Siempre con el objetivo de promocionar el gusto por la buena música, hoy nos detenemos ante una magistral partitura que tanto desvelo costó a su autor como placer proporciona a quien la escucha y a quien la interpreta, piedra angular en su género. El Concierto en Sol de Ravel es una obra imprescindible en el repertorio de cualquier concertista y de cualquier orquesta.
Por Antonio Soria
Biutiful
‘Al salir de la tormenta, tu vida nunca volverá a ser la misma’
Así termina uno de los tráileres oficiales en español de Biutiful. Sí, Biutiful, no es un error ortográfico de la palabra inglesa beautiful (hermoso, bello, espléndido), sino el título de una película mexicana que a Javier Bardem le valió su quinto Goya (el cuarto en la categoría de Mejor interpretación masculina protagonista) y, entre otras distinciones, la nominación a Mejor actor en los premios Oscar y la Palma de Plata a Mejor actor en el Festival Internacional de Cine de Cannes, hace diez años.
Utilizo este título y esta frase para comenzar por tres razones: primero, lo apropiado de la palabra inglesa beautiful a que hace referencia como adjetivo a la preciosa partitura de hoy; segundo, porque quien figura como autor de la música del film (Gustavo Santaolalla) utilizó el segundo movimiento del Concierto en un momento clave de la película; y, tercero, por lo mesiánico, para bien o para mal, de la rotunda frase con que finaliza el tráiler, ya que conocer el Concierto en Sol de Ravel supone un antes y un después para cualquier sensibilidad y, además, en el momento de escribir este artículo se acaba de decretar la extraordinaria situación de alarma por el gobierno español, como reacción al maldito Covid-19 tras el que nuestra vida cambiará ante su inevitable capacidad de paralizar el mundo: su educación, su cultura, su economía, etc. Antes de nada, desear que todos los lectores hayan superado el trance, y también desear que el concierto previsto para el 23 de abril en el Auditorio Príncipe Felipe pueda celebrarse con normalidad, algo nada claro cuando ahora escribo, según el desarrollo de los acontecimientos.
Pero vamos a disfrutar. Si algo podemos aprender de los momentos clave de la vida es que el buen uso del tiempo es lo que puede marcar la diferencia entre aprovecharlo o no. Les aseguro que disfrutar del Concierto en Sol de Ravel es una maravillosa forma de aprovechar el tiempo para nuestra salud, no solo física y mental, sino la del alma. Como decía Platón: ‘…la música es para el alma lo que la gimnasia para el cuerpo’, o Edgar Alan Poe, algo así: ‘…es a través de la música como el alma mejor se aproxima, cuando le inspira el sentimiento poético, a su objetivo: la creación de la belleza sobrenatural’ (N del A).
Encuentro sobrenatural
Parafraseando la visión de Biutiful, el Andante del Concierto es algo sobrenatural, y así se utiliza en un momento clave de la película. Sin pretender hacer spoiler, pues recomiendo el drama, Uxbal, el protagonista (Javier Bardem), es un hombre que se entera de que padece cáncer y busca encauzar su vida antes de morir. Posee la extraña capacidad de ver y comunicarse con los espíritus de los recientemente fallecidos, e incluso se encarga de llevarles mensajes de parte de sus allegados. Entre otros ingredientes que conforman el truculento ambiente en el que vive el personaje, una de las claves es que no llegó a conocer a su padre, exiliado durante la dictadura de Franco y fallecido en México antes de que él naciera, y tampoco a su madre, que murió cuando todavía era un niño. Hay una escena en la que Uxbal se enfrenta al cadáver de su padre y, mientras ocurre la sobrenatural experiencia de comunicarse con él, suena el impresionante Andante del Concierto. Si tiene ocasión el lector, conozca o no la magnífica obra de Ravel, recomiendo que vea la película, se deje llevar y ponga atención a ese momento. Seguro que sentirá algo especial. Después escuche el segundo movimiento completo del Concierto. Pero también puede invertir el orden. Cierre los ojos, escuche ese Andante en una de las estupendas versiones que existen por doquier y luego vea la película.
