Por Tony Millán
Su historia
El clave surge probablemente por el deseo de poner un teclado al salterio. La referencia más antigua que se conoce data de 1397 y la primera representación de la que se tiene noticia, es una escultura en un altar de 1425 en Minden, al noroeste de Alemania. Ha llegado hasta nosotros un manuscrito, de aproximadamente 1440, cuyo autor, Arnaut de Zwolle, miembro de la Corte del duque de Borgoña, dibuja de manera inequívoca un clave con al menos tres sistemas bastante complejos para producir el pulsamiento de la cuerda. No obstante, se sabe que ya en 1419 había bastantes constructores de claves en el norte de Italia; de hecho, un gran número de los instrumentos antiguos que sobreviven son italianos, entre ellos el más antiguo (1521) y prácticamente todos los que se conservan del siglo XVI.
La literatura para este instrumento abarca, en una primera etapa, los siglos XV, XVI, XVII y XVIII, aunque es en estos dos últimos cuando alcanza su máximo esplendor y cuando tiene un repertorio propio, ya que durante todo el XVI y gran parte del XVII la música se componía para tecla, es decir, indistintamente para clave, órgano o clavicordio.
A partir del tercer cuarto del siglo XVIII su uso va decayendo en favor del piano, instrumento que se adapta mejor al nuevo estilo musical imperante: el llamado Clasicismo vienés. Pero antes de que esto ocurra, se ha formado ya un repertorio muy amplio, con compositores que van desde De Cabezón hasta la generación de los hijos de Bach e, incluso, Haydn y el primer Mozart, pasando por Frescobaldi, Picchi, Rossi, Storace, Scarlatti, Durante, Pasquini, Geminiani, Della Ciaja, Sweelinck, Byrd, Bull, Gibbons, Tomkins, Purcell, Chambonnières, Couperin, D’Anglebert, Rameau, Forqueray, Duphly, Froberger, Weckmann, Buxtehude, Pachelbel, Kuhnau, Fischer, Böhm, Muffat, Mattheson, Fux, Soler y Albero, por citar a unos pocos.
Además de este repertorio como solista, el clave tiene un papel muy importante en la música de cámara, realizando el bajo continuo en casi todo el repertorio para voz o para instrumentos melódicos a lo largo de todo el siglo XVII y la primera mitad del XVIII, labor que también realiza en la música orquestal, en la ópera, oratorio, cantatas, etc.
El clave desaparece por completo en el siglo XIX por razones estéticas, ya que la nitidez de su sonido y su carencia de flexibilidad dinámica no se adapta a las exigencias románticas. Pero son esas mismas cualidades las que hacen que sea apreciado en el siglo XX, que explota, además, el carácter mecánico del instrumento. De la mano de Landowska, redescubridora del instrumento, surgen obras como El retablo de maese Pedro y el Concerto per il Cembalo de Falla y el Concierto campestre de Poulenc. Estas obras inauguran una segunda etapa de esplendor en el repertorio del instrumento, para el que han compuesto obras una gran cantidad de compositores de nuestro siglo, entre los que se pueden citar, a vuelapluma y sin ánimo de ser exhaustivo, autores como Milhaud, Martinu, Franÿaix, Frank Martin, Ohana, Carter, Gorecki, Montsalvatge y Gerhard, todos ellos con obras para clave solista y orquesta; y en repertorio de clave solo o en formaciones camerísticas, además de los citados, otros como Andriessen, Berio, Busoni, Cage, Casella, Cerha, Castelnuovo-Tedesco, Cox, Denisov, Donatoni, Dodgson, Farkas, Guerrero, Halffter, Jacob, Kagel, Krenek, Ligeti, De Pablo, Penderecki, Petrassi, Pinkham, Planyavsky, Rincón, Sánchez-Verdú, Sciarrino, Schnittke, Sáenz, Tansman, Takemitsu, Tcherepnin, Vaugham Williams y un larguísimo etcétera.
Hay varias escuelas de construcción de claves. Las más importantes, tanto por su antigüedad como por su influencia, son la italiana y la flamenca. De ellas surgieron posteriormente la francesa, la inglesa, los claves de Alemania ( de los que no se puede hablar propiamente de escuela ya que son de muy diferentes tipos ) y los de la Península Ibérica. Cada uno de estos tipos de clave tiene una construcción y, por tanto, un sonido diferente. Esto es de una gran importancia puesto que el sonido cambiará, y en algunos casos mucho, dependiendo del clave que usemos al interpretar a Bach, Couperin o Frescobaldi.
Los claves que se construyeron a principios del siglo XX no están basados en modelos originales de los siglos anteriores, sino que se diseñaron siguiendo unas pautas cercanas a la estética decimonónica, que dieron como resultado un instrumento muy diferente en cuanto a sonoridad, recursos y aspecto externo (más macizo y con pedales). Para este tipo de instrumento está escrito todo el repertorio de nuestro siglo hasta la década de los 60, aproximadamente.
Su fisonomía
El clave es un instrumento de cuerda pulsada, pulsación que se produce con un mecanismo controlado por medio de un teclado. El mecanismo funciona de la siguiente manera: sobre el extremo de la tecla que está más distante del que tañe, reposa en posición vertical una pieza de madera llamada martinete. Al pulsar la tecla, el martinete sube, y al soltarla, baja. En la parte superior del martinete se inserta una pequeña lengüeta de madera que pivota alrededor de un eje; en una ranura que tiene la lengüeta, se coloca la púa o plectro que pulsará la cuerda. La lengüeta tiene por detrás un resorte que actúa como muelle, de manera que al subir el martinete el plectro pulsa la cuerda, y al bajar, la lengüeta pivota para atrás y el plectro se desliza por la cuerda sin pulsarla y volviendo a su posición original. Por último, en el extremo superior del martinete hay una ranura en la que se coloca un pequeño trozo de paño o fieltro, así, cuando el martinete baja, el fieltro apaga la vibración de la cuerda.
