Por Joan Enric Lluna
«¡Ah…si también pudiéramos tener clarinetes! No te puedes imaginar el maravilloso sonido de una sinfonía con flautas, oboes y clarinetes». W.A. Mozart escribía esto a su padre desde Manheim el 3 de diciembre de 1778. Por aquel entonces el clarinete era un instrumento muy joven, tan sólo existía como tal a penas medio siglo, y mucnos compositores no se «atrevían» a incluirlo en sus obras. Para algunos era una curiosidad, otros simplemente no lo conocían porque desconocían este nuevo instrumento. La segunda mitad del siglo XVIII fue la época en la que el clarinete se consolidó entre la «aristocracia» de los instrumentos de orquesta, para lo cual la contribución de Mozart fue esencial. De hecho fue su instrumento preferido entre los vientos, y, evidentemente, como se desprende de la cita anterior, le tenía un gran cariño. Qué atrajo a Mozart de este instrumento tiene difícil respuesta, o como poco demasiado arriesgada, pero sólo necesitamos escuchar el maravilloso repertorio que escribió para el instrumento, desde su Concierto K622, el Quinteto K581, hasta su aparición en el Requiem, en numerosas obras camerísticas y en arias de ópera como «obligatto», para entender que el clarinete fue para Mozart un instrumento especial. A todo esto contribuyó muchísimo su fuerte amistad con el clarinetista Anton Stadler, que compartió con Mozart su asociación con la masonería.
He elegido Mozart para esta introducción porque independientemente de lo que pudo significar este instrumento para él, Mozart es para los clarinetista el punto obligado de referencia.
El clarinete es conocido popularmente en España sobre todo por el importante papel que desarrolla en las bandas de música, lo que ha contribuido a que en algunos lugares del Estado, particularmente en el País Valenciano, el número de estudiantes de clarinete supere al de cualquier otro instrumento, y que, en muchas ocasiones, la mitad de la producción mundial de material relacionado con el clarinete de fabricantes internacionales se venda en España. ¡Este es un hecho extraordinario! Nos debemos de sentir orgullosos de ser primeros consumidores de material cultural, aunque sea en un sector de la cultura muy concreto. Pero esto no se traduce, sin embargo, en el lugar que ocupa el clarinete en las salas de concierto, tanto en música de cámara como en música sinfónica (me refiero al número de conciertos para clarinete programados, etc.), y en la venta de discos en el que el clarinete es protagonista. Supongo que, en parte esto es así porque los instrumentos de viento en general evidentemente no tienen un repertorio tan amplio e importante como el piano o el violín, pero tal vez influya el hecho de que el público no lo demande más por no estar aún suficientemente familiarizado con su repertorio. Mi intención en este artículo es, en parte, intentar introducir al lector que aún no lo esté en la historia y el repertorio de este maravilloso instrumento que para mí no es sino el compañero inseparable sin el cual no concibo mi vida. Por otra hacer algunos comentarios sobre diferentes aspectos del instrumento.
Historia y repertorio
Para conocer mejor el repertorio del clarinete me parece importante hablar de la evolución de sus características física y sonoras a través de su historia, y de las personas que la protagonizaron, ya que en muchas ocasiones el nacimiento del repertorio para un instrumento solista ha ido ligado a la relación personal de un intérprete con un compositor.
Con Mozart el clarinete alcanzó su madurez, tanto como instrumento solista como formando parte de la orquesta clásica. Como he mencionado anteriormente, su fuerte amistad, relacionada con su vinculación a la masonería, con el virtuoso del instrumento, Anton Stadler, contribuyó enormemente a la producción de algunas de las más importantes piezas en nuestro repertorio: el concierto K622 y el Quinteto K581, y también a bellísimas obras como la Gran Partita para 13 instrumentos, los adagios con cornos de bassetto, etc… El clarinete en la época de Mozart era bien diferente de como se le conoce hoy en día, ya que las maderas utilizadas para su construcción eran muy ligeras, de poca densidad y de poco espesor. Los clarinetes eran de menor tamaño que los actuales y, a finales del siglo XVIII tan solo tenían entre cinco y ocho llaves. Hoy en día hay fabricantes de instrumentos que son capaces de hacer copias muy fieles a los originales (hay que puntualizar que, desafortunadamente, los instrumentos de viento-madera, a diferencia de los de cuerda, con el paso de los años se deterioran y por tanto un instrumento original con 200 años de vida difícilmente puede sonar bien), y por tanto podemos reproducir el tipo de sonido que tenían los instrumentos en aquella época, que nos revela muchas claves que nos ayudan a entender mejor la música, y por tanto a interpretarla mejor. Estos clarinetes tienen un sonido mucho más ligero y resonante que los actuales, con unos «fortes» punzantes y unos «mezzo-fortes» y «pianos» muy dulces. Las articulaciones son fáciles de conseguir con claridad, así como los fraseos.
