En 1945, nada más finalizar la Segunda Guerra Mundial, Richard Strauss escribió su Concierto para oboe y pequeña orquesta en Re mayor,opus 144 (TrV 292), por sugerencia de un soldado estadounidense. Este soldado era John de Lancie, que antes de ser llamado a filas en 1942 era oboísta principal en la Orquesta Sinfónica de Pittsburgh y luego había visitado en varias ocasiones a Strauss en su casa de Garmisch. Es sorprendente que Strauss escribiera un Concierto de carácter tan bello y sereno a una edad ya avanzada y justo después de la guerra. Quizá lo que mejor describa la intención del compositor sea una cita suya inmediatamente posterior a otra gran guerra, la Primera Guerra Mundial: ‘De mí siempre se esperan grandes ideas, grandes cosas, pero no puedo soportar la tragedia de este tiempo. Quiero repartir alegría. Lo necesito’. Fruto de la experiencia de toda una vida, la obra está considerada como el mejor concierto para oboe que se ha compuesto en el siglo XX.
Por José Ramón Tapia
El origen del Concierto
En abril de 1945 las tropas aliadas del ejército norteamericano entraron en la población de Garmisch-Partenkirchen, en los Alpes bávaros, y ocuparon las villas más señoriales para utilizarlas como residencia para los oficiales. Un pelotón de soldados estadounidenses rodeó el camino de entrada de una pintoresca villa en las inmediaciones de la Zoeppritzstrasse. Al entrar en ella, el teniente Milton Weiss se encontró con un anciano que orgullosamente le dijo: ‘Soy Richard Strauss, el compositor de El caballero de la rosa y Salomé‘. Por fortuna, Weiss también era músico y le reconoció al instante. De esta manera la villa de Strauss quedó libre de ser ocupada y a lo largo de las semanas siguientes se hicieron habituales las visitas de soldados americanos, músicos en su mayoría, en las que obsequiaban al viejo maestro con café, tabaco y gasolina, muy difíciles de obtener en aquellas circunstancias. Uno de esos soldados era John de Lancie que, aunque solo tenía 21 años al ser reclutado, ya había sido oboísta principal de la Orquesta Sinfónica de Pittsburgh bajo la dirección de Fritz Reiner. En el ejército inició su servicio como músico de banda, para ser destinado posteriormente a la Oficina de Servicios Estratégicos. De Lancie admiraba la escritura de las bellas frases a solo que Richard Strauss había compuesto para el oboe en varias de sus obras, como los poemas sinfónicos Don Juan y Don Quijote o la Sinfonía Alpina, por lo que preguntó al compositor si alguna vez había pensado en escribir un concierto para ese instrumento, a lo que Strauss respondió simplemente ‘No’ y se abandonó el tema.
A pesar de su negativa inicial, Strauss comenzó a componer el Concierto poco después de la visita del americano —en junio o julio de 1945—, y el 14 de septiembre había finalizado un primer borrador. Tres semanas más tarde, se trasladó a Baden (Suiza) ayudado por algunos amigos, dado que en Garmisch escaseaban la comida y el combustible para calentar la casa, y también por motivos financieros, pues en la derrotada Alemania no quedaba vida musical y los derechos de autor por la interpretación de sus obras en el extranjero no le serían pagados si seguía residiendo en su país. En Suiza Strauss completó por fin la partitura del Concierto a mediados del mes de octubre de 1945. En ese momento estaba a punto de cumplir 80 años, Alemania había quedado arrasada por los años de guerra y el nazismo, los teatros habían sido destruidos y la vida cultural había desaparecido. Él mismo estaba cuestionado por su dudoso comportamiento durante el régimen nazi y a la espera de un juicio de desnazificación, pero nada de todo ello se apunta siquiera en el Concierto, que es una obra bella y muy equilibrada.
