María Rodrigo
El fin del verano trae consigo la inevitable vuelta a la rutina, pero, afortunadamente, con ello se retoma gran parte de las actividades artísticas de los recintos culturales. En el caso que aquí nos ocupa, se ‘reactivan’ los circuitos musicales y se da inicio a las temporadas de ópera que preparan con tanto ahínco cada uno de los teatros especializados en esta área. Sería un error no felicitar a los directores artísticos por las producciones que tienen en cartel, pero es nuestro deber hacer un pequeño llamado de atención a estas mismas autoridades y preguntarles: ¿dónde están las óperas compuesta por mujeres? ¿Qué criterios deben cumplir para que se enaltezca la presencia de sus nombres junto a Verdi, Rossini o Puccini?
Por Fabiana Sans Arcílagos & Lucía Martín-Maestro Verbo
Si bien es cierto que en números anteriores comentábamos la satisfacción por la inclusión que iban teniendo las compositoras en el ámbito lírico, esta se ha visto mermada en la presente temporada. Desconocemos los motivos, pero considerando los procesos de inclusión que se viven hoy día y la gran cantidad de compositoras actuales o fallecidas con grandes trabajos que poco a poco se descubren, es inaudito que se sigan apartando las obras de ‘ellas’ de las programaciones anuales.
Esto nos ha hecho recordar y traer a colación a la primera mujer en estrenar una ópera en España. Su nombre, María Rodrigo, se ha insertado en nuestro consciente gracias a la recuperación y reivindicación que ha hecho sobre su figura el director y divulgador musical José Luis Temes.
Rodrigo, nacida en Madrid en 1888, se nos presenta como una de las primeras mujeres compositoras de finales del XIX y principios del XX. Estudió piano y composición en el Conservatorio de Madrid, finalizando el instrumento con 14 años y composición en 1911, con 23 años. Fue dos veces becada por la Junta de Ampliación de Estudios (JAE), la cual le facilitó continuar su formación como compositora perfeccionando su carrera en materias como fuga, contrapunto y orquestación en Francia, Bélgica y Alemania, estudiando en este último país en la Real Academia de Múnich, donde tendría como profesor a Anton Beer-Walbrunn y donde conocería a Richard Strauss, quien llegó a juzgar algunos de sus trabajos con benevolencia. Además, sería compañera y amiga de Carl Orff.
Este período que pasó en Alemania fue una época prolífica, ya que compuso diversas obras entre las que destaca la zarzuela Diana cazadora y la ópera Bequeriana, iniciada en 1913 en Múnich y que tuvo que finalizar en España por el estallido de la Primera Guerra Mundial. La compositora comenta de su paso por Alemania que se habituó a una forma ordenada y disciplinada de vivir, guardando ‘ferviente devoción al pueblo alemán’ (Arte Musical, agosto 1915).
De vuelta a España, se dedica a ofrecer conciertos, a la composición y pedagogía siendo profesora de Conjunto Coral e Instrumental en el Conservatorio de Madrid, de actividades musicales de la Residencia de Señoritas y del Instituto-Escuela, plantel dependiente de la JAE. En esta etapa, antes de su exilio a causa de la Guerra Civil, Rodrigo se convertirá en la primera mujer compositora en estrenar una ópera en un teatro abierto al público en España. Debemos hacer hincapié en este último punto, ya que fue Luisa Casagemas con su ópera Schiava e regina quien realmente se lleva este mérito, al estrenar su ópera en 1894 en el Palacio Real de Madrid ante la familia real.
Pero volviendo a Rodrigo, Becqueriana se estrena el 9 de abril de 1915 en el Teatro de la Zarzuela. Esta ópera en un acto con tres escenas está inspirada en la XI Rima del poeta romántico Gustavo Adolfo Bécquer. Fue escrita en forma de diálogo entre el poeta y diferentes personajes femeninos, y es adaptada hábilmente en un libreto por los hermanos sevillanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, quienes no dudaron en seguir la recomendación de Joaquín Turina, al derivar el encargo de la música a María Rodrigo, con quien mantenía una gran amistad y con quien además compartía una mutua admiración. En la ópera, la figura del afligido poeta se nos revela en la búsqueda de un amor lejano, espiritual e ilusorio que tanto más le atrae cuanto más incorpóreo se presenta. Musicalmente es considerada una ópera modernista, por su notoria influencia wagneriana, fue definida como rica en colorido melódico y en desarrollo orquestal. Temes precisa que esta obra ‘en realidad no es ni ópera ni zarzuela. Es más bien una escena lírica que está entre la poesía simbolista de Mallarmé y Disney’.
