En medio de una Europa proclive a la más rica confluencia de lenguajes y estilos, Mozart compone su concierto para violín ‘Turco’, último de la serie gestada en 1775 como la forma ideal para el protagonista de la cuerda frotada.
Sobre la estructura del último Barroco, un compositor adolescente asimila la jugosa tradición de un Clasicismo que bebe del refinamiento francés para trufarlo con un elemento favorito entre los artistas contemporáneos: Turquía. Ingrediente que catapultará a la fama a esta obra, quintaesencia de la gracia y el gusto cultivados profusamente en serenatas y divertimentos.
Por Marco Antonio Molín Ruiz
Durante su niñez, Mozart se había hecho eco de la relevancia que cobró el violín a finales del Barroco: en la segunda mitad del siglo XVIII perduraba cual rescoldo el abundante y versátil repertorio de cámara y concertístico estrenado en cortes, salas y capillas de toda Europa. Con apenas 20 años, el genio de Salzburgo compone una serie de conciertos que viene a representar su aportación al género ya entrado el Clasicismo. Y se puede considerar que su carrera, en cuanto a producción instrumental, se dividió en dos partes, división que también responde a las predilecciones dentro de la historia de la música. Mientras que en su niñez y mocedad se decantó por el violín, su juventud y madurez optaron por el piano.
La Capilla de Salzburgo, donde predominaban músicos italianos, había sentado las bases de Mozart. Melchior Grimm, un alemán afrancesado, lleva a Wolfgang hasta la Guardia Italiana, centro neurálgico de gustos y tendencias. La capacidad de imitación de Mozart fue un hecho que le permitió asimilar todo lo escuchado en su periodo de viajes. Los tres viajes que lleva a cabo el compositor a Italia durante su juventud propiciaron el desarrollo de un patrón melódico que se inspiraba en la propia época de Italia; este modelo trascendió a sus obras violinísticas. Pronto contactaría con los maestros italianos contemporáneos: el padre Martini, Locatelli, Giovanni Sammartini, Nardini Jommelli y Paisiello.
El lenguaje violinístico
El violín es un elemento crucial en el desarrollo estilístico de Mozart. Aunque la música para este instrumento de Haydn era referencia, el verdadero influjo lo recibe de manos de su padre, Leopold.
La etapa violinística de Mozart se enmarca en el año 1775, cuando escribe cuatro de estas obras, en serie trepidante. El remanente italiano caracteriza a estas obras concertantes para violín, que están al nivel de las serenatas y los divertimentos de dicho periodo y representan una música de entretenimiento cultivada, en palabras de Bernhard Paumgartner. Se agrupan los conciertos para violín en la gran creatividad del autor de sus serenatas salzburguesas, que incluyen movimientos semejantes al concierto describiendo al violín solista. Este estilo de serenata representa una música juvenil donde se combinan el anhelo, un utopismo inocente y una fe en la perfección, la belleza y la sensualidad.
El gusto cantabile dotado de dulzura es una característica inconfundible de los lentos de estas composiciones. Para Hermann Abert, el aspecto más sorprendente de estos movimientos en rondó es la gran variedad de música popular que entrañan. Tales fragmentos están próximos a la tradición francesa; pero en espíritu responden a la antigua suite austriaca. En cuanto a la forma, las obras violinísticas mantienen la tradicional estructura de la forma sonata del primer movimiento en cuatro tutti y tres episodios solistas, conforme al patrón de Vivaldi. Sin embargo, Mozart trasciende los antiguos modelos dotando de más libertad al desarrollo temático. A propósito del Barroco, Jaap Schröder afirma que la importancia de la articulación en la obra instrumental de Mozart se vincula con los principios retóricos de la época mencionada. De ahí que si se compara un fragmento violinístico inconfundible de Mozart con otro de los maestros italianos del siglo XVIII, se verificará que a nivel de articulación Mozart está más próximo de los modelos italianos que de los franceses de la segunda mitad del XVIII, como Viotti.
La forma de los conciertos de Mozart ha estado sometida a debates entre musicólogos, historiadores e intérpretes: algunos sostienen la idea de que sus conciertos heredan la antigua forma del ritornelo; otros se atienen más al influjo de las arias de la ópera seria.
Europa mirando a Turquía
El Concierto núm. 5, en La mayor, KV 219 está fechado en Salzburgo el 20 de diciembre de 1775 y recoge las experiencias de Mozart de un viaje a Múnich. No se sabe si el compositor dedicó el concierto a algún violinista o, en su defecto, lo escribió para sí mismo. En la nómina de autores que hipotéticamente estrenaron el ‘Turco’ están Antonio Brunetti y Franz Xaver Kolb: uno era el primer violín del grupo; el otro, profesor y violinista de Salzburgo. Al menos se sabe, por mediación de Leopold Mozart, que los conciertos para violín de Wolfgang fueron interpretados por dichos autores con posterioridad, cuando el compositor marchó a Mannheim y París en busca de un trabajo con mayor reconocimiento.
