Anticipamos el editorial que, firmado por Alfonso Carraté, publicaremos en nuestro número de Melómano de junio.
De zarzuela y de ópera.
Escribo estas líneas veinticuatro horas después de que Daniel Bianco presentara desde el escenario del Teatro de La Zarzuela, y con el patio de butacas a rebosar, su tercera temporada desde que asumió la dirección, la 2018-2019.
Además de desgranar los detalles de una fantástica programación (una vez más), en la que no entraremos pues pueden conocerla en nuestra sección Informar (página 42), el director del Teatro nos ofreció, a modo de segundo acto, un breve y acertadísimo discurso sobre la situación que atraviesa la institución, que fue bastante esperanzador, por cierto. Y precisamente mientras escribo las primeras líneas, y como si el destino quisiera corroborar mis anhelos de buenos augurios, recibo un correo electrónico en el que se notifica la desconvocatoria de la huelga convocada por los trabajadores del Teatro para las tres funciones que restan todavía de La tabernera del puerto. El Comité de Huelga dice literalmente en su nota:
“Ante la convocatoria de la comisión negociadora para el próximo viernes 25 de mayo a las 11 horas, con la Secretaría de Estado de Función Pública, el Comité de Huelga ha decidido desconvocar los paros de La tabernera del puerto… Esta decisión se justifica al haber aceptado la Administración la petición de los representantes de los trabajadores…de la apertura de una mesa negociadora…”,
es decir que los deseos de que las partes implicadas “se sienten a negociar”, manifestados por Bianco en su discurso parecen haber tenido consecuencias positivas. Aunque muchos de nuestros seguidores leerán este editorial a primeros de junio, y para entonces pueden haber sucedido muchas cosas en esa mesa de negociaciones, para quienes nos lean en Digital la incertidumbre está todavía servida, como para mí mismo mientras escribo.
Sea como fuere, la postura de Melómano está clara desde el comienzo del problema y ahora parece que las cosas podrían encaminarse en la dirección que postulamos ya entonces: el dilema para los amantes de la zarzuela y de su Teatro no es “teatro público VS. privatización”; la cuestión es otra, a saber: “¿por qué cambiar lo que funciona de maravilla, y precisamente ahora?” Pero si resulta que el cambio es ya imparable, hay que encararlo de la mejor forma posible: manteniendo en su lugar a la dirección artística y su equipo, que han hecho de La Zarzuela un lugar privilegiado para el disfrute de nuestro género lírico y, en segundo lugar, llevando a cabo los cambios necesarios para mejorar los problemas de gestión y laborales que limitan el buen funcionamiento de la institución. Si a esto se suma una mejora presupuestaria, por vía de patrocinios privados, y una consolidación de la política de acercamiento al público y de precios asequibles para todos, puede que un cambio que se planteó de forma desafortunada e inoportuna se convierta finalmente en una ventaja para todas las partes implicadas.
Entretanto, y en plena efervescencia del terremoto, a comienzos del pasado mes de abril el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte ha iniciado los trámites para “declarar la zarzuela Manifestación Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial, una iniciativa que forma parte de la estrategia política de potenciar y proteger el género de la Zarzuela”. Vaya, ¡qué casualidad! Será que alguien ha tenido la feliz idea de ensalzar lo que ya es grande de por sí, con el fin de demostrar que nadie pretende hacerle daño desde las instancias del poder. Pues bienvenida sea la idea, por oportunista que resulte. No en vano, el comunicado remitido desde el ministerio reza que a la zarzuela “se le otorgará la máxima categoría de protección que puede otorgar el Estado. En el expediente de esta declaración se contemplará al Teatro de La Zarzuela como escenario esencial de referencia mundial para la difusión y transmisión de esta actividad a la ciudadanía”. Y por si fuera poco se ha encargado la elaboración del informe preliminar al profesor Emilio Casares, “el mayor experto reconocido en la materia” (sic), y uno de los principales impulsores del manifiesto en defensa del Teatro de La Zarzuela como teatro público. Insisto: todo sea para bien, si se cumplen los requisitos deseables.
Pero no solo la zarzuela pasa por momentos de cambio.
En el Levante español, el Palau de les Arts lleva ya varios meses sin dirección artística, con dimisiones en cascada. Tras una etapa con un funcionamiento un tanto irregular (desde el punto de vista artístico estrictamente) bajo el mandato de Davide Livermore, que sucedió a Helga Schmidt tras el caos de su gestión, parece que la Comunidad Valenciana quiere tomar las riendas de la situación. Así, el conseller de Educación, Investigación, Cultura y Deporte, Vicent Marzà, anunció que el 21 de mayo se aprobaría la composición del nuevo Patronato de Les Arts. De esta manera, y según sus propias palabras, “se hará efectivo el nuevo equipo que integrará el organigrama de decisión del coliseo operístico valenciano para llevar a cabo la apertura de Les Arts a la sociedad valenciana como principio rector del nuevo proyecto y para convertirloen un referente cultural para las diferentes artes y para el conjunto de la sociedad valenciana, auténtica propietaria del coliseo”. Ese mismo día, el nuevo Patronato de Les Arts deberá haber convocado el concurso público para la Dirección Artística, lo que era ya absolutamente imprescindible y urgente. Además, se propondrá a Plácido Domingo para dirigir el Consejo de Mecenazgo del espacio operístico valenciano. En Valencia hemos podido disfrutar de algunas de las mejores producciones operísticas que han contemplado nuestros ojos y oídos. Esperemos que las aguas vuelvan pronto a su cauce y podamos recuperar ese privilegio. En todo caso, a Les Arts no le vendría mal recordar que la buena gestión y el buen hacer no siempre van de la mano con los grandes nombres y el dispendio económico. Eso ya lo están demostrando los magníficos profesionales que mantienen el Palau en funcionamiento, y programando una temporada sin tener un director artístico a la cabeza.
Por Alfonso Carraté
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