La pianista Carmen Martínez-Pierret lleva mucho tiempo consagrada a la recuperación y el redescubrimiento del repertorio pianístico de compositoras españolas del siglo XIX, aunque cada vez se ha ido abriendo más a compositoras de todo el mundo. Con su proyecto ‘Rasgando el silencio’, que desde la pasada temporada ha encontrado un lugar en la programación del Teatro de la Maestranza, pone a disposición del público la ingente producción musical de compositoras que la historia de la música ha relegado al olvido. Pero este es tan solo el inicio de este proyecto, ya que su meta es que cada auditorio y festival de música cuente en su programación con un equilibrio real entre la producción de compositores hombres y mujeres.
Por Susana Castro
¿Cómo llega a convertirse la recuperación del repertorio pianístico de compositoras en uno de los pilares fundamentales de su carrera?
Llevo toda la vida dedicada a ello, pero cada vez me ha ido absorbiendo más: cuando encuentras a una compositora, esta te lleva a otra, esta a la siguiente y así sucesivamente. Empecé preguntándome: ‘¿por qué no ha habido compositoras en la historia de la música?’. Una pregunta que surge cuando terminas tus estudios y ves que no has tocado ni una sola obra, ni en piano ni en música de cámara, de una compositora. Empiezas a buscar y cuando empiezas a encontrar una enorme cantidad de compositoras excelentes te quedas alucinada. No te puedes creer que el famoso canon de la historia de la música haya ignorado y condenado al olvido a tantísimas compositoras de enorme calidad. Se ha convertido en una misión de vida, he sentido que me debía a este proyecto y he ido reduciendo mi actividad en otros campos para poder dedicar más tiempo a las compositoras. Las españolas entre ellas, ya que al principio empecé solo por ellas, pero ahora me dedico a todas en general.
Lo más bonito y apasionante es que detrás de cada compositora hay una historia vital que explica por qué compuso como compuso y por qué fue olvidada y si realmente en vida pudo desarrollar su labor y cayó en el olvido tras su fallecimiento, cuando la historia de la música prescindió de ella y la condenó al silencio. Por eso mi proyecto se llama ‘Rasgando el silencio’, ya que a través del piano, el canto o la música de cámara pretendo dar vida sonora a todas esas músicas que duermen en las partituras y que, si no es a través de los intérpretes, no puede volver a vivir porque no puede ser escuchadas.
Nos adelantaba el nombre del proyecto, ‘Rasgando el silencio’, que está organizando con el Teatro de la Maestranza, ¿cómo surge esta iniciativa y qué tipo de conciertos se enmarcan dentro de ella?
En realidad ‘Rasgando el silencio’ es un proyecto mucho más amplio. Con este nombre titulo todas las oportunidades que tengo de programar obras de compositoras. En Canfranc, en los festivales que dirijo, estuvimos dos años programando música únicamente de compositoras, y también le dimos este título, agregando subtítulos concretos.
El ciclo de Maestranza surge de mi voluntad de dar a conocer toda esta música en cuantos más sitios mejor. Estoy agradecidísima al Teatro de la Maestranza y a su director, Javier Menéndez, por haber confiado en nosotros —mi queridísimo amigo y colega Israel Fausto es codirector artístico del ciclo—. Estoy encantada de tener este espacio en Maestranza, pero a lo que aspiro es a que haya un ciclo ‘Rasgando el silencio’ en cuanto más auditorios y festivales, mejor. Que un teatro de ópera haya decidido destinar una parte su programación a las compositoras es algo fantástico. Animo a que más auditorios lo hagan porque el resultado es maravilloso, la gente está fascinada, los propios músicos que invitamos a compartir música con nosotros se quedan maravillados por la calidad de las obras que les proponemos. El compromiso con Maestranza es por tres temporadas, esta es la segunda, pero ojalá que tengamos la oportunidad de continuar y que el proyecto se expanda.
Acaba de estar de residencia artística en la Abadía de Sylvanès, en Francia, para preparar su próximo recital dentro de este ciclo (19 de diciembre) junto a la soprano Delphine Mégret. Para que nuestros lectores se hagan una idea de cómo se estructuran los programas, ¿qué obras se podrán escuchar en el recital?
Hay dos tipos de programas en este ciclo: a veces presentamos obras breves para que en un mismo concierto la gente pueda apreciar obras de diversas compositoras y diferentes estilos, en este caso será así; pero en otras ocasiones, para evitar el típico comentario de que ‘las mujeres solo componían obras pequeñas, cancioncillas’ —¡como si una canción no pudiese ser maravillosa o una obra maestra!—, insistimos en programar obras de gran formato, grandes tríos o grandes sonatas.
