La escuela de los amantes, como reza el subtítulo de esta ópera, fue la última y genial colaboración entre Mozart y Lorenzo Da Ponte, una de las parejas artísticas más asombrosas de la historia de la ópera y que ya había dado a luz páginas tan maravillosas como Le Nozze di Figaro y Don Giovanni. Tras las altas cimas dramáticas alcanzadas en las óperas anteriores, Così fan tutte puede semejar, tras una lectura superficial, de inferior calidad argumental, una ‘bufonada’ insulsa que parece dar marcha atrás en el camino hacia el Romanticismo de las otras dos creaciones de Mozart-Da Ponte. Y sin embargo, Così encierra uno de los más sugerentes y atrayentes enigmas de la biografía artística mozartiana, un camino lleno de senderos que se bifurcan y que parece querer desorientarnos a cada momento.
Por Andrés Moreno Mengíbar
Por un lado, tenemos un libreto claramente paródico y netamente buffo, que se ríe descarada y voluntariamente de los convencionalismos de los argumentos y formas literarias de la ‘ópera seria’ dieciochesca. Pero, por otro, tenemos una de las músicas más sublimes y más enternecedoras de cuantas se hayan escrito, una de las más sabiamente construídas y la más desconcertante. El libertino Da Ponte, conocedor como pocos del juego de la seducción y del engaño amoroso, burlador de damas y seductor de cantantes, quiso plasmar en sus versos su visión desencantada de los sentimientos humanos, su falta de constancia y de valores absolutos, el juego continuo de las fidelidades y los engaños. Y, sin embargo, la música de Mozart se aparta voluntariamente del prisma cínico y se lanza a la más conmovedora reflexión sobre los sentimientos y la naturaleza humana que jamás podamos contemplar puesta en música. Donde el texto dice Engaño y Falsedad, la música dice Verdad. Es lo que Alberto Zedda ha denominado ‘un feliz diálogo de sordos’. Lo más asombroso es que de la conjunción de esos dos planos aparentemente irreconciliables nace una unidad artística, una obra maestra indiscutible, quizás la obra de mayor introspección, profundidad y refinamiento de cuantas salieron del inagotable estro del salzburgués. El ‘enigma Così’ podría ser mejor comprendido si analizamos las circunstancias de su formulación.
Parece que, tras el éxito de las reposiciones de Le Nozze di Figaro en Viena durante el verano de 1788, el propio emperador José II encargó a Mozart y Da Ponte una nueva ópera. Una leyenda sin fundamentación histórica atribuye al propio emperador la sugerencia del argumento, que supuestamente se asentaría sobre un hecho real acaecido recientemente en Trieste. Pero, como suele ocurrir, hay que hacer poco caso de las leyendas. La cuestión importante es que el libreto de Così es responsabilidad exclusiva de Da Ponte y que, además, se trata del único texto netamente original, no adaptado, del abate.
Ello no quiere decir, obviamente, que no existan fuentes identificables para esta historia de los dos jóvenes, que por una apuesta, se disfrazan, intentan y consiguen seducir cada uno a la prometida del otro. Da Ponte era buen conocedor tanto de la literatura de los clásicos como de la de sus contemporáneos y no extraña que recurriese a sus múltiples lecturas para pergeñar un nuevo texto. El tema de la seducción por apuesta y mediante disfraz es bastante común y antiguo en la literatura occidental.
Aparece, por ejemplo, en las Metamorfosis de Ovidio, en el mito de Céfalo y Procris, o en Bocaccio (Decamerón, II, 9). También es objeto de una narración independiente insertada por Cervantes en El Quijote (I, 33-35) con el título de ‘El curioso impertinente’. Se da la circunstancia, además, de que este cuento cervantino había servido de base para una ópera de Anfossi titulada Il curioso indiscreto y para la que Mozart había compuesto en 1783 tres piezas alternativas. Los nombres de los personajes femeninos de Così proceden directamente del Orlando furioso de Ariosto, donde podemos encontrarnos con una Fiordiligi, una Doralice y una Fiordespina.
Más cercanos en el tiempo y más familiares aún a Da Ponte son los precedentes de la comedia Le droghe d’amore, de Carlo Gozzi (mentor y protector en Venecia del joven Da Ponte), y en la que encontramos ya a dos parejas de amantes y a un viejo, cínico y misógino filósofo.
Por último, no habría que descartar que Da Ponte quisiera dar una lección a su eterno rival vienés, el abate Casti, imitando su texto para La grotta di Trofonio de Salieri (1785), en la que aparecen dos parejas que intercambian sus fidelidades y sentimientos. ¿Y el título de esta nueva producción mozartiana? Para cuantos asistieron a su estreno el 26 de enero de 1790 debió ser familiar la expresión Così fan tutte: es lo que le dice Don Basilio al Conde en la escena séptima del acto primero de Le Nozze di Figaro, cuando Cherubino es descubierto en los aposentos de la Condesa: ‘Así hacen todas las bellas./No es ninguna novedad’ (Così fan tutte le belle./Non c’è alcuna novità). En cuanto al subtítulo, la escuela de los amantes, no es sino una imitación del de la exitosa ópera de Salieri La scuola de’ gelosi.
