Por Andrés Ruiz Tarazona
Introducción
Una figura de especial significado en el mundo de la ópera es el compositor italiano Gaetano Donizetti (1797-1848), del que hace poco se celebró el bicentenario de su nacimiento y, sobre todo, el 150º aniversario de su fallecimiento.
Entre los aniversarios musicales más destacados, el Teatro Real de Madrid se hizo eco en el mes de mayo de 1998, ofreciendo una producción de L’Elisir d’amore dirigida por Paolo Olmi en lo musical y Stephen Lawless en lo escénico. El Festival de Otoño programó el espectáculo Una furtiva lacrima dirigido por Gustavo Tambascio y producido por Opera Premiere, con textos basados en cartas y correspondencia de Donizetti y en el que participan dos actores y seis cantantes.
Por otra parte, el Teatro Donizetti de Bérgamo, su ciudad natal, se volcó en la conmemoración, programando la primera ópera compuesta por Donizetti, Pigmalione y otras muy poco representadas, por decir poco en vez de nada, como Il furioso all´isola de San Domingo, (basada en un episodio del Quijote) Rita y Don Sebastián, rey de Portugal.
La bella y olvidada ópera Alahor in Granata, estrenada por el joven Donizetti en l826, pudo contemplarse en el Teatro de la Maestranza de Sevilla, con Josep Pons al frente de la Orquesta Ciudad de Granada, en lo que constituye la primera representación de la obra en lo que va de siglo.
Fue sin duda el compositor de Bergamo el artista clave -junto a Bellini- para asentar el predominio italiano en el arte lírico e introducir en su país y en toda Europa, el gusto por el llamado «bel canto», al tiempo que los principios estéticos del movimiento romántico en la ópera.
Pese a la fama y reconocimiento logrados por Donizetti en vida, tras su inesperada desaparición fue apagándose su estrella. Fueron pronto olvidadas hasta sus obras más ambiciosas y apreciadas, entre ellas, por ejemplo, Lucia di Lammermoor , Ana Bolena y María Stuarda. Se le tachó de pobreza armónica y descuido, a causa de las prisas con que componía (hay óperas escritas en dos semanas), de mal orquestador, de copiar los defectos, pero no las virtudes, de Rossini, de utilizar pésimos libretos, etc.
En realidad, cierta ópera posterior a la de él – sobre todo la de Giuseppe Verdi- llegó a ser la peor enemiga del arte donizettiano. También lo era el hecho de que un componente esencial en las óperas del maestro lombardo, los cantantes, factor clave para el éxito de ciertas óperas, se fueron retirando con el transcurso del tiempo. No hay que olvidar que Donizetti escribía pensando en un determinado cantante, al que asignaba un personaje concreto de acuerdo a su voz y talante de actor, y eso no era fácil de encontrar. Con el paso de los años los nuevos cantantes se fueron acercando a la obra de Verdi, y luego a la de Puccini y los veristas -Cilea, Mascagni, Catalani, Zandonai, Giordano, Leoncavallo, etc-, dejando a un lado la difícil vocalidad donizettiana. El público también.
Pero en la segunda mitad del siglo XX el panorama cambió radicalmente, y la fascinación del «bel canto» ha retornado en voces señeras, las de María Callas, Alfredo Kraus, Montserrat Caballé, José Carreras, Joan Sutherland, Luciano Pavarotti, Mirella Freni, etc.
El resurgimiento, el retorno de Donizetti es imparable y a él han contribuido también los musicólogos de la talla de Guido Zavadini, Francesco Giorgi, Gugliemo Barblan, Federico Alborghetti y Michelangelo Galli, Julian Budden, Herbert Weinstock o William Ashbrook.
Este último estudioso estadounidense, vicepresidente honorario de la Donizetti Society of London, confiesa que su interés por Donizetti nació, sobre todo, de la constatación de que, entre todos los compositores importantes de su época, Donizetti gozaba de una crítica, en particular aquella de formación germana, inadecuada a su importancia real. Ashbrook trató de restablecer la fisonomía original del músico bergamasco.
