Me encuentro en el Teatro Real con el barítono Carlos Álvarez, que recala por unas semanas en Madrid para ponerse en la piel de dos personajes muy diferentes, sin descanso: la prima donna Mamma Ágata en Viva la Mamma de Donizetti y el temible Barón Scarpia de Tosca de Puccini. Dos personajes con una carga escénica fortísima que permitirán al espectador disfrutar de la voz de Álvarez y de su imponente presencia en el escenario. Gracias a estos atributos, acaba de recibir el reconocimiento como Mejor Cantante en los Premios Ópera XXI, por un Don Carlo que ha interpretando por todo el mundo.
Por Susana Castro
Todo el mundo alaba tanto su faceta profesional como su personalidad. Creo que es la primera vez que me encuentro con que muchas personas de la profesión coinciden en destacar por encima de todo la calidad humana de un artista. ¿Cómo ha conseguido que todos hablen maravillas de usted?
Utilizo la empatía. Quizá tenga que ver con mi propia vida; provengo de una familia normal, de trabajadores. No había esperado nunca tener esta profesión, la percibo como un regalo. Así que doy aquello que me gustaría que me dieran, y funciona. En mi trabajo, crear atmósferas que sean positivas es mucho más productivo, así no eres tú el que crea problemas, sino que buscas solucionarlos.
Usted debuta en el año 1990 y rápidamente queda claro que tanto sus enormes cualidades vocales como su capacidad física y actoral son inmensas. ¿Qué queda de aquel chico de poco más de 20 años?
Queda prácticamente todo en el interior; en el exterior las cosas han cambiado un poquito (risas). Puedo decir que soy el mismo que empezó seguramente porque nunca esperé nada de esta profesión, como decía antes. Subirme al escenario significa jugar, divertirme, por supuesto también tener una gran responsabilidad. Pero, al igual que en aquel tiempo iba descubriendo cosas, sigo haciéndolo. Aunque hagas el mismo repertorio, todos los días tus compañeros son distintos, las condiciones del trabajo son diferentes, etc., y eso me permite tener una gran visión de lo que significa este trabajo a nivel de conjunto. La responsabilidad es individual, pero el resultado es colectivo. Me gusta mucho hacer mi trabajo, fundamentalmente aquel que no se ve: desentrañar la información de la partitura, poder ensayar… Después de que esta profesión me haya dado hasta tres oportunidades de volver, lo que más me gusta es el trabajo del día a día, y eso está muy cerca de lo que sentía en mis comienzos, cuando todo eran dudas y le preguntaba a mis compañeros: ‘¿vosotros creéis que me puedo ganar la vida con esto?’.
¿Y ellos qué respondían?
Era la segunda producción que hacía fuera de Málaga, la Carmen de Luis Iturri en el Teatro Arriaga de Bilbao, así que el resto de mis compañeros eran todos muy experimentados. Me dijeron una cosa que me impactó y me sirvió de aliciente: ‘si tú no puedes, nosotros tampoco’. Era un piropo precioso y suponía corroborar en cabeza ajena que tenía una oportunidad de hacerlo. Desde entonces dejé de llevar conmigo los apuntes de la Facultad de Medicina.
En los primeros momentos de nuestra conversación rápidamente ha salido a relucir una palabra mágica para usted, Málaga, su ciudad natal, y de la cual es usted un gran embajador. En mi opinión, Málaga destaca por valorar mucho a sus artistas, de todas las disciplinas. Podríamos hablar del caso de Antonio Banderas, por ejemplo, que en agradecimiento al calor del público ha fundado allí el Teatro Soho, ¿qué es lo que hace a los malagueños tan agradecidos? Sus artistas sí son profetas en su tierra.
Málaga es una ciudad de acogida, donde hay poca gente oriunda de la ciudad, como es mi caso, pero siento que tengo un compromiso especial con la sociedad malagueña, ya que en el momento en que yo lo necesité, me respaldó. Devolver eso me parece justo y creo que ese sentido de la responsabilidad es el que debemos tener los artistas. Además, queremos ver florecer el arte en nuestra ciudad, que tiene una enorme historia que permite que la gente tenga esa visión amplia; quizá se deba a la presencia del mar. Existe una tendencia artística en la gente de Málaga que, sobre todo en expresiones más minoritarias como pueden ser la lírica o el arte contemporáneo, necesita que se le de cancha.
