Hace 200 años que nació Barbieri, compositor y musicólogo, y Cantoría lo celebra interpretando villancicos y ensaladas en el Ambigú del Teatro de la Zarzuela y la Asociación ProMúsica de Murcia, rindiendo homenaje a uno de sus legados más importantes: el descubrimiento y divulgación del Cancionero de Palacio, o Cancionero de Barbieri. Un manuscrito que él mismo encontró junto a Gregorio Cruzada en la biblioteca del Palacio Real y que puso en valor bajo el nombre de Cancionero musical de los siglos XV y XVI. Una ocasión perfecta para seguir recordando al músico que da nombre a la sala dedicada a la música de la Biblioteca Nacional de España.
Por Jorge Losana
Director de Cantoría, la Orquesta de la Universidad de Murcia y el ECOS Festival de Sierra Espuña
Me gusta imaginar a Federico García Lorca ojeando las páginas de los cancioneros antiguos, empapándose de la tradición musical de otras épocas e inspirándose con las melodías, los textos y las armonías de antaño. Nos podemos hacer una idea de la impresión que causó en él la publicación del Cancionero de Barbieripor la inclusión de la canción ‘Tres morillas me enamoran en Jaén’ en sus Canciones españolas antiguas, que conectan directamente tres libros de tres siglos distintos y nos guían en un camino hacia las raíces musicales de nuestra cultura.
El Cancionero de Barbieri no solamente inspiró a los grandes literatos. Estoy seguro de que a muchas generaciones de cantantes de coro y estudiantes de conservatorio se les dibuja una sonrisa cuando escuchan los primeros acordes del ‘Oy comamos y bevamos’ o una mirada añorante con los versos del ‘Más vale trocar’.
Francisco Asenjo Barbieri es, de alguna manera, uno de los responsables de estas sonrisas y miradas. Gracias a su dedicación por encontrar las fuentes de una música española diferenciadas de la polifonía franco-flamenca y la influencia italiana, así como de los sonidos y ritmos populares y flamencos. Hijo de una familia de militares, había recibido una fuerte formación musical que lo encaminó al sendero de la composición de importantes zarzuelas (¡suponiendo un resurgir del género!) y de la musicología española, siendo uno de sus precursores junto a Felip Pedrell.
¡Qué suerte tuvimos de que Barbieri y Cruzada encontraran y pusieran en valor ese antiguo códice de la Biblioteca del Palacio Real! En 1890, la Real Academia Española le encarga su estudio y publicación, et voilà!: años y años de canciones, villancicos y romances puestos a la luz para poder conectarnos con los sonidos de banquetes, fiestas y veladas en los palacios de los nobles españoles del siglo XV y XVI, un estudio que continuarían después Higini Anglés y Romeu Figueras, así como tantos músicos e intérpretes que deciden adentrarse en esta selva de composiciones musicales tan diversas que es el Cancionero de Palacio.
El origen
A los Reyes Católicos les gustaba mucho la música, lo sabemos no solamente por la lista de incontables instrumentos que acompañaban las veladas de Isabel de Castilla en el Alcázar de Segovia, o por los maestros de capilla que acompañaban al rey Fernando en sus viajes, muchos de los cuales compusieron algunas de las piezas del Cancionero de Palacio, sino porque incluso se aseguraron de que Colón tuviera un buen acompañamiento musical en su tercer viaje hacia ‘las Indias’.
El Cancionero de Palacio, que llegó a reunir 548 piezas, aunque solo conservamos algo menos de 470, pudo haberse utilizado en la corte real o quizá en la del duque de Alba, donde trabajó el compositor que más veces aparece y que nos dejó tantas canciones divertidas y momentos emocionantes: el salmantino Juan del Enzina.
Su música, sin embargo, no tiene un solo origen: podemos imaginarnos canciones que provenían de la corte de Nápoles, otras eran canciones de moda que habían viajado desde Francia, encontramos algunas en euskera, otras con palabras en italiano o en portugués, autores andaluces, canciones en gallego, en latín, en occitano, en catalán… Todas se escuchaban en los salones de la nobleza y pasaban a las celebraciones de pueblo llano o, por qué no, algunas provenían de las fiestas populares antes de armonizarse o refinarse por un compositor (o quizá compositora), en ocasiones anónimo, y presentarse a la corte.