Evidentemente, Donizetti sobresale entre los músicos europeos de su tiempo que se dedicaron principalmente a la ópera, si exceptuamos a Rossini y a Bellini, entre los italianos, y a Weber y Berlioz entre los extranjeros.
Digamos, por citar algunos nombres de operistas, que Donizetti fue contemporáneo de Gasparo Spontini, Saverio Mercadante, Giovanni Paccini, Nicola Vaccai, Francesco Morlacchi, Vincenzo Pucitta, Michele Carafa, Carlo Coccia, Valentino Fioravanti, Simon Mayr, Antonio Dolci, Nicola Zingarelli, Giuseppe Persiani, Alberto Mazzucato, Vittorio Trento, Federico Ricci, Plácido Mandanici, Giovanni Tadolini, Pietro Antonio Coppola … etc, y entre los extranjeros, de Franz Lachner, Otto Nicolai, Ludwig Spohr, Adolphe Adam, Mikhail Glinka, Heinrich Marschner, Fromental Halevy, Esprit Auber, Franÿois Boildieu, Ramón Carnicer, Manuel García, Baltasar Saldoni, Hilarion Eslava, José Melchor Gomis, Giacomo Meyerbeer, Franz Berwald, etc,etc.
Los intérpretes que se han lanzado a grabar obras desconocidas de Donizetti también son elementos esenciales en su moderno resurgimiento. Los que han grabado oberturas raras, cuartetos de cuerda juveniles, obras grandes en el olvido, como el Miserere de la Biblioteca Apostólica del Vaticano, recuperado por István Máriássy; o el gran Requiem para Bellini registrado por Gerhard Facker, con Viorica Cortez, Pavarotti, Bruson y Paolo Washington…
Sin olvidar instituciones como el Museo Donizettiano di Bergamo, promotor del I Convegno di Studi Donizettiani en l975; Opera Rara, de Londres, etc.
Gracias a todos ellos, Donizetti ha vuelto a la actualidad con más fuerza que nunca y sus óperas más logradas se mantienen en el repertorio, mientras otras menos conocidas o desconocidas escalan, poco a poco, puestos en el gusto de los aficionados.
Frente a la impresionante belleza y el idealismo romántico del arte de Vicenzo Bellini, de tan definida y concentrada estética, Donizetti hace gala de una enorme capacidad para pasar de la tragedia histórica a la ópera semiseria, e incluso a la buffa.
Una de sus obras maestras es Don Pasquale, en la más pura tradición del género bufo italiano cuyas cumbres serian Cimarosa y Rossini, pero, a la vez, un modelo del belcantismo romántico, ya liberado del abrumador «canto fiorito» impuesto por el genio de Rossini. Por otra parte, en las grandes obras de su madurez María Padilla (l841, Caterina Cornaro (l842) y María de Rohan (l843), se aprecian ya una serie de componentes líricos y melódicos, una sustancia dramática que anticipa el estilo verdiano, e incluso parece superarlo en modernidad y concisión.
Es una lástima que su enfermedad y prematura muerte nos hayan privado de una evolución tan prometedora.
Vida
Gaetano Donizetti nació en Bergamo, ciudad lombarda próxima a Milán, el 29 de noviembre de 1797. La casa de sus padres, Andrea Donizetti y Dominica Nava, era un piso bajo de la calle Burgo Canale nº 10 (hoy l4), pequeño y oscuro, donde el sol nunca entraba. No se sabe muy bien de que vivía la familia. Se cree que Andrea fue tejedor y sastre algún tiempo, pero terminó sus días como portero del Monte de Piedad de Bergamo. Tuvo muchos hijos. El mayor, Giuseppe, llegó a ser director de música del ejercito otomano del sultán Mahmud II de Constantinopla. El sucesor de Mahmud, Abdul Medij, le concedió el título de Pachá. El segundo, Rosalinda, murió joven, de apoplejia. El tercero, Francesco actuó como percusionista en la banda cívica de Bergamo, y a la muerte de su padre, ocupó su puesto en la portería del Monte de Piedad. La cuarta, María Antonia, casada con un tal Tironi, también de Bergamo, murió de tuberculosis y una hija suya, Beppina, se fue a vivir con los abuelos y se ocupó de la casa. El quinto hermano fue el gran compositor, que recibió el nombre de Domenico Gaetano. Todavía en marzo del año l800 nacía un sexto hermano, una niña llamada María Rachele, que tan solo vivió unos meses.
