Clotilde Cerdá, conocida artísticamente como Esmeralda Cervantes, deslumbró al público nacional e internacional con su talento, convirtiéndose en un símbolo del virtuosismo y embajadora de la excelencia artística y de la cultura española en el extranjero.
Por Fabiana Sans Arcílagos y Lucía Martín-Maestro Verbo
La normalización de la presencia femenina en la historia de la música es especialmente difícil en el ámbito de la interpretación, debido a la falta de material escrito sobre sus conciertos y grabaciones, lo que hace que muchos nombres sean irrecuperables. Sin embargo, algunos casos pueden rescatarse gracias a los medios escritos que permiten reconstruir la historia.
Clotilde Cerdá nació en Barcelona el 28 de febrero de 1861. Su madre, la pintora Clotilde Bosch i Carbonell, fue, indiscutiblemente, la promotora del buen hacer musical de su hija. Respecto a su padre, existen dudas sobre si era hija natural o adoptiva, pero, de cualquier forma, su apellido se lo debe al ingeniero Ildefonso Cerdá.
Clotilde recibió sus primeras lecciones de música en un entorno familiar, aunque siendo solo una niña se trasladó junto a su madre a Roma y luego París, ciudad en la que estudió con Félix Godefroid. Cuando Cerdá contaba con 9 años, y viendo su potencial, su maestro la presentó en los círculos más destacados de la capital francesa. Es en uno de estos reputados salones donde, según relata el periódico La Época, se ‘oficializa’ el cambio de nombre: ‘Victor Hugo la bautizó con el nombre de Esmeralda, en memoria de una de sus más queridas y románticas creaciones; y la reina doña Isabel de Borbón completó el pseudónimo añadiendo el apellido de Cervantes, para que se reuniesen en ella dos recuerdos insignes’.
Las tensiones políticas en París llevaron a madre e hija a trasladarse a Viena. En esta ciudad se presentó en el Teatro Imperial y ante los círculos españoles en Alemania. Tuvo tal éxito que ‘Strauss y Langenbach se apoderaron de Esmeralda, llevándola en triunfo de Viena a Múnich, y de Múnich durante cuatro meses por todas las principales ciudades’. Con un nombre que ya resuena en distintas ciudades como ‘la mejor arpista de Europa’, retorna Cervantes a París, desde donde parte para sus nuevos conciertos en Londres y Madrid.
La capital de España la acoge con curiosidad, dadas las grandes alabanzas que había recibido en otras ciudades europeas. Algunos círculos privados pudieron disfrutar del sonido del arpa de la joven de 15 años, pero su gran incursión en su país natal fue en el homenaje a Cervantes organizado por la Asociación de Escritores y Artistas presidido por el rey Alfonso XII. Durante este acto, medios como La Moda elegante en su sección Revistas de salones y teatros, comentaban que Clotilde ‘ha alcanzado ya justa gloria. Los soberanos y los pueblos se han disputado la satisfacción de honrarla y enaltecerla, y en tan temprana edad ha recorrido triunfalmente la Inglaterra y la Francia, la Bélgica y la Alemania’.
Conquistada Madrid, Esmeralda parte al continente americano. El primer lugar en el que ofreció conciertos fue en Brasil, país al que fue invitada por su otrora emperador. Posteriormente, se dirigió a Uruguay, Argentina, Chile y Perú; estos países la nombraron ciudadana de honor de los estados hispano-americanos. Su viaje continuó por Cuba, México y, finalmente, Estados Unidos. El auge de Esmeralda crecía apresuradamente, muestra de ello fueron los conciertos realizados en ‘el jardín Gilmore […] la concurrencia fue la más escogida y numerosa […] pudiendo calcularse de 7 a 8000 espectadores’. Se comenta que interpretó el arpa ‘con admirable inspiración y la superior habilidad de que tienen dadas ya repetidas pruebas’.
Hacemos un paréntesis en el relato para comentar una curiosa y a la vez emotiva anécdota vivida por Cervantes antes de un concierto en Ciudad de México. Según se lee en La Ilustración, el día anterior a su presentación ‘un desdichado joven esperaba en capilla el instante de su muerte. Enterada Esmeralda, busca una carta de introducción para el palacio presidencial y [ …] se presenta al presidente Porfirio Díaz, y pide con tan tierna persuasión gracia para el reo, que el jefe de Estado se conmueve [ …] aunque sin adquirir el compromiso del perdón [ …] Ya la esperanza había desaparecido, cuando un soldado se presentó a ellas [Esmeralda y su madre] llevándoles un pliego [ …] El infeliz [ …] no comprendió al principio que aquella niña rubia era el ángel de la vida. Cuando pudo entenderlo, no encontró palabras para expresar su gratitud y emoción’.
Pero, dejando atrás este curioso relato de cómo la joven le salvó la vida al reo, damos un paseo por distintos medios de varios años, y no dejamos de leer las palabras con las que se enaltecía el trabajo de Esmeralda tras cada una de sus presentaciones. Muestra de ello fue lo que publicaron en la Ilustración musical hispano americana según fuentes como ‘el Berliner Frendemblatt y el Berliner Tageblatt, [que] le dedican entusiastas elogios, diciendo que nuestra compatriota posee gran seguridad, fuerza de ejecución y técnica perfecta’.
Uno de tantos conciertos que ofreció Esmeralda fue al sultán de Turquía y su corte, y quién mejor que la propia arpista para relatarnos su experiencia: ‘se me condujo a la sala de espectáculos del palacio, en la cual, la parte correspondiente al auditorio está desprovista de asientos. Nadie puede volver la espalda al sultán, que está solo en un palco, cubierto por un enrejado. Los músicos tienen el rostro vuelto hacia él, y los actores tienen que salir de la escena andando de espaldas. El sultán me hizo repetir un número. Después, salí saludando exageradamente. Se me ofrecieron refrescos y una bolsa de 100 libras. Los empleados del palacio me rodearon pidiéndome la propina. Un chambelán me acompañó en coche hasta la puerta. Tenía el pecho cubierto de condecoraciones, de modo que, juzgue usted de mi sorpresa, cuando al separarse de mí me pidió 1 libra, que inmediatamente le entregué. Todavía me asombré más cuando al vaciar el bolsillo de seda roja que se me había entregado, me encontré con 75 monedas de oro. La cuarta parte de la suma había sido descontada a título de impuesto’ (La Época, martes 21 de septiembre de 1897).
Pero, el trabajo de la arpista no se limitó a la interpretación de su instrumento. Su curiosidad, reivindicaciones y luchas la condujeron por distintos derroteros. Uno de ellos fue el de la composición, destacando, según sus expertos, con obras como Meditación ante la Virgen y La agonía, para arpa sola, así como Salutación angélique para voz y arpa. Otra de sus facetas fue la de docente, que ejerció ampliamente en México, donde perteneció al cuerpo del Conservatorio Nacional de Música. Esmeralda puso en marcha, junto a otras mujeres, la Academia de Artes y Oficios de la Mujer en Barcelona. La arpista también incursionó en la prensa con un periódico literario denominado L’étoile polaire y, asimismo, colaboró con algunos medios como La Moda elegante, la Ilustración de la mujer y El Ángel del hogar. Dos de sus grandes aportes en el ámbito literario y musical fueron su historia del arpa y el ensayo Address on Education and Literature of the Women of Turkey, centrado en la educación de las mujeres turcas.
Clotilde Cerdá falleció en Santa Cruz de Tenerife el 12 de abril de 1926. Esperamos que, a pesar del injusto olvido, estas pinceladas sirvan para contribuir en el resurgir de Esmeralda Cervantes.
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