Por Lucía Martín-Maestro
Chaikovski y Nadezhdavon Meck: un amor intelectual
Carece de sentido hablar de la Sinfonía núm. 4 de Chaikovski sin hacer referencia a su amiga y protectora Nadezhda von Meck. Cabe destacar que, en la sociedad rusa decimonónica, el mecenazgo había alcanzado tal trascendencia que el patrón y el artista eran considerados iguales. Así, cuando un músico dedicaba su obra al mecenas que se encargaba de su sustento, estaba revelando una asociación artística y afirmando su equidad. Piotr dedicaría su Sinfonía núm. 4 a Nadezhda Filaretovna, mujer con la que viviría una profunda relación que no puede desvincularse de la historia de esta sinfonía.
Corría el final de la década de 1870 cuando, en un encuentro con Nikolái Rubinstein, director del Conservatorio de Moscú, este le sugirió la posibilidad de financiar a un joven compositor de gran talento, con el fin de que la falta de medios económicos no terminara por malograr al artista. La rica benefactora, que en los últimos años había comenzado a apoyar económicamente la escena musical rusa, se sintió seducida por la propuesta y no dudó en acudir a un concierto que tendría lugar poco tiempo después, en el que podría escuchar, por primera vez, una obra de Chaikovski: La Tempestad. Nadezhda quedó impresionada con el poema sinfónico y, en parte animada por el hecho de que Piotr Ilich guardaba una relación con Iosif Kotek, uno de sus protegidos, decidió escribirle una carta. Así, presentándose como una ‘ferviente admiradora’, le hizo el encargo de una obra para violín y piano que pudiera ejecutar en la intimidad de su hogar. Chaikovski, conocedor de la fama de von Meck como mecenas, ejecutó el encargo con absoluta fruición, iniciándose de esta manera una intensa y platónica relación epistolar.
Con el paso del tiempo, las cartas se fueron tornando más cercanas y familiares, e incluso comenzaron a intercambiarse fotos con asiduidad. Nadezhda le encargó una segunda obra para violín y piano y, aunque el compositor comprendió que lo hacía a modo caritativo, emprendió el trabajo con satisfacción.
No hubo que esperar mucho para que von Meck decidiera otorgarle a Piotr una asignación lo suficientemente generosa que le permitiera dejar su plaza en el conservatorio para dedicarse por entero a la creación. De esta manera, Chaikovski pudo entregarse a la composición de una ópera que le venía rondando el pensamiento desde hacía tiempo: Eugenio Oneguin. La rica filántropa se sintió dichosa con la decisión del compositor, y pronto Eugenio Oneguin pasó a ser el tema central de sus cartas, donde él le exponía las ideas y ella opinaba al respecto.
Pero, sin esperarlo, un suceso personal inesperado tambaleó la relación entre ambos: la sorpresiva boda de Piotr Ilich con una alumna del conservatorio, Antonina Miliukova. A pesar de que los intereses de Nadezhda se alejaban de cualquier relación pasional y de que tenía una visión moralista del amor, lo cierto es que ella no creía en el matrimonio como contrato social, al percibirlo como algo especulativo e inmoral. Por su parte, Chaikovski compartía esta misma opinión, a la que se sumaba la misoginia que él mismo profesaba. Sin embargo, Antonina logró hostigarle hasta conseguir su fin, llegando incluso a amenazarle con el suicidio. La presión superó al compositor, que terminó por resignarse a pasar por el altar. Este hecho trastocó gravemente su estabilidad mental, sumiéndole en una debacle emocional que le llevaría, incluso, a tratar de quitarse la vida.
A pesar de lo incómodo de la situación, Nadezhda nunca llegó a mostrar que el fugaz matrimonio de Chaikovski interfiriera en su relación, por lo que su correspondencia, así como la financiación, prosiguieron con aparente normalidad.
