Con tan solo 22 años, la oboísta linarense Cristina Gómez Godoy se unió a la Staatskapelle de Berlín como solista de corno inglés. En 2013 conseguía la plaza de oboe solista en la misma orquesta. La trayectoria de esta música no solo destaca por las numerosas orquestas, nacionales e internacionales, en las que ha tocado, sino también por su trabajo en proyectos camerísticos en compañía de numerosos y diversos artistas, su labor como docente en la Universität der Künste en Berlín y sus conciertos como solista en auditorios de todo el mundo. El pasado mes de febrero salió a la luz el álbum que reúne dos de los conciertos más importantes para oboe, Mozart y Strauss, que, Gómez Godoy grabó como solista, acompañada de la West-Eastern Divan Orchestra, bajo la dirección de Daniel Barenboim.
Por Alicia Población
A los 10 años, unas amigas te convencen para que les acompañes al conservatorio. Te decides a hacer las pruebas y te dan la posibilidad de elegir instrumento. ¿Por qué te decantas por el oboe?
La verdad es que en un principio no elegí el oboe, elegí el clarinete. Entonces yo no sabía lo que era un oboe. Elegí el clarinete porque era el instrumento que más se veía en las bandas, son como los violines en la orquesta, es el instrumento que más hay. Entonces me dijeron que clarinetes ya había muchos, que por qué no elegía el oboe, y me lo presentaron. Me dijeron que se parecía mucho al clarinete, negro, con sus llaves, con su caña… y así, por el aspecto, a mí me lo pareció, así que me tiré a la piscina. Resulta que ese año era el primer año en que había oboe en el Conservatorio de Linares. Cuando mis padres se enteraron de lo que costaba el instrumento de principiante se llevaron las manos a la cabeza porque ya solo el oboe de principiante es muy caro, mucho más que un clarinete de la misma gama.
¿Fue entonces cuando tu padre te regala los discos con los conciertos de Mozart y el de Strauss?
Sí, me compró dos o tres discos y en uno de ellos estaban Mozart y Strauss. Fue al escuchar esas obras cuando me enamoré del instrumento.
Cuando tu profesor aún no te dejaba usar más que la caña, tú te decidiste a coger el oboe y sacar por tu cuenta canciones de oído. Llama la atención que, aunque en ocasiones has dicho que en tu familia no existía una tradición musical, tú desarrollaras el oído de esta manera.
Sí, a mí también me sorprende, la verdad, porque es cierto que yo no tenía referentes, ni en mi familia ni por amigos. Lo que sabía de música es lo que veía en la calle, las bandas de Semana Santa y todo eso. En la prueba del conservatorio me preguntaron qué me sonaba más agudo y qué me sonaba más grave. Y yo contestaba con lo que me resultaba más alto o más bajo según mi entendimiento, pero no podía basarme más que en mi intuición. Para sacar canciones de oído ponía los dedos, iba probando, casi sin saber lo que hacía, y lo acababa sacando.
De pequeña era muy tímida y me acuerdo de que un día mi padre le dijo a mi profesor que yo ya tocaba canciones. El profesor me hizo sacar el oboe y tocar, y cuando me escuchó dijo algo así como: ‘vale, creo que tengo que cambiar mi plan de estudios para ti’. A partir de ahí fue todo súper rápido. El Elemental lo hice en dos o tres años. Mi profesor siempre quería que me saltaran cursos, y yo iba siempre pillada con las teóricas, pero bueno, lo iba haciendo. El Profesional me lo saqué en otros cuatro años y las pruebas de Superior las hice con 16.
Realizaste los estudios superiores entre Sevilla y Rostock. ¿Qué diferencias ves en el sistema de educación musical español y en el sistema alemán?