Pese a la modestia económica de los Donizetti, la música como hemos visto, no les era ajena, y el pequeño Gaetano fue enviado a la escuela gratuita fundada por Johann Simon Mayr (1763-1845), llamada Le lezioni Caritatévoli. Era Simon Mayr un alemán que había iniciado una destacada carrera de compositor en Venecia. Al convertirse en maestro de capilla de Santa María Maggiore de Bergamo, necesitaba formar un buen coro e instrumentistas para esta importante iglesia, de gran tradición musical en el pasado.
Esa fue la razón por la que Mayr consiguió de las autoridades subvención para Le lezioni Caritatevoli (hoy Instituto Musicale Gaetano Donizetti), cuyos primeros alumnos, entre ellos Donizetti, se matricularon el 6 de mayo de l806.
Poco a poco, el pequeño Gaetano llegaría a convertirse en el alumno predilecto del músico bávaro, además de uno de sus mejores amigos. Aunque Mayr era un autodidacta, fue uno de los primeros en estudiar en Italia las obras de Haydn, Mozart y Beethoven, además de promover su interpretación en su Escuela. Eso explicaría algunas obras de cámara del joven Donizetti, entre ellas sus excelentes cuartetos de cuerda de los años 1817, 18, 19 y 21.
En Bergamo, donde Mayr estaba muy activo, funcionaban por aquellos años, a comienzos del siglo XIX, dos teatros, el Teatro Riccardi (hoy Donizetti) y el Teatro della Societá. Se representaban óperas con frecuencia, y de la ciudad salieron muy buenos tenores, entre ellos el famosos Giovanni Battista Rubini (l794-1854), que estrenó algunas de las grandes óperas de Donizetti y de Bellini.
En l808, Donizetti, con 11 años, ya tuvo un papel de contralto en la ópera Alcide al bivio de Mayr y tres años más tarde, su maestro la permitía colaborar en la ópera Il piccolo compositore di musica. En l815, Mayr, hombre generoso donde los haya, envió a su mejor alumno a ampliar estudios con el padre Stanislao Mattei (1750-1825) de Bolonia, el mejor discípulo del insigne Padre Martini (l706-1784), verdadero oráculo de la música europea durante el siglo XVIII.
Durante el periodo boloñés (1815-1817), Donizetti escribe la música para una comedia en un acto, Il Pigmalione, y pone fin a otras dos obras, como era obligado entonces: Olimpiade y L’ Ira di Achille, además de una Sinfonía concertata que interpretaron los alumnos del Liceo Musical de Bolonia el 9 de junio de l817. Poco después, el joven músico regresaba a su ciudad natal, donde tuvo un ofrecimiento desde Ancona para ser maestro de música de una familia noble. Pero renunció porque ya pensaba que su vida iba a ser la ópera y no quería comprometerse en algo que se lo impidiese. Sin embargo, celebró Santo Stéfano (26 de diciembre) no con una ópera sino con un cuarteto de cuerdas en cuatro movimientos, para el grupo de cámara en el que Mayr tocaba la viola.
