Por Marco Antonio Molín Ruiz
Alexander Scriabin tuvo el privilegio de vivir uno de los acontecimientos más determinantes de la historia de la música, esa apuesta de futuro que marcaría el rumbo del siglo XX: la transición del Romanticismo a la atonalidad. Músico precoz que sorprendía ya de niño fabricando pianos de juguete, poco a poco se abrió paso en los auditorios más selectos allende las fronteras de Rusia: Italia, Suiza, Francia y Estados Unidos se rendían a un talento cuyos virajes y cromatismos reflejan inequívocamente el punto de inflexión acaecido con la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa. Su interés por la teosofía abrió unas dimensiones insospechadas en unas exploraciones armónicas que engendraron su personalísimo acorde místico, establecido en el seno de juegos sinestésicos donde confluyen abiertamente todas las formas artísticas de una centuria ávida de hallazgos. La muerte truncó una espiritualidad que apuntaba hacia esferas que lo dicen todo sobre el credo más íntimo de un compositor: su apenas esbozado Mysterium, que se iba a estrenar a orillas del Ganges.
VIDA.
Alexander Nikoláyevich Scriabin nace el 6 de enero de 1872, y con solo 1 año pierde a su madre, concertista de piano que había sido alumna de Theodor Leschetizki. Recibió sus primeras lecciones de música de la mano de su tía Lyubov. Siendo aún niño asistía a conciertos organizados por la Sociedad Musical de Rusia y a óperas del Bolshoi. Capaz de tocar de oído e improvisar al piano con 5 años, los Lyubov lo llevaron a Anton Rubinstein para que le adentrara en las grandes tradiciones. En 1883 recibiría clases de Georgi Conus, y pronto tocó obras de Mendelssohn, Chopin y Von Weber, espacio para iniciarse convincentemente en la composición. Se preparó para ingresar en el Conservatorio de Moscú con Taneyev, y conoció a Nicolai Zverev, quien terminaría reconociéndolo como su favorito. En 1886 Scriabin compone su primera gran obra: el Estudio en Do sostenido menor (publicado como Opus 2 nº 1).
Tras su ingreso en el Conservatorio de Moscú, hacia 1888 aplicó en su estilo las lecciones de polifonía de Taneyev y la variedad tonal de Safonov, maestros que definieron el rumbo de su futuro lenguaje. Poco a poco Scriabin se convirtió en el alumno de piano más destacado del Conservatorio, donde estudiaría a fondo las sonatas de Beethoven. Por aquellos años hizo una paráfrasis virtuosística de un vals de Strauss, camino ascendente hasta su graduación con Pequeña Medalla de Oro.
En la primavera de 1892 dio un concierto privado con el Círculo de los Melómanos; Boris Jürgenson, entre el público, le animó a que mostrase alguna obra a su padre, Pyotr, editor. Ese verano compuso su primera sonata para piano. Al año siguiente realizará una travesía desde Finlandia hasta Latvia cuyas vivencias marinas le van a servir de inspiración. Fue una época en que leía a Schopenhauer y conoció a Sabaneyev –su primer biógrafo– y Paul de Schloezer. En verano de 1895 viajó por toda Europa trazando una singladura que incluyó la célebre sala Érard de París, donde tocaría en enero de 1896.
Después visitó a su padre en Roma, donde esbozó un Allegro sinfónico cuyos temas reutilizará en su Tercera Sinfonía. Compondrá, a velocidad de vértigo, su Concierto para piano Opus 20. En agosto de 1897 se casa con la pianista Vera Ivanova de Schloezer. Estuvieron en Odessa y luego el compositor recibe el Premio “Glinka”. Vera y Alexander dieron recital conjunto en 1898 en monografía propia donde figuraban la Polonesa y la Segunda Sonata. Al poco tiempo tuvieron una hija, Rimma. Safonov y Belyayev lograron que se crease una cátedra de piano con el nombre de Scriabin; transcurría un próspero curso1899-1900 en el Conservatorio de Moscú, donde la cifra de veinte alumnos proporcionaba la estabilidad económica de su familia. El matrimonio tendrá otra hija, Yelena, en febrero de 1900. Luego trabajó como inspector musical en el Instituto Catherine y en una ópera donde Scriabin desarrolla el concepto de Mysterium. Compondrá la Segunda Sinfonía en 1902, estrenada en San Petersburgo.