Principalmente veo que en España se da muchísima importancia a la teoría, lo cual me parece fantástico, pero es verdad que la balanza no estaba muy equilibrada. En Alemania me concentraba mucho más en el estudio del instrumento. Es como si ellos intentaran entender para lo que sirves. Es decir, si ellos ven que tienes mucho talento con el instrumento te hacen la vida más fácil para que destaques en eso. Cuando en España yo mencionaba que me iba a algún encuentro o que tenía tal o cual audición había cierta reticencia por parte de los profesores porque me iba a tener que saltar clases y eso no sentaba bien. A mí lo que se me daba bien era tocar, y allí me lo facilitaron muchísimo. No es que no tuviera que hacer las teóricas, pero eran más flexibles. Si tenía que perderme alguna clase, a lo mejor me mandaban un trabajo de investigación para poder hacerlo sin asistir presencialmente.
De la misma manera, también has trabajado con orquestas españolas y orquestas internacionales, ¿qué diferencias observas?
Creo que en las orquestas profesionales hay menos diferencia en cuanto al profesionalismo. Pero quizá en las orquestas de fuera de España se vaya mucho más al detalle, a la perfección, al trabajo conjunto, al empaste. En las orquestas españolas quizá no se iba tanto al detalle, a la práctica de tocar juntos, sino más a buscar el aura, por así decirlo, de la música. Por ejemplo, yo veía mucha diferencia en cuanto a timbres entre unos instrumentos y otros. Cuando salí de España, sobre todo tocando con orquestas alemanas, noté cómo se intentaba que unos instrumentos se asemejaran a otros. No en el sentido del timbre sino en el color, en el tono, que todo se mezclara muy bien. Luego, desde fuera, te preguntas, ¿esto es un clarinete o es una flauta?, ¿esto es una trompeta o es una trompa? Porque todo está tan bien mezclado que es fascinante… Creo que esa sensación no la tuve nunca en España, aunque también es verdad que he perdido mucho el contacto con las orquestas de aquí a no ser que vaya a tocar de solista. Esta experiencia de la que te hablo es de hace quince años.
Con eso del aura en las orquestas de España, ¿te refieres a la espontaneidad?
Yo creo que el arte es la mezcla entre la perfección y el lograr ser espontáneo. No creo que todas las orquestas lo consigan, pero donde yo trabajo, en la Staatskapelle, sí lo experimento.
El trabajo en una orquesta implica una agenda muy apretada, un repertorio muy concreto y mucha disciplina. ¿Qué dirías que te da la música como para que merezca la pena todo ese esfuerzo?
Mi sueño desde pequeña ha sido tocar de primer oboe en una de las mejores orquestas del mundo. Está escrito, de cuando yo tenía 11 o 12 años. Lo que a mí me da la orquesta es la sensación de no estar sola. Me gusta hacer música con gente, y una orquesta, que es tanta gente haciendo algo a la vez, en conjunto, para un mismo fin, es algo muy especial. Es verdad que también el repertorio orquestal para oboe es magnífico. Es difícil renunciar a algo así, más allá del aspecto sociológico. Sobrellevar la vida con esta agenda es complicado. Muchas veces me he dicho que tengo que parar con algo, con las clases, con el solo, con la orquesta… pero siempre me digo luego que no, que todavía no.
Con una trayectoria tan exitosa como la tuya en la que, prueba que hacías, puesto que ganabas, ¿podrías hablarnos del miedo escénico?
La verdad es que imagino que hay poca gente que no lo tenga, en mayor o menor medida. Creo que pasamos por distintas fases, y hay veces en que se sale al escenario mucho más tranquila que otras. Yo he tenido la suerte de que siempre he controlado mis nervios bastante. Hay gente que lo llama miedo y gente que lo llama excitement (emoción, agitación). A mí me ocurre que, aunque el día anterior me lo pase temblando, cuando paso la puerta y llego al atril, hay algún proceso en mi mente, que no entiendo muy bien, que me hace estar súper tranquila. Es como si me dijera: ‘Ya no hay vuelta atrás, no hay mas remedio, tengo que tocar’. En ese momento es como si se me olvidara que unas horas antes no podía salir de mis nervios. Entiendo que hay personas a las que esto les resulta imposible y hay técnicas y ayudas para superar este tipo de miedos. Lo importante es hablarlo y no tener vergüenza de compartirlo porque es algo que sufre muchísima gente. Puedes empezar por tu familia, tu pareja, tus amigos, pero, si eso no te sirve, hacerlo con gente profesional.
