El 13 de septiembre de 2019 se cumplen doscientos años del nacimiento de una de las mujeres que cambiaría la historia de la música actual: Clara Wieck o, como se conoce mundialmente, Clara Schumann.
Por Fabiana Sans Arcílagos & Lucía Martín-Maestro Verbo
Schumann, Mendelssohn y Mahler
Clara Schumann, Fanny Mendelssohn y Alma Mahler son tres de los nombres que, sin duda, han marcado un antes y un después en el interés general para el estudio, investigación e inclusión de la figura femenina en las artes.
No es casual que ellas tres estén relacionadas con grandes compositores de la historia y tampoco que su desarrollo musical se haya visto limitado —y silenciado— por la sombra de ellos. Como ejemplo tenemos el caso de Alma Mahler, compositora y editora musical, quien toma el apellido de su primer esposo, Gustav Mahler, y se aparta de la composición al contraer matrimonio con el músico. La pareja mantuvo su unión hasta el fallecimiento del mismo y, a pesar de revisar y colaborar en las obras de su pareja, la también pianista únicamente nos deja un legado de dieciséis lieder.
Por su parte, Fanny Mendelssohn perteneció a una familia de artistas. Nieta del filósofo Moses Mendelssohn y hermana de Félix, se vio coartada en su profesión musical gracias a las tendencias sociales de la época; para ese entonces las mujeres estudiaban música como parte de la educación complementaria y su función era ser buenas esposas, madres y amas de casa. A pesar de que Fanny contrajo matrimonio, la relación cercana con su hermano y el ánimo de su marido para que continuara componiendo hicieron que no descuidara sus grandes dotes musicales, tanto que realizó un único concierto en público con una interpretación del Concierto para piano núm. 1 de Félix Mendelssohn. A diferencia de Alma, Fanny se mantuvo creando hasta el fin de sus días, dejando un amplio legado de canciones, piezas para piano y un trío; algunas de ellas, a pesar de haberse atribuido a Félix, actualmente se ha confirmado que corresponden a su hermana.
Quien quizá corrió mayor suerte en su carrera musical fue Clara Schumann. Hija de Marianne Tromlitz y Friedrich Wieck, nació en Leipzig el 13 de septiembre de 1819, en el seno de una familia de músicos. Su bisabuelo, Johann Tromlitz fue un afamado constructor, compositor y flautista, autor del tratado para flauta que lleva su apellido. Su abuelo Georg Tromlitz era cantor y un estricto profesor de música. Por su parte, la madre de Clara había estudiado música con su progenitor, mostrando grandes cualidades para el piano, tanto que la familia se trasladó a Leipzig para que la joven Marianne recibiera clases de piano con quien un tiempo después sería su esposo.
Por otra parte, Friedrich, quien además de ejercer la docencia, fundó un negocio de artículos musicales, venta, préstamo y reparación de pianos, se hizo cargo en un primer momento de la carrera de concertista y cantante de su esposa, además de compartir con ella las riendas del negocio. Pero gracias al carácter de Wieck y el férreo control que llevaba sobre la mujer y sus hijos, esta, tras ocho años de matrimonio y cinco hijos, abandonó el hogar dejando un gran vacío en la vida de Clara. Debemos recordar que en esta época, los hijos eran «propiedad» del padre; por ello, Clara, recién cumplidos los 5 años de edad se mantuvo en el hogar paterno, a pesar de una primera concesión por parte de Wieck ante Tromlitz.
Desde que el progenitor tomó la custodia total, la pequeña Clara se convertiría en el centro de su vida. Su educación estricta, metódica y sumamente organizada la llevó a ser el centro de atención de la ciudad y sus alrededores. Se formó con los mejores profesores de Leipzig, Dresde y Berlín; además, Wieck programaba conciertos privados para que escucharan el prodigio que era su hija. Los lazos con su padre eran cada vez mayores, hasta tal punto que le propuso llevar un diario para «ejercer un control óptimo de su unidad y su totalidad, del capital de su vida» (HENKE, Matthias. 2001. Clara Schumann. Colección Mujeres rebeldes. Javier Vergara editores: Buenos Aires). Gracias a estos diarios podemos tener una narración en primera persona de la carrera de Clara.
