La compositora argentina Celia Torrá fue una verdadera pionera que, con talento, inteligencia y dedicación, forjó su propio camino. Su determinación hizo que se mantuviera firme en la búsqueda de una nueva estética. Una gran compositora rompiendo con los esquemas establecidos y encontrando un lugar como mujer en un mundo en el que estaba prácticamente excluida: el contexto socio-cultural argentino de mediados del siglo XX.
Por Patricia García Sánchez
Poeta de su tierra
Celia fue violinista, pianista, concertista, compositora, directora de orquestas y coros, maestra, pedagoga y folclorista. Luchó por la popularización de la música y la importancia de la educación musical en los centros educativos. Creía en la capacidad de la música para cambiar el mundo y en su gran poder social.
Su vida osciló entre logros, desafíos y reivindicaciones en un mundo de hombres. Mientras recibía grandes elogios por parte de la crítica europea, tuvo tiempo de recaudar dinero para comprar un órgano para la iglesia de su pueblo. Daba giras con su violín por Francia, Suiza y Alemania ante grandes públicos y, a la vez, creaba coros de hombres y mujeres trabajadores de fábricas que desconocían por completo el lenguaje musical. Su sed de democratizar la música clásica y de cámara fue constante.
Con Rapsodia entrerriana (1931),Celia se convierte en una trovadora de su tierra. Una música inspirada en sus recuerdos infantiles: el susurro de los vientos en los árboles, el manso deslizar de las aguas y el roce de la lluvia en los toldos. La rapsodia es un homenaje a Entre Ríos, la provincia de Argentina conocida también como la Mesopotamia Argentina. Se encuentra, como su propio nombre indica, entre dos grandes ríos: el Paraná y el Uruguay. Sus parajes son magníficos, llenos de belleza selvática y ribereña. Con esta obra, la compositora ganó el premio para piezas inspiradas en el folclore argentino otorgado por la Asociación del Profesorado Orquestal del país. Además, la asociación le propuso que dirigiera su propia obra, lo que la convirtió en la primera mujer argentina en ponerse al frente de una obra en Buenos Aires. Más tarde, conseguirá un hito más: convertirse en la primera mujer en dirigir la orquesta del famoso Teatro Colón de Buenos Aires, cuando en 1949 tomó la batuta e interpretó su propia pieza Suite incaica (1937).
Los primeros pasos
Nació el 18 de septiembre de 1884 en Concepción del Uruguay. Su abuelo materno era catalán, José Ubach y Roca, quien, asociado con el general Justo José de Urquiza, instaló una fábrica de paños en la ciudad. Celia creció en esta pequeña urbe, que en aquella época se hacía llamar Arroyo de la China. Allí se educó junto a sus padres, Teresa Ubach y Joaquín B. Torrá. Su madre tocaba el piano y su padre la flauta travesera, aunque ninguno de los dos era profesional.
La familia era acomodada, aunque carecía de apellido de renombre, muy aficionada a las artes y, sobre todo, amantes de la música. Pronto advirtieron las dotes de la pequeña Celia y encaminaron su vocación hacia el violín, pues con solo 3 años ya entonaba canciones con notoria expresividad. Con 4 años comenzó a recibir clases de este instrumento, a pesar de que era muy complicado encontrar un profesor en la pequeña ciudad en la que vivían. La primera profesora que tuvo de teclado fue su propia hermana, María Amalia. Siendo aún muy joven, Celia viajó a Paraná, capital de Entre Ríos, para estudiar durante un año. Después, continuó sus estudios en Buenos Aires. En 1902, con 18 años, ya estudiaba con los maestros más importantes del momento: piano con el compositor Alberto Williams, violín con América Montenegro y composición con Andrés Gaos.
En el Conservatorio de Buenos Aires, dirigido por el propio Williams, Celia supo encontrar su lugar entre niños ricos; ella, que además de mujer, era de provincias y no pertenecía a una familia aristocrática. Aun así, terminó sus estudios con las más altas calificaciones y obtuvo por concurso el Gran Premio de Europa, otorgado por la Comisión Nacional de Bellas Artes. Este premio trajo consigo la concesión de una beca para viajar a Europa a continuar su formación musical.
De la Tierra Chica, Entre Ríos, a la Tierra Grande, Europa
Primero viajó a Bruselas a estudiar con César Thompson y después se trasladó a Burdeos y a París. En 1911, pese a su condición de mujer, obtuvo el Gran Premio de Violín y, con posterioridad, el Premio Van Hall que se daba al alumno más destacado.
Después, viajó a Budapest para estudiar con Jeno Hubay. Dos años junto a tan extraordinario maestro le permitieron obtener el título de ‘Virtuosa del violín’, tras realizar una prueba con la que consiguió la ovación de todo el jurado. En 1914 se estableció en Lyon. El estallido de la Primera Guerra Mundial la obligó a quedarse allí durante más tiempo del que tenía previsto, igual que muchos latinoamericanos que por esas fechas viajaban o residían en Europa. Fue en este momento cuando inició la acción social y comunitaria que desarrolló posteriormente y de forma regular durante toda su vida, ya que trabajó para la Cruz Roja tocando en beneficio de las víctimas de guerra.
Tras nueve años de ausencia, el 23 de julio de 1919, con 35 años, regresó a su patria y visitó su ciudad natal, Concepción del Uruguay, donde siempre fue muy admirada y querida. Más tarde, comenzó una gira que le llevó por las ciudades de Concordia, Gualeguay, Gualeguaychú, Villaguay, Colón y Paraná. En todas ellas fue recibida como una estrella y los críticos y aficionados a la música empezaron a llamarla de forma cariñosa y admirativa ‘el hada’.
