Con motivo del Día Internacional de la Mujer, publicamos el Editorial de Melómano de marzo 2020, escrito por nuestras colaboradoras Lucía Martín-Maestro Verbo & Fabiana Sans Arcílagos
Desde hace ya algunos años, el mes de marzo se ha convertido en un mes de reivindicación femenina y feminista en todos los sentidos, extendiéndose más allá de la conmemoración del 8 de marzo, consabido Día Internacional de la Mujer. Es por el simbolismo que este mes implica que hoy queremos compartir una pequeña reflexión sobre la lucha que cada día miles de mujeres tenemos que desempeñar en este, nuestro mundo de la música.
Hemos podido observar cómo, felizmente, en los últimos tiempos, gran cantidad de festivales, salas de conciertos y teatros van sumando cada vez más nombres femeninos en sus programaciones. Hemos pasado de ser seres totalmente silenciadas por la historia y por el mercado, a estar, al menos, presentes, que no es poco. Sin embargo, el problema viene cuando este ‘silencio’ al que hemos sido sometidas se convierte en ‘ruido’ de la mano del marketing, y no en música, como debería ser.
Nos referimos al fenómeno conocido como femvertising.
Femvertising es un término sacado del ámbito del marketing y la publicidad que consiste en tomar una imagen femenina, empoderada, como producto publicitario. Si circunscribimos este fenómeno al entorno de la música, podemos ver que se abusa de él en hechos como festivales de ‘música de mujeres’, conciertos de ‘música de mujeres’, artículos de ‘música de mujeres’. Siempre como un hecho aislado, siempre como un hecho autónomo, siempre como un hecho anecdótico y, por supuesto, siempre con intenciones mercantiles. Huelga decir que no nos estamos refiriendo aquí a los colectivos que desde hace décadas pelean por hacer emerger la música de compositoras, ¡faltaría más! La crítica en este caso es para aquellas instituciones que se permiten ‘autocondecorarse’ por programar un par de ciclos (con suerte) al año, encabezados por nombres como Clara Schumann o Fanny Mendelssohn (que precisamente fueron mujeres que sí pertenecieron a un círculo musical donde fueron valoradas), sin ninguna intención veraz de poner en primera plana y reivindicar el papel femenino en la música.
Nadie pone en duda que es mejor estar presentes a no estar en absoluto. Sin embargo, no podemos conformarnos con llenar unos pequeños espacios, la mayoría pensados para cumplir con unas estadísticas o, en el peor de los casos, ganar una subvención.
Es peligroso asegurar que nos encontramos en una ‘época de oro’, a pesar de que nos encontremos en uno de los momentos de la historia en el que más música de mujeres es programada porque, lamentablemente, todo tiene su doble lectura, y de momento no hemos conquistado la mayor cima de todas, que es la de las programaciones generalistas: porque la ‘música de mujeres’ es música, con todas las letras, y debería formar parte de los repertorios habituales, sin etiquetas ni reivindicaciones.
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