La composición posee cierta influencia del estilo francés que se engarza con la riqueza melódica de Alemania. Aunque no es un concierto innovador, Mozart incluye pequeños logros que se aglutinan en medio de una frescura juvenil. Se puede afirmar que el genio salzburgués aglutina con maestría en este concierto los lenguajes europeos más pujantes, con los que los melómanos se estaban familiarizando.
La etiqueta genérica ‘Turco’ (usada entonces para cualquier música de toque oriental) otorgó al concierto su sobrenombre. El ‘Alla turca‘ manifiesta una recreación exótica de aires populares pegadizos como una reminiscencia que establece un lazo con el suelo de la patria chica de la Alemania meridional. La bulliciosa música turca, que emplea instrumentos como el triángulo, los címbalos y el bombo, caracterizaba especialmente a las óperas de tema exótico; el elemento inconfundiblemente otomano de esta obra se encuentra en la indicación Coll’arco all rovescio, prescrita a los chelos y contrabajos en el tercer movimiento. Mozart tomó prestado el material para este episodio de su pieza de ballet Le gelosie del Seraglio, KV 135a, compuesta con 16 años para la ópera Lucio Silla. El tema original, en La mayor, se cambió a La menor en el concierto ‘Turco’.
De hecho, hay un tema perteneciente al Concierto ‘Estrasburgo’, al que supuestamente Mozart alude en sus conciertos para violín. El estrasburgués era un baile popular muy conocido en Austria y consistía en numerosos entrelazamientos de brazos y cambios de postura de los bailarines. Se entroncaba a las Alemanas, en tres por cuatro.
Los temas turcos también los usa Mozart en el último movimiento de la Sonata para piano en La mayor, KV 331, pieza celebérrima que se ha hecho favorita entre los pianistas. Beethoven se hace eco de estos temas orientales en su ‘Marcha turca’ de Las ruinas de Atenas.
La partitura
La plantilla orquestal cuenta con dos oboes, dos trompas y cuerda frotada. Sus movimientos son: Aperto allegro-Adagio-Allegro aperto, Adagio y Rondó-Tempo diminuetto. Como en los demás conciertos, no hay pasajes introductorios ni cadencias autógrafas.
El primer movimiento se abre con la orquesta tocando el tema principal. Hay una clara reminiscencia en el propio arranque de un concierto de Vivaldi, el opus 6 núm. 4, en Re mayor (colección que data de 1716): diseño idéntico de nota por cada parte de compás y cuatro notas por cada parte en el acompañamiento (batidas in ostinato que denominan ‘máquina de coser’). De hecho, en el episodio solista de transición, en La mayor, Vivaldi opta por una frase elegantísima que se adelanta al refinamiento vienés de las serenatas. Para la introducción orquestal de este Allegro aperto se sigue la forma clásica estricta empleando dos temas: un primero, vivo y enérgico; y un segundo, elegante y aristocrático. Un canto amplio del solista desemboca en un calderón, tras el que comienza el movimiento propiamente dicho. Cuando entra el solista, en vez de adoptar la melodía del principio, desciende a un Adagio, primero sin acompañamiento y luego rodeando a cuerdas susurrantes; a continuación irrumpe un Allegro que presenta un tema completamente nuevo. Los desarrollos son generosos y muy evocadores ya que reflejan la tendencia de Mozart a trascender el Estilo Galante típico de la época. De vez en cuando el solista retorna al tema del principio; y tras un vivaz desarrollo y cadencia brillante, el primer movimiento concluye animosamente.
El Adagio ofrece una melodía de gran nobleza. El solo de violín llega con un breve pero dulce Adagio, de recatado acompañamiento orquestal. A continuación se combina el tema principal con el solo de violín, que interpreta una melodía diferente en la parte superior de la orquesta. Un solo tema se ve enriquecido compás tras compás por pequeñas ideas. Las pausas repentinas en la conclusión del arco melódico intensifican el tumulto subyacente; Mozart concibió un preludio orquestal extenso antes de que el solista presentase transformaciones elaboradas y el equilibrio entre el solo y el tutti se consigue gracias a una hermosa cantabilidad.
