El impacto que tuvieron sendas guerras mundiales no tuvo precedentes en la historia de la humanidad, trascendiendo de un modo radical todos los paradigmas sociopolíticos, económicos y culturales. Las autoras estudiadas aquí desempeñaron un papel fundamental en el cambio del rol de la mujer en el mundo musical del siglo XX.
Por David Otero Aragoneses
Dora Pejacevic
La compositora de origen croata Dora Pejacevic (1885-1923), además de una gran violinista y pianista, fue un ser humano muy complejo con una conciencia personal y social muy despierta, a pesar del estado de aletargamiento en que se encontraba la aristocracia croata a la que perteneció por nacimiento. Pese a ello, logró alcanzar hitos inauditos para una mujer en su época, como que su Sinfonía fuera la primera en introducir el sinfonismo en su patria, Croacia. La contribución al cambio del rol de la mujer en el mundo de la música no se podría comprender sin tener en cuenta a Pejacevic en sus múltiples facetas: un profundo compromiso con su entorno, a pesar de sus carencias e imperfecciones, una completa disposición a aportar todo aquello de lo que fuera capaz, tanto en la forma de obras de música, como de su activismo altruista, en contraposición a la postura pasiva de su acomodada clase social. Esto se ve en su dedicación como enfermera de campaña durante la Gran Guerra.
Fue precisamente ese humanismo, entendido en su sentido más amplio, el que se desprendía de sus palabras en una carta a su marido, en la que le instaba a conceder toda la libertad en el desarrollo de su bebé: ‘sea niño o niña crezca (…) sin distinción de sexo en el desarrollo de sus talentos’, un discurso que es acorde con nuestra sociedad democrática actual, pero que era entonces adelantado y progresista respecto a la mentalidad de su época. Dora Pejacevic hubiera querido transformar en profundidad dicha concepción tan restrictiva, elitista y conservadora, imperante entonces. Por todo ello, se puede afirmar que esta compositora y activista humanitaria fue pionera en el campo de la igualdad real entre sexos. Esta original autora puede tomarse como epítome paradigmático del cambio del rol de la mujer en la música, del que se beneficiaron multitud de compositoras eslavas y croatas que han continuado desde entonces el camino iniciado por ella. Pejacevic sentó las bases de un relevante precedente para las mujeres —en un mundo eminentemente masculino—, tanto por medio de su obra musical, como por su compromiso vital en el terreno humanitario.
Elizabeth Maconchy y Lili Boulanger
La británica de origen irlandés Elizabeth Maconchy (1907-1994) ocupa un lugar de excepción respecto al cambio paradigmático en la obra de algunas compositoras durante la II Guerra Mundial. Maconchy había sido aceptada, de forma muy prometedora, dentro del canon inglés, ocupando su lugar, por derecho propio, en la tradición de la música de cámara inglesa, como parte del ilustre legado de Henry Purcell. Sin embargo, en tiempos de guerra la comparación apuntaba a colocar a la compositora —junto con Benjamin Britten— al servicio de los imperativos de la supervivencia nacional, en este caso redefinida como la supervivencia de lo inglés frente a la muy real amenaza de los nazis, amos absolutos de Europa entonces.
Algo muy similar le había sucedido a la excelente compositora francesa Lili Boulanger (1893-1918) y a su música durante la I Guerra Mundial, cuando el nacionalismo triunfaba sobre el sexismo en un momento de crisis. Mientras Lili seguía luchando contra su mala salud, hay que resaltar además cómo consiguió reunir fuerzas para colaborar con el Comité Franco-Americano del Conservatorio Nacional, ayudando a los músicos que combatían en las trincheras, durante la Gran Guerra, y a sus familias, lo cual muestra su generosa personalidad y su implicación con el sufrimiento ajeno. La singularidad de ser la primera mujer en ganar el primer Prix de Rome, con solo 19 años, unida a la desgracia de la temprana y paralizante enfermedad que sufrió, prácticamente durante toda su corta vida, hacen de Lili Boulanger un caso extraordinario como auténtica heroína musical. Sin duda, era muy consciente de la fragilidad de su existencia —jalonada con sufrimientos difíciles de concebir— y también de que la suya iba a ser una vida especialmente breve, por lo que no deja de sorprender su firmeza.
