Por Ángel Tomás Lázaro Puebla
Astor Piazzolla decía de la música que es el arte más directo, pues entra por el oído y va al corazón, que es la lengua universal de la humanidad. Una opinión similar sería suscrita por una lista interminables de personas. Para Nikolaus Harnoncourt, por ejemplo, las artes, y en especial la música, tienen la capacidad de abrir las puertas del alma, de dirigir nuestra mirada hacia su misterio.
La figura de director de orquesta no necesita presentación. A partir de la partitura de un compositor tiene el reto de levantar la obra sonora con la colaboración de toda la orquesta ante un público. Pero hay un ingrediente esencial, muy etéreo, muy sutil, pero que, si no está, entonces las notas fluctúan en el espacio y giran ensambladas unas con otras en un engranaje sonoro; que conforma un mecano que no tiene la suficiente potencia para abrir las puertas del alma.
¿Qué es entonces lo que hace falta? Zubin Mehta sitúa el origen de la música que va a poner en marcha en una región recóndita de sí mismo. ¿En el centro de su ser? ¿En el corazón de la creación? Y allí acude a buscarla, escribe: ‘Mi sensación segura es la de que la música procede de mi interior más profundo y yo la reproduzco por mi capacidad de comunicación con los músicos’.
Es justamente un indefinible que viene de no sabemos dónde y va a no sabemos dónde, que a veces llamamos aleatoriamente con cierta falta de precisión alma, emoción, fuego, vida, expresión, inspiración… pero que desborda cualquier concepto.
El director hindú cuenta cómo Clemens Krauss lograba más de la música straussiana que el mismo Richard Strauss cuando dirigía sus propias obras, a pesar de su precisión, porque era capaz de implicar a su corazón y su alma. Sin este componente ‘vital’ la música no llega, no abre nada en el centro del ser de quien la escucha. Por eso él propicia su encuentro con la música, allí, en ese núcleo donde late el espíritu.
Cuando un director con su orquesta consigue activar la música con ese ingrediente indefinible, ese que es rescatado de su núcleo existencial, logra que el mecano de las notas se desintegre y se transforme en esencia sonora que el alma es capaz de reconocer y ante la que no puede permanecer cerrada. El objetivo se ha cumplido. Pero, como oyentes, ¿podemos hacer más en nuestra relación con la música? Si a esa música no se le da la oportunidad de arraigar, desaparece como un destello en la noche, lo cotidiano nos envuelve de nuevo y nos aleja de la realidad profunda que hemos vislumbrado. Tenemos el reto de hacer que no se extinga, que continúe alumbrando la dimensión que nos descubre, que la apertura y la mirada hacia el alma no sea un acontecimiento fugaz.
Baremboim, y no es el único, señala la educación como factor clave para lograr la accesibilidad a la música: ‘La concentración en la música es una actividad que debe cultivarse desde una edad muy temprana para que se desarrolle de modo orgánico, como la comprensión de una lengua. As,í llega a ser una necesidad, en lugar de un lujo.
En este sentido, el psicólogo Csikszentmihalyi habla de habilidades musicales que se pueden desarrollar. Para obtener el máximo potencial de disfrute de la música habría que planificar el encuentro y formularse metas específicas. Al desarrollar habilidades analíticas de escucha, explica el autor de Fluir, las oportunidades de disfrutar de la música y su significación aumentan exponencialmente.
Cristóbal Halffter reconoce la necesidad de la existencia de lo que él llama un conservatorio no profesional que tuviera como propósito enseñara a escuchar. ¿Y si este supuesto conservatorio ya existiese? ¿Y si la escucha activa contase con una metodología específica? Musicosophia, como escuela internacional de oyentes, tiene una existencia de más de cuarenta años y allí ha surgido una nueva figura y un nuevo método eficiente de escucha.
La figura del director de oyentes no es muy conocida, pero existe. ¿No has sentido alguna vez cómo la música, a modo de daga de fuego, te traspasa el corazón? Cuando la música generada con alma nos estremece, nos está invitando a realizar el camino inverso, es decir, a que alcancemos su corazón. El director de oyentes nos orienta en la planificación de nuestro encuentro con ella, enfoca nuestra mirada y señala las metas. Realiza un trabajo de descubrimiento musical dirigido en el que los oyentes deben estar ‘cognoscitivamente activos’, el trabajo es nuestro, exige nuestra consciencia. El oyente con su ayuda se entrega a una escucha apasionada y de manera insistente escucha una y otra vez una obra para descubrir su verdad.
Halffter nos hace observar que recordar una música es volverla a pasar por el corazón. Y esta actitud, de emplear corazón y cabeza, tiene una implicación fundamental, nos otorga el enorme poder con el que descubrimos esa alma que deshace el mecano de las propias notas y nos descubre lo que mueve la música. Ayuda a que la música permanezca en nosotros, que nos descubra el centro de nuestro ser. El espíritu de la música ya no encuentra escondite, pierde su capa de invisibilidad, y simultáneamente el espíritu humano descubre su musicalidad y deja de ser inaudible. En esta aventura nos ayuda el director de oyentes.
Existe una afinidad entre el corazón de la música y el espíritu humano. La música evidencia, descubre y saca a la luz una realidad que no sospechamos que nos habita y cuando nos topamos con ella nos percatamos que no nos cabe en el pecho, que nuestra verdadera dimensión nos sobrepasa con una geografía espiritual tan inmensa cómo la que estemos dispuestos a conquistar.
Cristóbal Halffter expone que educar a las personas ante la sensibilidad y la belleza del sonido, se trataría más de potenciar las posibilidades de ‘bienser’, quizá antes que bienestar. Para él lo importante es poder crear con la música algo de índole espiritual, que estaría por encima de cualquier rentabilidad material pues se invierte en algo tan fundamental como es la dignidad del ser humano. Este ‘bienser’ y el potencial de la música para construirlo son fundamentales.
Hay una trayectoria de reconocidísimos directores de orquesta que han llevado su profesión a lo más alto. No puedo imaginar cotas más altas, en el caso de director de oyentes, que las alcanzadas por Hubert Pausinger. Desde hace décadas ejerce este oficio con profundidad, coraje, entrega absoluta, asombrosa creatividad y fidelidad al espíritu de los clásicos. Son numerosas las personas que han explorado el corazón de la música con él, entre ellas el que escribe, y las que por medio de la música han reconocido lo inabarcable de su propio espíritu.
Este escrito es un reconocimiento a la figura del director de oyentes, a todos los que ejercen esta nueva profesión sin reconocimiento oficial y lo es especialmente a mi amigo austriaco y a su altísima profesionalidad, él es pura música, con motivo de su reciente cumpleaños. Cuando uno escucha música bajo su dirección siente que lo indefinible de la música empieza a circular por sus venas con un rastro de luz inextinguible. El corazón musical está en marcha, el espíritu está en marcha y la dignidad humana está en marcha.
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