Una joven concertista
Durante todo el siglo XIX los niños prodigio iban y venían. Fueron pocos los que realmente tuvieron una carrera musical. Si a esto se le suma el género del infante, la reducción es cada vez mayor. Sin duda, quien preside esta lista es Wolfgang Amadeus Mozart, que con tan solo 4 años ya componía pequeñas obras y, dos años más tarde, tocaba el violín y el clavecín con gran destreza. Dentro de las féminas, podemos recordar a la grandiosa Teresa Carreño, pianista de fama mundial quien con tan solo 6 años publicó su primera obra y a los 10 ofreció un concierto al presidente Abraham Lincoln en la Casa Blanca. De esta misma manera tenemos dentro de esta lista a Clara Wieck, quien ofrece su primer concierto público a los 9 años.
Como hemos dicho, Friedrich educó a la niña para que pudiese desarrollar una carrera como concertista. De esta manera preparaba a su hija para los eventos públicos a través de presentaciones privadas entre amigos o conocidos, que motivaban a la pequeña y le regalaban sus aplausos o consejos. Finalmente, el 20 de octubre de 1828, Clara Wieck hace su primera aparición pública como invitada en el programa que ofrecía la pianista Caroline Perthaler en la Sala Gewandhaus de Leipzig, una de las más codiciadas de la ciudad. Compartió escena con Emilie Reichold —también alumna de F. Wieck— e interpretaron unas Variaciones a cuatro manos de Fréderic Kalkbrenner. A pesar de que la colaboración de la niña fue breve, quedó reseñada su participación en el Leipziger Allgemeine Musik Zeitung, donde se comentaba que «fue especialmente agradable escuchar a la joven Clara Wiek [sic], talentosa musicalmente, con solo 9 años de edad (…). Bajo la guía de su padre, el arte de tocar el piano, bien entendido y, por lo tanto, un padre muy activo, podemos apreciar las mayores esperanzas de ella».
Tras una preparación de dos años, Clara estaba lista para presentarse ante un público totalmente desconocido y fuera de su círculo. Así, la niña y el padre parten hacia Dresde para aparecer, entre otros espacios de la burguesía, en la corte de la ciudad. La idea principal de Friedrich era crear relaciones que elevaran la carrera de la niña a círculos más grandes como Berlín y Viena. Durante un mes los Wieck se llenaron de elogios, una como pianista prodigiosa y el otro como maestro.
Tras el regreso a Leipzig, Clara ofrece su primer concierto en solitario. Con tan solo 11 años la Sala Gewandhaus se rinde ante las interpretaciones de la niña, quien presenta dentro del programa unas variaciones de su autoría, además de obras de Czerny, Kralkbrenner y Herz.
A partir de esta fecha, Clara no cesó en la realización de conciertos por Alemania, París y Viena. Variaciones de diversos autores, rondós y piezas que se prestaban a improvisaciones, hacían que la joven se luciera ante un público que la llenaba de elogios. Además, es en este período cuando inicia su viaje por el mundo de la composición y comienza a obtener una recompensa monetaria por sus conciertos.
Una vez conquistadas las principales ciudades musicales, Clara y su padre trabajaron para incorporar al repertorio piezas de mayor dificultad y variaciones sobre temas de compositores como Chopin, Mendelssohn, Bach, Scarlatti, Beethoven, Henselt, Schumann (al que ya conocía) o de ella misma, utilizándolas en algunos casos para desarrollar las improvisaciones o nexos entre obras que con tanta maestría lograba realizar: «los preludios e interludios de Clara servían para elaborar un contexto para las piezas cortas que el público no estaba acostumbrado a escuchar en los conciertos e incluso rechazaban» (NETTL, Bruno & RUSSELL, Melinda (eds.) 2004. En el transcurso de la interpretación. Madrid: Akal, p. 231).