En el verano de ese mismo año el compositor ya esbozaba su Tercera Sinfonía, el Bozhestvennaya poema (Poema divino), que no terminaría hasta 1904. Su interés por la filosofía y la mitología griegas le llevaron a formar parte de la Sociedad Filosófica de Moscú. En verano de 1903 conoce a los Pasternak, una amistad cuyos frutos culturales se harían ver en la biografía que Boris Pasternak escribió acerca del compositor. Se dijo de la Tercera Sinfonía que iba a constituir la primera proclamación de su nueva doctrina. Tras la triste pérdida de su hija Rimma, en julio de 1905, Scriabin conoce a Georgy Plekhanov, el padre del materialismo dialéctico, con quien debatiría su doctrina y la inminente revolución. Scriabin se comprometió con Lyadov a un “gran poema sinfónico”, el Poema èkstaza (Poema del éxtasis).
En octubre de 1906 Modest Altschuler invitó a Scriabin a América; Altschuler era un chelista que el compositor conociera siendo estudiante. Hacia 1907 trató con Rajmáninov y Rimski-Kórsakov la idea del color, novedad que iría incorporando en sus obras cada vez con más frecuencia, según criterios por tonalidades. Luego marcha a Bruselas, donde conoce a Delvile, un pintor que pertenece a una sociedad ocultista. Esto influyó notablemente en su etapa de madurez.
La vuelta de Scriabin a Rusia en enero de 1909 se anunció con un concierto en San Petersburgo que incluía el Poema del éxtasis, dirigido por Felix Blumenfeld, así como obras para piano solo. La acogida total de la crítica, después de tantos fracasos en Rusia, llegó finalmente. A mediados de la segunda década del siglo XX Koussevitzky acompañó al compositor en una gira por varias ciudades rusas. En 1912 compuso los estudios opus 65, antes de regresar a Moscú. A principios de 1913 ofrecería unos conciertos en Londres que tendrían mucho éxito.
A comienzos de 1914 una mosca carbuncosa le picó en el labio, lo que le produjo infecciones y un malestar en aumento. Hizo su última aparición en público en San Petersburgo el 2 de abril de 1915. El 7 de abril se queda postrado en cama con fiebre. Y una semana más tarde moría, con el manuscrito de Mysterium, unos bocetos sobre el piano.
OBRA.
En Scriabin se reflejan esos avatares de la música centroeuropea, que busca trascender el lenguaje del Romanticismo; una inconfundible expresividad que deja en suspenso las frases y diversifica la unidad temática en curiosos cromatismos apunta ya notablemente los rasgos de su carácter. Scriabin impregnó su música de un cariz filosófico, místico y también maximalista, según la corriente rusa de la Edad de Plata. Como Mahler, en las recapitulaciones y subsecciones crea una ola de relaciones temáticas que confieren un tono narrativo.Orquestalmente funde texturas a medio camino de Chaikovski y Richard Strauss, con monumentales desarrollos que llevan trazos del mejor Wagner, aunque sin participar declaradamente de su espíritu. Los Poemas son las composiciones más elaboradas, donde Scriabin lleva las indicaciones expresivas a sus últimas consecuencias: hallamos comentarios a la manera de orientaciones psicológicas que conducen al intérprete a dimensiones inexploradas, a veces muy comprometidas.
Donde se manifiesta innegablemente la huella de Chopin es en obras de juventud, como el Nocturno en Re bemol mayor para la mano izquierda, compuesto en 1894. Su Concierto para piano desarrolla ricamente los rasgos del polaco y sus amplias texturas vislumbran ya los conciertos de Rajmáninov. La Cuarta Sonata para piano significará la plena madurez de un compositor que impregna a la armonía de disonancias y escalas que hacen a la música exquisitamente atrevida. Luego ahondará en el lenguaje disonante y la atonalidad a lo largo de los Preludios Opus 74. Una característica muy significativa de Scriabin es la progresiva desaparición de la armadura en sus obras; de hecho, la Quinta Sonata, de 1907, es la última obra donde aparece escrita. El empeño del compositor por fijar un nuevo sistema de organización tonal reemplazando al tradicional impulsó despacio los desarrollos musicales que ocurrieron a comienzos del siglo XX. Sin abandonar el lenguaje romántico, el ruso abrió una senda hacia la atonalidad y la abstracción cuyo innegable epígono fue Arnold Schoenberg.