El Concierto de Navidad presentará canciones de las compositoras más conocidas por su apellido familiar, Fanny Mendelssohn, Clara Schumann y Alma Mahler, y compositoras desconocidas, que probablemente mucha gente jamás habrá escuchado, como la inglesa Madeleine Dring, que tiene unas canciones muy divertidas tipo West End; Dana Suesse, una de las ‘chicas Gershwin’, que tiene composiciones tan maravillosas como Gershwin, pero que no pasó a la historia; Augusta Holmès, nacida en Irlanda y naturalizada francesa, que en su época fue respetada como una de las más grandes compositoras, pero después cayó en el olvido, su canción L’heure rose da nombre al recital. También presentaremos obras de la sueca Elfrida Andrée (gran feminista), la americana Amy Beach (a la que, cuando querían elogiar decían: ‘usted es tan buena como si fuera un hombre’), la francesa Cécile Chaminade, la inglesa Liza Lehmann (más conocida como cantante en su época), Mana-Zucca (nacida fuera de Estados Unidos, pero que vivió toda su vida en Nueva York), Poldowski (conocida por ser la hija de Wieniawski), Pauline Viardot, y más sorpresas. Lo realmente impresionante es que podría proponer otros cincuenta programas de canciones compuestas por compositoras de la misma belleza y de la misma calidad, el repertorio es prácticamente inagotable. La gente va a poder disfrutar y ver hasta qué punto el repertorio de chanson, mélodie, songs y lieder es tan variado y de tantísima calidad que es equivalente al repertorio que los compositores hombres han dejado a la historia de la música.
Al principio nos contaba cómo su curiosidad parte de la ausencia de obras de compositoras en las programaciones de estudios, ¿de qué forma cree que, a día de hoy, se podría solucionar este problema? ¿Cuáles creen que son las claves para que esta música entre en la programación general y empiece a ser conocida?
El primer cambio debe darse en la mentalidad del profesorado. Tengo un alumno con el que trabajo de vez en cuando que a veces hace cursos en el extranjero. En una ocasión me contó que había llevado a uno de estos cursos una pieza de Mel Bonis que habíamos trabajado juntos. Al principio, el profesor le preguntó para qué trabajar esa pieza si ya existe mucho repertorio pianístico. Al final acabó reconociendo que la obra estaba muy bien, pero el punto de partida era el otro. Así que lo primero que tienen que cambiar son las mentalidades: para mí hay una deuda histórica con las compositoras y tenemos el deber de no restringir el repertorio al que tenga acceso el alumnado, ¿con qué derecho les privamos de escuchar este repertorio? Cada uno se especializará en lo que quiera, pero tienen derecho a conocer el repertorio, es un deber que tenemos como maestros y pedagogos, así debemos permitirnos descubrir todas estas obras, y los que humildemente llevamos años trabajando en esta línea tenemos que compartir con el resto esta información.
Una de las cosas de las que me siento más orgullosa es de haberle pedido a Josep Colom —grandísimo amigo mío, con el que primero trabajé cuando era alumna y me honra con su amistad— que hiciera un programa de compositoras en Canfranc, donde viene todos los veranos a impartir un curso. Es un artista tremendamente abierto y ahora mismo está tocando programas con obras de Hélène de Montgeroult, una gran compositora francesa que fue la primera mujer que entró como profesora en el Conservatorio de París, así como de Chaminade y de otras compositoras que le parecen fabulosas y que, como él dice, son auténticas joyas. Me encanta presentar a mis colegas este repertorio.
También hace falta que los propios conservatorios nos permitan ir a presentar este repertorio al profesorado, que se creen talleres o clases magistrales específicas para poder dar a conocer estas obras y que, después, cada profesor, en conciencia, sepa en qué nivel quiere trabajar cada obra. Mis alumnado de ESMAR trabaja todos los años al menos una obra de compositoras para cada examen, sin descuidar a los grandes. No hay que dejar de tocar Mozart, no comulgo con estas teorías, hay que seguir tocando a los grandes compositores, pero hay que recordar que a su lado había grandes compositoras y nuestro deber es hacer que las nuevas generaciones normalicen el hecho de incluir en los programas de concierto estas obras.
Otro de sus rasgos distintivos es que siempre ofrece al público conciertos y espectáculos diferentes y multidisciplinares. ¿Qué tipo de proyectos tiene en su horizonte?