Meses más tarde de sus visitas a Strauss en Garmisch, John de Lancie recibió una carta de su hermano, destinado en el Pacífico Sur, con un recorte del periódico de las tropas acuarteladas en Okinawa donde se decía que Strauss estaba trabajando en un concierto para oboe porque así se lo había pedido un soldado americano. La obra fue estrenada en Zúrich por Marcel Saillet el 26 de febrero de 1946, con la Orquesta de la Tonhalle dirigida por Volkmar Andreae, a quien Strauss dedicó la partitura. Como agradecimiento a John de Lancie por haberle inspirado la composición del Concierto, Strauss había anotado en el manuscrito lo siguiente: ‘inspired by an American soldier, oboist from Chicago‘ (había olvidado el nombre y confundió Pittsburgh con Chicago). Además, dio instrucciones a la editorial para que el estreno del Concierto en EE. UU. lo realizara John de Lancie, aunque finalmente esto no pudo ser: en 1946, De Lancie se acababa de incorporar a la Orquesta de Filadelfia, por lo que en ella solo era un miembro junior. El protocolo hacía imposible que fuese el solista del estreno ya que el oboísta principal, Marcel Tabuteau, tenía prioridad. En 1954, De Lancie accedió a la plaza de oboe principal y ocupó el puesto hasta 1977, pero su única interpretación pública del Concierto tuvo lugar el 30 de agosto de 1964 en el Interlochen Center for the Arts de Michigan, con la dirección de Eugene Ormandy. En 1987, De Lancie tuvo la oportunidad de grabar la obra para el sello RCA, acompañado por una pequeña orquesta identificada en el álbum simplemente como ‘Chamber Orchestra’, dirigida por Max Wilcox.
Análisis del Concierto
El Concierto para oboe es una de las cuatro últimas obras que realizó Strauss, las cuales representan la cumbre de su periodo tardío, caracterizado por un uso menos atrevido de la armonía. De esas últimas obras, el Concierto para oboe es la que reviste un carácter más clásico, pues representa una especie de encarnación de la fe de Strauss por continuar con la tradición germánica, acercándose sobre todo al espíritu de Wolfgang Amadeus Mozart. En contraste con la naturaleza más temática y episódica de mucha de la anterior música del compositor bávaro, el Concierto posee una notable transparencia e intensidad. A medida que iba envejeciendo, el lenguaje musical que utilizaba Strauss era completamente diferente, pero Mozart fue convirtiéndose en su gran modelo compositivo. En un apéndice sobre dirección que agregó a su extensa revisión del Tratado de instrumentación de Héctor Berlioz, Strauss se ocupaba de la interpretación de las obras del genio de Salzburgo, concluyendo que tener mayor conocimiento de las mismas le había llevado a corregir sus ideas originales y a hacer siempre tempi más rápidos.
Además del solo de oboe, la orquestación del Concierto, notable por su economía de medios, consiste en dos flautas, corno inglés, dos clarinetes, dos fagotes, dos trompas y cuerdas. En cuanto al tamaño de esta última sección, Strauss especifica exactamente lo que entiende por ‘pequeña orquesta’: ocho primeros violines, seis segundos, cuatro violas, cuatro violonchelos y dos contrabajos. Esta relativa austeridad —sobre todo en comparación con la densa instrumentación de sus poemas sinfónicos o de sus óperas— es habitual en muchas de las obras tardías del compositor, como Metamorphosen (Metamorfosis),un estudio para veintitrés solistas de cuerda (1944-1945), o la Sonatina núm. 2 en Fa mayor para dieciséis instrumentos de viento (1943-1945), que lleva el subtítulo de ‘Fröhliche Werkstatt‘ (‘El taller feliz’), y está dedicada ‘al espíritu del divino Mozart’.
El Concierto para oboe de Strauss es una reinterpretación del concierto clásico-romántico. El compositor mira hacia atrás con nostalgia, regresa a una estética pasada desde la perspectiva de alguien que ha vivido los cambios de paradigma de los siglos XIX y XX, por lo que la obra resulta una aleación casi perfecta entre la intención clásica de agradar y los recursos del lenguaje propios de la época.