Por lo que veo, usted ofrece una enorme generosidad al público…
No es generosidad, es egoísmo puro: cuando te lo pasas bien, si puedes echar una mano a los demás, ¡estupendo!
Acaba de participar como jurado en el programa Tierra de Talento y eso también me parece generoso. Que un artista de su nivel, y con su proyección internacional, cante en prime time en televisión puede motivar al público a ir al teatro…
Sí y, de hecho, ha sucedido. La idea de participar en el programa surgió a través de Manu Sánchez, productor y presentador del programa. Contactó conmigo y me dijo: ‘Carlos, me gustaría que pudiéramos llevar este proyecto adelante porque nuestra región, Andalucía, es un sitio de mucho talento, pero se percibe como algo que aparece espontáneamente y, sin embargo, no es así, hay mucho trabajo detrás y mucho esfuerzo y dedicación, y hay que valorarlo a través de un jurado especialista que todavía esté trabajando’. Todos los que formamos parte del jurado somos personas que trabajamos todos los días en un escenario, y esa empatía es importante.
Como ejemplo de esa motivación que decías, te puedo contar una anécdota que sucedió el mes de agosto pasado. Yo iba hacia mi casa, con la mascarilla puesta, y se va acercando una pareja más o menos de mi edad, y el marido me va señalando. Al llegar a mi altura, me dice: ‘¡tú eres Carlos Álvarez! Por favor, hazte una foto con mi mujer, que está enamorada de ti desde que te ve en la tele’. Y me dice ella: ‘hay algo fundamental: al haberte visto ahí yo, que no soy una gran entendida del mundo de la lírica, ahora tengo ganas de ir a verte al teatro’. ¡Fantástico! Porque si ha funcionado una vez, seguro que tiene un efecto multiplicador y que habrá mucha gente que pueda acercarse al mundo de la lírica gracias al programa, que apuesta por la diversidad en todo momento.
Está claro que esta forma de llevar la lírica a las casas de la gente hace mucho para atraer nuevos públicos. Hay muchos teatros que están trabajando en ello, pero estoy segura de que valen más esas actuaciones breves que muchos proyectos para todos los públicos que se programan en los teatros.
Esto me preocupa desde el punto de vista del cantante lírico, por el mantenimiento de esta profesión en las condiciones que se debe hacer. Si descontextualizamos esta profesión corremos el riesgo de desaparecer. Nosotros somos los últimos ‘analógicos’, cantamos sin amplificación y, para que eso suceda, tenemos que hacerlo en un lugar idóneo, con una acústica y unas condiciones determinadas. Si empezamos a sacar fuera de los teatros, auditorios y festivales nuestro trabajo, a lo mejor llega el momento en el que no nos necesitan…
¿Qué cree que se puede hacer para que esto no llegue a suceder?
Creo que hay varias soluciones, pero hay una que es fundamental: la renovación absoluta de la educación musical de nuestro país. A esto habría que sumar la capacidad de convocatoria de los auditorios y teatros, que haya entradas asequibles para todos los bolsillos, como sucede, por ejemplo, en Viena. Y todo esto parte de nosotros, tanto de los cantantes como de los músicos, y de las orquestas en general, que tienen que darse cuenta de que es imprescindible hacer un trabajo de mayor divulgación porque si no, no tiene sentido que estemos pagando orquestas públicas, podrían hacer ese trabajo las orquestas privadas. También quiero que quede claro que la subcontratación de estructuras imprescindibles para hacer nuestro trabajo no siempre es la mejor solución y no debe ser la cuestión económica la que nos lleve a esta situación.
Nuestra cita tiene lugar en el Teatro Real porque en estos momentos está usted enlazando dos producciones antagónicas. Acaban de nombrar a este coliseo como Mejor Teatro de Ópera en los Internacional Opera Award 2021, ¿está usted de acuerdo con este reconocimiento?
