
La respuesta a esta pregunta puede parecer evidente a cualquiera, esté o no relacionado con la enseñanza musical. No obstante, en no pocas ocasiones se pone en cuestión la idoneidad de esta prueba e incluso se duda de si debe formar parte o no del proceso selectivo. En las líneas que siguen explicaremos el porqué de su necesidad y ofreceremos una serie de pautas para prepararla, y quizá una guía para algunos miembros del tribunal.
Por Juan Mari Ruiz
Lo más habitual en un procedimiento de selección para acceder a un puesto de trabajo en la enseñanza musical —el lector disculpará que el que suscribe no se refiera en este artículo a ciertos procesos desestabilizadores que se han desarrollado recientemente— es que este incluya una parte teórica siguiendo un determinado temario, una prueba práctica en la que el candidato debe mostrar su capacidad para tocar su instrumento y para dar clase y un apartado final en el que se aplica un baremo de méritos de distinto tipo a fin de reconocer y poner en valor la formación y experiencia del candidato. Pero en no pocas ocasiones se oyen voces afirmando que en la prueba práctica poco se puede saber de la persona que aspira al puesto, y que en los veinte o treinta minutos que dura la prueba es imposible mostrar de una forma convincente su manera de enseñar.
Puede que estas palabras sirvan de excusa, en no pocos casos, para no hacer frente a los problemas de organización que subyacen en este tipo de pruebas, como puede ser la dificultad de encontrar alumnos dispuestos a participar en la misma y que estos sean de un nivel similar para todos los candidatos, y también hay que tener en cuenta la mayor duración del proceso, que conlleva unos gastos mayores. Aunque, a decir verdad, son fáciles de refutar con el simple argumento de que veinte minutos viendo a la persona en acción siempre serán mejor que nada, si están bien aprovechados, claro está, y si no lo están, será una buena señal de que el aspirante quizá no sea la persona idónea. El gasto adicional estará de sobra justificado si se tiene en cuenta que la persona seleccionada probablemente ocupará ese puesto durante bastante tiempo y que un ahorro de unas horas puede suponer un problema para varios años.
Por otra parte, la prueba teórica y el baremo de méritos solamente demuestran que se conoce la teoría y que en algún momento se dominó la práctica durante un cierto tiempo, pero no garantiza que se siga haciendo en la actualidad, y lo que se necesita saber en este momento es la capacidad real del candidato a día de hoy. ¿A alguien le parecería una buena idea que una orquesta contratase a sus músicos solo por su curriculum o simplemente con una prueba escrita, sin oírlos tocar una sola nota? ¿O es que en este caso sí que son suficientes para tomar una decisión los pocos minutos que duran las obras obligadas y los pasajes de orquesta, pero en la enseñanza no hace falta escucharlos ni ver cómo dan clase?
El contenido de la prueba
Una vez dicho lo anterior, centrémonos en un procedimiento en el que sí existe una prueba práctica, que suele consistir en dos fases diferentes, una de interpretación de un determinado repertorio, generalmente de libre elección, y otra en la que se debe impartir clase a uno o varios alumnos del nivel educativo que imparte el centro. La evaluación de las mismas suele estar encomendada a un tribunal compuesto por profesores del centro de la misma especialidad y de otras afines, aunque esto no es siempre así y no resulta extraño encontrar convocatorias en las que no hay ningún especialista del instrumento en cuestión, por motivos organizativos o de cualquier otra índole, lo que sin duda resta credibilidad a la prueba al no disponer estas personas de un conocimiento directo de las características del puesto y de sus especificidades.
De la primera parte de la prueba, la interpretativa, poco hay que decir que no sea al menos intuido por los candidatos porque, obviamente, se trata de demostrar que se domina el instrumento con un nivel suficiente. Teniendo en cuenta que todos han estudiado y son titulados en la especialidad de Interpretación no cabe duda de que la sabrán preparar si están en forma, porque poco se diferencia de un recital. A pesar de todo sí que se puede ofrecer un consejo a quienes deban hacerlo: se tiene que cuidar mucho la elección del repertorio, procurando que entre todas las obras presentadas se ofrezca un abanico variado de requerimientos técnicos y estilísticos que el tribunal podrá valorar, evitando esfuerzos innecesarios y alejados de las necesidades del puesto. Por ejemplo, de poco servirá un repertorio de música contemporánea o de la máxima dificultad si se aspira a dar clase en una escuela de música que imparte las enseñanzas básicas; y tampoco será útil un repertorio modesto y limitado a un solo estilo si se aspira a un conservatorio superior. Es de sentido común, pero no está de más recordarlo.
