Murray Perahia, piano.
Sony Classical SK 64399 DDD
Murray Perahia: cincuenta años, cumplidos el 19 de abril de 1997, nació en Nueva York y comenzó a los tres años la que sería una completísima formación musical que incluye materias como la composición o la dirección de orquesta. La trayectoria de su carrera podría calificarse de atípica y, en cierto modo, alejada de los grandes fastos reservados a los solistas de su categoría.
Al parecer, siempre le ha importado más la música que el éxito, tocar bien, más que tocar mucho y avanzar tranquilamente en su carrera más que dar el gran ‘salto a la fama’. Sin embargo, con el tiempo, no sólo se ha hecho famoso; se ha convertido en un ídolo tanto entre el público como entre otros músicos, quizá porque la calidad termina siempre por imponerse.
A los veinte años actúa ya en el Festival de Marlboro (Estados Unidos) con músicos de la categoría de Pablo Casals y Rudolf Serkin, que le pide que sea su asistente en el Curtis Institute, y poco después debuta en el Carnegie Hall. ¿En qué se distingue, pues, de otros jóvenes virtuosos de su época? En realidad se puede decir que, salvo excepciones, no se interesó excesivamente por los escenarios hasta después de los veinticinco años, prolongando un periodo de formación que durante algunas etapas llevó a cabo de forma autodidacta. Esa búsqueda de una manera de expresarse absolutamente personal, se ha transformado en una sorprendente calidad de sonido, en la posibilidad de extraer del piano bellísimos colores (reconozco que suena cursi, pero se puede comprobar que no es exagerado) y, en definitiva, en una interpretación perfecta de un repertorio sabiamente seleccionado.
Parece que esa actitud de discriminación ante el repertorio que todo el mundo reconoce como fundamental en el caso, por ejemplo, de los cantantes y que les obliga a elegir solamente aquellas obras adecuadas a sus características vocales, representando lo contrario un grave riesgo para su carrera, no está tan asumida por el resto de los intérpretes. Tanto en la música sinfónica como en la de cámara Perahia sabe qué es lo que mejor toca, qué música es la más adecuada a su temperamento y características y a ella se ha dedicado: Mozart, Beethoven, Chopin…
Es uno de esos artistas con los que ‘descubrimos’ obras que habíamos escuchado mil veces.
En este disco, grabado en Suiza en junio de 1994, junto a las cuatro Baladas chopinianas encontramos también el Gran vals brillante, Op. 18; el Gran vals, Op. 42; el Nocturno, Op. 15 nº 5; las Mazurkas 3 y 4 del Op. 17; la Mazurka Op. 33 nº 2 y los Estudios 3 y 4 del Op. 10, obras en las que Perahia puede lucir sus muchas cualidades: sensibilidad, pureza de sonido y profundidad en el conocimiento de las partituras, todo ello junto al imprescindible virtuosismo técnico, claro está.
Que la música de Chopin ha encontrado en Perahia a uno de sus mejores intérpretes es evidente desde la primera nota hasta la última de este disco, pero es que, además, valdría la pena comprarlo únicamente para poder escuchar siempre que uno quiera el corte nº 9, la increíble Mazurka en la menor Op. 17 nº 4.
Es una de las manifestaciones de la perfección. No se lo pierdan.