El Cancionero de Palacio supone la mayor recopilación de música renacentista española, pero no la única. Además de los libros de polifonía guardados en los archivos de las catedrales españolas, quien quiera empaparse del sonido de esa época deberá escuchar la música del Cancionero de la Colombina y del de Segovia, y más posteriormente, las divertidas canciones del Cancionero de Upsala y las recopilaciones de Francisco Guerrero, Juan Vásquez y Mateo Flecha para conectar con la corte ‘viajera’ de Carlos V y la su madre, Juana de Castilla, en Tordesillas.
¿Quién interpretaba esta música? Sabemos que el príncipe Juan, el hijo de los Reyes Católicos, hacía llamar al maestro de capilla, Juan de Anchieta, y a sus mejores cantantes de la capilla para leer con ellos la polifonía que tanto le gustaba (aunque no sabemos si entonaba muy bien o, más bien, se fundía con las voces de los cantantes profesionales). Aunque los nobles incluían la música entre su formación, lo habitual es que dispusieran de multitud de instrumentistas y cantantes para disfrutar de la música: instrumentos como la vihuela o el laúd para acompañar las canciones, instrumentos de arco, arpas y flautas para los salones, instrumentos de viento como chirimías o sacabuches para las danzas y procesiones… y los maestros de capilla (muchos venidos de Flandes durante la época de Carlos V) para organizarlo todo y crear nuevas composiciones para las celebraciones del palacio, ¡y la liturgia!
La música
Acercarse a la música del Cancionero de Palacioes sumergirse en un colorido mar de sencillez y emociones. Es una música humilde si la comparamos con las formas y extravagancias del Barroco italiano o la complejidad de la polifonía franco-flamenca de la época renacentista, pero que representa uno de los mayores tesoros de la tradición ibérica y que, si se mira de cerca, nos permite descubrir multitud de colores, matices y pequeñas historias que retratan las emociones de los hombres y las mujeres de aquella época.
Por más que nos empeñemos, no podemos buscar la grandiosidad de la música de Bach o la complejidad de la polifonía de Desprez, que tiene una pieza en el cancionero, en las obras del Cancionero de Palacio. Debemos esperar una música cercana, destinada a pasar un rato agradable y transmitir emociones más parecida al folclore italiano o al pop actual que al enrevesado contrapunto franco-flamenco. No son piezas diseñadas para alabar a Dios ni mostrar su grandiosidad, sino para ser disfrutada de manera natural y espontánea, casi como una conversación entre los intérpretes y los oyentes. Eso imagino cuando me toca cantarla e intento dejar que la simplicidad de esta música, centrada en el mensaje del texto, permita una interpretación fluida y natural, como si habláramos con el público e improvisáramos la música en el momento.
El Cancionero de Palacio incluye obras de los autores más destacados de la época, como Juan del Enzina, Millán, Gabriel Mena, Francisco de la Torre, Juan Cornago, Pedro de Escobar, Alonso de Mondéjar y muchos más. Estos compositores contribuyeron significativamente a la música de su tiempo y escribieron canciones, villancicos (¡no solo de Navidad!), romances y también danzas para ser bailadas antes o después de comer.
De alguna manera pienso que esta música supuso el principio de muchas composiciones de nuestro repertorio, no solo de, por ejemplo, las ensaladas de Mateo Flecha, ya que tenemos algunos ejemplos como ‘Una montaña pasando’ que podrían ser su precursor, o de esos villancicos religiosos que se interpretaban durante el Barroco con pequeñas orquestas durante las festividades más importantes, sino quizá del propio género de la zarzuela. No hay que olvidar que algunos de los villancicos que guardamos de Juan del Enzina no eran sino las partes cantadas de las églogas y demás obras teatrales que combinaban la música con las partes habladas, ¿os suena?
En el cancionero hay algunas piezas pícaras o picantes (que sonrojaron a Higini Anglés cuando hubo de editarlas) y otras más piadosas, que forman un grupo muy interesante de canciones en castellano con vocación religiosa: la mayoría dedicadas a la Virgen María, otras a la Pasión y otras de Navidad. Podemos acercarnos a esta música desde una perspectiva lúdica, tratando de comprender cómo se sentían las personas de esa época y qué valoraban, empatizar con sus canciones de amor o también admirar las lecciones de historia de los romances como ‘Una sañosa porfía’ (herederos de los cantares de gesta) que celebraban victorias o elegías por la muerte del príncipe de Asturias como ‘Triste España sin ventura’.
