Capriccio es la última creación de Richard Strauss (Múnich, Baviera, 11 de junio de 1864 Garmisch-Pantenkirchen, Baviera, 8 de septiembre de 1949) en el mundo de la ópera. Compuesta entre 1940 y 1941, supone la culminación de un período de casi cincuenta años, transcurridos desde el estreno de su primera ópera, Guntram, en 1894.
Por Diego Manuel García
En ese larguísimo espacio de tiempo Richard Strauss creará quince óperas, que le convierten en uno de los más grandes compositores de toda la historia del género. Después de los fracasos que supusieron Guntram y su segunda ópera Feuersnot de 1901, Strauss consiguió su primer gran éxito con Salomé, estrenada en 1905, a partir del drama de Oscar Wilde, traducido al alemán por Hedwig Lachmann.
Después compondrá una serie de títulos de extrema calidad: Elektra en 1909; Der Rosenkavalier (El caballero de la rosa) en 1911; Ariadne auf Naxos (Adriana en Naxos) en 1912, con una segunda versión en 1916; Die Frau ohne Schatten (La mujer sin sombra) en 1919; Die ägyptische Helena (Helena egipcia) en 1928; y Arabella en 1933. En todos ellos intervino como libretista el famoso poeta y dramaturgo austriaco Hugo von Hofmannsthal, cuyo talento como escritor fue el complemento ideal para la música compuesta por Strauss.
Génesis de la obra
La muerte de Hofmannsthal, en 1929, cuando ya había concluido el libreto de Arabella, fue un duro golpe para Strauss. En su siguiente ópera, Die schweigsame Frau (La mujer silenciosa), compuesta en 1934, el libreto fue realizado por el gran escritor austriaco Stefan Zweig, quien, precisamente ese mismo año, había descubierto en el museo británico un libreto del siglo XVIII, escrito por Giovanni Battista Casti, para la ópera Prima la música dopo le parole, de Antonio Salieri (el gran rival de Mozart) estrenada en 1786.
Zweig informó a Strauss del descubrimiento, y el compositor muniqués se mostró interesado en retomar ese libreto para realizar un proyecto teatral, aunque en esta ocasión no quería que fuera una ópera en el sentido estricto, sino más bien una pieza experimental a medio camino entre una ópera y una obra teatral. Strauss quería que fuese Zweig el autor del libreto. Sin embargo, no fue posible, ya que Zweig era judío y no podía volver a Alemania por la persecución nazi. El proyecto fue pospuesto.
Entre tanto, Richard Strauss compuso tres nuevas óperas con libretos del escritor austriaco Joseph Gregor: Friedenstag (Día de paz) en 1936; Daphne en 1937; y Die Liebe der Danae (El amor de Dánae), completada en 1940.
Fue entonces cuando Strauss retomó el proyecto de poner música al libreto de Giovanni Batista Casti, encargándole el trabajo a Joseph Gregor, pero pronto comprendió que no era la persona idónea, haciéndose él mismo cargo de escribir el texto, como ya lo había hecho en su ópera Intermezzo de 1924. Solicitó la ayuda de su amigo, el famoso director de orquesta Clemens Krauss.
También colaboró en el proyecto el director de orquesta Hans Swarowski, quien había encontrado un soneto del famoso poeta francés Pierre de Ronsard escrito en el siglo XVI (perteneciente a su Second Livre des Amours) y magníficamente traducido al alemán por el propio Swarowski, manteniendo la métrica y rima de los versos. Este soneto (una apasionada declaración amorosa) resulta fundamental en el desarrollo de Capriccio:
No sabría amar a ninguna como vos,
no, señora, no lo sabría hacer,
otra diferente no me sabría complacer,
ni Venus descendida entre nosotros.Vuestros ojos son tan graciosos y dulces,
que de un solo guiño me pueden deshacer,
y de otro guiño repentino rehacer,
haciéndome vivir o morir a la vez.Aunque tuviera quinientos mil años de vida,
de ninguna otra, mi adorada amiga,
podría volverme a enamorar.Me haría falta buscar otras venas,
las mías, están de vuestro amor tan llenas
que otro amor no podrían soportar.
Kein Andres, das mir so im Herzen loht,
Nein, Schöne, nichts auf dieser ganzen Erde,
Kein Andres, das ich so wie Dich begehrte,
Und käm von Venus mir ein Angebot.Dein Auge beut mir himmlisch-süße Not,
Und wenn ein Aufschlag alle Qual vermehrte,
Ein andrer Wonne mir und Lust gewährte,
Zwei Schläge sind dann Leben oder Tod.Und trüg ich’s fünfmalhunderttausend Jahre,
Erhielte außer Dir, Du Wunderbare,
Kein andres Wesen über mich Gewalt.Durch neue Adern müsst’ mein Blut ich gießen,
In meinen, voll von Dir, zum Überfließen,
Fänd neue Liebe weder Raum noch Halt.