La ópera que inicia la carrera teatral de Donizetti es Enrico di Borgogna, estrenada en el Teatro di San Luca de Venecia el l4 de noviembre de l818. Donizetti tuvo la mala suerte de que en vez de la mezzosoprano prevista por él, Constanza Petralia, cantó una novata, Adelaide Catalani (que no tiene nada que ver con la famosa Angelica). La Catalani se desmayó, presa del pánico, al acabar el primer acto; cantó como pudo, reduciéndose su interpretación, en el segundo; y hubo de ser sustituida por otra cantante en el tercer acto.
Para entonces (l918) Rossini había escrito la mayor parte de su producción aunque todavía le quedaban por estrenar obras tan importantes con La donna del lago, Semiramide, Mahometto II, El viaje a Reims, Moisés en Egipto y Guillermo Tell.
Poco a poco, Donizetti iba estrenando óperas. Le nozze in villa (que tenía libreto de Bartolomeo Merelli, como La follia) vio la luz en Mantua, pero fracasó por los caprichos de la prima donna Fanny Eckerlin. Fanny había protagonizado Enrico di Borgogna como Musico, denominación que, en aquel tiempo, recibían quienes encarnaban papeles heroicos masculinos destinados a una contralto. Las cantantes que solían hacer esos papeles travestidas eran llamadas «músicos» y por eso se llamaban «musichetti» los pajes o jovencitos cantados por una mujer.
En l822, el mismo año en que Rossini dirige en Nápoles la Atalia de Mayr y estrena su Zelmira, con cuya protagonista , la madrileña Isabel Colbran, Rossini se casó el l6 de marzo. Donizetti dio a conocer su Zoraida di Granata en el Teatro Argentina de Roma. Desafiaba así al gran Gioacchino en su terreno, con su mismo estilo, lo cual era muy arriesgado para un joven casi desconocido en aquellos pagos.
Sin embargo, el éxito fue enorme gracias a los protagonistas, el tenor Domenico Donzelli y la soprano María Ester Mombelli, sobrina nieta de Boccherini, gran rossiniana que había debutado en el estreno de Demetrio e Polibio diez años antes.
El éxito de Zoraida di Granata le permitió relacionarse con importantes familias romanas; los Carnevali, aficionadisímos a la música o los Vasseli. Luigi Vasseli era un importante jurista y magistrado. Residía en un palacio de Via delle Muratte 78 y sus relaciones con el Vaticano eran excelentes. Su hijo Antonio (Totó), cirujano militar y luego abogado de Ricordi en Roma llegó a ser el mejor amigo de Donizetti. Gracias a esa amistad, Gaetano pudo relacionarse con Virginia Vasseli, la hermana de Totó, de la que pronto se enamoraría, aunque Barblan sostiene la hipótesis de que Donizetti mantuvo, por entonces, una relación sentimental con Anna Carnevali.
En la primavera de l822, Rossini abandonó Nápoles, donde llevaba triunfando varios años, y partió camino de Viena. Poco antes de su marcha, Donizetti se instalaba en la capital de la Campania y comenzaba una larga carrera de éxitos, encuadrada por sus biógrafos entre Zoraida di Granata (l822) e Imelda de Lambertazzi (San Carlo, Nápoles, l830).
Los grandes éxitos
Una etapa iniciada en lo operístico por La zingara, con libreto de Leone Andrea Tóttola, poeta oficial de los teatros reales napolitanos (Mose in Egitto, La donna del lago). El historiador y especialista en Bellini, Francesco Florimo, cuenta que su profesor napolitano Carlo Conti les recomendó a él y a Bellini ir a ver La zingara, aunque solo fuese por oír el septeto que solo un alumno de Mayr podría haber escrito.
En esos ocho años (l822-1830), Donizetti colabora con libretistas como Ferreti, Gilardoni, y Felice Romani, además de Tottola. Pero no le suministraron buenos libretos, así que la mayor parte de las óperas del octoenio ha quedado en el olvido, y no solo por ser obras epigonales del periodo anterior rossiniano; la última parte de esa etapa recibe mayor influencia del Rossini francés de El viaje a Reims (l825), o El asedio de Corinto (l826); por ejemplo L’ esuledi di Roma (El desterrado de Roma).