Sabemos que los conciertos en los que interpretaba sus propias obras eran una especie de liturgia en la que los asistentes se sorprendían con luces de colores y el olor a incienso, y escuchaban, además de música, poemas y plegarias. Su interés por la heterodoxia y la sinestesia se desarrolla en la obra Prometeo, cuyo órgano de colores es un aliciente visual que abre nuevos horizontes a la música. La música y el color entronca con el expresionismo; de hecho, un discípulo de Scriabin, Thomas de Hartmann, colaboró en la revista Der blaue Reiter (El jinete azul), una obra donde la música se aglutina a otros sentidos de manera ambiciosa: es Mysterium, truncada por la muerte del compositor y cuyo prólogo incluía coro, solistas, orquesta, piano, coreografía, iluminación y perfume, el súmmum de la estética que desbordaba ya al espíritu del Romanticismo.
Su descubrimiento de un acorde sintético con valor simbólico fue haciendo realidad el término “acorde místico”, integrado por seis notas de la serie de los sonidos armónicos, donde aparecen acordes de dominante y de sexta francesa y una superposición de cuartas.
Scriabin abandona las relaciones de tono convencionales para dar paso a la escala octatónica, que estuvo en boga en San Petersburgo en la coyuntura de los siglos XIX y XX. Y, en particular, el fenómeno de los contornos ascendentes es la manifestación técnica de un deseo porque la música deparase el efecto de inspiración, reforzado por el uso continuo de dominantes.
El compositor ruso influyó en una amplia generación donde resaltan Miakovski, Medtner o Szymanovski.
ESTILO Y POSTRIMERÍAS.
Poderoso influjo en el estilo de Scriabin fue la filosofía: un proceso inicial que partía de Platón y Aristóteles fue sucedido por Nietzsche y Schopenhauer, quizá el mejor paralelismo que podía encontrar en la raíz de muchas obras impregnadas de cromatismos y una tímida atonalidad. Cuando el ruso entró a formar parte de la Sociedad Filosófica de Moscú empezó a germinar un lenguaje cuya expresión definitiva se alcanza hacia 1909, en Bruselas, junto a Jean Delville y con la atenta lectura de Helena Blavatsky, ocultismo que desemboca en la India, que para Scriabin era la tierra de salvia, de una magia que se ejemplifica en el vocablo samadhi, esto es, éxtasis espiritual. Términos como “ascensión hacia el sol” o “éxtasis a la fusión del cosmos” son la propia búsqueda del compositor de un absoluto que inspira.
Su amigo Oscar von Riesemann comentó: “Scriabin quería hacer circular el aire de la naturaleza en el acto artístico y litúrgico del Mysterium; el rumor de las hojas, el centelleo de las estrellas, los colores de la salida y la puesta del sol tendrían que encontrar allí un lugar”. Schloezer escribiría en 1923: “Scriabin consideraba el arte como una forma superior de conocimiento, una intuición análoga a la de los místicos, con el compromiso de revelar la auténtica realidad y proporcionar el paso a un mundo trascendente, a la divinidad”. Y Anatoly Lunacharski, comisario para la Ilustración pública, escribió: “Scriabin entendía bien la inestabilidad de la sociedad en que vivió. Él sentía la electricidad en el aire y reaccionó a su presencia. En su música recibimos el gran regalo del Romanticismo musical de la Revolución”.
La ruptura con el mundo occidental anuncia las nuevas relaciones entre Oriente y Occidente en la música a partir de los años 60. En los años subsiguientes a la Revolución de Octubre los músicos soviéticos lo imitaron a machamartillo.
Sin embargo, amplios sectores lo vetaron durante largo tiempo, y Occidente fue arrinconando a aquel compositor que prometía mucho para el nuevo lenguaje. Hacia 1972, en el centenario de su nacimiento, su retorno a las cabeceras musicales fue tan impactante que la Unión Soviética lanzó sellos con el retrato de Scriabin. Las primeras obras de Prokofiev, Stravinski y Shostakovich se hacen eco de un compositor al que se puede considerar uno de los más representativos de la edad de Plata de Rusia y uno de los más determinantes de la primera mitad del siglo XX.