Argumento
Seis personajes principales intervienen en Capriccio: el músico Flamand, el poeta Olivier, el empresario y director escénico La Roche, la actriz Clairon (único personaje real de esta historia, que tuvo un gran éxito en el siglo XVIII), junto al conde y la condesa Madeleine, dos hermanos mecenas amantes del teatro y la música. Capriccio, subtitulada ‘Una conversación musical’, se estructura en un acto único con trece escenas.
La acción se sitúa en un castillo cercano a París alrededor de 1775.
Escena I
Se hacen los preparativos para la celebración del cumpleaños de la joven condesa Madeleine. El poeta Olivier y el músico Flamand escuchan el ensayo de un sexteto de cuerda compuesto por Flamand y dedicado a Madeleine. Ajeno a la música, dormita el director escénico y empresario La Roche. Mientras poeta y músico debaten sobre la primacía del texto sobre la música, y viceversa, descubren que ambos se han enamorado de la hermosa condesa. La Roche se despierta e interviene en la conversación comentando: ‘esa suave música que he oído me ha ayudado a dormir y considero que ni la poesía ni la música son lo más importante en una obra, siendo lo esencial la puesta en escena y contar con grandes intérpretes como la actriz Clairon, que está a punto de llegar al castillo’.
Escena II
Aparecen el conde y su hermana la condesa Madeleine quienes debaten sobre los méritos propios de la música y la poesía. Para el conde el texto poético es superior a la música, mientras que la condesa se siente atraída tanto por la poesía como por la música, que representan sus dos admiradores Olivier y Flamand. Los dos hermanos también difieren respecto a las relaciones amorosas. Al conde le gustan las aventuras pasajeras, mientras que la condesa busca una relación seria y estable.
Escena III
Aparecen juntos en un gran salón del castillo el conde, la condesa, La Roche, Flamand y Olivier, pendientes de la inminente llegada de la actriz Clairon.
Escena IV
Clairon se une al grupo, mostrando su gran personalidad y atractiva presencia. Ella conoce perfectamente a La Roche y a Olivier, con quien tuvo relaciones amorosas en el pasado. Clairon ha venido para ensayar junto al conde (su actual amante) una nueva obra teatral de Olivier, donde se incluye un soneto, que es recitado parcialmente por el conde. La condesa se queda sola con Flamand y Olivier, quien de manera muy artística recita su soneto de forma completa, a pesar de ser interrumpido por Madeleine. Flamand sale de escena portando el texto del soneto para ponerle música.
Escena V
Se quedan solos la condesa y Olivier, quien muestra el amor que siente por ella. Aparece Flamand con el soneto ya musicado.
Escena VI
Flamand, en presencia de la condesa y Olivier, canta el soneto acompañándose por un clavicordio. Seguidamente se producen las intervenciones simultáneas de los tres personajes: Flamand volviendo a cantar el soneto Madeleine alabando su interpretación y Olivier muy molesto al considerar que Flamand se ha apoderado de su obra, quitándole su verdadera esencia. Aparece La Roche y se lleva consigo a Olivier.
Escena VII
Se quedan solos Madeleine y Flamand, quien se dirige a ella declarándole su amor de manera intensa y apasionada. Flamand le pide una respuesta y Madeleine lo cita a las 11 de la mañana del día siguiente en la biblioteca del castillo, el lugar donde se han conocido.
Escena VIII
De nuevo el conde y la condesa se encuentran para comentar la situación actual de sus respectivas relaciones amorosas. Él con Clairon, y Madeleine diciéndole a su hermano que Olivier y Flamand se le han declarado, aunque ella no tiene claro por cuál de los dos va a decidirse.
Escena IX
Es la escena más larga e importante de esta ópera. En ella, La Roche comienza a ofrecer su espectáculo en honor de Madeleine, con la intervención de una bailarina, después de cuya actuación se producen intensos enfrentamientos dialécticos de los seis personajes sobre los valores del texto y música, opinando también, de manera contrapuesta, sobre el mundo de la ópera.