Génesis
En mi faceta como concertista, la primera ocasión que tuve de interpretar esta obra en público fue con la Orquesta Sinfónica del Estado de México, experiencia inolvidable que después se extendió a otros lugares de Europa como Alemania (en ciudades históricas como Halberstadt y Quedlinburg) junto a la Nordharzer Städtebundtheater Orchestra dirigida por Johannes Rieger, y también en España, recuerdo, entre otras, el concierto con la Orquesta Sinfónica del Conservatorio Superior de Música ‘Salvador Seguí’ de Castellón, donde trabajé como catedrático dieciocho años (desde su fundación en 1998 hasta 2015), junto a la batuta de un eficaz colega como Salvador Sebastiá.
Una de las primeras cartas donde encontramos testimonios de su affaire con el Concierto en Sol es la que escribe a Edwin Evans, crítico musical inglés, el 12 de abril de 1929, confesándole pensar en el concierto para violonchelo: ‘Pero, ¿cuándo podré ocuparme de ello? [ya no lo encontraremos en su producción]. En este momento preparo el Concierto para piano, Juana de Arco,y otras cosas…’ (VV. AA.: Maurice Ravel, L’intégrale. Correspondance (1895-1937) écrits et entretiens. Coordinado por Manuel Cornejo. Ed. Le Passeur, 2018. p. 1206).
El pianista Pierre Lucas (Pierre Lucas: ‘Quelques souvenirs sur Maurice Ravel’, L’Âge nouveau, núm. 3,marzo de 1938, pp. 352-353) cuenta que Ravel quería componer ‘un concierto para piano en la forma clásica’ y para ello había leído los de Mozart y Saint-Saëns, y que él mismo quería estrenarlo como solista, pues le resultaba muy difícil elegir un intérprete sin herir a alguno de sus amigos a quienes tanto debía. Después, el destino, y su salud, cambiarían los planes. Finalmente lo estrenó la pianista francesa Marguerite Long, quien fue su dedicataria y gozó de exclusiva realizando una gira impresionante con el autor como director.
Según Marguerite Long, el proyecto de un concierto de inspiración ‘euskarienne‘ (Marguerite Long: Au piano avec Ravel. Ed. Billaudot, 1971, pp. 57-58) venía de largo, pues Gustave Samazeuilh, fiel compañero de Ravel en su pueblo natal, San Juan de Luz, en Ciboure y Bordagain, conocía perfectamente la génesis de esta obra: ‘recuerdo (escribe Samazeuilh —según Long—) la excursión que nos trajo (en 1911) por el admirable camino del paso de Lesaca, desde Pamplona a Estella, y de regreso por Roncesvalles, Saint-Jean-Pied-de-Port y Mauléon. Ravel había traído consigo el plan para una obra vasca para piano y orquesta, Zazpiak Bat, del que vi bocetos muy avanzados y que solo le hizo abandonar, con pesar, la dificultad que tenía para encontrar una transición satisfactoria en la parte central, una especie de ensueño, de singular belleza, en la soledad del paso de Lesaca. Sin embargo, utilizó los elementos ya cerrados de las dos partes vivas, evocando respectivamente una mañana de primavera en Ciboure y una fiesta en Mauléon en las piezas correspondientes del Concierto en Sol’ (Gustave Samazeuilh: ‘Ravel en Pays basque’. Revue Musicale, diciembre de 1938, p. 200).
Serge Koussevitzky ofreció a Ravel el 17 de septiembre de 1929 la nada desdeñable suma de 3.000 dólares por el manuscrito y estreno (con el autor al piano) en primicia mundial junto a la Boston Symphony Orchestra, para conmemorar su 50 aniversario. Tres meses después, le responde Ravel lamentándose de que aún estaba lejos de acabar, porque compartía su tiempo con el Concierto para la mano izquierda y un poema sinfónico (Dédalo 39) que quizá finalizaría antes y podría ofrecerle su primera audición y exclusividad, siempre dependiendo de su editor. No llegaría a acabar tal poema sinfónico.