Son interesantes -y algunas se han ido recuperando- L’ ajo nell’ imbarazzo, Emilia di Liverpool; Gabriela di Vergy; Olivo e Pasquale; Alina, regina de Golconda; y Elisabetta, o Il castello di Kenilworth.
Con Gabriela di Vergi , e incluso antes, con Emilia di Liverpool y con Alahor in Granata, Donizetti acometió un primer intento de liberar a la ópera italiana de las convenciones dieciochescas, e introducirla por los nuevos caminos que, en el teatro, iba marcando el drama romántico. Por ejemplo sustituir el «músico» (la contralto travestida) por un auténtico tenor.
En l825, Donizetti se hizo cargo de la dirección musical del Teatro Carolino de Palermo (allí estrenó Alahor in Granata), pero volvió a Nápoles y desde la ciudad pastenopea dio algún salto a Roma, estrenando allí en l827 Olivo e Pasquale, que pronto llegó a España. Fue por entonces cuando debió pedir la mano de Virginia Vasselli, pues había firmado en Nápoles un contrato con Domenico Barbaja que, aunque era duro (cuatro óperas por año) le permitía afrontar el matrimonio con tranquilidad. Uno de sus primeros éxitos para Barbaja fue Ocho meses en dos horas o Los exiliados en Siberia, titulada Opera romántica, y la ópera bufa Il borgomastro di Saardam, cuyo libreto extrajo Gilardoni de una comedia francesa, parecida a la que inspiró Zar y carpintero (l837) de Lortzing. Muy interesante es también Le convenienze ed inconvenienza teatrali, con libreto del propio compositor. Es otro intento de soslayar las ataduras de la tradición clásica italiana, ridiculizando lo artificioso y absurdo de sus reglas.
En mayo de l828, su ópera Alina, regina di Golconda se incluyó en los actos inaugurales del teatro Carlo Felice de Génova. El 1º de junio de aquel mismo año contrajo matrimonio en Roma, en la iglesia de Santa María in Via, con Virginia Vasselli. Aunque sus éxitos musicales no le permitieron estar junto a ella todo el tiempo que le hubiese gustado, Donizetti fue feliz junto a esta mujer delicada, y de melancólica belleza, como muestra el retrato de Teodoro Ghezzi en el Museo Donizettiano de Bergamo.
Virginia le dio tres hijos que murieron niños. La muerte de ella, nueve años después, durante una terrible epidemia de cólera, fue uno de los golpes más fuertes recibidos por el compositor en la fase previa al proceso que desequilibró su salud y su mente los últimos años.
Mientras se ensayaba Imelda de Lambertazzi, última de las óperas rossinianas de Donizetti (lo cual, por otra parte, no es cierto ni en lo melódico ni en el tratamiento de las voces) el maestro bergamasco firmó un contrato con el Teatro Carcano de Milán, movido por un grupo de aristócratas que no estaban de acuerdo con la gestión de la Scala.
En la primera ópera estrenada en dicho teatro Anna Bolena (26 de diciembre de 1830), con Giuditta Pasta, Rubini, Filippo Galli, Donizetti parece haber alcanzado no solo la esencia del melodrama romántico sino su propio lenguaje expresivo, diferente al de Rossini y, por supuesto, en absoluto deudor de Verdi, el cual, hasta nueve años despues, no presentaría su primera ópera, Oberto, conte de San Bonifacio. Y precisamente es la década de los 30 (años l831 a l840) cuando Donizetti despliega su inmenso poder creador y original, como vemos en Anna Bolena, estudiada por Philip Gossett en un interesante libro donde se examinan desde los detalles melódicos, pasando por los problemas de equilibrio y proporción, hasta los meramente formales en relación con el contenido.
Temas para especialistas que no es posible tratar aquí, aunque sí podemos decir que en ese periodo y, sobre todo tras la muerte en l835 de Vincenzo Bellini, nadie podía competir con Donizetti.