El debate se atempera y La Roche anuncia la presencia de dos cantantes italianos que van a interpretar un dúo con texto del famoso libretista Metastasio. A continuación, La Roche anuncia un nuevo espectáculo en honor a la condesa, dividido en dos partes, con los títulos de El nacimiento de Palas Atenea y La caída de Cartago, lo que aviva más aún la polémica entre los diferentes personajes, siendo La Roche el centro de duras críticas. El viejo empresario y director escénico hace una larga y ardiente defensa de su concepto sobre el mundo del teatro y la ópera, considerando que las obras que se representan deben mostrar seres humanos reales, que expresen sus inquietudes y sentimientos. Critica duramente tanto a Olivier, por los endebles argumentos de sus obras, como a Flamand, por su música solo apta para ser interpretada en salones aristocráticos. Les insta a crear obras nuevas con temas que interesen a todo tipo de públicos. De manera muy emotiva, manifiesta cómo le gustaría ser recordado.
Todos alaban el ferviente discurso de La Roche. Poeta y músico se comprometen a escribir una ópera, y el conde sugiere que en ella se narren los acontecimientos que están teniendo lugar y que los intérpretes sean los propios personajes presentes.
Escena X
Se produce la marcha de Clairon y el conde a París. La Roche, Flamand y Olivier también abandonan el castillo para componer y dar forma escénica a la ópera. La condesa les despide y se queda sola.
Escena XI
La gran sala del castillo ha quedado desierta y en ella entran a limpiar los miembros de la servidumbre, comentando todo lo que ha ocurrido y la relación del conde con la actriz Clairon, así como de la condesa con sus dos admiradores. El mayordomo aparece y les hace callar.
Escena XII
Aparece un nuevo personaje, el apuntador Monsieur Taupe, quien se ha quedado dormido y está buscando a La Roche. El apuntador comenta al mayordomo lo importante que es su papel en el transcurso de una representación.
Escena XIII
Constituye la otra gran escena de esta ópera. En ella reaparece Madeleine en la gran sala del castillo iluminada por la luz de la luna. El mayordomo le transmite dos mensajes: el primero, que su hermano sigue en París y no estará presente en la cena; y el segundo, que Olivier se presentará al día siguiente a las 11 en la biblioteca del castillo para saber su opinión sobre cómo debe ser el final de la ópera.
La condesa se siente turbada, ya que Olivier se presentará a la misma hora y lugar donde ha citado a Flamand y comprende que los dos hombres que la cortejan se hayan estrechamente unidos en una labor artística común. Madeleine canta el bello soneto y se pregunta a cuál de los dos hombres ama. Tras unos instantes de reflexión, mirándose a un espejo, comprende que es incapaz de tomar una decisión. El mayordomo reaparece en escena comentándole que la cena está servida.
Una depurada música
Nos encontramos ante una composición de bellísima factura, dominada por un complejo entramado orquestal, donde las voces se insertan como un instrumento más. Esta ‘conversación musical’ comienza con una obertura en la que, de manera muy novedosa, interviene un sexteto de cuerdas formado por dos violines, dos violas y dos violonchelos. Se trata de una pieza de música pura escrita en una transparente polifonía, donde van interviniendo las voces de los tres grupos de instrumentos, con sinuosidades de la línea melódica que solo se alteran en mitad de la pieza en una tremolante agitación. Este sexteto tiene una amplia duración y se solapa con el comienzo de la primera escena, donde están presentes el músico Flamand (autor de sexteto) y el poeta Olivier, a los que se une el director escénico La Roche, ya con el sonido en pleno de la orquesta, donde brillan maderas y cuerda en la ejecución de temas musicales que se convertirán en recurrentes a lo largo de toda la ópera.
En la escena séptima cabe destacar la música que suena en la apasionada declaración amorosa de Flamand a Madeleine, donde se alternan momentos de inusitada intensidad orquestal con otros de suaves y acariciantes sonidos. De extraordinaria belleza es el interludio orquestal, Allegro moderato, de fuerte aliento sinfónico, que une las escenas séptima y octava, donde luce el sonido de la cuerda y en especial del violín concertino.
Es preciso resaltar toda la música de la gran escena novena, la más importante de la ópera, por su gran duración y complejidad orquestal, donde pueden escucharse cantidad de temas, desde la música barroca que acompaña a danzas dieciochescas como el passepied, la gigue y la gavotta, interpretadas por una bailarina con el solo acompañamiento de clavicordio, violín y violonchelo, situados sobre el escenario. Se escucha también una gran fuga donde intervienen los seis protagonistas, con un reiterativo tema orquestal principal en el que llegan a insertarse, por momentos, fuertes acordes disonantes y otros temas asociados a las intervenciones de los diferentes protagonistas, entre ellos, uno para trompa y orquesta, cuando el conde hace una fuerte crítica del género operístico, y que se desarrollará plenamente en la obertura de la última escena. También se inserta un bello tema cuando Madeleine muestra su predilección por el gran compositor Gluck. El sonido orquestal, fuertemente contrapuntístico, brilla plenamente en los dos octetos ‘de la risa’ y ‘la polémica’.