Sí, absolutamente. Tengo la oportunidad de ver el trabajo diario de este teatro y es excepcional. El otro día alguien me comentaba que aquí hay ‘orgullo del Real’ y la verdad es que es así. Los cantantes, que somos circunstanciales, sentimos que el Teatro tiene esa vida interior con toda esta gente, que es mucha, que hace muy bien su trabajo. Eso hace que un teatro esté en lo alto, precisamente porque cada trabajador aporta lo mejor de su conocimiento y de sus ganas, que no es tan fácil. He estado en otros teatros en los que aparece ese punto de desgana, y piensas: ‘¡pero si somos unos privilegiados, hacemos lo que queremos!’. Esto también lo podríamos extrapolar a otros teatros españoles, pero en este caso ha sido el Real el que ha obtenido ese reconocimiento por su capacidad de producción.
Hablemos ahora de estos dos roles tan diferentes que está defendiendo en el Real. Viva la Mamma finalizó en el mes de junio, pero en estos días es posible disfrutar de Tosca. ¿Cómo se preparan dos papeles que, desde el punto de vista dramático, son tan distintos?
Primero tuve que hacer un estudio de la compatibilidad vocal de ambos personajes y, tras darme cuenta de que sí podía hacerlos, me apetecía mucho asumir el desafío de ser primero una mamá napolitana que es capaz de hacer cualquier cosa por su hija para después convertirme en un noble romano malísimo. Siempre aconsejo y aliento a la gente a que tenga alguna experiencia en el escenario, ya que es un sitio absolutamente libre. En estos días se habla mucho de cuáles son los límites del humor pero, ¿cuáles son los límites de la interpretación? Ninguno. Lo que sucede en el escenario debe tener absoluta libertad para poder expresar lo que los autores han querido que suceda. Y no tenemos que ser nosotros, los intérpretes, los que pongamos pega alguna para que eso suceda. Si yo tuviera que juzgar éticamente a los personajes que hago, a la mayor parte de ellos no los podría hacer, pero he aprendido a no juzgarlos, lo cual me ha llevado a tener esa libertad de expresión absoluta.
Intento ser honesto con la partitura, ser responsable con mi trabajo y ser leal a las indicaciones de la dirección musical y de la dirección escénica. Tener la oportunidad de hacer dos papeles tan distintos, uno detrás del otro, es un desafío maravilloso para alguien que se encuentra en una situación de madurez, y un aliciente para seguir disfrutando. Lo importante será que el público vea de verdad a los dos personajes.
Habla de madurez, ¿diría usted que está en los mejores años de su carrera?
Como dice Antonio Banderas, ‘estoy para entrar a vivir’ (risas). Cuando tuve la lesión en la cuerda ya llevaba veinte años de profesión y tuve la capacidad de renovarme. Si me hubiera pasado antes, no sé lo que hubiera sucedido. Pero después de haber vivido todo eso y los años posteriores, puedo decir que me siento en plenitud. Sigo haciendo lo que más me gusta, afortunadamente parece que tiene una buena recepción por parte del público y, sobre todo, por parte de los compañeros y de la gente que tiene capacidad de contratarme. ¿Qué más puedo pedir?
He oído que le gusta mucho la zarzuela, aunque no disponga de todas las ocasiones que quisiera para poder cantarla. ¿Cree usted que desde su posición de intérprete podría llevar la zarzuela por el mundo o es un trabajo que deben hacer los programadores y directores?
El que ha defendido la zarzuela fuera de España ha sido Plácido Domingo, lo que ha permitido que se escuchara en La Scala, en Washington, Los Ángeles, y en muchos otros sitios. Lo que yo siempre hago es no dejar pasar la oportunidad de incluir música española en mi repertorio de concierto. Por ejemplo, grabamos un disco en directo en La Monnaie de Bruselas junto a mi hermano de Barakaldo, el pianista Rubén Fernández Aguirre, en el que el repertorio era íntegramente español. ¡Eso sí que fue una pica en Flandes! El público siempre se queda muy sorprendido: primero, porque nosotros mismos hemos hecho un menosprecio del género lírico español, ya sea ópera o zarzuela, convirtiéndolo todo en género chico cuando este es solo una parte; y después porque es un repertorio muy difícil, tienes que ser muy convincente, como actor y como cantante.
Está claro que usted es un animal escénico —por si quedaban dudas con esa Mamma Ágata lo hemos podido confirmar en el Real— pero, ¿qué espacio reserva para el repertorio sinfónico-coral?