Anteriormente a Mozart, el clarinete desde sus orígenes había existido en diferentes formas. Por una parte existió en la forma de su antecesor directo, el «Chalumeau», un instrumento de características muy similares a las de la flauta de pico, con tan solo dos llaves y con la (gran) diferencia de poseer una lengüeta (caña) simple en la embocadura. El sonido de este instrumento es curiosísimo: es dulce como el de una flauta de pico, pero suena muchísimo más fuerte y tiene mayores posibilidades dinámicas. Hay una gran cantidad de piezas escritas para él a principios del siglo XVIII por compositores menores como Graupner o Fux; Gluchk lo incluye en sus óperas Orfeo y Alceste en algunas escenas pastorales sustituyendo al oboe, y Vivaldi y Telemann escribieron concerti para chalumeaux.
El clarinete barroco tiene la forma de clarinete que conocemos en la actualidad, con la campana muy abierta, y con tan sólo de tres a cinco llaves. Se trata ya de un instrumento con los dos registros que caracterizan al clarinete: el grave o «chalumeau», y el agudo o «clarone», llamado así por su semejanza con el sonido de una trompeta (en italiano «clarino»). Es un instrumento que por el registro agudo suena estridente y fuerte, y de hecho podía en ocasiones sustituir a una trompeta cuando el presupuesto de la orquesta en cuestión no podía pagar a un trompetista, que cobraban, parece ser, más caro que los clarinetistas. Hay conciertos para este clarinete muy interesantes de Molter, con algunas excelentes versiones discográficas con instrumento original.
En la segunda mitad del siglo XVIII la escuela de Manheim contribuyó enormente al desarrollo del repertorio del instrumento. Existen más de 11 conciertos de J. y C. Stamitz, ellos mismos clarinetistas, así como de otros compositores como Hoffmeister, Tausch, Pleyel o Danzi que, de alguna manera culminaron en los trabajos de Mozart. Hay también composiciones interesantes en la época de Léfèvre, Beer Vanhal, Krommer, y particularmente del clarinetista-compositor sueco B.H. Crusell.
En la primera mitad del siglo XIX, el clarinete fue perfeccionado mecánicamente hasta llegar a tener trece llaves, lo que hacía posible tocar en más tonalidades y más virtuosísticamente. Es de destacar la amistad del clarinetista H. Bäermann con el compositor C.M.von Weber, de la que nacieron dos maravillosos conciertos y un concertino con orquesta, un quinteto y varias obras más con piano con las que hacían giras juntos. De la misma manera la relación del clarinetista S. Hermsted con el compositor L. Spohr dio cuatro conciertos y varias obras de cámara. La familia Bäermann también inspiró a F. Mendelshonn a escribir su sonata y sus piezas de concierto para clarinete, corno de bassetto y orquesta. Destacan también las dos piezas de G. Rossini (Introducción, tema y variaciones, y Fantasía), las sonatas de F. Devienne y las numerosas piezas de E. Cavallini. Beethoven utilizó el clarinete como protagonista en sus tríos op. 11 y 38, y en su octeto op. 20, y Schubert en su octeto y El pastor sobre la roca con soprano. En España hubo un gran virtuoso, José Avelino Canongia, que compuso varias piezas en forma de variaciones.