No sé si es muy comparable, pero yo tuve que parar una temporada. Me costó mucho aceptarlo, pero empecé a darme cuenta de que mi cuerpo empezaba a fallar, tenía dolores de estómago, etc. Cuando el médico me dijo que lo que necesitaba era parar no me entraba en la cabeza, pero lo fui aceptando poco a poco y fui a una psicóloga. Esto me ayudó mucho a aceptarlo y a trabajarlo.
Hay mucha presión por la competitividad que rodea el mundo de la música.
Y cuando estás en una orquesta, aunque sean colegas, siempre te sientes un poco juzgada; cuanto mejor sea la orquesta, más. Hay que aprender a lidiar con esto cuanto antes y también saber que el valor de uno mismo no reside en cómo toques en un momento determinado. Hay que buscar la excelencia y cuando no te salga algo como tú quieres, trabajar en ello, pero no frustraste y sentirte menos valorada por eso. También pensar que cuando tocas la gente no va a juzgarte sino a disfrutar con tu música.
Como profesora, ¿cuál es tu manera de enseñar el amor por la música? ¿De qué manera te lo inculcaron a ti tus profesores?
Creo que la forma de enseñar va ligada primero a tu personalidad y luego a cómo has aprendido tú en tu infancia y en tu vida. Esteban Doria fue mi primer profesor, a quien tengo mucho cariño. Lo que él me inculcó fue el ir a la perfección y al detalle. Es verdad que a veces me frustraba porque estudiaba y no me salía. Me acuerdo de que una vez volví llorando a casa y él llamó por teléfono a mis padres para ver cómo estaba. Era muy exigente, pero creo que veía, supongo, el potencial, y no quería dejarme pasar ni una. Di clase tres o cuatro años con él y luego me dijo que ya volaba muy alto, que tenían que darme clase otras personas. Conocí a Eduardo Martínez, el solista de la Orquesta Ciudad de Granada, con el que di varias clases, a Vicent Guimerá, antiguo alumno de Lothar Koch, que fue solista de la Filarmónica de Berlín, y a Gregor Witt, que es ahora solista de mi orquesta. Todas estas conexiones me llevaron a Alemania.
Cuando empecé a dar clase yo tenía en la cabeza todo lo que había aprendido de mis profesores, pero también mis experiencias personales. Lo que intento transmitir cuando doy clase es esa casi obsesión por el detalle, y a veces dicen que soy exigente, pero cuando termina la clase intento ser cercana con los alumnos, transmitir esa parte humana. Creo que yo siempre he estado bastante fuerte mentalmente para lidiar con todo sola, pero sí me doy cuenta de que a veces hubo momentos difíciles en los que no tenía con quién hablar. Es complicado, pero hay que encontrar el equilibrio entre la exigencia y la comprensión, ayudar a que el alumno florezca. Hay mucho de psicología en la pedagogía.
El pasado mes de febrero salió el álbum de Warner Classics que grabaste con la West-Eastern Divan Orchestra y Daniel Barenboim de los dos conciertos que hace tiempo te había regalado tu padre. Háblanos del proyecto y de tu relación con Barenboim.