Tras su estreno, tanto el público como la crítica ofrecieron un aluvión de aplausos a la compositora. Así, en La Lira española (1915) se publicaría que Rodrigo ‘consigue interesar al público, compenetrándose éste con el autor’. Destaca que ‘lo más bello de la obra [es] el soliloquio del Poeta “Amor es engaño vano”, y los bailables, página instrumental que por sí sola demuestra que la Srta. Rodrigo no es una ilusa y que valió una enorme ovación a su autora’. Además, comenta que en Becqueriana se pone de manifiesto la dificultad que supone musicalizar un texto como el de los hermanos Quintero: ‘La Srta. Rodrigo, pues, ha empezado con una obra en la que tenía que salvar enormes dificultades, tal vez sólo asequibles al genio de Wagner; y que salió airosa de esta enorme prueba, lo demostraron los aplausos con que fue premiada al finalizar el bailable y la representación de Becqueriana’.
Otra de las opiniones vertidas en la prensa dan fe de su calidad como músico, refiriéndose a ella como una ‘notable compositora de gran temperamento artístico’ cuyas obras son ‘representativas de sus largos estudios musicales’ (Revista Iberoamericana Arte Musical, agosto 1915). Sin embargo, por la sensibilidad que revela la obra que nos ocupa, en la sección ‘Música en España’ de La Revista Musical Hispano-Americana (julio-septiembre 1915) comentan ‘es bien la obra de una mujer. Su ligereza, digamos fragilidad; su sutilidad de mariposa es la contribución a la música del eterno femenino’. Estas mismas afirmaciones sirvieron de nuevo a la crítica para condenarla por un supuesto afrancesamiento, pero los corresponsales siempre la defienden alegando que tales críticas surgen de un concepto erróneo y negativo sobre la mujer y la propia música.
Sus otras dos óperas no se conservan, pero a pesar de ello conocemos el nombre de estos títulos: La flor de la vida, con libreto de los hermanos Quintero, y La Reina Amazona, opereta en tres actos estrenada en el Teatro Novedades de Barcelona el 10 de octubre de 1919.
La creación de Rodrigo se amplía en sus inicios en la realización de un cuarteto y de una sonata premiadas por el Círculo de Bellas Artes, obras que hasta la fecha de su regreso a España no se habían ejecutado. Otras composiciones de las que se tiene conocimiento son Alma española, grupo de impresiones sinfónicas que destacan por su técnica y elementos orquestales; la zarzuela La romería del Rocío, la suite Los Caprichos de Goya y la colección de variaciones en cinco canciones a corro Rimas infantiles, que se enmarcan entre lo didáctico y divulgativo, y que fueron adaptadas al formato orquestal; esta última es una de las tres piezas que se conservan de Rodrigo, y que fueron ejecutadas en el Auditorio Nacional de Música por la Orquesta Sinfónica del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid en 2016. Sin embargo, la recuperación de la obra de esta autora no es tarea fácil pues, tras el estallido de la Guerra Civil, Rodrigo se exilia primero en Suiza, luego en Colombia y finalmente en Puerto Rico, país que la acogería hasta el final de sus días. Lamentablemente su legado se extravió, por lo que tenemos noción de su amplió catálogo gracias a las reseñas que se encuentran en la prensa española e hispanoamericana.
No obstante, la relevancia de María Rodrigo no solo reside en su valor como compositora, sino que destaca por haber sido una férrea luchadora por la inclusión de la presencia femenina en las ciencias, las humanidades y el arte a través de la asociación Lyceum Clum. Tanto es así que el 13 de abril de 1929 consiguió formar parte de un concierto celebrado en el Ateneo de Madrid denominado ‘La mujer en la música’, siendo este un evento prácticamente sin precedentes para la reivindicación en el papel de la mujer en aquellos años.
Está claro que sin pioneras y precursoras como María Rodrigo, la figura de la mujer nunca habría salido de la sombra del anonimato. El hecho de que luchara por el reconocimiento de las mujeres y que demostrase nuestro valor con un trabajo propio excelente, nos dignifica a todas las demás, por lo que no podemos más que agradecerle su legado: musical, pero sobre todo, humano.
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