Los teatros de Madrid, donde se ofrecían óperas antes de la inauguración del Teatro Real en l850, no paraban de ofrecer óperas de Donizetti. El Teatro del Príncipe, el de la Cruz, el del Liceo Artistíco y Literario, el del Museo, el del Circo, el de los Basilios y otros, daban continuamente óperas de Donizetti. El mismo Teatro Real inauguró con La Favorita.
En París, a fines de la década, en l840, Berlioz se quejaba: «Dos grandes partituras en la Opera, Les Martyrs (adaptación de Poliuto al francés) y Le Duc d’ Albe;otras dos en el Renaissance, Lucia di Lammermoor y L’ Ange de Nisida;dos en la Opera Comica, La fille du régiment y otra cuyo título desconocemos; y aún otra para el Teatro-Italiano,¡todas escritas o transcritas en un año por el mismo autor! Monsieur Donizetti parece tratarnos como nación conquistada, esto es una verdadera invasión. Uno ya no puede hablar de los teatros líricos de París, sino de los teatros líricos del Sr. Donizetti. Jamás, ni en los días de su mayor auge, el autor de Guillermo Tell, Tancredi y Otello se atrevió a tanto. Y no le faltaban posibilidades para hacerlo, pues tenía la maleta llena (de obras tempranas que podía haber revisado en París). No obstante, durante toda su permanencia en Francia, solo dio cuatro obras y únicamente en el Teatro de la Opera; Meyerbeer, en diez años, sólo montó dos; Gluck, que murió a avanzada edad, colocó en nuestro principal teatro seis grandes partituras solamente, fruto de toda una vida de trabajo. También es verdad que duraron mucho tiempo.»
La madurez (1830-1840)
La década de los treinta, o la que va desde Anna Bolena (1830) a La favorita (l840) está llena de acontecimientos en la vida y en la carrera artística de Donizetti. Durante esos años se dan a conocer cerca de treinta óperas del músico bergamasco, de las cuales más de diez siguen en el repertorio: Anna Bolena (l830), L’ Elisir d’ amore (l832), Lucrezia Borgia (l833), María Stuarda (1835), Gemma di Vergy (1834), Marino Faliero (l835), Roberto Devereux (l837)María di Rudenz (l838), Poliuto (l848); La fille du régiment (l840) y La favorita (1840). Eso sin contar éxitos clamorosos como Il furioso all’ isola di San Domingo, basado en los capítulos 23 a 27 de la primera parte del Quijote; o Sancha de Castilla, extraida de la tragedia española La condesa de Castilla, de Nicasio Alvarez Cienfuegos, que Donizetti dedicó a su queridisímo maestro Simon Mayr. El libretista de esta ópera, Pietro Salatino, le ayudaria más tarde a rehacer el libreto de María Stuarda, basada en el drama de Schiller. Por problemas con la censura napolitana, esta ópera fue convertida por Salatino en Buondelmonte. Esos enfrentamientos con la censura se repetirían con Poliuto, extraida por Salvatore Cammarano de Corneille. La segunda versión de Poliuto para la Opera de París, se llamaría Les martyrs y su nuevo libreto era de Scribe. Porque Donizetti, rey de la ópera aquellos años, contaba ya con los mejores libretistas y, lo que era aun mejor para él, con las mejores voces de la época, desde Luigi Lablache y Nicolas Ivanov, pasando por Ronconi, Tamburini, Nourrit, Giulia Grissi, Rosina Stolz, Erminia Frezzolini, Giuseppina Ronzi, o María Malibrán, a quien sedujo la intensidad dramática de la «Stuarda» que ella quiso cantar en su original, causando una serie de conflictos a la empresa de La Scala con los censores de la época.
No olvidemos las recuperaciones, como la llevada a cabo en l964 en Siena de la ópera Parisina, libreto de Felice Romani, sobre Lord Byron, cantada en el 77 por Montserrat Caballé en Niza y en Barcelona. España acogió con entusiasmo a Donizetti, pues la historia española está muy presente en su obra.