Antiguamente la púa o plectro era de cañón de pluma de ave, generalmente cuervo, pero debido a que se rompen con suma facilidad, hoy día se hacen de plástico.
El clave puede tener uno o varios juegos de cuerdas. Cada juego de cuerdas tiene su propio juego de martinetes. Los martinetes están insertados en unas barras de madera, llamadas registros, que son móviles. De esta manera el plectro puede quedar justo debajo de la cuerda para pulsarla cuando suba el martinete, o mover el registro de manera que el plectro quede alejado de la cuerda y no pueda pulsarla cuando el martinete suba. Los registros se accionan de manera manual, lo que implica que hay que tener al menos una mano libre para poder accionarlos. El accionamiento de registros por medio de pedales o rodilleras es una invención tardía, de la segunda mitad del siglo XVIII, y que se aplicó también en la construcción de claves de finales del XIX y principios del XX. Por medio de los registros podemos hacer que al pulsar una tecla suenen una o más cuerdas, dependiendo del número de juegos de éstas que posea el clave. Por extensión, a cada juego de cuerdas se le llama también registro.
El clave puede también tener uno o dos teclados. Si tiene dos teclados tenemos la posibilidad de tocar con dos registros diferentes simultáneamente (una mano en cada teclado), o de hacer cambios de registración (pasando de un teclado a otro) sin tener que parar para mover el registro ni tener al menos una mano libre para hacerlo, como dije antes. Esta posibilidad de usar simultáneamente los dos teclados surge a mediados del siglo XVII, puesto que anteriormente todos los claves tenían un solo teclado, excepto algunos que se hacían en Flandes ya desde la última década del siglo XVI, que eran de dos teclados, pero no se podían tocar simultáneamente puesto que el teclado superior era transpositor y pulsaba las mismas cuerdas que el teclado inferior, a distancia de una cuarta, con lo que los teclados no estaban paralelos. Esto se ve claramente si se observa con atención el cuadro de Brueghel-Rubens que hace referencia al oído, dentro de la serie de los cinco sentidos, que está en el Museo del Prado.
Hay un caso excepcional de un clave de tres teclados, construido en 1740 por Hieronymus Hass.
Denominaciones y afinidades
Una cuestión que suscita no pocas dudas y que, por ello, conviene aclarar, es la relativa a los nombres. El instrumento del que hablamos se llama en castellano clave; en italiano, cembalo o clavicembalo; en francés, clavecin; en portugués, cravo; en alemán, cembalo; y en inglés, harpsichord. Antiguamente tenía más nombres (cymbalum, clavicymbalum, gravicembalo, etc.) y, para mayor confusión, hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XVIII, en España al clave lo llamaban clavicordio.
Virginal, espineta y clavicordio son instrumentos diferentes. El virginal y la espineta tienen exactamente el mismo funcionamiento que el clave y, por tanto, son también instrumentos de cuerda pulsada con teclado, pero se diferencian del clave en varias cosas. Ambos son instrumentos con un solo registro, más pequeños y de construcción más sencilla. La espineta puede tener la caja con forma rectangular o poligonal; el virginal la tiene siempre rectangular. La espineta suena como un clave, pero con un sonido más débil; el virginal tiene un sonido diferente al del clave porque tiene una diferencia importante de construcción: los martinetes atraviesan la tabla armónica en diagonal y pulsan la cuerda casi por la mitad de su extensión, con lo que se produce un sonido muy potente y aflautado. No obstante, conviene advertir que, al menos durante todo el siglo XVII, el término ‘virginal’ designaba en Inglaterra cualquier instrumento de cuerda pulsada con teclado.
Como hemos visto anteriormente, la terminología de todo este tipo de instrumentos ha sido muy variable. El clavicordio tiene con todos los instrumentos anteriores una gran diferencia: no es un instrumento de cuerda pulsada sino de cuerda percutida o golpeada. Es, por tanto, el antecesor del piano, dudoso honor que en ningún caso corresponde al clave. El clavicordio, en lugar de martinete tiene una varilla de metal, llamada tangente, que golpea la cuerda; este mecanismo ofrece la posibilidad de tocar más fuerte o más suave, dependiendo de la fuerza con que la varilla toque la cuerda, y también permite hacer vibrato si, una vez presionada la tecla, se insiste en la presión sin soltar la tecla. Tiene una sonoridad muy pequeña, pero de una gran expresividad; es un instrumento íntimo, de estudio, de tocar para uno mismo. Era el instrumento preferido de Bach.
El sonido del clave, de una manera general, es muy nítido, con muchos armónicos agudos y con un ataque muy definido. La púa puede pulsar la cuerda con más o menos violencia, pero no se pueden hacer fortes y pianos. Se puede cambiar el carácter del sonido, pero no su intensidad. Por medio de los cambios de registro se puede cambiar de timbre y de volumen (usando más o menos juegos de cuerdas), pero no de manera gradual. Este tipo de contraste dinámico y de claridad de textura sonora se adapta de manera perfecta a las características estéticas para las que fue concebido el repertorio para clave.