Sin esperarlo, en otoño de 1877, encontrándose von Weck en su residencia situada en la Rivera italiana, recibió una carta a modo de grito desesperado de socorro. ‘Solo pienso en huir, no importa a qué lugar, ¿Pero adónde y cómo’. Conmovida, además, por la noticia de que Chaikovski había intentado terminar con su vida, decidió ampliar su asignación para que pudiera llevar una vida más holgada. El compositor aprovechó este incremento en su capital para embarcarse en un viaje reparador por Europa occidental. Fue precisamente en este escabroso momento de su vida en el que inició la composición de su Sinfonía núm.4, por lo que hay quienes no tardan en afirmar que, a pesar de las dificultades personales, la tensión vivida por el autor repercutió en una mayor profundidad creativa. Como gesto de apreciación por la generosidad de su amiga y musa, Chaikovski decidió dedicarle la obra.
No deja de ser curioso cómo, a pesar de la intensa relación que ambos mantuvieron durante más de una década en la que llegaron a intercambiar más de mil doscientas cartas, nunca llegaran a conocerse en persona. De hecho, tan solo se encontraros dos veces por puro azar, pero jamás llegaron a cruzar ni una palabra. La visión puritana del amor de von Meck unida a la presunta inclinación homosexual de Chaikovski, favorecieron el desarrollo de una relación puramente platónica, en la que las necesidades emocionales de ambos se veían saciadas por una profunda conexión intelectual y espiritual, alejada de todo anhelo carnal.
En octubre de 1890, Nadezhda decidió interrumpir súbitamente su relación con Chaikovski. En aquel momento, el compositor, que se encontraba en Tiflis, recibió una carta en la que la mecenas le informaba de que iba a terminar con su patrocinio debido a su precaria situación económica. Aquella última epístola se cerraba diciendo: ‘No me olvide. Piense de vez en cuando en mí’. Piotr Ilich, sorprendido por la situación, se sintió muy afectado, ya no por el hecho de que su dotación económica se viese restringida, sino porque no le parecía excusa para terminar con una relación que tan intensamente se había conformado.
A día de hoy no se sabe a ciencia cierta los motivos por los que Nadezhda tomó esta decisión. Existen diferentes teorías al respecto, aunque no se ha demostrado ninguna. Hay quienes afirman que von Meck cedió ante las presiones de su propia familia para dejar de sustentar al artista; otros, sin embargo, sostienen que no pudo soportar moralmente las inclinaciones afectivas de Chaikovski. Sea como fuere, lo cierto es que el compositor nunca se recuperó de esta ruptura, que sufrió como si de un gran desamor se tratase, lo que le arrastró a la más profunda depresión que le convirtió en un auténtico misántropo, totalmente refugiado en la música.
Una sinfonía programática
Es más que habitual que, en su música instrumental, Chaikovski desarrollara el discurso en torno a un eje programático. En el caso de esta Sinfonía núm. 4, el autor viene a ofrecer un programa en el que la exaltación de los sentimientos es evidente, como podemos observar en las líneas que relataría a su protectora von Meck:
La introducción constituye el germen de la sinfonía toda, la idea de la que depende todo lo demás -el Destino inalcanzable, ineludible-. La desesperación y el desencanto se agigantan… al fin nos vence un dulce y tierno sueño que, poco a poco, se adueña del alma; pero era solo un sueño, y el Destino no hace despertar. De suerte que la vida es una alternancia persistente de la dura realidad con sueños que se desvanecen, y un aferrarse a la felicidad.
El segundo movimiento expresa una nueva fase del sufrimiento: la melancolía que nos embarga cuando los recuerdos se agolpan en nosotros. A pesar de los momentos felices, uno se lamenta del ayer y se siente demasiado cansado para empezar a vivir otra vez; es más fácil permanecer pasivo y mirar hacia atrás; es triste y dulce hundirse en el pasado.
El tercer movimiento es una sucesión de arabescos caprichosos que se suceden cuando la mente está vacía y la imaginación empieza a crear ideas intangibles: un campesino beodo, una breve canción callejera, un desfile militar. Las representaciones son inconexas, irreales, atropelladas y extrañas.
El cuarto movimiento describe una fiesta campestre. Ante la alegría de los demás se olvida uno de sí mismo, pero el Destino inmisericorde reaparece para recordarnos quiénes somos. Los otros permanecen indiferentes a nuestra soledad y tristeza. La vida será soportable participando de estas hondas y sencillas alegrías.