En esos años, además de Sancha de Castilla y Il furioso all´isola di San Domingo, Donizetti escribirá La favorita, sobre Alfonso XI de Castilla y Leonor de Guzmán (revisión de El ángel de Nisída) y se embarca en un ambicioso proyecto operístico sobre El duque de Alba, el polémico gran duque, Don Fernando Álvarez de Toledo (l507-1582), brazo fuerte del Emperador Carlos V. El duque de Alba se estrenó (posth. 1882) en Roma, pues no fue terminado en vida del maestro. Tampoco lo fue la muy ambiciosa ópera Don Sebastián, rey de Portugal, su último trabajo para la Ópera de París. Sí terminaría María de Padilla (l841), en la que él mismo intervino como libretista, y que se basa en los amores de Don Pedro I de Castilla, Pedro el Cruel.
En l835, murió Vicenzo Bellini en plena gloria.
En l836 falleció Domenica Nava, la madre del compositor, y su mujer, Virginia, abortó un hijo que esperaban con ilusión, pues el primero había muerto a las dos semanas de nacer.
En l837, moría un tercer hijo a las pocas horas de su alumbramiento y, en medio del pánico por los centenares de bajas en Nápoles a causa del cólera, el 30 de julio fallecía Virginia a los 28 años de edad. Donizetti, que escribiá por entonces Roberto Devereux, quedó destrozado y le costó trabajo recuperar el ritmo de su vida.
Los últimos y tristes años
Desde todas partes era requerido: Viena, París, Roma, Londres. Dirige en Bolonia en l842 el estreno italiano del Stabat Mater de Rossini y se prepara para la «premiere » en Viena, donde ha sido nombrado Kapellmeister de la Corte Imperial, de su ópera Linda di Chamonnix (Kärntnerthor,l9-V-l842).
Terminaría su bellísima y melancólica Caterina Cornaro (l8-1-44, Nápoles) y escribirá esa obra maestra, canto de cisne de la ópera bufa, llamada Don Pasquale, estrenada en la capital francesa nada menos que por Giulia Grisi (Norina), Ernesto (Giovanni Mario), Tamburini (DR. Malatesta) y Lablache (Don Pascuale). Lablache reclamó la presencia del maestro, quien, desde el escenario del Teatro de los Italianos, recibió la merecida ovación.
María de Rohan (1843, Kärntnerthor) muestra un paso más en la evolución del drama lírico donizettiano, en línea con el nuevo avance que supone el arte de Verdi, cuyo Nabucco había causado sensación.
Al terminar María de Rohan, un Donizetti solitario, triste y muy enfermo, se puso a escribir el Don Sebastián, rey de Portugal, para el Palais Garnier de París.
Pero se sentía mal. Cada vez peor. Estaba muy preocupado por la fiebre que le asaltaba cada vez con más frecuencia y los fuertes dolores de cabeza. La composición del largo y complejo Don Sebastián le fatigaba en exceso. Durante los ensayos se comprobó que la enfermedad era más grave de lo imaginable. Rosina Stolz sentía celos de Barroilhet, que cantaba en el 5º acto dentro, una bella barcarola, mientras ella permanecía en el escenario callada. La Stolz pretendió que Donizetti suprimiese una estrofa de la barcarola de Barroilhet, y Donizetti, furioso, se abalanzó sobre ella, la zarandeó y se alejó lanzando toda clase de insultos. Tres amigos, entre ellos el editor parisiense Leon Escudier que lo cuenta en Mes souvenirs (1863), lo sujetaron y, arrastrándole, le llevaron a su casa, «No hablaba, un estertor de rabia le salía del pecho -dice Escudier- tenía la mente trastornada».
Durante la segunda quincena de agosto de l845, su cabeza y su estado general mejoraron, pero pronto, tras la muerte de su maestro Mayr (2 de diciembre de 1845) la caída en las tinieblas fue total.
