que las primeras referencias que se conocen, si hablamos de un instrumento de cuerda frotada de tamaño humano, datan de finales del siglo XV. Es cuando el teórico Próspero dice haber visto en Mantua “violas tan grandes como yo” que, según algunas fuentes, podría apuntar a su posible origen español a partir de la vihuela renacentista, introducida en Italia en el siglo XV a través de la Corona de Aragón.
A partir de ahí, y hasta prácticamente los inicios del siglo XX, el contrabajo no llegó a la estandarización tal y como la conocemos hoy: el instrumento más grande de la familia de la cuerda afinado en cuartas Mi, La, Re, Sol, de más grave a más aguda. En todos estos años nuestro instrumento podía tener diferentes tamaños, forma de violín, de viola de gamba, tres, cuatro, cinco o seis cuerdas, y múltiples afinaciones que variaban según la escuela o el país de origen, que podían ser por cuartas, quintas o mezclando cuartas y terceras en el caso de los populares violones en Sol, de la familia de la viola de gamba (Sol, Do, Fa, La, Re, Sol) que son habituales hoy en día en muchos grupos barrocos con criterios historicistas. Esta característica híbrida y en constante evolución de nuestro instrumento todavía sigue viva con la utilización en las orquestas de bajos de cinco cuerdas o extensores de la cuarta cuerda para alcanzar notas más graves y poder llegar al Do grave, incluso al Si, con el fin último de dar mayor profundidad y riqueza armónica al conjunto orquestal en cada momento, el principal motivo de su origen y de todo su enorme proceso evolutivo.
Basta con fijarse en una sección orquestal de contrabajos para apreciar el gran número de modelos, tamaños y formas de los contrabajos. A grandes rasgos, suelen medir alrededor de 180 centímetros de alto y su forma viene determinada por su influencia de la familia del violín—hombros más altos y tapa trasera curva—, o de las violas de gambas —con los hombros más caídos y la tapa trasera plana—. Las variaciones de tamaño entre unos y otros también hace que la distancia entre la cejilla y el puente pueda variar hasta 4 centímetros, más o menos entre la más habitual de 105 centímetros hasta casi 109 en los más grandes. Hoy en día ya hay instrumentos pequeños de hasta 1/10, lo que permite que niños muy pequeños empiecen a estudiar el contrabajo de la misma manera que un violonchelista o un violinista, con el instrumento más apropiado para su edad y tamaño, lo que ha provocado el gran avance del nivel de los jóvenes contrabajistas en la actualidad.
Con la enorme evolución de la técnica y la pedagogía del contrabajo en los últimos cincuenta años, hoy en día nuestro instrumento nos permite, por su enorme registro, alternar su papel desoporte rítmico armónico con pasajes melódicos de gran dificultad. Esto le aporta una versatilidad y riqueza sonora única que ha provocado que estemos viviendo una gran edad de oro del contrabajo.
Lo más habitual es que el contrabajo se coloque a la derecha del escenario, si se mira desde el público, pero esto no siempre fue así. Podemos ver ilustraciones y dibujos antiguos con múltiples y dispares ubicaciones de los músicos. Hoy en día, algunos directores proponen colocar los bajos al otro extremo del escenario, algo que no siempre es posible por las características del escenario. En mi opinión, es muy recomendable cambiar de ubicaciónno solo por las necesidades de cada obra sino también por sentir cómo puede cambiar la sonoridad de la orquesta según sea nuestra colocación.
Los contrabajistas de mi generación, al no tener acceso a instrumentos pequeños a escala y no poder empezar a estudiar a una edad temprana como el resto de los instrumentos, solíamos tocar otro instrumento y llegábamos al contrabajo cuando ya teníamos al menos 16 o 17 años. En mi caso, empecé mis estudios musicales como pianista y llegué al contrabajo con la intención de ampliar todo lo posible mi formación cuando decidí que la música era mi verdadera pasión.
Los contrabajistas tenemos un poco de merecida mala fama de no cuidar los instrumentos, quizá por la tradición de que los instrumentos en la mayor parte de los casos permanecen en el escenario como si fueran parte del mobiliario del teatro. La limpieza diaria del arco y del instrumento de restos de polvo y resina después de cada sesión de estudio o de trabajo, así como mantener el arco, las cuerdas y demás componentes en buen estado, no solo es necesario para cuidar nuestras herramientas de trabajo sino que lo es también para dignificar nuestro papel y nuestra labor en la orquesta, históricamente un poco denostada por los otros instrumentistas de cuerda.