El hecho de asegurar que la sinfonía se ceñía a un programa hizo que muchos otros autores estuvieran más atentos a este tema más que a la música en sí. Además, en cierta forma, también obstaculizó la recepción y la aceptación de la obra, posicionando a muchos músicos en su contra. Una de las críticas más duras que podemos percibir en este sentido son las del musicólogo alemán Alfred Einstein:
Como quiera que Chaikovski se dejó llevar por programas melodramáticos y sentimentales de este tipo, raras veces consiguió dominar totalmente la forma de sus creaciones, y puesto que era un neurótico, que se abandonaba sin reservar a sus efusiones líricas, melancólicas y emotivas, viene a ser un exponente inigualable de la última fase del Romanticismo: el exhibicionismo de los sentimientos.
Einstein es tan contrario a esta dimensión romántica de la exaltación de los sentimientos que, en sus alusiones a la música Chaikovski, llega a mencionar ‘banales cadenas de secuencias’ e ‘insoportables vulgaridades’. No obstante, dejando aparte toda suerte de críticas y opiniones personales, lo que no podemos negar es que si algo caracteriza y diferencia el lenguaje musical de Chaikovski es esa explosión apasionada de emociones que emana con vehemencia de cada uno de los sonidos. Es, precisamente, esta fogosidad lo que hace que Chaikovski suene a Chaikovski, su indubitable huella distintiva.
Los cuatro movimientos
Andante sostenuto – Moderato con anima – Moderato assai, quasi Andante – Allegro vivo (Fa menor)
Complejo e innovador, el primer movimiento de la sinfonía es tan largo como los otros tres restantes juntos. Inspirado, según su propio testimonio, por la Quinta Sinfonía de Beethoven (aunque podemos encontrarle concordancias tanto con la Sinfonía núm. 1 de Schumann y la Sinfonía en Do mayor de Schubert), es introducido por el célebre leitmotiv del ‘Destino’ (3/4, Fa menor) que constituirá el núcleo dramático y musical de la obra, y que simboliza su inexorabilidad. Las trompas, junto con los fagotes, son los primeros en enunciar esta llamada, que será pronto secundada por los metales más graves, a los que se unirá la sección de viento madera, así como las trompetas, que subirán una octava el motivo. ‘La introducción es el germen, la quintaesencia, el principal pensamiento de toda la sinfonía’.
Tras esta enérgica introducción, la cuerda inicia el primer tema de la forma sonata que estructurará el movimiento. Este moderato con anima se presenta como un decadente y onírico vals en 9/8 que se va sucediendo por las maderas y cuerdas. ‘El sentimiento de desaliento y desesperación acentúa su fuerza y se hace más apasionado. Es mejor apartarse de las realidades y arrullarse en sueños’.
La sección terminará cadenciando en el segundo tema, que correrá a cargo del clarinete. Este nuevo tema consistirá en un tetracordo descendente, que irá pasando por diferentes secciones de la orquesta y que terminará por fusionarse con el primer tema. ‘¡Oh, alegría! ¡Qué bello, dulce sueño! Un ser radiante prometedor de felicidad, flota ante mí y me hace señas. El importuno primer tema del allegro se escucha ahora distante, y el alma está por entero transportada en sueños. No hay trazas de amargura y de tristeza. ¡Dicha! ¡Dicha! ¡Dicha! No: son solo sueños, y el Destino los disipa. La vida no es sino una constante alternación entre la desalentadora realidad y los halagüeños sueños de dicha. No hay puerto de anclaje; seréis llevados de aquí a allí por las olas hasta que el mar os devore’.
En este primer movimiento no contaremos con el habitual desarrollo temático de las sonatas, sino que se sucederán novedosos cambios armónicos en forma de inocente y juguetón scherzo que irá incrementando su tensión con la aparición del leitmotiv principal, que nos llevará hacia un convulso final del movimiento que culminará con la aparición de la fanfarria inicial que resuena justo antes de la coda. ‘El destino despiadado nos despierta… nos hundimos en su nada’.