Resulta bellísimo el preludio orquestal de la última escena, Andante con moto, llamado ‘Música a la luz de la luna’, donde suena una delicada serenata para trompa y orquesta.
Brillante vocalidad
Esta ópera está dominada por teatrales números de conjunto, sobre todo de sextetos, donde intervienen todos los protagonistas, con un predominante protagonismo del canto-conversación tan característico de Strauss. Sin tener ninguna página solista importante, brillan personajes como la actriz Clairon, interpretada por una mezzo de amplio registro y, sobre todo, que dote de gran teatralidad a cada una de sus muchas intervenciones.
Ese también es el caso de los personajes de Olivier y el conde, ambos interpretados por barítonos. El poeta Olivier debe mostrar una voz de poderosos acentos para defender con vehemencia su creación poética y el gran amor que siente por Madeleine en el intenso dúo de ambos, en la quinta escena. El personaje del conde debe ofrecer una interpretación desenfadada, irónica y un tanto frívola, en sus dúos con Madeleine y Clairon.
Los personajes de Madeleine, Flamand y La Roche sí tienen importantes intervenciones solistas. Flamand requiere un tenor lírico, con dominio de las medias voces, capaz de regular el sonido de forte a delicados pianissimi y facilidad en el registro agudo. Destaca su interpretación en la sexta escena del bello soneto ‘Kein Andres, das mir so im herzen loht’, seguida del magnífico terceto con Madeleine y Olivier. Su gran intervención solista se produce en la séptima escena, con su apasionada declaración amorosa a Madeleine, alternando un canto de fuertes acentos, con momentos de emisión a media voz de suave lirismo. El personaje de La Roche requiere un bajo de buenos medios vocales y gran teatralidad en sus numerosas apariciones a lo largo de la obra. Destaca su larga intervención solista en la novena escena, con momentos donde la voz se ensancha y adquiere rotundas sonoridades, cuando se dirige de manera muy crítica a Flamand y Olivier, y otros de gran lirismo, defendiendo de manera vehemente su gestión en el mundo del teatro, y cómo le gustaría ser recordado. La soprano y tenor italianos que intervienen en la novena escena requieren voces que dominen las agilidades y tengan un excelente registro agudo.
La gran protagonista de esta ópera es la condesa Madeleine, con presencia casi continua en escena. Se trata de un papel de gran dificultad vocal, que requiere una soprano lírica de ancho centro, con amplio fiato para ligar largas y ondulantes frases, gran facilidad para las medias voces y dominio de todos los registros, con una poderosa franja aguda. Este personaje, además de cantar con verdadera maestría, debe actuar como una gran actriz. Todo ello se pone de manifiesto en su gran escena final, la más bella creada para una soprano por Richard Strauss. Aquí, de nuevo, adquiere protagonismo el soneto escrito por Olivier y musicado por Flamand, que la soprano debe interpretar con gran lirismo, acompañándose al arpa, para después mostrar a través de un canto lleno de expresividad la duda constante que le impide decidirse por ninguno de sus dos admiradores y que llega a su punto culminante cuando, mirándose al espejo, se pregunta: ‘¡Mi querida Madeleine! ¿Qué te dice el corazón? Cortejada por ambos, a ninguno escogiste. Preferías no decidirte, intentaste hacer una tregua con el amor […] ¡Ah Madeleine! ¿Quedarás consumida entre dos fuegos?’ (estas dos últimas frases emitidas en registro muy agudo). La voz enlaza con un bellísimo interludio orquestal, para concluir su monólogo, de nuevo frente al espejo: ‘Oh, rostro reflejado de la Madeleine enamorada… ¿Me puedes aconsejar? ¿Puedes ayudarme a encontrar el final para esta ópera? ¿Existe alguno que no sea banal?’. Y la voz deja paso a la música. Sin duda, en esta gran escena se produce la perfecta fusión de música y texto cantado, que sintetiza toda la temática de esta ‘conversación musical’ con la que Strauss, de manera verdaderamente genial, puso punto final a su carrera operística.
El estreno de Capriccio tuvo lugar en la Staatsoper de Baviera en Múnich el 28 de octubre de 1942, con dirección musical de Clemens Krauss, y su esposa la gran soprano ucraniana-austriaca Viorica Ursuleac interpretando a la condesa Madeleine. El estreno en España se produjo en Liceu de Barcelona, en 1991, con la magnífica soprano búlgara Anna Tomowa Sintow como Madeleine.
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