Entrado el siglo XIX, con la llegada del pleno Romanticismo, la estética musical de la época y el gusto hicieron evolucionar al clarinete, no sólo mecánicamente para que se pudiera tocar con facilidad en las más y más crecientes compliciones tonales, sino también, y lo que es más relevante , se fue exigiendo a los instrumentos un sonido más potente y más oscuro para adaptarse a las nuevas exigencias musicales y al tamaño de las orquestas. Se empezaron a construir instrumentos con maderas más densas y de mayor grosor.
R. Shumann escribió dos obras importantes del repertorio de clarinete: las Piezas de Fantasía op. 13 y su trío Cuentos de hadas. También interesantes son las Piezas de fantasía de C. Reinecke y de N. Gade, y el doble concierto y ocho piezas con viola de M. Bruch. Realmente el pleno Romanticismo ha dado al clarinete la parte más abundante e interesante de su repertorio, y podemos decir que la culminación de este periodo son las profundas composiciones de J. Brahms para su amigo («mi prima dona», como le solía llamar) Richar Mühfield al final de su vida: las dos sonatas op.120, el Quinteto op. 115 y el trío con cello op.114. No hay que olvidar las sonatas y quinteto de Max Reger.
En España a finales del siglo XIX realizó una gran labor por el clarinte el polifacético Antonio Romero, que dejó una gran cantidad de piezas de concurso, libros de estudio y un sistema de llaves que fue premiado por toda Europa. Hay asímismo composiciones recientemente descubiertas del catalán R. Carnicer.
La llegada del siglo XX ha sido para el clarinete prolífica en composiciones. Los instrumentos se construían ya con ébano, se buscaba el sonido más grande, con más posibilidades dinámicas y con mayor perfección en la afinación. Es imposible hacer una lista mínimamente completa de piezas interesantes escritas en este siglo, pero pienso que vale la pena destacar algunas:
Las 4 piezas op. 5 de Alban Berg muestran los más profundos sentimientos de una época de guerras y desastres sociales: muy interesantes son la sonata y el quinteto de P. Hindemith; Debussy explota los pianísimos y la capacidad lírica del clarinete en su Primera Rapsodia: y numerosos compositores franceses escribieron verdaderas delicias, como Poulenc, Milhaud, J. Françaix Honegger, etc. De los conciertos más importantes destaco el de C. Nielsen, J. Françaix, verdaderos retos para el clarinetista, A. Copland, Busoni y el poético G. Finzi.
En España a principios de siglo hubo una gran cantidad de virtuosos del clarinte, algunos de los cuales también compusieron. Destacan Miguel Yuste y Julián Menéndez. Desafortunadamente, Falla, Granados, Albéniz y otros grandes compositores no escribieron directamente para este instrumento, aunque si hay numerosas inscripciones hechas especialmente por el teórico Zamacols.
Obviamente no podía eludir la importancia del jazz para el clarinete. Muchos compositores han escrito para el clarinete precisamente pensando en su relación con el jazz. El ejemplo más claro es Copland, que escribió su concierto para Benny Goodmann. También B. Bártok escribió para Goodmann sus Contraste, e incluso Milhaud en su concierto y Stravinsky en sus 3 Piezas breves dejan entrever esta relación, especialmente en la tercera.
Con las tendencias compositivas a partir de los años 50, el clarinete se convirtió en uno de los instrumentos más utilizados, dada su enorme capacidad dinámica, su interesante configuración de armónicos y su extensa familia. P. Boulez, Donatonni, Denisov, Henze, Carter, Penderecky, Lutoslavsky y un larguísimo etc.
En nuestro país la proliferación de composiciones ha sido vastísima, prácticamente todos los compositores han escrito para el instrumento.
El intérprete-clarinetista
Un intérprete, independientemente del instrumento que utilice para hacer música, es, por encima de todo, un músico. Con esto vengo a decir que, en mi opinión, el intérprete-clarinetista debe tener en primer lugar una actitud muy abierta respecto a algo fundamental: su sonido, y lo que quiere hacer con él. No es suficiente con buscar «el sondio ideal»; dentro de unos límites de calidad y corrección, el clarinetista debe de tener la flexibilidad de conseguir la mayor variedad de colores, timbres, y dinámicas dependiendo de la música que interprete, para poder transmitir el mensaje de la música y emocionar al oyente. El término emoción puede confundirse con otros términos puramente románticos que nos harían tocar toda la música de la misma manera. Emoción hay en cualquier música, pero tenemos que contextualizar siempre la obra para poderla dar a entender al oyente claramente. Por esta razón pienso que ayuda mucho tener en cuenta para qué tipo de clarinete está escrita cada obra.