En otra carta a Manuel de Falla, el 6 de marzo de 1930, afirma que él mismo tocaría su Concierto en EE. UU., pero que no sabe si lo tendrá a tiempo. En septiembre escribe a Charles Mapou que debía pasear su concierto por las cinco partes del mundo, y debía tenerlo listo en tres meses. Con Nadia Boulanger se lamenta de que no estaba seguro de llegar a tiempo con el Concierto, ya muy agobiado. El 5 de diciembre cuenta a Willem Mengelberg que el concierto avanza a una velocidad sorprendente. El 17 de diciembre, en otra carta a Joséphine Reyron de Lajard, le dice que lleva dos meses durmiendo cuatro o seis horas diarias, máximo, y que ha tenido que parar por prescripción médica. El 4 de agosto del 31, en carta a Arthur Honegger, Ravel confiesa estar todavía hundido en el Concierto y, según la dedicataria, Ravel se lamenta a su amigo Jacques de Zogheb (Long: 59) con este dramatismo: ‘no consigo terminar mi Concierto, por eso he decidido no dormir más, ni un segundo. Cuando lo termine, reposaré en este mundo… o en el otro’. Tras esta larga, cuasi agónica gestación, Ravel escribe a Henri Rabaud (20/11/31), en aquellos días director del Conservatorio de París: ‘mi Concierto está terminado, pero estoy lejos de ser yo mismo y podría quedarme dormido en el primer momento. Se me ordena descansar por completo; me tratan con sueros. Tendré que contentarme con dirigir a Marguerite Long el 14 de enero’.
Quince días antes, el último de 1931, tenemos constancia de la primera audición del Concierto en el salón de la princesa Edmond de Polignac, en versión a cuatro manos por Jacques Février y Francis Poulenc, con presencia del autor, Alfred Cortot, Georges Jean-Aubry, Santiago Ribera y Alexis Roland-Manuel (la víspera estuvo cenando en casa de Marguerite Long con Jacques Février, Jacque de Lacretelle y Paul Landowski).
En vivo testimonio, mi amigo y colega Michel Dalberto, discípulo de Vlado Perlemuter desde los 13 hasta los 17 años en que, bajo su dirección, consiguió el Primer Premio del Conservatorio de París, me cuenta sin tapujos lo que su maestro opinaba de Mme. Long, con cuatro letras de una palabra muy fuerte en español que aquí no procede escribir (en francés, literalmente, salope).
Parece ser que consiguió Mme. Long acercarse mucho a Ravel e imponerse sobre Cortot para ser ella a quien dedicara su Concierto. Lo cierto es que, a partir del estreno con Long y el propio Ravel a la batuta en la Sala Pleyel de París, con la Orquesta de L’Association des Concerts Lamoureux (el resto del programa lo digirió Pedro Freitas Branco), marcharon de gira a Bélgica; Austria (Salzburgo, el 31 de enero); Rumanía del 9 al 15 de febrero, actuando en Bucarest en presencia de María de Rumanía, reina de Yugoslavia; el 18 de febrero en Praga; el 25, estreno británico en el Queen’s Hall con la Royal Philharmonic; el 11 de marzo en Varsovia; el 21 en Berlín con la Filarmónica de Berlín (resto del programa Wilhelm Furtwängler); desde el 5 de abril en los Países Bajos, actuando en el Concertgebouw de Ámsterdam con su orquesta el día 7; el 18 en Budapest; el 25 en Lyon; y, atención, el 30 de abril encontramos la primera audición del Concierto en Sol en España, a cargo de Leopoldo Querol, con la Filarmónica de Madrid dirigida por Bartolomé Pérez Casas, única ocasión en que la dedicataria no fue la protagonista, según la cronología del libro Maurice Ravel, L’intégrale. Correspondance (1895-1937) écrits et entretiens (p. 58), que no corresponde con la información sobre ese concierto incluida en el libro Pilar Bayona, biografía de una pianista (Antonio Bayona y Julián Gómez: Pilar Bayona, biografía de una pianista. Ed. Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2015, p. 73).
Debo decir que recomiendo el libro coordinado por Manuel Cornejo por la ingente información que ofrece en sus 1769 páginas, si bien en la cronología de 1928 he leído posibles errores y ausencias sobre la gira de Ravel en España, donde se omite la actuación en Oviedo del 27 de noviembre de 1928 en el Teatro Campoamor, como demostré en el Congreso Microhistoria de la música española: sociedad y teatros (1830-1931), organizado por la Universidad de Oviedo los días 25 y 26 de octubre de 2018 (Antonio Soria: ‘Una mirada a Maurice Ravel (1875-1937) allende las rodillas, desde la Sociedad Filarmónica de Oviedo, en el centenario de Claude Debussy (1862-1918)’. Actas del mencionado congreso, en proceso de publicación).
Una auténtica chef-d’oeuvre
Pena que esta obra maestra no figurase en el repertorio de un gigante como Sviatoslav Richter. Habría sido curioso conocer su fantástica visión. A propósito del Concierto para la mano izquierda (escrito en la misma época) y sobre ‘Une barque sur l’océan‘ de Miroirs, Richter dice que la música para piano de Ravel es ‘casi genial’, a excepción del Concierto y La barca, que están ‘por encima de la genialidad’ (Yuri Borísov: Por el camino de Richter. Trad.: Joaquín Fernández-Valdés. Ed. Acantilado, 2015, p. 209), no creo que a esta partitura le dedicase menos elogios.