Al ganar dicho primer premio en 1913, haciendo añicos ese techo de cristal para las compositoras, Lili pudo firmar un sustancioso contrato con la prestigiosa Casa Ricordi, que le ofreció una considerable suma anual de dinero a cambio los derechos para publicar, en primicia, las obras que fuera componiendo. Al mismo tiempo el acuerdo con Ricordi constituyó una bocanada de aire fresco para la joven Lili, que tenía entonces 19 años y que apenas había salido del entorno del hogar familiar. Ahora, en cambio, tenía ante sí la fascinante aventura de ir a Roma, a la renombrada Villa Medici, donde tantos otros grandes compositores (como Bizet, Massenet o Debussy) habían disfrutado de la beca de estudios y de su formación musical. Además, el contrato con Ricordi incluía el encargo de la composición de dos óperas y su grabación en exclusiva. Lili disfrutó de la Villa Medici durante seis meses de inmensa felicidad, repartidos entre 1914 y 1916, ya que se interrumpió por la I Guerra Mundial, durante la cual ayudó a fundar y organizar el ya mencionado Comité franco-americano del Conservatorio Nacional, trabajando para que los soldados que eran músicos profesionales pudieran estar en contacto con sus familiares y ayudar a estos últimos en caso de fallecimiento de su pariente. Tanto Lili como su querida hermana mayor, Nadia, participaron en esta generosa acción, que habla por sí misma de su valentía y altruismo, sobre todo teniendo en cuenta que durante este periodo Lili seguía gravemente enferma, con enormes tormentos y aflicciones que se irían complicando, conduciéndola hasta la muerte el 15 de marzo de 1918 (Debussy falleció ese mes con solo unos días de diferencia). Esto sucedió mientras las baterías alemanas, en los últimos estertores de la I Guerra Mundial, bombardeaban a tan solo a 100 kilómetros causando muertes y destrucción en su querida París, que la vio nacer y morir en momentos tan trágicos.
Volviendo a Maconchy, se comprueba efectivamente que el esfuerzo bélico también necesitaba héroes, precisaba de historias que resultaran inspiradoras. Además, exigía la precaria continuidad de la vida musical en Londres, a pesar de los bombardeos nazis, con el fin de mantener a salvo la conciencia nacional. Se precisaba de algo más que una guerra, en una situación tan penosa para el pueblo británico como fue la batalla de Inglaterra, para destruir toda la tradición inglesa. Así, tanto el Primer cuarteto de Britten como el Cuarto cuarteto de Maconchy (considerado como su mejor obra), se erigieron en la prueba de que los compositores británicos continuaban trabajando ante la adversidad. Una composición de 1943 muestra a Maconchy respondiendo directamente a la guerra. Se trata de La voz de la ciudad, para coro femenino y piano, que honra la Batalla de Stalingrado, a menudo considerada como el punto de inflexión crucial en la lucha de los aliados para vencer a la Alemania nazi. El texto de Maconchy fue un poema escrito por una colegiala de 14 años de Gales, Jacqueline Morris. El maestro de Morris quedó tan impresionado por la pasión del ensayo de su alumna que le pidió que lo transformara en una poesía. Así, el resultado poético es un lamento en tres partes, una de las cuales simboliza un grito de protesta, emotivo y simple, por el futuro de la ciudad rusa de Stalingrado. Probablemente el propio Stalin lo habría aprobado como un texto patriótico, pero sin duda el patrocinador de Maconchy, la Asociación de Música de los Trabajadores, una organización próxima al corazón socialista de la compositora, lo consideró adecuado. Cabe recordar aquí que Maconchy había apoyado al bando republicano durante la Guerra Civil Española. Ante la amenaza de una posible invasión nazi en la Batalla de Inglaterra, la autora se apresuró a destruir posibles documentos incriminatorios vinculados a sus simpatías socialistas para evitar las subsiguientes posibles represalias.
Si la sólida autodisciplina de una compositora podía sobreponerse al acoso de la Alemania nazi, Gran Bretaña no debía que temer nada. Avanzando ya con paso firme en el mundo del cuarteto de cuerda, tras recuperarse de la tuberculosis, Maconchy se alzó de nuevo con reconocimientos y premios, como el Edwin Evans Prize, con su Cuarteto de cuerda núm. 5 (1948), así como el County Council Prize for Coronation Year, con la obertura Proud Thames (El orgulloso Támesis) en 1952. De la misma forma, se convirtió en la primera mujer presidente del Composer’s Guild de Gran Bretaña en 1959. Otros grandes reconocimientos posteriores fueron su nombramiento como Commander of the British Empire, en 1977, y Dame of the British Empire, en 1987. En el terreno personal, sin embargo, los años de guerra le hicieron pagar un altísimo peaje: además de la pérdida tanto de su hermana como de su madre, Maconchy sabía bien lo que les estaba sucediendo a sus amigos y colegas en Europa central. Así sucedió con Erwin Schulhoff, un comunista judío muy amigo de Maconchy e intérprete de su Concierto para piano en 1930, que falleció de tuberculosis en un campo de concentración nazi en 1942.