Al mismo tiempo que su carrera crecía, se instala en su hogar un joven pianista y compositor nueve años mayor que ella, al que su padre impartiría clases y a quien orientaría en su carrera musical. Este joven, de nombre Robert Schumann, llamó la atención de Clara, no tanto por sus cualidades musicales, sino por su simpatía y elocuencia; juntos crearon un nexo infranqueable, sin saber que años más tarde se convertirían en una de las parejas más famosas de la historia de la música.
Clara Schumann
Clara y Robert se conocieron cuando ella era tan solo una niña. Desde el primer día que el estudiante residió en casa de los Wieck fue tratado como uno más de la familia, tanto que compartía juegos con los hermanos de la pianista, Alwin y Gustav. Por su parte, Friedrich Wieck, quien se había comprometido con la madre del joven en hacer de él un gran pianista, vio sus objetivos truncados cuando el muchacho tuvo que dejar su incipiente carrera por un problema en la mano derecha.
Así, Robert se convirtió quizá en el único compositor de su época en componer para piano sin poder ejecutarlo. Pero en casa de los Wieck encontró su mano derecha, Clara, quien desde los 12 años asumió este rol estrenando las obras de Schumann. La primera obra que presentó fue Papillons opus 2, inspirada en una fiesta de disfraces que mezcla lo festivo y la melancolía. A partir de ese momento los nexos entre el joven y la niña fueron creciendo a medida que se convertían en adultos. El padre de Clara no veía con buenos ojos la relación que estaban entablando los dos músicos e intentó en diversas ocasiones separarlos, evitando que creciera lo inevitable: el amor.
Fue este sentimiento el que hizo que Clara se enfrentara a su padre para poder casarse, logrando su cometido en 1840. A partir de ese momento la joven empezaría a ser reconocida como Clara Schumann, primero esposa del editor de la Neue Zeitschrift für Musik y posteriormente del afamado compositor Robert Schumann. La pareja tenía una gran relación musical y fraternal. Juntos conformaron una amplia familia con ocho hijos y, pese a la enfermedad de Robert, se mantuvieron unidos hasta la muerte del músico. Tras su fallecimiento, Clara retomó sus giras como concertista, pero su sonrisa y alegría tornaron en una sobriedad y tristeza absoluta.
Gran parte de su vida la dedicó a mantener viva la memoria de su marido, ayudar a sus hijos y ofrecer conciertos. Gracias a ella, hoy la música de Robert se mantiene viva. Además, fue quien compiló y resguardó el legado de Schumann. Clara Schumann promovió a través de sus interpretaciones las composiciones de su cónyuge, siendo escuchada en Bélgica, Francia, Austria, Suiza, entre otra gran cantidad de países.
A finales de los 70, Clara se convierte en la principal profesora de piano del Conservatorio Hoch en Frankfurt, ciudad que en sus primeras giras la había apartado de los prodigios, por no incluir en su repertorio piezas de Mozart o Beethoven. Su última presentación pública como pianista fue ofrecida en 1891 y se mantuvo activa como docente hasta 1896, fecha de su muerte. Ofreció cientos de recitales, en los que trataba de incluir por lo menos una obra propia o de su amado Robert.
Su carrera perduró por más de sesenta años, siempre a la altura de Liszt, Thalberg o Rubinstein. Fue denominada la «Reina del piano» y una de las primeras en interpretar la música de memoria en los conciertos y en ofrecer recitales en solitario, actividad poco común para la época, siendo el pianista austro-húngaro quien instaurara este formato de conciertos. A pesar de que en muchas ocasiones Clara ha estado a la sombra de su marido, lo cierto es que la pianista y compositora es, sin duda, una de los mejores músicos del siglo XIX, caracterizada por su gran técnica y su espíritu poético al tañer el piano.