Para conseguir todo esto tan complejo, el clarinetista debe adquirir un dominio técnico del instrumento. En mi experiencia hay un primer elemento a tener en cuenta por cualquier instrumentista de viento: el sonido es producido por el aire que sale de dentro del cuerpo; el instrumento es la continuación de esa columna de aire, que arranca del fondo de los pulmones y, de alguna manera actúa de «cuerdas vocales exteriores», son los instrumentos que más cerca están de la voz en cuanto a la producción del sonido se refiere. Por lo tanto, el cultivo de la técnica respiratoria es fundamental para que el sonido que sale por ese tubo de madera perfectamente curada, tallada y cuidada esté lo más cerca posible de la voz humana y pueda cautivar al oyente.
Teniendo en cuenta lo anterior como principio básico de la técnica del clarinete, a mi modo de ver, el estudio del instrumento debe basarse siempre en hacer cualquier tipo de técnica y ejercio de una manera «musical», es decir, con buen gusto y bello sonido absolutamente siempre. De esta manera, en primer lugar el estudio es mucho más interesante, y no se cae en la repetición mecánica que finalmente sirve para poco, la agilidad, y dominio técnico del clarinete deben ser un medio pero no un fin en sí mismos.
La familia del clarinete
Desde su nacimiento el clarinete, como instrumento transpositor, ha tenido una extensa variedad de formas, de tamaños y de afinaciones. Como centro vamos a coger el clarinete «soprano» afinado en SIb o en LA el más utilizado, el más popular, y el que tiene más repertorio.
De los clarinetes de afinación más aguda el más utilizado ha sido el afinado en MIb o en RE, popularmente «requinto», que aparece en la orquesta como protagonista en obras como Las travesuras de Till, de R.Strauss, o la mayoría de las sinfonías de Malher, y como solista en conciertos del siglo XVIII, entre los más conocidos están los de Molter, y, por supuesto en la música contemporánea. El afinado en DO es actualmente poco utilizado, aunque lo fue mucho en el siglo XVIII y XIX por Mozart, Beethoven, y posteriormente en muchas orquestas de ópera, en parte para facilitar digitaciones en tonalidades difíciles, y en ocasiones por el color más brillante de su sonido. Existen incluso clarinetes en «lab» agudo, de sondio extremadamente estridente.
De afinación más grave que el soprano, de menos a más grave, está el clarinete «allo», en MIb; el «bajo», afinado en SIb o LA, el más popular de los graves, que forma parte regularmente de cualquier orquesta sinfónica, con un rico repertorio sinfónico y contemporáneo como solista; el «contraalto» en MIb, y el «contrabajo» en SIb. Esta familia forma una sección comparable en extensión de registros a la sección de cuerdas de una orquesta. De hecho existen formaciones de clarinetes con la familia completa con una vasto repertorio, tanto de obras originales como de transcripciones.
El corno y el clarinete de bassetto
El «corno di bassetto» es un clarinete que tiene una extensión una tercera más grave que un clarinete normal y está afinado en FA. Su sonido es más oscuro y profundo que el clarinete, incluyendo el «alto» que es el de tamaño más próximo. En el siglo XVIII fue muy popular, y utilizado en numerosas ocasiones por Mozart, especialmente con piezas relacionadas con ceremonias religiosas o masónicas, por lo que pudo tener par él un significado especial. El «clarinete di bassetto» está afinado en LA y en SIb, y puede interpretarse como un corno más agudo o como un clarinete soprano con una extensión en el registro grave. En todo caso, ha sido utilizado en contadas pero importantes ocasiones, entre ellas el concierto y quinteto ambos de Mozart, las dos más importantes obras de nuestro repertorio.