La segunda parte de la prueba, la docente, es la que más se parece a una entrevista de trabajo para un puesto en cualquier empresa —incluso algunas convocatorias incluyen una entrevista posterior entre el candidato y el tribunal, algo que la asemeja más aún— y como tal debe ser preparada, porque es nuestra tarjeta de presentación. Aunque el objetivo aparentemente se limite a saber cómo da clase el candidato, hay mucha información que se puede transmitir, de forma directa o indirecta, y de manera consciente o inconsciente, al tribunal. Por ejemplo, el empleo del tiempo, el tono de voz que se utiliza, el lenguaje verbal y el lenguaje corporal, la capacidad de comunicación, el ritmo de la clase, su contenido, la capacidad de escuchar al alumno y de ofrecerle soluciones rápidas y eficaces a sus problemas concretos, la proporción entre explicaciones y ejemplos con el instrumento y muchos otros aspectos más.
Todo esto en veinte minutos, que es tiempo suficiente si la prueba se ha preparado a conciencia y el tribunal sabe escuchar. Pero es en esta prueba donde muchos grandes instrumentistas se encuentran con problemas, porque presumen erróneamente que con saber tocar van a saber enseñar y, lo que en este caso es más importante, que el tribunal se va a dar cuenta. Pero esto no siempre es así, sobre todo si la prueba no se ha estudiado con la misma dedicación que la parte interpretativa. Además, es importante tener en cuenta que esta preparación debe ir directamente dirigida al nivel educativo en cuestión, porque muchas veces se cae en el error de hacer hincapié en la iniciación y en las primeras etapas del aprendizaje del instrumento, cuando puede que se esté optando a un puesto en un conservatorio profesional, por ejemplo, o en aspectos generales de enseñanza musical y de la psicología del alumnado en lugar de en las necesidades concretas del instrumento. Estas especificidades y las etapas intermedias y superiores del aprendizaje son igual de importantes que la iniciación, sobre todo cuando se trata de aspirar a enseñar en esos niveles y en esta especialidad.
Volviendo al símil con una entrevista de trabajo en una empresa, lo que el tribunal debe valorar es si el candidato sabe trabajar de una manera adecuada todo aquello que implica el hecho de tocar un instrumento —seguramente lo habrá descrito en la parte teórica de la prueba, pero este es el momento de demostrarlo con hechos— y que lo hará de una manera efectiva. Hay que tener muy en cuenta que para que esa valoración sea correcta no basta con saber hacerlo, en imprescindible saber comunicarlo y conseguir que el tribunal se dé cuenta. Para eso es fundamental tener muy claro qué aspectos se desean abarcar, con qué grado de profundidad y cuánto tiempo se va a dedicar a cada uno de ellos.
Cómo prepararla
A fin de organizar de una manera eficiente esta breve clase, podríamos dividir su contenido en dos grandes ámbitos, el técnico y el artístico, y después hacer todas las subdivisiones que estimemos oportunas dentro de cada uno de ellos hasta llegar a los detalles más nimios, pero teniendo siempre en cuenta que no podremos abarcarlos todos en profundidad durante la clase. Por ejemplo, dentro de la técnica podríamos tener en cuenta la respiración y la embocadura en los instrumentos de viento, el movimiento del arco en los de cuerda, la estabilidad del sonido y la afinación en ambos, la pulsación en los instrumentos de tecla, y la posición del cuerpo y la articulación en todos ellos. En cuanto a los aspectos artísticos, deberíamos cuidar de que todo lo anterior se utilice de una forma adecuada al texto musical —regularidad del tempo y corrección en la lectura, por ejemplo— y a las convenciones estilísticas de la época de la obra a trabajar.
Normalmente el alumno presentará a la prueba alguna pieza que esté estudiando en ese momento, pero el candidato debe estar siempre preparado por si no es así y llevar consigo algo de repertorio apropiado para ese nivel y fácil de trabajar, para evitar el riesgo de quedarse sin argumentos ante el tribunal.
No está de más elaborar un listado de estos aspectos técnicos generales y de sus subdivisiones, y sobre todo de qué problemas suelen presentar y cuáles son las posibles soluciones que podemos proponer, mejor si son varias para cada problema. De esta manera, las podremos adaptar a alumnos con diferentes necesidades. Este listado nos resultará de gran ayuda durante la prueba.
Un listado similar acerca de los aspectos más característicos de cada estilo musical con unos ejemplos a grandes rasgos acerca de cuál sería el fraseo más adecuado —dinámicas, longitud de las frases o articulación, por ejemplo—, nos servirá para orientar nuestras explicaciones y hacer al alumno propuestas interesantes y bien fundamentadas.
Hasta aquí hemos meditado acerca de qué queremos mostrar al tribunal sobre nuestro conocimiento de la técnica del instrumento y aquello que hemos preparado para trabajar con el alumno, pero de nada nos va a servir si no le hemos oído tocar. Aquí entra en juego la gestión del tiempo durante la prueba, porque, aunque los veinte minutos asignados nos parezcan angustiosamente breves, es fundamental dedicar el primer minuto, después de habernos presentado, a escuchar tocar al alumno. Por tres motivos principales. El primero es que seguramente habrá llegado algo nervioso y no estará tocando de forma natural, como sabe hacerlo. Este momento de entrar en calor le ayudará a relajarse y a mostrarse con una mayor naturalidad. El segundo es que este minuto nos va a proporcionar mucha información acerca de cómo toca, qué problemas presenta y por dónde le podemos ayudar a progresar. Y el tercero, y no menos importante, es que estaremos demostrando al tribunal que tenemos en cuenta a cada alumno en concreto y que no tenemos la clase absolutamente preparada de antemano y que la vamos a recitar de memoria pase lo que pase.