El ejercicio físico es fundamental en nuestra profesión para mantenerse a pleno rendimiento y evitar las temidas lesiones, tan frecuentes en una actividad tan intensa y exigente como es tocar en una orquesta sinfónica cada día. En mi opinión, lo ideal es compaginar una actividad deportiva moderada con estiramientos específicos que nos ayuden a relajar la musculatura antes y después de cada sesión.
Si tuviera que decidirme por un solo de contrabajo dentro de una sinfonía, nada como el solo de la Primera Sinfonía de Gustav Mahler. Y aunque no son solos propiamente dichos, disfruto muchísimo haciendo bajos continuos con mis colegas solistas de violonchelo Suzana Stefanovic o Javier Albarés en cualquiera de los oratorios del repertorio barroco, acompañando arias y recitativos, donde el contrabajo desempeña su verdadero papel de soporte rítmico armónico de manera individual sin el resto de la sección.
En cuanto al concierto para contrabajo y orquesta más virtuoso, elegiría tres por las exigencias características de cada estilo: como concierto del período clásico el Concierto de Johann Baptist Vanhal,que se interpretaba con un violone vienés de cinco cuerdas; dentro del siglo XIX, el Concierto en Fa sostenido menor de Giovanni Bottesini; y en siglo XX, Angel of Dusk de Einojuhani Rautavaara.
Para mí la música de cámara es el espacio donde el contrabajo puede demostrar todas sus virtudes, por eso siempre ha sido un pilar fundamental en mi carrera. Han sido muchas obras de todos los estilos, incluyendo numerosos estrenos, las que he tocado en todos estos años, pero si tuviera que elegir una me quedaría con el Quinteto Op. 39 de Serguéi Prokófiev, una obra maestra que muestra todas las posibilidades de nuestro instrumento.
Siempre digo que tocar el contrabajo y hacer solo música clásica es como tener un 4×4 y usarlo solo para ir a la compra… Bromas aparte, la realidad es que el contrabajo por su característica de soporte rítmico armónico está presente en prácticamente todos los estilos musicales, del Barroco al swing pasando por la salsa o la música folclórica. Poder accedera la interpretación de todos los estilos posibles es sumamente enriquecedor. En especial destacaría mi colaboración en el proyecto Lookingback de Andreas Prittwitz, donde unimos músicas improvisadas con composiciones de diferentes épocas musicales, principalmente de temas renacentistas y barrocos. En este sentido, creo que el músico del futuro debería aspirar aadquirir una formación integral no solo como intérprete, sino también como compositor e improvisador.
Formar parte de la Orquesta Sinfónica RTVE, que ha sido la gran referencia sinfónica desde hace más de cincuenta años para todos los aficionados y de los que nos dedicamos a la música clásica, supone para mí un enorme orgullo y una gran responsabilidad. Compartir escenario con compañeros que veía en mi adolescencia en TVE como referentes es algo fantástico y que nunca me cansaré de agradecer.
Tengo la suerte de compartir cada semana de trabajo desde hace veinte años con grandes profesionales y grandes músicos: Miguel Franco, Manuel Herrero, Karen Martirossian, José Miguel Manzanera, Damián Arenas, Germán Muñoz y Luis Miguel Bregel.
El haber tenido la enorme suerte de estudiar durante cuatro años con una de las grandes leyendas del contrabajo, Ludwig Streicher, ha sido fundamental en mi carrera y a él se lo debo todo. Franco Petracchi y Gary Karrson otras de las grandes personalidades del contrabajo en el siglo XX que han influido a toda nuestra generación. En la actualidad hay un gran número de virtuosos de todos los estilos y en todos los países, pero a mí me interesan especialmente todos aquellos que aportan algo nuevo, sin atarse a una determinada escuela y que siguen haciendo evolucionar nuestro instrumento, y que hacen música con mayúsculas sin límites estilísticos ni técnicos. RinatIbragimov, Stefano Scodanibbio, Alberto Bocini, Bozo Paradcik, Edgar Meyer, Renaud García Fons, Christian McBride son algunos de esos grandes que siempre están en la lista, pero ¡cada día hay más!
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