El estribillo principal del Rondó procede como un minueto, ornamentado con notas y repeticiones de frase que retratan a la perfección la elegancia y el refinamiento del Clasicismo. Al estilo del violín solista, se añade una exposición orquestal más robusta de la melodía; un episodio nuclear Alla turca revela la fascinación dieciochesca por el sonido de las bandas militares de Turquía. Se trata de un minueto clásico donde el Allegro desempeña la función de trío y que se repite después con mínimas modificaciones. A lo largo del minueto y sus repeticiones encontramos una relación con la forma Rondó conseguida mediante una fusión imaginativa. Uno de los episodios centrales es audaz ya que vuelve al modo menor con acentos exóticos y de esta manera la música rompe su encorsetamiento. Tras una reexposición del minueto, el concierto acaba serenamente, desprovisto de alarde alguno.
Testimonios
Simon Standage habla así de su experiencia: ‘La primera interpretación que hice del ‘Turco’ se remonta a 1963, cuando yo tenía 23 años y estudiaba en la Universidad; fue un concierto en la May Week y usaba un violín de Alfred Vincent. Luego, en 1988, lo ofrecí junto a la Academy of Ancient Music en una gira por Australia y Japón empleando entonces un ejemplar de David Rubio. Dos años más tarde grabé la integral mozartiana con la Academy y Hogwood para Decca. Esta música tiene más drama y color que los otros cuatro conciertos. Dos pasajes que contienen esto son los seis compases del solista al inicio del primer movimiento y la silvestre sección central del Finale‘.
Anne-Sophie Mutter comenta lo siguiente: ‘Este concierto es atrevido y de muchas capas. A su atípica entrada solista del principio le sucede una serie de ideas encantadoras, que se tornan más caudalosas en el segundo movimiento. Esto da paso a un Finale que inserta un demoniaco Alla turca, que en realidad es un motivo húngaro ya que los austriacos de la época de Mozart llamaban ‘turco’, a todo lo venido del este. En el genio de Salzburgo cada instrumento debe estar en el lugar y el momento precisos; un factor del arte interpretativo es el refinamiento de la calidad sonora, específicamente en los tiempos danzables’.
Thomas May, de The Kennedy Center, reflexiona: ‘El Concierto rebosa de posibilidad imaginativa. En el primer movimiento se produce una novedad tras otra; de hecho, el violín empieza en un plano completamente distinto creándose una especie de secuencia a cámara lenta a través de un ensoñador pasaje en Adagio. La escritura combina lo festivo y lo lírico. El segundo movimiento retoma el idilio que insinuara el solista en su primera aparición explorando sus implicaciones con extensión delirante. Mientras que el Finale tiene una fuerza telúrica al engarzar dos caracteres musicales’.
Discografía recomendada
Mutter / Orquesta Filarmónica de Berlín / Von Karajan – Deutsche Grammophon
Lo predominante de esta versión es un dominio concienzudo y sereno, compás tras compás, de la música: frases solemnes y de una grandilocuencia sonora netamente sinfónica, el sello de Herbert von Karajan, quien impregna a la obra de una tensión contenida; de hecho, la cuerda acompañante en el Adagio posee dramatismo. Anne-Sophie Mutter luce una esbeltez comedida y hace notar su vibrato en los agudos tenidos; su desarrollada cadencia tiende al Romanticismo.
Standage / The Academy of Ancient Music / Hogwood – Decca (1990)
Austero Simon Standage y una cuerda compacta muy eficiente donde se cuenta con el clave en el corpus instrumental del acompañamiento. Original cadencia en el Primer movimiento, que se inicia con remedo rítmico del arranque del Concierto. El agreste timbre de las trompas es un fuerte componente historicista de esta versión. El cambio al tema turco en el Finale acelera el tempo aportando un aire trepidante; la secuencia cromática está muy conseguida.
Zehetmair / Orquesta del Siglo de las Luces / Brüggen – Teldec
Orquesta ricamente timbrada, de clara estratificación; tempo desahogado y fraseo esbeltísimo; en el Finale hay una alternancia perfecta de lo camerístico y lo sinfónico otorgando al tema turco un ímpetu controlado de regusto oriental por parte del violín; desde los primeros compases existe un exquisito sentido del ritmo y sus inicios de episodio tienen un brío contagioso. Bella cantabilidad en el Adagio, cuyo empaste de solista y tutti depara gustosas matizaciones en los episodios últimos.
Hahn / Filarmónica de Cámara Alemana de Bremen / Paavo Järvi – Decca (2015)
La clara articulación de la cuerda acompañante alcanza su cenit en el Rondó-Minueto donde lo turco extrae unos acabados cortantes que son ideales, como diferenciación con lo clásico occidental. Hahn se tiñe de una aspereza certera; desde el principio la vemos pragmática en un timbre típico de las veteranas escuelas, directamente evocadas en el Adagio; su vibrato recuerda a los Setenta, con ese punto apasionado y nostálgico, y su recurso de intensificar dinámica en los graves la privilegia.
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