Sin perjuicio de poder recuperar alguno de los espectáculos que he hecho ya en el pasado, ahora estoy con un proyecto que me apasiona sobre los melodramas de Liszt y que presentaré en Francia y otros países francófonos en 2023. El narrador del concierto, a quien he conocido recientemente, se ha convertido en un gran amigo y cómplice. Se trata de Michel Wolkowitsky, un hombre del Renacimiento, con una voz de barítono maravillosa que pone muchas veces al servicio de conciertos poéticos y de obras con narrador.
También me han pedido que haga de narradora en otro proyecto. Me hace mucha ilusión porque tengo un lado teatrero poco conocido. Trabajé en un episodio de Mujeres en la Historia de RTVE dedicado a María Malibrán encarnando a Pauline Viardot, que era la narradora y recordaba a su hermana y tocaba alguna pieza al piano. ¡Me lo pasé fenomenal! Como no es mi profesión, aunque intento hacerlo de la mejor manera posible, para mí es un divertimento. Acabo de hacer de narradora en un proyecto llamado ‘La mandolina de Lviv’, cuya versión francesa está haciendo Julie Depardieu. Estoy muy agradecida de poder hacer esto y con ganas de volver a repetir en el futuro.
También mantiene gran actividad de cámara, formando dúo con el violonchelista Israel Fausto y también con el pianista de jazz Guillaume de Chassy. ¿En qué están trabajando ahora?
Israel y yo vamos a aprovechar el descanso navideño para grabar el programa que tocamos el pasado mes de marzo en el Teatro de la Maestranza: tres grandes sonatas de Mel Bonis, Henriëtte Bosmans y Dora Pejacevic. Además, en 2023 tocaremos nuestro programa de canciones cortas de compositoras en varios escenarios.
Por otra parte, con Guillaume seguiremos combinando el repertorio clásico con las improvisaciones jazz, me lo paso genial. Si el día tuviera más horas, me hubiera encantado hacer piano jazz, así que compartir el escenario con un pianista de jazz como él —que antes compartía dúo con Brigitte Engerer— es un honor. Round about Mozart se sigue tocando en muchos sitios, tocando jazz a cuatro manos en los bises, y he aprendido muchísimo con él. El segundo proyecto que esperamos llevar al disco girará en torno a los clavecinistas franceses y españoles, Couperin, Rameau, Scarlatti y Padre Soler, realizando sobre ese repertorio el mismo juego de combinación de la versión clásica con las improvisaciones.
También formo dúo con la violinista rumana Clara Cernat, con la que grabé el disco Sérénade, y nos dedicamos a la música de compositoras. Asimismo, la colaboración con Delphine Mégret, de la que antes hablaba, ha comenzado tan bien que estamos pensando en prolongar el trabajo y formar dúo estable para seguir presentando repertorio de compositoras.
Nos habla de la grabación de varios discos, entiendo que todos ellos bajo su propio sello discográfico, Thelxínoe Music, con el que ya se han publicado varios álbumes, y que tiene tres colecciones diferentes. ¿Qué tipo de proyectos se enmarcan en ellas?
Fundé Thelxínoe Music porque estaba cansada de grabar discos que estéticamente no me gustaban, no eran productos suficientemente cuidados. Creo que hoy en día, si se saca un disco físico, tiene que ser un objeto bello y artístico. Como los músicos hace muchísimo tiempo que tenemos que producir o coproducir nuestros álbumes, decidí empezar a hacerlo yo misma colaborando con diseñadores, collagistas, artistas plásticos, etc., para que los discos no solamente entren por el oído, sino también por la vista.
Tenemos tres colecciones: Pour le Piano, homenaje a la gran obra del mismo nombre de Debussy, uno de mis iconos, donde se enmarcan todas las obras pianísticas, como por ejemplo el cofre de tres discos que grabaré para 2025 conmemorando el centenario del fallecimiento de Satie; La Chambre Bleue, que toma su nombre del salón parisino de la marquesa de Rambouillet, Catherine de Vivonne, una noble que abrió su salón a la cultura en general, sin distinción entre hombres y mujeres, creando una isla en pleno siglo XVII; y Rouge Idéal, que engloba mis ‘caprichos’, bajo ese nombre que simboliza la rebelión que en su momento supuso para las mujeres salir a la calle con los labios pintados de rojo, era un signo de empoderamiento femenino, así que esta colección supone mi propio empoderamiento, tomando también ese nombre de un poema de Baudelaire que precisamente habla de los ideales y que yo expongo en forma de compilaciones de canciones muy breves que he tocado durante toda mi vida.