Clara compositora
Quatre polonaises pour le Pianoforte, compuesta en 1831, es la obra que da inicio al catálogo de Wieck. Este opus 1, publicado por la editorial musical de Friedrich Hofmeister de Leipzig, fue con el que emprendió un largo camino por la composición. Curiosamente, la joven Clara le dedica uno de los ejemplares de su obra a Robert Schumann, quien «desde el día de San Miguel de 1830 vive con nosotros y estudia música» (HENKE, M. Clara Schumann… p. 30). Muchas de sus composiciones estuvieron sujetas a revisión antes de ser publicadas, siendo Louis Spohr, maestro de capilla de Hesse, quien le recomendó algunas enmiendas en sus primeras creaciones, dentro de las que se encuentran el nombrado opus 1 y el 2, Caprices en forme de valse pour le Piano. Fue a este músico a quien Clara le dedicó tiempo después su Primer concierto para piano y orquesta opus 7, compuesto en 1835.
En 1833, Clara hace una declaración de amor en su Romance varié pour le piano opus 3, editado por Hofmeister y dedicado a Monsieur Robert Schumann. Esta pieza consiste en un juego de roles que mantenían en secreto el compositor y la joven pianista, del cual queda vestigio en una misiva enviada por Wieck «querido Schumann (…) por lo demás advertirá por el título de mi romanza, que mi doble no ha sido olvidado»(HENKE, M. Clara Schumann… p. 48).
Pero sin afán de quedarnos en lo anecdótico, lo cierto es que la música de Clara refleja por un lado sus grandes conocimientos musicales, en los que se percibe el uso de intrépidas armonías, libertad rítmica, modulaciones poco comunes y de gran ocurrencia, y, por otro, la atención que le prestaba a los nuevos elementos compositivos, en algunos casos avanzados para su época. Muchas de sus obras de juventud se inspiraron en compositores como Chopin o Mendelssohn y en las corrientes musicales de su tiempo. El trabajo minucioso de estudio y de ejecución, tanto de obras antiguas como nuevas, dieron a la joven grandes recursos y conocimientos influenciados por las características del Romanticismo.
Igual que fue enaltecida por su ejecución del piano, Clara fue elogiada por su trabajo por compositores como Brahms —con quien mantuvo una gran relación de amistad— Chopin y, por supuesto, su esposo Robert, de quien se dedicó a estrenar sus obras para piano, ya que a diferencia del resto de sus contemporáneos, este no pudo ejercer como intérprete.
Ya en la década de los 40 se puede ver a una Clara más madura, con un mayor conocimiento en su técnica compositiva, posiblemente debido a los estudios que mantenía constantemente con Robert sobre contrapunto y analizando a los maestros clásicos. Un reflejo de esto se ve en sus opus 16, Preludio y fuga para piano y en el 17, Trío para piano, violín y violonchelo en Sol menor, esta última obra estructurada en la tradición clásica, mientras que en las obras compuestas en los 50 ya muestran una profundidad y originalidad de pensamiento.
A pesar de esto, y de manera anecdótica, Clara no sentía el mismo valor por sus obras llegando a juzgarlas duramente. Quizá esta falta de seguridad en sus creaciones provenía de la poca confianza y valor que se le daba —y que aún se le da— a las composiciones realizadas por mujeres, y más si esta es esposa de uno de los grandes compositores de la historia de la música. Wieck llego a comentar: «una vez creí que tenía talento creativo, pero he renunciado a esta idea; una mujer no debe componer, nunca hubo alguien capaz de hacerlo. ¿Estoy destinada a ser la única? Sería arrogante por creer eso» (RIECH, Nancy. 2001. Clara Schumann. Grove Music Online).
De lo que no cabe duda es que Robert y sus contemporáneos la alentaron en todo momento para que no dejara de componer, tanto que su cónyuge la animó a mantener y catalogar sus autógrafos, además de participar en tertulias e intercambios de ideas musicales, estudiando en conjunto a los grandes compositores. Lamentablemente, la continuidad de esta actividad se vio truncada por la muerte de su esposo y la necesidad de convertirse en el sustento absoluto de su familia, desviando su total atención a la interpretación pianística y a la docencia en los últimos años de su vida.
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