Esta evaluación inicial nos va a servir para orientar toda la clase. Podemos indicar al alumno y ensalzar aquellos aspectos que vemos que domina, y dedicar el tiempo a aquello en lo que pensamos que le podemos ayudar. Es importante mencionar tanto lo positivo como aquello en lo que hay margen de mejora y siempre empleando un lenguaje positivo, así estaremos mostrando al tribunal que hemos sido capaces de hacer un buen análisis tanto de lo bueno como de lo malo, sin omitir ningún aspecto significativo, y que lo sabemos comunicar de una forma motivadora para el alumno.
Nos quedan diecinueve minutos —obviamente, no es más que una forma de hablar y durante la prueba no seremos tan estrictos, aunque sí muy organizados—, durante los que, en primer lugar, podemos dedicar un rato a trabajar esos aspectos técnicos, aproximadamente hasta la mitad de la clase. Podemos hacerlo sobre algún problema que hayamos detectado en el alumno o sobre algún requerimiento de la obra en cuestión, o bien porque queremos mostrar de una manera más general cuál es nuestra forma de trabajar. Aunque, en este sentido, es aconsejable que todos nuestros consejos y ejercicios estén relacionados de alguna manera con la obra presentada, lo que dotará de cohesión a nuestra clase. Por ejemplo, si la pieza tiene mucho staccato podemos aislar ese pasaje y trabajarlo, mejor si es con algún ejercicio complementario de elaboración propia. Por otro lado, si vemos que el alumno presenta alguna dificultad concreta, como por ejemplo una respiración mal colocada, nos detendríamos un momento a explicar cómo la trabajamos.
Podemos repartir los hipotéticos nueve minutos que siguen al minuto inicial de análisis del alumno en dos grupos, uno dedicado la respiración y el sonido —incluyendo afinación, amplitud, articulación o aquello que consideremos interesante trabajar—, y otro a la digitación, por ejemplo. En cada uno de ellos podremos mostrar los ejercicios que solemos hacer para estudiar cada uno de estos aspectos y probarlos con el alumno. Siempre es conveniente, en una clase real también, alternar la explicación verbal con el ejemplo tocado por el profesor, que irá seguido por la interpretación del alumno, que a su vez dará pie a nuevas propuestas de mejora.
Aproximadamente hacia la mitad de la clase nos podemos volver a dedicar específicamente a la obra, pero es este caso prestando especial atención al fraseo y al estilo. Si el alumno tiene dificultad para hacer un crescendo indicado en la partitura, por ejemplo, podemos hacer un inciso para explicarle en qué consiste, o recordarle algún ejercicio que hayamos hecho al principio de la prueba, cuando hemos detectado que ese pasaje le podría causar problemas. También podemos ofrecer una explicación acerca del estilo y de cuál sería la interpretación más conveniente, pero sin entrar en demasiados detalles, porque es mejor ofrecer una visión general y no caer en posibles contradicciones.
Siempre es conveniente que la prueba se asemeje lo más posible a una clase real, por eso es aconsejable que nos dirijamos siempre al alumno con un tono de voz pausado que ayudará a que el alumno olvide que está en una prueba y se comporte con una mayor naturalidad. Pero sin olvidar que en realidad lo que queremos es que nos escuche el tribunal.
Algunas observaciones finales
Al igual que al principio de la prueba hemos dedicado un minuto a escuchar al alumno, es fundamental dedicar el último a hacer un breve resumen de lo que hemos trabajado, mencionando en qué ha ayudado al alumno a mejorar cada uno de los ejercicios propuestos. De esta manera, quedarán fijadas en la memoria del tribunal las ideas principales que hemos querido transmitirle durante la prueba y daremos una sensación de orden y de preparación.
Si después de la prueba se da un coloquio con el tribunal debemos mostrar una actitud respetuosa pero serena —volvemos a la comparación con una entrevista de trabajo— en la que responderemos a las preguntas formuladas partiendo siempre de la experiencia propia y de aquello que dominamos. Puede que se nos formule alguna pregunta trampa. La mejor manera de responderla será hacerlo de forma sincera y según lo que hemos comprobado por nosotros mismos.
Pocas cosas hay más descorazonadoras en una prueba que oír decir que algo se hace porque siempre se ha hecho así o porque lo hace tal profesor. Bueno, sí, hay una aún peor: confesar que nos ha sobrado tiempo.
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