Elsa Jacqueline Barraine
La compositora francesa Elsa Jacqueline Barraine (1910-1999) constituye un ejemplo paradigmático que ilustra cómo otra autora muy relevante del siglo XX ha caído en un lamentable e inmerecido olvido, a pesar de sus méritos profesionales. Teniendo en cuenta que falleció bastante recientemente, puede considerarse como una artista de plena actualidad. A pesar de ello su obra y la repercusión de esta prosigue en un pertinaz ostracismo. La autora gala, en sus 89 años de vida, demostró que las mujeres eran tan capaces en el mundo de la música e igual de valientes que los hombres como para implicarse en la lucha de la resistencia francesa. Todo ello en aras de justicia igualitaria y de un idealizado bien común frente a la ocupación nazi de Francia, de 1940 a 1944, con un alto riesgo para su vida (teniendo en cuenta su ascendencia judía por parte de padre).
Su contribución al cambio del paradigma del rol de la mujer en la música resulta polifacética, ya que fue profesora de análisis musical, perteneció al claustro de profesores del Conservatorio de París y fue nombrada directora de Música por el Ministerio de Cultura de Francia. Tras alzarse (con tan solo 19 años) como ganadora del prestigioso Primer Premio de Composición del Prix de Rome (tal y como hiciesen antes que ella Lili Boulanger, así como también Marguerite Canal y Jeanne Leleu), inició su estancia en Villa Medici, en Italia. Allí esperaba dar un considerable espaldarazo a su carrera profesional, así como promover su corpus compositivo mediante el respaldo de la prensa y la amplia difusión de sus obras a través de la editorial Ricordi, con la que le correspondía un contrato adjunto al premio.
A pesar del progreso musical de Barraine en la Villa Medici, es cierto que permaneció aislada y se sintió bastante infeliz durante su estancia. Fue precisamente la exposición tan directa y temprana al fascismo italiano, que produjo auténtico horror en el alma sensible y espiritual de Barraine, lo que estimuló por vez primera su interés hacia la política de izquierdas, que estaría presente en su impronta durante toda su vida. Desde entonces, la voz compositiva y personal de la autora fue indisociable de su concepción social, espiritual y humana. Pogromes. Ouverture. Ilustration Symphonique d’après André Spire (1933) es una de las primeras obras con motivación política de Barraine, inspirada en un poema homónimo del poeta judío André Spire (1866-1966). Esta creación, compuesta antes de la guerra, constituye un alegato contra el ascenso de Hitler y del nazismo, materializado después en el Tercer Reich.
A su vez, la contribución feminista de Barraine con su composición Ouvrage de dame, de 1937, representa una lúcida demostración de intenciones al retratar, mediante sus siete fragmentos, a las mujeres como centro exclusivo, en una composición original y única hasta entonces. Por otro lado, tras la liberación de Francia, en el verano de 1944, Barraine compuso Avis para coro mixto y orquesta, inspirada en una poesía de Paul Eluard (1895-1952) y dedicada a su amigo de la resistencia Dudach, que había sido capturado y fusilado por los nazis antes del final de la contienda. Barraine firmó su partitura con el seudónimo que ella misma empleaba dentro de la propia resistencia, Catherine Bonnat. En diciembre de 1944, la música de Barraine fue incluida en un concierto que el Frente Nacional organizó en el Théâtre des Champs-Elsyées.
Conclusiones
Este estudio evidencia cómo sendos eventos bélicos y las subsiguientes crisis en todos los aspectos humanos derivadas de ellos afectaron en gran medida al cambio en la recepción de las composiciones de autoras como Lili Boulanger y Dora Pejacevic en la I Guerra Mundial o Elsa Barraine y Elizabeth Maconchy en la II Guerra Mundial. Adicionalmente, también se ha puesto de manifiesto el papel determinante que desempeñaron dichas autoras, involucrándose por medio de su marcado activismo político, social y cultural en los acontecimientos vividos entonces, propiciando un cambio del paradigma del rol de la mujer dentro del mundo de la música en el siglo XX. Entre los resultados, destaca cómo el análisis de estas compositoras musicales, así como su relevante producción artística proporciona nuevas interpretaciones de los eminentes cambios referentes a la aceptación de sus respectivas figuras y sus producciones artísticas por parte de una sociedad marcada por la guerra, que hubo de adaptarse para poder sobrevivir en aquellos tiempos tan convulsos de sufrimiento y conflicto.
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