Su sobrino Andrea, único hijo del hermano «turco», Giuseppe Donizetti, lo llevó a varios médicos que dictaminaron la gravedad de su estado. El Dr. Mitivié, recomendó su ingreso en el psiquiatrico de Ivry, donde fue llevado con engaño por su sobrino. Éste le dijo que el coche tenía una avería cuando iban a Viena, y que, por fortuna, había allí cerca un «confortévole albergo».
Cada vez peor, Andrés pudo finalmente sacarlo de París, para trasladarlo a su querida Bérgamo. El 7 de septiembre de l846, con el manuscrito de El duque de Alba, se puso Andrea en camino hacia Bérgamo, para arreglar el regreso del maestro a su ciudad natal. El 3 de agosto de l847, se hizo unas fotos con él en el alojamiento de la Avda. Chateubriand, donde vivía. Tío y sobrino son muy parecidos, pero en la foto se ve a Donizetti con los ojos cerrados y la cabeza inclinada. Es muy patética esta foto.
El l9 de septiembre de l847 pudieron trasladarse a Bérgamo, junto a su hermano Francesco (el portero del Monte de Piedad de dicha ciudad), el sobrino Andrea, su sirviente francés y el Dr. Rendu.
A Bérgamo llegó una sombra de aquel extraordinario y vívido talento. No podía ni andar, no reconocía a los amigos. Pasaba los días hundido en un sillón mientras toda Europa se disputaba sus óperas.
En febrero de l848, su estado se agravó con una tos convulsiva que le impedía comer. Los médicos que le atendían incrementaron las purgas y algo mejoró, pero el l de abril a las 5 de la tarde, cuando acababa de comer con esfuerzo, sufrió un ataque de apoplejía que le contrajo ojos y boca, paralizándole los brazos y la pierna izquierda. Dos días más tarde su gravedad era tal que le fueron administrados los sacramentos. El día 5 de abril, se llamó al pintor local Rillosi para que le retratase en el Palazzo Basoni, en la Bergamo Alta, donde la baronesa le había dado acogida. Allí le visitaba su compañero de estudios Dolci y le hablaba en dialecto bergamasco. Y allí falleció en la tarde del día 8 de abril, atendido por la baronesa Basoni, su hija Giovannina, el bueno de Antonio Dolci y su fiel criado Pourcelot. Más de cuatro mil personas asistieron a los funerales, pese a la entrada de tropas piamontesas en territorio lombardo aquel mismo día.
El retrato que le había hecho Rillosi días antes se conserva en el Museo Donizettiano de Bérgamo y resulta muy triste, pero aun más lo es el piano que tenía en su casa de Nápoles, que él había regalado a la hija de Tóto (llamada Virginia). Sobre la lámina de bronce colocada sobre el instrumento figuran las palabras que, casi como un testamento dejó a Toto Gaetano Donizetti: No vendas a ningún precio el piano, pues encierra en sí toda mi vida artística. Desde l822 lo tengo en el oido; en él murmuraron Ana, María, Fausta, Lucia, los Roberto, los Belisario, los Marino, los Martíres, los Olivi, Ajo, Furioso, Paria, Castello di Kenilworth, Ugo, Pazzi, Pia, Rudenz… Oh, deja que viva mientras yo viva… Viví con él la edad de la esperanza, la vida conyugal, la soledad. Oyó mis risas, mi llanto, mis esperanzas frustradas, los honores… compartió conmigo sudores y fatigas… con él vive mi genio, en él vive cualquier etapa de mi carrera, de la tuya … o de tus carreras. A tu padre, a tu hermano, a todos nos ha visto, conocido, todos lo hemos atormentado, de todos ha sido compañero y espero que lo sea eternamente de tu hija, cual si fuera una dote de mil pensamientos tristes y alegres».
Un documento tan conmovedor como alguna de sus mejores arias.