En Concepción del Uruguay asumió la responsabilidad del proyecto de recaudación de fondos para la compra de un órgano para la iglesia, con el apoyo del párroco, Andrés de Zaninetti. Celia colaboró brindando recitales en el barco de vapor que unía su localidad con Buenos Aires. ‘Esto para el órgano de mi pueblo’, decía a sus oyentes. Ocho años más tarde, se inauguraba la nueva iglesia con un espléndido órgano de viento. Ese mismo año, el Gobierno de Entre Ríos le otorgó una nueva beca para realizar estudios en Europa. Esta vez fue a Francia. En París, ingresa en la Schola Cantorum y es alumna de Vincent d’Indy y de Paul Le Flem. Su experiencia en este coro le hizo descubrir la gran felicidad que le suponía cantar en grupo y se obsesionó con crear un conjunto coral en su patria chica.
Folclorista, pedagoga y feminista
A su regreso dos años más tarde, en 1921, comenzó a desarrollar, por encargo del Gobierno Nacional, una labor de difusión musical por el norte argentino. A la vez, continuó sus estudios de composición con el profesor Athos Palma, en Buenos Aires. Además, hizo una gira de difusión que la llevó por Rosario, Santa Fe, Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Jujuy. Todo ello lo compaginó con su labor como docente en la Escuela Normal Número 1 y en el Liceo de Señoritas José Figueroa Alcorta, para los que escribió hermosas canciones escolares como Himno al Liceo, El sauce, Oración a la bandera, Himno a la paz, Abandono, Crepuscular, Visión de paz o Quisiera eternizarme.
El 5 de octubre 1930 fundó la Asociación Coral Argentina, de la cual fue directora, y que más tarde, en 1938, se fusionó con la Asociación Sinfónica Femenina. Esta labor ayudó a numerosas mujeres intérpretes a encauzar profesionalmente sus carreras. Ese mismo año, obtuvo el Premio Municipal a las melodías para canto con obras como Milonga del destino, Cantar del arriero,joya de la música norteña y Vida vidita,también llena de poesía de la tierra.
Educación musical
Celia construyó proyectos artísticos y educativos a largo plazo, como la creación del coro mixto de la fábrica Philips. Además, su labor como docente la llevó a componer un cuerpo musical de canciones infantiles escolares inspiradas en las culturas uruguaya y argentina. Celia creía férreamente que el pueblo debía vincularse con el arte: ‘No importa lo que cueste llegar a la masa; iremos sin temor y sin cansancio, no hay que descender, hay que elevarse y en la fuerza del impulso, elevar a los demás’.
En el artículo ‘La canción escolar’, que Celia escribe para la revista Crótalos, en el año 1934, reflexiona sobre la misión de la música en la escuela y en la educación de los niños y las niñas. Explica que la música es el arte más completo y el que más enraíza con el alma humana. Considera que debe formar parte de los planes de estudios de las escuelas de Primaria y Secundaria como una experiencia necesaria para la mejora de la sociedad y el desarrollo humano. De esta forma, subraya su valor edificante y socializador y defiende el acceso a la experiencia musical como una experiencia profunda y real que debe ser sustentada por el estado. La compositora asume un papel reivindicativo y anima al cambio.
‘La música es el lenguaje universal que destruye fronteras y acerca corazones’ (Celia Torrá).
Sonata para piano
Su obra Sonata para piano,compuesta en 1934 es actualmente, es una de las obras más reconocidas escritas por una mujer en el corpus musical argentino. La pieza demuestra un gran dominio del instrumento y está dedicada a su maestro Athos Palma. La compositora no desdeña el virtuosismo, pero tampoco se rinde ante él, pues la superposición de pasajes en stacatto,las manos alternas y cadenas de octavas se suceden. También los arpegios se muestran como grandes desafíos para el intérprete en una explosión fantasiosa de planos sonoros hilvanados en un estilo dramático y apasionado. Los cambios de pulso aportan flexibilidad y movilidad dentro de un mismo movimiento. La estructura de la sonata transciende a la estructura cerrada del Clasicismo y se abre a las libertades propias del Romanticismo. Pero, sobre todo, destaca la inclusión del Cantar del arriero en el segundo movimiento; este hecho nos retrata un estilo propio, un mundo poético personal entre lo académico y lo popular. Las reducciones de música de cámara a líneas puras de piano y las melodías basadas en los cantos populares eran ingredientes importantes en las composiciones de Celia. La pieza fue interpretada por primera vez por Olga Galperín, gran pianista del momento. Celia y Olga se hicieron grandes amigas. Curiosamente, a pesar de ser violinista, Celia Torrá compuso una única obra para violín, Elegía,que data del año 1951.
Celia falleció el 16 de diciembre de 1962 después una larga y penosa enfermedad. Tras su muerte, la Asociación Sinfónica Femenina y la Coral Argentina cambiaron sus nombres por el de Asociación Celia Torrá, una mujer que decidió aunar el violín y la batuta, el virtuosismo y la conciencia social; así, abandonó el camino del éxito personal asegurado para entregarse desinteresadamente al servicio del arte, de la educación musical y de la sociedad.
En definitiva, Celia vivió entre ríos, tierras y mares, en ese espacio intermedio delimitado por sofisticadas batutas y canciones escolares que fue su lugar natural: entre lo cotidiano y lo prodigioso, lo sencillo y lo excepcional.
Bibliografía: La música durmiente. Quince compositoras de la historia. Patricia García Sánchez. Contando estrellas, 2021.
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