La verdad es que nuestra relación es larguísima. Entré en la Academia Barenboim-Said cuando aún venían los profesores de la Staatskapelle. Yo era una niña cuando empecé a tocar con la Divan. Los primeros años iba de oyente, tocaba poco, pero nos conocimos cuando yo tenía 13 años. Prácticamente me ha visto crecer año tras año. También he hecho música de cámara con él. Cuando entré en la Staatskapelle seguí yendo a tocar con la Divan y en una de esas ocasiones el maestro me preguntó si me apetecía tocar el Concierto de Mozart. Por supuesto que quería. Toqué el Mozart en Sevilla y en Buenos Aires, y ahí empezó un poco la idea de grabarlo. También fue él quien propuso el Concierto de Strauss, y para mí esa coincidencia fue maravillosa porque eran mis dos conciertos favoritos.
Estas obras se han grabado en muchas otras ocasiones ¿Cómo trabajas tu voz propia para que esta ocasión tenga tu sello?
Hace años que no escucho ninguna grabación de Mozart y Strauss. Lo único que me ha influido durante el tiempo previo a la grabación ha sido mi experiencia personal. Me ha servido mucho el trabajo operístico que he hecho con mi orquesta. Me influye particularmente escuchar a cantantes porque, en mi forma de tocar, lo que intento es imitar la voz. En este caso son dos conciertos que te permiten cantar muy bien. Puede que ese sea mi sello, pero creo que mi sello es que no hay sello, es simplemente mi voz. Lo que saco es toda la información que he ido absorbiendo. Las ideas ya están en mí.
El trabajo con la orquesta y con Barenboim fue estupendo porque él, cuando trabaja con solistas, te hace la vida súper fácil. Es cierto que es una orquesta con la que yo ya había tocado y nos conocíamos la manera de trabajar. Con el maestro es curioso porque aún siento esos nervios en el estómago de querer hacerlo lo mejor posible cuando estoy tocando con él, y eso que nos conocemos desde hace tanto… pero todo fue maravilloso.
¿Qué dirías que es el éxito?
Creo que la definición de éxito ha ido cambiando a lo largo de mi vida. Seguramente hace diez años el éxito era llegar a donde estoy hoy, grabar un disco con Barenboim y con la Divan, o tocar en el Carnegie Hall, donde toqué hace un par de años. Ahora que ya tengo esa experiencia, supongo que veo el éxito como aquello que te hace feliz. Personalmente creo que el éxito no tiene nada que ver con ser aceptado o que te sigan millones de personas. A veces puede confundirse porque el hecho de que empiecen a conocerte sí te pone contenta, pero tiene que ver con sentirte realizada con aquello en lo que soñabas, que es distinto para cada persona. Es importante mantenerse fiel a una misma. No puedes ver a un músico exitoso y pretender hacer lo mismo que esa persona, porque lo que a ti te hace feliz no es lo mismo que lo que hace felices a otros. Creo que tiene que ver con buscar un poco dentro de uno mismo. Para mí el éxito más cercano no ha sido tanto publicar el disco, que además ha tardado muchísimo por todo esto de la pandemia, sino el hecho de grabarlo.
¿Próximos proyectos?
Ahora tengo muchos compromisos como solista con el repertorio del disco, y por otro lado le sigo dando importancia a la música de cámara. En 2020 fui elegida como ECHO Rising Star. Esto significaba hacer una serie de recitales en las mejores salas de Europa, pero vino la pandemia y, de los quince que estaban planeados, sobrevivieron tres, y en streaming. Así que el resto se han pospuesto para la temporada 2022-23. Por otra parte, también fui elegida para la serie Jungle Wilde, que se traduce algo así como ‘juventud salvaje’. Esto consiste en una especie de residencia de tres años en la Konzerthaus de Dortmund, donde me presento con tres formaciones diferentes. La primera ha sido ahora, con piano y oboe; la temporada que viene lo haré con el cuarteto de la Saatskapelle. Para el tercer año aún no lo tengo pensado, pero será algo camerístico. Tengo muchas ideas en mente, también estoy trabajando en un proyecto con un compositor español. Aún no quiero decir mucho porque todavía no está nada cerrado, pero están pasando cosas…
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