Hice mucho sinfónico-coral cuando formaba parte de los coros polifónicos en Málaga, no como solista, y me sirvió como un aprendizaje enorme, ya que si algo debemos hacer es escuchar al de al lado, a la orquesta, seguir la mano del director… Mis características vocales no siempre se adecúan al repertorio sinfónico. Me encantaría hacer obras como el Réquiem alemán de Brahms, que es casi operístico, pero si no se cumple la condición de que sea adecuado a mi voz, yo mismo no lo veo. Sí me lo han ofrecido, y en ocasiones especiales he dicho que sí, porque me gusta.
Me gustaría hablar del futuro, del suyo, por supuesto, pero también de cómo valora las jóvenes voces líricas actuales, ¿tenemos el futuro del género asegurado?
Cada vez hay más gente que se quiere dedicar a esta profesión. Mi consejo es que no solo basta tu intención y tus ganas, sino que tienes que estar dispuesto a recibir opiniones de todo el mundo, porque todo el mundo tiene opinión sobre nuestro trabajo, conozca o no el trabajo que hacemos, la propia persona o las circunstancias que le rodean. Además, la consigna es ‘formación, formación y formación’, que no llegue el momento y que tengas que decir que no. ¡Yo le dije que no a Muti! Pero fue la respuesta más honesta del mundo. Se puede decir un no, pero tiene que estar razonado.
A mi juicio, la gente joven está haciendo una identificación errónea entre presencia en redes sociales y calidad de trabajo. Desde hace mucho yo no tengo redes sociales, pero quizá hablo desde una posición en la que tengo la espalda cubierta y no lo necesito para mi trabajo porque de eso ya se encarga la agencia. También es cierto que ahora las oportunidades que se les dan para subir a los escenarios son menos, yo pertenezco a otra generación. La primera vez puedes llegar de la mano de alguien o te pueden abrir la puerta, pero la segunda vez ya no, depende de ti. Pero si no tienes la primera oportunidad, va a ser difícil que puedas evolucionar como cantante, ya que uno se hace encima del escenario.
¿Cree que ahora se exige más a los cantantes, especialmente a nivel escénico?
Sí, pero la gente no debe tener pena por los cantantes, ya que un cantante no hará nunca algo que no quiera. Primero porque existe un prurito profesional que te obliga a ser lo más consciente posible de las cosas que puedes hacer y las que no; y segundo, porque hay un elemento fisiológico que dice: ‘si me ahogo, no lo puedo hacer’ (risas). También tenemos que explorar nuestros límites, si no llegamos a ellos no sabemos dónde están. Yo siempre pruebo durante los ensayos, no durante las funciones, y veo si puedo asumir los riesgos o hay que buscar soluciones. No creo que exista la dictadura de los directores de escena, pero es verdad que hay que poder competir en el mundo de hoy.
¿Cuáles son sus próximos compromisos para 2021?
Tengo compromisos firmados hasta 2025, pero en lo más inmediato, el próximo 25 de julio estaré con Tosca en el Festival de Peralada; me apetece mucho porque el año pasado no se pudo hacer. A principios de agosto estaré en Londres en una nueva producción de Rigoletto. Espero estar en A Coruña en octubre, ya que adquirí el compromiso después de hacer el Don Carlo. También en ese mes estaré en Málaga interpretando una obra que ha escrito el padre Frisina, del Vaticano, pensando en mí: Las siete últimas palabras de Cristo. Después estaré en La Scala debutando el Dulcamara de L’elisir d’amore. Tengo pendiente una grabación para Opera Rara de I zingari, una ópera de Leoncavallo. Y, si todo va bien, me iré a Berlín a finales de año para Un ballo in maschera.
Precisamente, por ese Don Carlo que comentaba ha recibido usted recientemente el reconocimiento como Mejor Cantante en los Premios Ópera XXI, ¿cómo ha recibido este galardón después de una etapa tan difícil para todos, y en particular para la cultura?
Me siento muy honrado por este reconocimiento, fruto del Don Carlo interpretado en A Coruña en la temporada 2019-20. En septiembre de 2020 volví a visitar a los Amigos de la Ópera de A Coruña quienes, pese a encontrarnos en una pandemia restrictiva, que obligó a una reducción del aforo hasta la mínima expresión, afrontaron con absoluta determinación su compromiso con la lírica de nuestro país. Este premio nominal va dirigido a mí, pero es un homenaje a la lírica española durante el año 2020.
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