De alguna manera, escuchar y cantar la música del Palacio es como ir a visitar un palacio de la época, el Alcázar de Segovia o un monasterio u hospital inaugurado por los Reyes Católicos. Es conocer más, quizá no visualmente, sino con nuestros oídos, una parte de nuestra historia, un tesoro oculto guardado en el Palacio Real y que está por emerger porque, aunque mucha gente ya lo conoce, debería tener mucho más alcance y difusión entre los estudiantes de artes, literatura, bachillerato… ¡merece la pena!
Interpretar el Cancionero de Palacio
No es tan fácil: a priori pueden parecer canciones ni muy agudas ni muy graves que ya ha cantado todo el mundo… y con algunas de ellas pueden tener razón, ¿pero es suficiente para hacer una interpretación que merezca la pena? ¿Y qué pasa con todas las demás?
Lo primero que diría es que la dificultad radica, como tantas veces, en su sencillez, aunque esta nos ofrezca tantas posibilidades. En el manuscrito original, muchas veces la letra solamente aparece en la voz superior, como ocurre en muchos cancioneros, y esto da pie a distintas versiones (una voz acompañada de instrumentos, o cada voz adaptando la letra, o acompañar con vocales o boca cerrada…) y pienso que es lo bonito de interpretar esta música. Tenemos versiones con cuatro voces solas, otras con multitud de instrumentos de la época (como aparecen en las imágenes que se conservan de entonces), otras con una voz acompañada de vihuela o arpa… Y todas tienen, desde mi punto de vista, igual interés y aportan mucho a la historia de la interpretación: ¡sería muy aburrido si todos hiciéramos lo mismo!
Probablemente en diferentes contextos o en diferentes ocasiones se haría de maneras muy diversas. No era el mismo grupo musical el que hacía falta para interpretar la famosa danza ‘La Spagna’ antes de cenar y que todo el mundo bailara que el músico que ayudaría al rey a dormirse entonando sus canciones favoritas (¿quién no se ha puesto música tranquila para conciliar el sueño?). Esta variedad de enfoques y posibilidades es una de las riquezas de la música renacentista que permite una exploración continua y la creación de versiones únicas que todavía pueden sorprendernos.
Desde mi punto de vista, cada verso y cada copla invitan a cambiar y adaptar la música al mensaje que se quiere transmitir. A través de la forma de cantarlo, de la flexibilidad del tempo, de la comunicación corporal y verbal, del sonido de la voz que permite momentos más introvertidos para llorar por desamor, más dramáticos para cantar las profecías de la Sibila o más chispeantes cuando las canciones suben el tono.
Entender bien el texto es fundamental y el castellano antiguo no es un reto menor. Es muy interesante ver cómo, por ejemplo, algunas palabras aparecen repetidas a lo largo del propio libro… pero cada vez escritas de manera diferente. No olvidemos que, aunque Antonio de Nebrija publicó por esas fechas el primer libro de gramática castellana, la Academia de la Lengua Española no comenzaría su empeño de unificar el castellano hasta unos dos siglos después.
Para decidir cómo pronunciar estas canciones, hemos tenido que recurrir a estudios de diferentes expertos universitarios (como Lola Pons, de la Universidad de Sevilla) y después tomar decisiones que nunca serán perfectas al cien por cien. Si hasta hoy día existen acentos, dialectos y variantes de nuestro idioma, ¡qué no ocurriría antes de la radio, la televisión e internet!
Mil maneras de pronunciar, interpretar o sentir el Cancionero de Palacio desde que Barbieri lo encontrara y nos lo diera a conocer. Para nosotros, es apasionante (y arriesgado) intentar encontrar el término medio entre la búsqueda del sonido del pasado, las emociones que queremos transmitir como cantantes y los conocimientos e inquietudes que tenemos en el momento actual. ¡Pero en ese equilibrio es donde se encuentra la magia!
Agradecimientos a Maricarmen Gómez, Marina Hervás, Juan Diego Celdrán, David Gutiérrez y Luis Manuel Vicente.
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