Gidon Kremer y Martha Argerich
Deutsche Grammophon 447058-2 DDD
3 CD’s
En la obra camerística de Beethoven el grupo de sonatas para violín y piano podría considerarse el segundo en importancia, tras los cuartetos de cuerda, con lo que ésta es una colección que debe formar parte de cualquier discoteca, sobre todo, claro, si les gusta la música de cámara.
Estas diez sonatas fueron escritas a lo largo de dieciséis años, entre 1796 y 1812, una etapa lo suficientemente larga como para que podamos encontrar grandes cambios en la vida del compositor.
Las tres primeras, agrupadas en el op. 12, fueron dedicadas a Antonio Salieri, uno de los maestros de Beethoven y además, o sobre todo, un hombre de gran influencia en la corte vienesa. Ya que no medió encargo alguno, seguramente la intención de Beethoven residía en hacerlas interpretar en las muchas veladas camerísticas que se celebraban en la época y, sin duda, así sucedió, ya que se conserva incluso una crítica, a la primera de las tres, publicada en el ‘Allgemeine Musikalische Zeitung’.
Las dos siguientes sonatas también fueron compuestas de forma conjunta, entre 1800 y 1801, y dedicadas en este caso al conde Moritz von Fries, uno de los más importantes mecenas de Beethoven. Son contemporáneas del Concierto para piano nº 3 y de la Sinfonía nº 1 y llevan los números de opus 23 y 24.
La Op. 24, conocida como La Primavera (aunque este título no se debe a Beethoven) es quizá una de las más populares; es también la primera que consta de cuatro movimientos y en ella utilizó Beethoven bocetos de 1794 y 1795, con lo que la influencia mozartiana es más evidente que en otras obras del ciclo. Las tres siguientes sonatas, 6, 7 y 8, publicadas las tres como opus 30, datan de 1802. En esa época Beethoven había perdido ya toda esperanza de que mejorara su sordera, son momentos desesperados, en los que llega a pensar en el suicidio. Fue en el verano de ese 1802 cuando redactó su famoso «testamento de Heiligenstadt» documento en el que reconocía su dolencia, se rebelaba contra el destino y, en cierto modo, se despedía del mundo. Curiosamente, momentos tan dramáticos no siempre se reflejan en su música. Por ejemplo, la Sinfonía nº 2, escrita ese mismo año, es una obra alegre.
La Sonata nº 9, Op. 47 «Kreutzer», seguramente la más famosa de las diez, fue escrita en poquísimo tiempo para ser interpretada en el mes de mayo de 1803, por el violinista George Polgreem Bridgetower, y debe su nombre al dedicatario de la partitura, el también violinista Rodolphe Kreutzer, que nunca llegó a tocarla.
Tendrían que pasar casi diez años antes de que Beethoven escribiera la décima y última sonata para violín y piano. La Op. 96 data de 1812, es contemporánea de las Sinfonías 7 y 8 y está dedicada al archiduque Rodolfo, alumno del compositor
Se podría decir que estas diez sonatas tuvieron malas críticas en sus estrenos (aunque no todos están documentados) y que fueron consideradas en muchos casos «ininteligibles» por un público que poco a poco se fue acostumbrando a ese lenguaje tan personal, a veces brusco, siempre apasionado y con un impulso arrollador que difícilmente puede resultar indiferente. Desde luego, no iba a ser Beethoven quien se adecuara al gusto del público o de los críticos.
Al margen de preferencias personales (a mí me gustan especialmente la quinta, la séptima y la novena… y la octava y la décima…) estos tres discos reúnen diez maravillas en una interpretación que puede resultar incluso polémica y que a mí, evidentemente, me encanta.
Tanto Kremer como Argerich son magníficos músicos, de los que añaden al virtuosismo una auténtica búsqueda musical y una fuerte personalidad. El resultado, incluso cuando se permiten libertades con el ‘tempo’ que resultan sorprendentes, (como en el arranque de la Op. 30 nº 2) está lleno de vida, de pasión… en definitiva, de música capaz de emocionar.