Mme. Long califica el Concierto como ‘una auténtica obra maestra donde la fantasía, el humor y lo pintoresco establecen una de las cantinelas más conmovedoras que ha susurrado el corazón humano, y tal vez sea este su mayor atractivo en general. El uso y colocación de los hallazgos armónicos, rítmicos y melódicos más originales, en el entorno más tradicional, despierta los más recónditos rincones de nuestra sensibilidad con un toque discreto y reservado, hablándonos en un nuevo idioma bajo la sombra tutelar de un Mozart y un Bach, evocando y sugiriendo, sin imponerse, ocultando modestamente su propia personalidad y construyendo un todo con perfección constante y sorprendente, dando a la música un sello absolutamente francés’ (Long: 62, traducción no literal del autor).
Como pianista que conozco la obra desde dentro, aseguro que es una obra maestra del pianismo francés, desde la primera hasta la última nota. Mi primer contacto en vivo con este monumento sonoro fue como estudiante en Barcelona, escuchando (hace más de treinta años) a Martha Argerich en el Palau de la Música Catalana. Fue uno de esos momentos que con el tiempo se mezclan en recuerdo con el sueño. El recuerdo es inolvidable y el sueño fue poder vivirlo en primera persona, desde el piano. Lo disfruté mucho, estudiándolo con mi maestro Ramón Coll, quien me acompañó magistralmente la parte orquestal en mi examen fin de carrera, en el mismo salón del Conservatori del Liceu donde antaño tocaba Mompou.
Desde el latigazo inicial, un trepidante diseño bitonal en la tónica, con la izquierda un semitono más bajo, acompaña el admirable solo de la trompeta. Una de las maravillas de este concierto es que el piano solista es nada fácil, bien virtuosístico y gratificante, y también los solistas de la orquesta se lucen en multitud de instantes mágicos de sonoridad evocadora. El primer tema que expone el piano, allá por el compás 42 (en Fa sostenido menor) es subyugante, repleto de sensualidad morisca en mezcolanza con un brillante pero sereno diseño pentatónico que se desliza por la tesitura más aguda… con un sentido rítmico que a partir del primer movimiento(compás 106) presenta un ingenioso y seductor humor, alcanzando cotas de dinámica no tan frecuentes en Ravel, como las ‘fff‘ del compás 138, que enseguida contrasta con un repentino ‘p‘ profundo lleno de ritmo y vigor. Música que trasciende fronteras… ya se ve la estatua de Colmar (la de la liberté) con la presencia del estilo jazzístico que tanto admiraba Gershwin… o la genialidad de la cadencia del primer movimiento, donde los trinos de la mano derecha se enlazan cromáticamente imitando a aquel instrumento parisino callejero, la scie musicale (sierra tocada con un arco). Los sonidos del arpa, de toda la orquesta, hasta que el tremulante final del primer tiempo Allegramente cierra con la rotunda escala de sol a sol mezclando mayores, menores y alterados. Todos presentes.
El segundo movimiento, de belleza inefable, comienza a piano solo en una larga melodía en ¾ hemiólico más que genial (como diría Richter). Todo lo que contiene esta música es inexpresable con palabras (o haría falta mucho más espacio del disponible aquí, y un estilo literario capaz de engarzar con la sensibilidad más sublime). Llegar al Presto tercer movimiento es una fiesta, un derroche de virtuosismo sonoro por cantidad y calidad de notas, jugando con quintas, acordes, notas repetidas, arpegios, escalas cromáticas… una tonelada de recursos eficaces que, aunque Ravel propuso a Long terminarlo con trinos y en ‘pp‘, …nanay, sorpresa… al final una estupenda escala cromática desplegada en octavas con las dos manos y siete compases con anacrusa en perfecto unísono de orquesta y solista, llegando, de forma rotunda, a lo más profundo del piano (en el bajo hace un la con un sol porque ya el teclado se acabó).
Y a aplaudir a rabiar. Si la obra de Ravel en general es admirable, su Concierto en Sol es de lo más universal, fácil de disfrutar y extraordinariamente complaciente. ¡Disfrútenlo!
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