Andantino in modo di canzona (Si bemol menor)
Nos encontramos ante un cambio de escenario en el que se podemos percibir otra de las caras de la nostalgia:
El segundo movimiento muestra otra fase de la tristeza. Es el melancólico sentimiento que nos invade cuando estamos solos en casa, agobiados por la tarea. El libro que hemos tomado para leer cae de nuestras manos y viene un ejército de recuerdos. ¡Qué amargo resulta que tantas cosas hayan sido y huido; y sin embargo es un placer pensar en esos años primeros! Uno lamenta el pasado y no tiene ni coraje ni voluntad de comenzar una nueva vida. Uno está más bien harto de la existencia. Desea uno reunir sus fuerzas y mirar hacia atrás, revivir muchas cosas en la memoria. Pensar en las horas placenteras en que la sangre joven hervía y bullía, y en que uno se sentía satisfecho de la vida. Medítase también en los momentos amargos, en las pérdidas irrevocables. ¡Y todo está ahora tan distante, tan distante…! ¡Y es tan amargo y sin embargo tan dulce meditar en el pasado!
Con un tratamiento lírico, casi operístico, el oboe dibuja una infinita melodía infinita semplice ma grazioso, construida por inconstantes corcheas que se suceden sobre un incesante pizzicato en las cuerdas que después tomarán el tema principal a modo de respuesta. Posteriormente, la aparición de una segundo tema, constituido de nuevo por un tetracordo, aunque en este caso ascendente, nos conducirá de nuevo al motivo inicial, que irá pasando paulatinamente por clarinetes, oboes, flautas, violines y cellos, hasta llegas, por último, al fagot, donde terminará por desvanecerse.
Scherzo: Pizzicato ostinato – Allegro (Fa mayor)
Este tercer movimiento, con forma A-B-A, está formado por tres componentes que no tienen relación aparente entre sí. ‘En el tercer movimiento no hay sentimiento determinado ni expresión cabal. Hay tan solo caprichosos arabescos, figuras fugitivas que pasan por la imaginación cuando hemos bebido vino y nos sentimos achispados’.
El galopante y extenso juego de pizzicato que pasa el tema por las diferentes secciones como si de un animado diálogo se tratara, da paso a un trío de vientos que se construye sobre un tema popular, danzable, con el célebre solo de piccolo,contrasta con la marcha militar por parte de los metales basada, de nuevo, en el tetracordo descendente. Llama la atención cómo en este movimiento la percusión apenas hace su aparición. Tan solo escucharemos los timbales. ‘El estado de ánimo es ora alegre ora triste. En nada pensamos; damos rienda suelta a la fantasía y se siente placer en el trazado de maravillosas líneas. De repente surge en la imaginación el cuadro de un paisano ebrio y una canción callejera. Se oye música marcial resonando a la distancia. Son postales inconexas que van y vienen en el cerebro adormilado. Nada tienen en común con la realidad; son ininteligibles, bizarras, distantes’.
Finale: Allegro con fuoco (Fa mayor)
El tema de este último movimiento es la canción popular rusa El abedul,que se presenta como una trivial, casi banal muestra de alegría:
Cuarto movimiento. Si no mora la alegría en nuestro interior, contemplemos en derredor nuestro. Vayamos hacia el pueblo. Veamos cómo sabe mostrarse alegre y entregarse cordialmente a sus sentimientos de felicidad. El cuadro de una fiesta popular. Apenas hemos olvidado nuestro dolor, apenas hemos tenido tiempo de asociarnos a la dicha de los otros, cuando el destino implacable anuncia una vez más su presencia. Las humanas criaturas no se ocupan de nosotros, no nos miran, no advierten que estamos solos y apenados. ¡Cómo gozan, qué felices son! ¡Y nosotros habíamos jurado que todo en este mundo es sombrío y triste! Hay aun felicidad, felicidad llana, primitiva.
Pero la dicha se verá interrumpida por la fanfarria, que aparecerá para dar un nuevo efecto dramático. En este final, la percusión tomará un papel protagonista, que se traducirá en una exaltada y apasionada coda que culminará con una apabullante y triunfal cadencia. Alegrémonos con la dicha de los demás… y aún podremos vivir.
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