Pero este sello discográfico no es solo para mí, lo he creado para expresarme libremente, pero estoy muy dispuesta a compartirlo y, de hecho, lo hago. Si hay artistas que quieren que Thelxínoe Music produzca sus discos, estoy disponible para que me cuenten sus proyectos si les gusta nuestra forma de trabajar.
Alejándonos un poco de su faceta como intérprete, la encontramos al frente de cursos y festivales de música en Canfranc desde hace veinte años. ¿Cuáles son los rasgos distintivos de estas actividades? ¿Qué retos están por venir?
El reto siempre está en la continuidad. Hemos sobrevivido a dos cosas a las que mucha gente nos dijo que no íbamos a sobrevivir, la crisis económica y la pandemia, y de ambas salimos reforzados y sin dejar la actividad en ningún momento.
Lo que creo que hace diferentes a los Cursos Internacionales de Música de Canfranc es que no solamente son clases de instrumento, mi obsesión es compartir, cooperar y hacer equipo, intento que el alumnado no esté únicamente pegado a su instrumento porque eso ya lo hacen todo el año. Hay talleres de percusión, coro, taichí, formación escénica, orquesta, etc., para compartir con los compañeros. El estudio de un instrumento musical implica mucha soledad y a veces crees que hay cosas que solo te pasan a ti, poder compartir estas experiencias con los demás es muy enriquecedor. Además de tener un plantel de profesores de instrumento espectacular, tenemos grandes pedagogos que imparten materias que propician el compartir en torno a la música, y en plena naturaleza.
Lo que distingue a nuestros Festivales Internacionales de Música es que, aunque tenemos artistas invitados, la mayoría de los conciertos los hacemos entre el profesorado del curso. Así el alumnado no nos ve únicamente ‘pontificando’, diciéndoles qué tienen que hacer, sino que nos jugamos el tipo después de estar dando clase todo el día.
Todas estas son las claves de lo que en su momento quisimos construir mi amiga María Escribano y yo, que tan solo pudo hacer conmigo la primera edición porque falleció de cáncer en diciembre de 2002. Esta es la herencia que me dejó y a la que he intentado ser fiel al máximo en estos años. Creo que esta fidelidad a la idea inicial es la que nos permite continuar.
Como comentaba, también imparte docencia en ESMAR, Escuela Superior de Música de Alto Rendimiento. ¿Los pilares de su enseñanza pianística son los mismos que desarrollan en Canfranc?
Sí, por supuesto. Cuando regresé a España desde Francia, enseguida me llamó Rubén Talón, jefe del Departamento de Piano de ESMAR. Él es un producto Canfranc, pasó por allí hace muchísimos años, era muy jovencito, tenía un talento impresionante, y él nunca ha olvidado qué supusieron los cursos para él. Al principio le puse muchísimos peros, soy una persona muy libre, mi forma de ver la pedagogía y la música es muy independiente, y no encajo en una estructura fija porque no voy a renunciar a la forma en la que yo creo que tengo que enseñar. Rubén me dijo que lo único que me iban a pedir eran resultados, que alumnado aprendiese. Me dejan trabajar con una libertad impresionante, y en estos tres años lo han respetado de forma impecable.
Lo que yo enseño a mi alumnado es que nosotros estamos al servicio de la música, y no al revés. La música está en la partitura y nosotros tenemos los códigos para descifrarla y transmitirla al público, y eso es una responsabilidad sagrada para mí. Lo más bonito que han escrito sobre mí es que soy una médium. Esto conlleva que debes tener una preparación deportiva, ya que a través de tu cuerpo pasa esa música, es nuestro instrumento; y también tenemos que tener muchísima cultura. Una vez consigues todo esto, debes ponerlo al servicio del compositor sin traicionarte a ti mismo. Tenemos que ayudar a cada alumno a buscar su propia personalidad, no se trata de crear clones, cada uno debe ser capaz de desarrollarse de la forma más armónica posible.
¿Qué supone esta faceta pedagógica para su desarrollo como intérprete?
Es fundamental, cuando estoy enseñando la que más aprende soy yo. Mi alumnado es una fuente inagotable de aprendizaje. Una de las cosas que más me han enseñado como intérprete ha sido impartir clases desde muy joven. Para poder enseñar a alguien tienes que ser capaz de resolver sus problemas, tienes que observar y encontrar la clave en ti para explicarle al alumno cómo solucionarlo. Es un camino de vida. Estoy agradecidísima a esta vía pedagógica por permitirme aprender tanto.
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