La composición de la nueva ópera le llevó a Mozart unos cuatro meses, de agosto a diciembre de 1789. Sabemos que el último día de dicho año ya se estaba realizando el ensayo general, al que el maestro salzburgués invitó a Haydn y Puchberg (su hermano de logia y socorro económico en aquellos difíciles momentos para las finanzas mozartianas). Para la ocasión se pudo disponer de un solvente conjunto de cantantes bien conocidos por Mozart y familiarizados con su estilo vocal. Fiodiligi sería Adriana Ferrarese del Bene, a la sazón amante de Da Ponte y Susanna en la reciente reposición vienesa de Le Nozze.
Dorabella fue encarnada por Louise Villenueve, para quien Mozart acababa de componer tres arias ese otoño. Dorotea Bussani sería Despina, y ya había sido el primer Cherubino. Para el papel de Ferrando se contaba con Vincenzo Calvesi, para quien el salzburgués había compuesto tres años atrás un cuarteto y un trío. Quien fuese el primer Fígaro y el primer Leporello vienés, Francesco Benucci, haría de Guglielmo, y Francesco Bussani, esposo de Dorotea Bussani y que había tenido el honor de encarnar a las parejas Bartolo-Antonio y Comendatore-Masetto, se encargaría del viejo Don Alfonso.
Con tiempo suficiente, con cantantes de prestigio, bien conocidos de Mozart, y con una buena orquesta (la del Hofburgtheater de Viena), era de esperar que el genio mozartiano diera lo mejor de sí. Y vaya si lo dio. Si bien es arriesgado y difícil establecer categorías y escalafones en la obra siempre sorprendente de Mozart, nos atreveríamos a decir que estamos ante el mayor despliegue de sabiduría y finura musical de todo su catálogo.
Lo primero que sorprende es la enorme madurez del lenguaje dramático-musical, la consecución de un ritmo en el que música y palabra están indisolublemente unidos en un continuo flujo de ideas y melodías. Così fan tutte es la ópera de Mozart con mayor proporción de números de conjunto: siete dúos, cinco tríos, dos cuartetos, dos quintetos y tres sextetos, además de otras combinaciones vocales en los dos maravillosos finales de acto. La clásica distribución de recitativos y arias ha sido postergada por un discurso más fluído, en el que las escenas se van engarzando sutilmente, con suaves transiciones y adiciones, donde los personajes entran y salen, con la naturalidad del discurso hablado, hasta alcanzar el clímax dramático.
En segundo lugar, quisiéramos también destacar el neto carácter ‘sinfónico’ de la partitura. Mozart acababa de terminar sus últimas tres sinfonías y la disponibilidad de una buena orquesta le debió hacer atreverse con un estilo totalmente alejado de los convencionalismos operísticos de su época. Discurso vocal y discurso orquestal no están en razón de dependencia, sino de complementariedad: un denso tejido instrumental, en el que destacan una y otra vez violas, clarinetes, oboes, flautas y fagotes, se entreteje con las evoluciones de los cantantes en una búsqueda de timbres homogéneos y en un tratamiento a menudo ‘instrumental’ de las voces.
Una tercera y última peculiaridad estilística de Così: la importancia de los recursos polifónicos en los conjuntos vocales. Posiblemente como resultado del contacto de Mozart con los maestros del contrapunto durante su viaje por Alemania en la primavera de 1789 (en Leipzig, por ejemplo, pudo conocer los motetes de Bach) y por sus recientes adaptaciones de obras de Haendel y Bach, el caso es que Mozart realiza verdaderas proezas contrapuntísticas en piezas como el cuarteto ‘E nel tuo bicchiero‘ (Acto II), el quinteto ‘Di scrivermi ogni giorno‘ (Acto I, donde podemos escuchar una cadencia idéntica a la del posterior Ave verum) o el trío ‘Soave sia il vento‘ (Acto I), donde las ondulaciones y combinaciones de las voces parecen transportarnos a las regiones donde habita la pura belleza.
Hablábamos antes del enigma Così. El enigma se mantiene incluso tras la resolución argumental y tras el último acorde: ¿qué será en lo sucesivo de Ferrando, Guglielmo, Fiordiligi y Dorabella? ¿Volverán a rehacerse las antiguas parejas o seguirán adelante con sus nuevos amores?. En cualquiera de los dos casos, la sensación de frustración y amargura es la misma. Ya nadie podrá estar seguro de la fidelidad del otro, los celos sustituirán a la confianza y el desencanto a la felicidad previa a la inoportuna apuesta. ¿Existen realmente sentimientos puros e inmutables, o todo es juego, ficción y disimulo? No parece sino que el propio Mozart hubiese puesto fin a su ópera con el desasosiego del sabor amargo de la duda y que, como catarsis, necesitase imperiosamente demostrar que sí puede existir el amor absoluto. La flauta mágica sería su respuesta al enigma.