Según el habitual esquema rápido-lento-rápido, el Concierto está compuesto por tres movimientos que van encadenados. Su disposición tonal es Re mayor, Si bemol mayor, Re mayor. El Allegro moderato inicial es una especie de concertato a modo de un concerto grosso barroco. El tratamiento casi camerístico de los elementos sonoros y la transparencia en la textura, permiten disfrutar de la voz del solista —pero también de las de otros, como la viola o el clarinete—. Hay que señalar que la densa escritura de Strauss no deja prácticamente espacio para la respiración del oboísta, que debe hacer frente a la ausencia de silencios en una exposición excesivamente extensa que requiere toda su energía a lo largo de 56 compases sin descanso, en la que silo existen dos insuficientes silencios de corchea en el compás 40. Además, en la época en la que se compuso la obra, la respiración circular (tocar con el aire de la boca mientras se inspira por la nariz) era una técnica muy poco utilizada. A todo ello se añade la necesidad de cuidar la belleza del fraseo de esos largos temas más allá de la mera resistencia física, ya que la citada intervención inicial del oboe consiste en siete frases musicales sin espacio para respirar, lo que hace que el intérprete deba adaptar con medida el planteamiento fraseológico de Strauss a fin de poder superar esa enorme dificultad. Ya en este arranque del Concierto se recogen todas las dificultades que irán desarrollándose a lo largo de la obra: resistencia, afinación, complejas digitaciones, variedad de matices y articulaciones, etc. Sin embargo, después de haber salvado este obstáculo técnico, la línea melódica se vuelve más sinuosa, encantadora, y adopta una declamación casi vocal. Ocasionalmente hay referencias deliberadas a la Sinfonía Doméstica y a la ópera Ariadna en Naxos. En otros momentos, el compositor parece estar preludiando el lied ‘Beim Schlafengehen‘, una de sus Cuatro últimas canciones. El tratamiento orquestal es admirable, deliciosamente detallista, como no podría ser de otra manera en un mago de la orquestación como era Strauss.
El primer movimiento tiene forma sonata y se construye a partir de tres elementos temáticos principales. El primero es el motivo de cuatro semicorcheas (Re-Mi-Re-Mi) que abre la pieza en los violonchelos. El segundo, una nota larga seguida de una lúdica figura en semicorcheas. El tercero es una repetición corto-corto-corto-largo seguida de diferentes variantes. El ritmo de este último, un eco del ‘motivo del destino’ de la Quinta Sinfonía de Beethoven, hace clara referencia a Metamorphosen, obra que había completado poco antes, lo que es un buen ejemplo de los vínculos temáticos existentes entre las últimas obras instrumentales de Strauss. No obstante, también podría relacionarse con la cita del ‘motivo del destino’ que hace Strauss en el primer movimiento de su Sonata para piano en Si menor, escrita en 1881, es decir, cuando tenía 17 años.
El desarrollo, más animado al estar marcado como Vivace, tiene un aire de rapsodia. En él se suceden todos los elementos temáticos, que se ven conectados con sutileza armónica. La recapitulación es simétrica con la exposición, aunque abreviada, y conduce directamente al siguiente movimiento a través de una elegante transición.
El elegíaco Andante, en forma de lied ternario, evoca un melancólico estado de ánimo, más meditativo, tan característico de Mozart y de las últimas obras de Strauss. El compositor reutiliza aquí algunos de los motivos ya conocidos para construir un largo cantabile. Strauss vuelve a exigir del solista un especial protagonismo a lo largo de una hermosa cantilena de treinta y tres compases. Tras la repetición de la primera sección, se incluye una breve cadencia que actúa como nexo de unión con el tercer movimiento.
El Vivace final es un rondó, revestido del carácter alegre y delicado de la música incidental para Der Bürger aus Edelmann (El burgués gentilhombre, de 1917) o de la ópera Der Rosenkavalier (El caballero de la rosa, compuesta entre 1909 y 1910). La misma circunstancia que se daba con la cadencia del segundo movimiento se repite en el tercero, pues vuelve a ubicarse al final del movimiento, precediendo a la coda final, alegre y bulliciosa, completamente distinta de las de otros conciertos para oboe. Se trata de una coda extendida y Strauss utiliza en ella un tempo y un compás —Allegro en 6/8 sobre un ritmo de siciliana— diferentes a los del rondó, por lo que presenta un carácter propio y funciona casi como un cuarto movimiento.
En 1948, cuando la impresión de la partitura del Concierto ya estaba en marcha en la editorial londinense Boosey & Hawkes, Strauss pidió que se retrasara la publicación. De un intercambio de cartas con el Dr. Roth, el director de la firma, se desprende que el compositor no estaba satisfecho con el final la obra. Por tanto, la retiró y volvió a trabajar sobre los últimos compases del tercer movimiento para lograr un efecto más brillante, indicando un tempo más lento en el compás 57 como un elemento de retardo y marcando un Tempo primo, que muchos oboístas suelen malinterpretar, algunos compases más adelante. Esta es la versión que se suele interpretar actualmente.
En síntesis, el Concierto para oboe y pequeña orquesta de Richard Strauss es una obra de gran belleza, llena de lirismo y encanto romántico, que hace disfrutar tanto a los intérpretes como al público. Strauss deseaba repartir alegría en tiempos trágicos. Lo consiguió.
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